José Díaz Cervera
José Díaz Cervera nació en la ciudad de Valladolid, estado de Yucatán, México,
el 7 de octubre de 1958. En poesía ha publicado “Licantra” (1992), “Manual del
Fingidor” (1997) y “Para astillar la longitud del rayo” (2002). Su libro de ensayos
“Elocuencias del Delirio” es publicado por el Ayuntamiento de Mérida el año 2001.
Entre sus premios se cuentan los Juegos Florales de Ciudad del Carmen, en Campeche,
en 1996 y el prestigioso Premio “Efraín Huerta”, el año 2008, con su poemario “La
piel”. Anteriormente obtuvo los premios, para cuento y poesía en el Concurso de la
Universidad Autónoma de Yucatán. Ha dictado también talleres de creación poética en
México, D. F.
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“Para astillar la longitud del rayo”
Poema de perfil
Afilada en la luz,
como un amanecer doctorándose en el agua,
te miro reclinada sobre el imán de ti,
cual un reloj de sueño
en la edad sudorosa del planeta.
Es musical el vuelo en los pellejos del instante;
es nube el fuego para el plumaje del delfín;
es una cicatriz que viaja desde la comisura del insomnio
hasta el párpado azufre de un mostrenco dios.
El hombre soy,
el ojo soy pulsando la armonía del estruendo,
la incurable ternura de asfixiarme en las manos del olvido.
Y porque platico a solas con tu nombre de finas muchedumbres,
y porque estoy en el alvéolo de un polvo sin regreso,
sólo te miro en la nítida estrategia de la cal
y en la sabia inconstancia del vinagre.
El hombre soy,
el sueño soy,
el ojo.
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Escrito en el vaho de un cristal
Tengo esta fe preñada de gallinas negras.
Urgente voy al agua golpeando en la deshora
la costilla del pan,
y soy apenas
un débil dios rasguñando el peso del espanto.
Aquí la tarde es llaga y me gusta mucho más
porque está en latitud de amamantar cuchillos
que son la piel del sueño en que me nombras.
Mira con qué trabajo venzo los sonidos;
mira este amor de alambres y equinoccios
cavando mar y mar, pala y palabra.
Tengo esta fe lagarta y quevediana,
ubérrima y peluda como la paz del llano;
esta fe ronca de decirte ausencia,
de acariciar la ubre adolescente del vinagre
al pie de la bravura.
Cruje la luz mientras estoy cantando
para el felino corazón de tus guarismos
y el lápiz se me escurre hasta la mala carne
de saber quién soy,
ventana abierta al músculo del llanto.
Coágulo, beso y fe,
agua longeva de decirte ausencia en el relámpago:
aquí mi corazón terrible y polimorfo
te ama en la leche simple del dolor que estalla.
Diente de sal, riñón de humo descalzo,
¡ay, médula constante de la llama! Espejo.
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Elegías desde el anonimato
Dedicadas a Máximo Cerdio
I
Las horas, aprendices de cuchillos,
de repliegan en úlceras de espuma:
ululación de pinos en la calle.
La tarde es mineral. Un lobo la memoria.
Alguien celebra espejos,
degusta a solas el mendrugo
y se invita a bailar
al ritmo enronquecido de los árboles.
Es sólo la soledad:
tolvanera resuelta en cicatrices,
extremaunción donde la sal encalla
y pierde su pureza,
sonámbula en la ruta de los nombres.
Es sólo soledad,
candado viejo, piedra muerta,
himno depravado que se entona entre acecidos
mientras las telarañas cuelgan del verano.
II
Alguien celebra espejos.
No le apetece la dimensión del ascua:
sólo el perverso jugo de sus huellas;
sitiado en la prosodia
inhuma el estupor y sus preguntas,
punzando el poro femoral del fuego.
Con el humo de un cigarro metafísico,
sólo un rumor invicto,
crepuscular,
rumiante:
sudor de la hoja seca,
hoyo en el pantalón de la amargura.
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III
Las tardes veraniegas no saben ponerse de rodillas.
Hay siempre en ellas un murmullo genital
y una obstinada propensión al sueño.
Balanza que equilibra la nostalgia de las cosas,
tijera de la luz para el cordón umbilical de las estrellas,
el verano es vihuela,
girándola y vihuela.
Domador de sirenas, va el verano
contando sus hazañas:
evoca pezones cercenados,
caracolas,
papilas,
torturas angelicales y exquisitas.
Yo, inmerso en lo más hondo de la tinta,
sólo escucho,
como se escucha a un ebrio impertinente.
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IV
Un lobo la memoria.
La lluvia que cuelga del perchero es infinita
y la luz, como anciano prepucio
escurre su flacidez más rencorosa.
Es el principio anónimo del tiempo
preñado por ángeles estúpidos,
por esta furia de orfandad y olvido
que no termina
que no termina
que no termina
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Epílogo
El poeta, un vacío;
sólo el susto de una mariposa le recuerda
la grave impertinencia de acercarse a estos asuntos
sin doblegar la angustia,
sin olvidar el fermento de sus llagas.
Ser piedra en la hondura de la piedra;
ser cruz en la hondura de la cruz:
no hay vuelta de hoja.
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LA CASA AMARGA
Inéditos.
ARBOL DE RELÁMPAGOS
Pone sus ojos en un vaso de orines.
Su nombre no regresa a los hocicos
donde rodó una cicatriz.
Es una casa;
esa casa está rota:
alguien le puso signos de interrogación;
alguien le puso abejas.
En las lentas sustancias,
esta música
es agua fracturada;
esta casa es agua,
lluvia es la voz
(quebrada como el graznido de los sueños,
rajada como un árbol de relámpagos).
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LOS ESPEJOS MUERTOS
Hoy todo es lejano;
hoy bajaremos hasta los pozos diurnos y las lajas
a visitar a los espejos.
Agrios serán los pasos en esa casa transparente;
amarga será nuestra memoria.
(Las manos se fatigarán en el vacío).
(Los ojos no tendrán palabras).
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ESTÁ DE MÁS
Hemos aprendido a no morir de muerte natural.
Parece entonces que ya no necesitamos decir nada.
Somos como las grietas de una casa sin paredes.
Vivimos
acribillados
por un lenguaje irredimible.
Crecemos crujiendo,
ensordecidos
por una luz mugrosa
de balas conversando con la noche.
(Porque todo lo pronunciamos con la sangre,
a veces no queremos oír nada).
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PIE DE PÁGINA
Debí haber dicho que alguna vez tuvimos ojos,
que alguna vez tuvimos mares
y sueños
recurrentes.
Nada era semejante a sí mismo.
(Cantábamos y poníamos nuestros tobillos en el fuego).
(Conocíamos las piedras. Sabíamos de la madera).
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Crítica Literaria
Las astillas del rayo
Un tiempo antes de alcanzar los 50 de su edad, el poeta mexicano José Díaz Cervera se había hecho conocido entre sus colegas del continente por su pequeño libro Para astillar la longitud del rayo, publicado por la editorial Dante, de Mérida. Esta notoriedad fue avalada al concedérsele, el año 2008, el prestigioso Premio Efraín Huerta de Poesía.
“El talento es un lastre”, declaraba el poeta en una entrevista concedida a Manuel Tejada y Nelly Rincón en agosto del año 2005. Como académico, Díaz Cervera tiene una visión muy precisa de lo que el arte, y en especial la poesía, significa y puede abarcar. “El talento sin trabajo, sin conocimiento, sin cultura, termina diluyéndose” decía en la oportunidad como si acaso estuviera dando una mirada panorámica a la actual producción de la lírica en nuestro continente. Y ha sido justamente la academia, el aula universitaria, la causante de esta estética oficial que muchas veces sujeta el creador a las teorías en boga. A comienzos del siglo XXI parece repetirse el esquema del cambio de siglo anterior, con la apropiación del espacio a cargo de instalaciones, efectos y reverencias a la policía de la inteligencia. “El hecho de que haya carreras de literatura, que los jóvenes empiecen a acercarse a los grandes autores universales, a los grandes autores latinoamericanos (…) va a traer esa cultura literaria que nos está haciendo falta”, concluía el autor. Contrario, se entiende, tanto a la figura del descriptor de la realidad del sentimiento como a la del prestidigitador del lenguaje, su poética apunta a cuanto nos rodea, “a la gran epopeya cotidiana del ser humano, con sus dolores, con sus alegrías, con sus momentos de paz y con todas sus grandes turbulencias con las que vivimos cotidianamente. No entiendo la poesía de otra manera” según sostiene.
Rigurosidad del lenguaje, multiplicidad de influencias y el retorno al acto contemplativo, señala como características de su poesía Joaquín Peón Iñiguez, quien fuera su alumno en la universidad. Respecto al primer punto, Para astillar la longitud del rayo aporta numerosos ejemplos de la fluidez escritural de este autor acompañada de un ritmo siempre justo y atrayente. Dice, entre otros versos “La cárcel, Juan,/ en la áspera fragancia de la sed/ en la más gráfica sal de toda tu paciencia (…) es la oración sin sueño de la sangre”. Esta notoria capacidad se va repitiendo texto tras texto y es destacada por otro escritor yucateco, el historiador Carlos Bojórquez Urzaiz: “Me acer-qué a la obra de José Díaz Cervera a través de su poemario, Manual del fingidor. Como dicho ramillete de poemas permite ver, o quizás escuchar, las melodías de un len-guaje que se antoja al mismo tiempo alegórico y depurado, debido a la destreza con que esboza la carto-grafía intrínseca de su autor”.
Curiosamente este especial talento le permite, por otro lado, abordar distintos temas, desde la cárcel de Juan de la Cruz o Galatea a la decadente figura de Homero Simpson, marcando con ello que es sólo la forma y nada más que la forma la que facilita a la palabra transportar todas sus significaciones; y que sería inútil insistir en la capacidad transmisora de ideas del humilde y subversivo verso. Se entiende, Díaz Cervera utiliza todas las referencias culturales posibles para descifrar este entorno. Y no tendrá empacho en recurrir a textos clásicos para intervenirlos con elementos propios de la posmodernidad. Así ocurre en “Los nuevos milagros de Nuestra Señora” descritos con términos pertenecientes al lenguaje computacional.
Junto a la citada rigurosidad se ingresa al plano de sus elecciones afectivas; o a las influencias, como se citara con anterioridad. El placer de la palabra en cercanía al barroco corresponde a lo caribeño y la frondosidad del paisaje que lo habita. Sin duda detrás de todo ello puede divisarse la sombra tierna de un Jaime Sabines a veces tan querido o mal amado por sus vínculos de sangre- dictando la melodía y el sentir del texto. Otras veces, el la adjetivación o en los términos elegidos afloran las lecturas contemporáneas y los poetas nuestros. Como Gonzalo Rojas, cuando Díaz dice “Tengo esta fe lagarta y quevediana/ ubérrima y peluda como la faz del llanto”. Y de cierto modo ese Neruda monumental que aún reaparece como un enorme Buda fiscalizador de la poesía: “Escucho el mineral de los sentidos”, “La piel como una almendra genital”, “pinta en tus rodillas el estatuto noble de la sal”. Pero no solo en ciertos versos, sino también en las palabras cargadas de significados de Residencia en la tierra como peluquería, sastre, calcetines, sombrero de fieltro, etc.
Pero más que contemplar el poeta yucateco parece observar y mostrar, para comprometer al lector con los significados de lo cotidiano sin involucrarse -como corresponde- en algún inútil juicio de valores. A lo más la narración de su estar en este mundo podrá describir su estado desde un punto de observación más alto que el nivel de la emoción: “Aquí, presto animal de las ampollas,/ descifro las inicia-les más modestas/ del zumo de la tierra”. O, en otro caso, recurrirá al truco de hacer hablar, por él, a un personaje histórico: “Yo, François Villon,/ poeta finisecular,/ cantor sin gloria en la edad prostibularia del anatocismo”.
Y tal como lo sostiene en la entrevista más arriba citada, lo cotidiano y lo citadino -el mundo del hombre actual- es la materia de sus versos. Tanto “El muro de Berlín y los payasos” como “La canción de Alicia Sotero” recogen asuntos del más presente humanismo, los que el poeta utiliza para poner en duda la veracidad de todo discurso oficial. Del mismo modo como en ciertos textos recoge, por la infinita modernidad del más íntimo re-cuerdo, el campo y el territorio de la perdida infancia.