Novelo, José Inés
(1868-1956) Maestro, poeta y político. Nació en Valladolid, Yucatán y falleció en la Ciudad de México. Estudió en la Escuela Nacional de Profesores de Mérida y cursó la carrera de Derecho. Fue maestro de la Escuela Normal, presidente del Consejo de Educación Pública y director del Instituto Literario del Estado, cargo del que fue destituido en 1909 por leer en el Teatro Peón Contreras su poema “Coloquio de grandeza”, donde protestaba contra la dictadura. Fue promotor del establecimiento de las escuelas rurales en las fincas henequeneras. Diputado y seguidor del presidente Carranza, ocupó luego la dirección de El Pueblo, diario informativo del gobierno preconstitucional. Fue presidente del Partido Liberal Constitucionalista y defensor del sufragio efectivo. Durante su vida política sufrió secuestros, encarcelamientos y, durante el gobierno de Pascual Ortiz Rubio, el destierro. Como periodista colaboró con Pimienta y Mostaza, Artes y Letras y Álbum Literario. Obtuvo varios premios durante su participación en diversos juegos florales. En México cultivó la amistad de Manuel José Othón, Amado Nervo, Antonio Caso, Salvador Díaz Mirón, Alfonso Reyes y Justo Sierra Méndez. Su obra poética es vasta: “Gérmenes” (1905); “Abril” (1937), escrito durante su exilio; “Alma patria”; “Mieses de otoño” y “De mi musa”. También fue ensayista: “El problema de la educación pública en Yucatán”, “Por una política de educación primaria nacional mexicana” y “Desarrollo docente y cultural de Yucatán”, 1942-1946.
El Ayuntamiento de Valladolid levantó un monumento a su memoria en el que está esculpido su soneto Post mortem. También una escuela secundaria de ese lugar lleva su nombre[1].
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Selección de La Voz ante el Espejo[2].
Venus
Fragmento
I
Las nereidas entonan sus cantos,
los tritones sus himnos soberbios,
las ondinas emergen del agua
y las náyades dejan su lecho.
Todo es ritmo en las selvas floridas,
y candencia sutil en los céfiros
y rumor de victoria en las olas
y en los nidos triunfales gorjeos.
Ni una nube los cielos empaña,
es más puro el zafiro, más espléndido;
en el manto esmeralda del bosque
dora el sol más hermosos renuevos.
Todo es fiesta y es pompa en el aire,
y en el mar y en la tierra y el cielo…
Es que un dios ha engendrado en la espuma
con su sangre una diosa; es que el genio
de la excelsa belleza incorpórea,
ideal, ha encarnado en un cuerpo.
Es su cuna y su esquife una concha;
son los cisnes sus albos remeros…
Huella costas de Chipre. Mortales
y altos dioses: ¡una hurra por Venus!
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Tradición maya
Fragmento
Es alta noche. La luna
rasga en girones la niebla
para acechar lo que pasa
sobre la faz de la tierra.
Y sólo advierten los ojos
de la celeste viajera
que todo en quietud reposa
sobre la extensión inmensa.
Turban el triste silencio
de la solitaria aldea,
el mugido de las reses
que por las calles pastean,
y los chirridos agudos,
dispersos, como moléculas
en vibración, que se alzan
de entre las menudas yerbas.
En la plaza silenciosa,
de un lado, se alza la iglesia;
y en el centro, yergue altiva
su ancha copa verde ceiba.
Entre sus ramas hojosas
duerme el viento; y tal vez sueña,
cuando instantáneo se mueve,
con flores recién abiertas.
Mas no abandona su lecho
de hojas, porque le amedrenta
la mortaja nebulosa
de un triste color gris perla.
Así es la noche que buscan
las xtabayes hechiceras:
noche que derrame el opio
de una profunda tristeza
en las claridades lívidas
de la luna; en las estrellas
que en el cielo abren su broche
de pálidas azucenas;
en los acordes lejanos
de amorosa cantinela,
y en el espíritu enfermo
de los insomnes poetas…
Entonces dejan su oculto
palacio las hechiceras
xtabayes, y a guarecerse
van debajo de las ceibas.
Sus ojos en la penumbra
como ascuas relampaguean;
bajo el hipil vaporoso
apuntan las rosas trémulas
en botón del seno erguido
-urna virginal de esencias-,
y las curvas armoniosas
de sus rotundas caderas.
Envuelve su torso esbelto,
hasta besarles las piernas,
del cabello de azabache
la olorosa capa negra
cuyos nudos enredados,
a la luz de las estrellas,
con peine de cedro rojo
desenredan, desenredan…
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A una alondra
De mi musa, 1945
Fragmento
Caíste de las frondas
al poderoso azote
del viento enfurecido
que silba entre los robles;
desprevenida acaso,
sobre el musgoso borde
de tu caliente nido
rimabas tus canciones.
El vendaval colérico
que muge entre las ramas,
heló tu dulce canto
y desgarró tus alas.
Piando pesarosa,
como un reptil de arrastras;
tú, que surcaste el viento
como una flecha rauda.
Yo sé lo que tú sientes,
alondra entristecida,
al verte desplomada
sobre la ruin arcilla;
yo sé, cuando la aurora
anuncie el nuevo día,
cómo han de ser de amargas
tus armoniosas rimas.
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Inmensamente triste
Rosas de invierno, 1943
Fragmento
II
¡Oh cuánto la inmortal y pasajera
ventura de ese abril, el alma añora!
¡Aquel oro finísimo que dora
el manto de una undosa cabellera!
¡Aquella rozagante primavera
en que el ensueño virginal implora
el beso dulce que en carmín colora
la bella faz que la acaricia espera!
¡Aquel beso, fragancia y embeleso!...
¡Aquel puro y sutil alado beso!
¡Tu beso!
¡Y cuando el último me diste,
quedó mi amor tan solo y desolado,
que yo, de su tristeza contagiado,
quedé también inmensamente triste!
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A Dios
Rezagos líricos, 1949
Fragmento
Trilogía
Para Bernardo Quintana Arrioja
I
Señor: ¡qué intenso eres, sintiéndote, y qué extenso,
pensándote… Te busco, y sólo hallo tus huellas
mirándote en los búcaros de tu Jardín de Estrellas,
oyéndote en los tumbos de tu hondo mar inmenso.
Desciendes a mi cráneo cuando, absorbido, pienso.
Mi rima, que es don tuyo, frente a las flores bellas
rompe en corolas fúlgidas que cantan, porque en ellas
está el fragante enigma de tu divino incienso.
Me enfrenas en los trances del iracundo encono.
Me ordenas que perdone al Mal, y lo perdono.
En plenitud te escancias en lo uno y lo diverso.
En lo ínfimo del átomo palpita tu grandeza
lo mismo que en lo máximo de
¡Soy la divina síntesis, por Ti, del Universo!
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Crítica Literaria
José Inés Novelo, ha visto desfilar ante sus ojos todas las escuelas literarias que se han sucedido en la evolución de la literatura yucateca, desde la romántica de Zorrilla, Espronceda y el Duque de Rivas, que privaba en los años de su nacimiento y de su adolescencia, hasta las ultra-radicales de los tiempos que corren, pasando por el becquerianismo, el modernismo, el parnasianismo, el preciosismo, el realismo (…)
José Inés Novelo, también evolucionó, pero enamorado del parnasianismo (después de haber acariciado a Bécquer, un poco, a distancia), determinó quedarse en él, aislándolo, modificándolo, y hasta “modernizándolo” a su manera, de modo que se connaturalizara con él, formase parte de su personalidad y forjase su estilo singular y único, que lo distingue sobre todos los poetas yucatecos parnasianos de entonces y ahora (…) Cuatro cosas tiene el verso de este poeta: su cultura griega, su numerosa adjetivación, su devoción por las combinaciones clásicas castellanas, y la rotundidad de sus ideas. Lo primero imprime a sus estancias un marcado matiz que podemos llamar “neo-renacentista”, lo segundo le añade un polifonismo agradable, que no sólo va marcando el número de los acordes, sino que ilustra y precisa los contornos y los relieves tanto de las imágenes cuanto de las ideas; lo tercero viste y da variedad a sus cantos y casticismo a sus endechas; y lo último produce la impresión de lo grande, una noción de altura en el vuelo, de fuerza en las alas, de vigor en los músculos, de profundidad en los pensamientos; equivale a esas notas sostenidas y golpeadas que, generalmente, producen los metales y los parches para marcar el final de un movimiento musical o el fin de toda una sinfonía[3].
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[1] Diccionario de escritores de Yucatán. Peniche Barrera, Roldán y Gaspar Gómez Chacón. Compañía Editorial de la Península S. A. de C. V. México. 2003. P. 107.
[2] La voz ante el Espejo. Reyes Ramírez, Rubén. Instituto de Cultura de Yucatán, México. 1995. P. 127- 132.
[3] Historia Crítica de la Literatura, Enciclopedia yucatanense, Tomo V, Gobierno del Estado de Yucatán, México, 1977. P. 505-512.