Monsreal, Agustín

Agustín Monsreal nació el 25 de septiembre de 1941 en Mérida. Radica actualmente en la ciudad de México. Fue becario del “Centro Mexicano de Escritores”. Ha publicado en la “Revista Mexicana de la Cultura”, “La Cultura en México”, “El Heraldo en la Cultura”, “El Diorama”, “El Búho”, “La Semana de Bellas Artes”, “El Sol de México en la Cultura”, “El Gallo Ilustrado”, “Punto de Partida”, “El Cuento”, “La Vida Literaria”, “La Revista de la Universidad”, “Plural”, “Cosmos”, “Latitudes”, “Hispanoamérica” (EUA), “La Carpa”, “Tierra Adentro”, “Alero” (Guatemala), “La Bolsa y la Vida y Rehilete”.

Premio Nacional de Cuento 1978 y 1979; y premio “Antonio Mediz Bolio” 1987 en prosa por su libro “La banda de los enanos calvos”.

Forma parte del Consejo Editorial de “La Máquina Eléctrica”.

En 1981 tenía inédito un libro de poemas: “Cantar sin designio”.

Aparece en la antología “Palabra Nueva, Dos décadas de poesía en México”, compilada por Sandro Cohen, (México, 1981).

Obra Poética:Canción de amor al revés”, México, 1980;Punto de fuga”, “Cuadernos de Estraza”, 1979. También “Los ángeles enfermos”, Editorial Joaquín Mortiz, Premio Nacional de Cuento 1979 yLa banda de los enanos calvos”, 1986[1].

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Selección de La Voz ante el Espejo[2].

Bandera de rendición

Mi todo yo,

fuego sin tiempo,

en pugna sorda

siempre consigo mismo,

bloquea sus últimas

inútiles nostalgias

antes de cristalizar

abiertamente en nada.

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Las grises calles

Alguien duerme

mientras yo camino,

alguien se cansa,

alguien muere o canta

o vuela o se sumerge

o se pone, se quita,

compra, vende una camisa:

alguien a quien

yo quisiera sentir

contra el terco

muñón de mi delirio.

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La semejante

Endurece de nuevo en mí

la maldita gana de quererte.

Ah rabiosa, hacedora irremediable de mis duelos

y mis espumados tenaces caminares,

te pareces – así de gris y tierna,

así de turbia y calma-

a esta enorme y corrosiva

placenta de concreto

que de raíz a ojos

nos aborta a la luz,

y nos hiende en el espanto.

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El despertar de nuevo

El sol estaba donde siempre;

la boca, las manos, el pelo.

(Desde que recuerdo

mi corazón es un desastre).

Si acaso,

un sabor distinto el desayuno.

Y tal vez una lágrima.

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Este desierto corazón herido

A pesar

de mis vivos y de mis muertos,

en quienes crezco de realidad

y me hago llaga;

a pesar

de la inutilidad de mi tristeza

y el amargor sin freno

de saberme a escombro

y de vivir punteando siempre

su cuerda a la nostalgia;

a pesar de todo,

hoy amanecí sufriendo bien

mis expiaciones

y hasta me fui capaz

de sonreírme un poco de mí, yo.

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Ciego sin lumbre

Tu amor me es una enfermedad brutal

(a la fiera

los barrotes vedan el placer

y el ansia de sangre naturales),

es morirme en salud,

sobrevivir pujando siempre,

a topes inútiles y lloros,

contra el cráneo

en castidad podrido de la esperanza.

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La madrugada sin sueño

Canción de amor al revés, 1980.

Cuando malrayaba el alba

y andaba aún por la periferia

inmoral de mis delirios,

la lúcida mía, dulce como nunca,

me asestó la nostálgica

corriente de su beso

y cegó su tragaluz,

para siempre,

al inoperante niño dios de la ternura.

(Se nos desprendía entonces de los ojos

el hijo aquél primero que ganamos)

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Cantar sin designios

En Palabras Nuevas, 1981.

Fragmento.

Si lo pensara sólo un poco

te olvidaría así de pronto:

puedo cortar mis uñas abundantes

mi vínculo sanguíneo con la vida

mi mano que abate sobre tu piel

las yemas de su impericia pero el agua

de ese amor con cuál cuchillo

si el pensar se me niega cortaría.

*

La culpa es del ser de barro extraño, todos

lo saben sin saberlo a uno lo apedrean

lo decapitan lo castran por ser recluso

de la soledad del silencio dadivoso el amor:

el destino de uno es de unicornio

de cebado minotauro de caín criminado:

por la inmodificable miopía de dios

el ángel señalado fue como demonio.

*

Qué habré de responder de mi

si en el umbral del templo se me interroga

si cuenta se reclama clara de mi abandono

cuáles serán las armas que habré de deponer

si a los combates ciertos todos he rehuido

si sólo contra yo mismo me he luchado

qué dones les habré de ofrendar adustos dioses

si no el eco de mi enceguecido centelleo

si no el encogimiento último de mis huesos

si no la forma suprema de mi silencio.

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Crítica Literaria

Agustín Monsreal (Mérida, Yucatán, 1941) es uno de los cuentistas mayores de México (…) Monsreal es, verbigracia, cuentista. Y como tal desde la década de los setenta (…) ha publicado una docena de cuentarios en los que aborda el género con una amplia gama de estilos, lo que habla no de un autor comercial, sino de un escritor en constante búsqueda, lo que convierte a su literatura en un ente móvil, interesante, evolutivo, siempre en pos de lo distinto, de la diferencia, bella o terrible como la vida misma (…)

La obra cuentística de Agustín Monsreal es rica y diversa. Es, en algunos casos, cómica y cruel, o trágica y ligera, reflexiva, a veces muy difícil de leer y a veces de una claridad pasmosa, exquisita por momentos, popular en otros, pero lúdica casi siempre. Y es justo en este trazo, el juego como ritual, en donde algunos de sus personajes son recurrentes de un libro a otro, más como sombras, signos, guiños, sugerencias o nombres que como personajes en sí, y es en ese detalle en que el lector puede conectar libros tan diferentes como “La banda de los enanos calvos” (Premio Antonio Mediz Bolio 1987) y “Los hermanos menores de los pigmeos” (Ficticia Editorial, Biblioteca de cuento "Anís del Mono" No. 19, 2004), su más reciente publicación. No obstante, cada uno de sus cuentarios es arquitectura en palabras.

Monsreal es uno de esos escritores que primero construyen la catedral y, una vez colocada la última piedra, el último vitral, encuentran a la divinidad en su interior. Y para cada uno de esos “Cazadores de fantasmas” (1982), “Sueños de segunda mano” (1983), “Pájaros de la misma sombra” (1987), “Lugares en el abismo” (1993) o “Infierno para dos” (1995), el hacedor de catedrales erige una estilística distinta, cada vez más arriesgada, en la que se pone en juego —tan sólo por el goce de jugar— el equilibrio entre lo terrenal, lo profano, y la parte mística, sagrada, de la literatura.

Marcial Fernández[3]

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[1] La voz ante el Espejo. Tomo II. Reyes Ramírez, Rubén. Instituto de Cultura de Yucatán, México. 1995. P. 196.

[2] Op. Cit. La voz ante el Espejo. P. 197- 200.

[3] En red: http://ficticia.com/libreria/reporte.php?ID=138&i=