Antonio, García Gutiérrez

(1813 -1884), dramaturgo, zarzuelista, poeta y escritor romántico español.

Comenzó como colaborador de distintas publicaciones. Aprendió francés y se puso a traducir comedias de Eugène Scribe y novelas de Alejandro Dumas, entre otros. Entretanto, escribió el drama romántico “El trovador”, cuyo estreno fue el más aplaudido y aclamado en la historia del teatro español, en el teatro del Príncipe, el 1 de marzo de 1836. Mereció además una adaptación operística con el título de "Il Trovatore" de Giuseppe Verdi, estrenada en 1853, con libreto de Salvatore Cammarano.

García Gutiérrez marchó a su ciudad natal, Chiclana de la Frontera y más tarde regresó a la Corte en 1837 con un nuevo drama, El paje, que afianzó su situación. Su siguiente éxito fue Simon Bocanegra (1843), del que también se hizo una adaptación operística de Giuseppe Verdi, Giuseppe Montanelli y Arrigo Boito en 1857.

Pasó a América en 1844 y residió en Cuba y México, oportunidad donde presentó la obra “Los Alcaldes de Valladolid”.

A su vuelta en 1850 todo fueron honores: comendador de la Orden de Carlos III (1856), comisario interventor de la Deuda española en Londres (1855-1856), miembro de la Real Academia Española (1862), cónsul de España en Bayona y Génova (1870-1872), director del Museo Arqueológico Nacional (1872), Cruz de Isabel II. Sus mejores obras de este periodo son las siguientes: "La zarzuela", “El Grumete” (1853), el drama histórico “La Venganza catalana”, “Juan Lorenzo” (1865) es otro drama histórico ambientado en “La Valencia de las germanías".

La impresión de sus “Obras escogidas” (1866) fue costeada por el Gobierno. A su muerte en 1884, el entierro, que él había dispuesto humilde, fue una manifestación de duelo nacional.

Aunque sus Poesías (1840) y su otro volumen de lírica, “Luz y tinieblas” (1842) no son importantes, es recordado el poema “¡Abajo los Borbones!” (1868), compuesto al triunfar la revolución de ese año y que se hizo muy popular. También escribió dramas de tesis y numerosas comedias.[1]

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Los alcaldes de Valladolid

Extracto

Villanos! Viven los cielos

Que a no hallarme aquí en mi propia

casa… que habían de llevar

las señales de mi cólera.

Pero qué es lo que he sabido?

Gran Dios! Hermana es Honoria

de Covarrubias? Del hombre

que puso duda en mi honra?

Oh insensato amor que ciego

mi justa venganza estorbas,

y posponiendo el honor,

de mi espada el filo embotas!

Posible es que así me olvido

de mi mismo? Mas si logra

satisfacerme…? Mi hermano

sea, y lo demás qué importa?

Si los lazos de la sangre

Nos unen, para mi gloria,

Será entre los dos un crimen

Cualquier causa de discordia.

Pero accederá? Tal vez

con ira o desdén acoja

mi pasión: oh! Pero entonces,

si así mi esperanza estorba,

será imposible evitar

un duelo. Su sangre toda

para saciar mi venganza,

ha de parecerme poca.

Qué digo, insensato! Y ella

triste, desvalida y sola,

con negro aborrecimiento

maldecirá mi memoria.

Oh no! No cuesten mis iras

a tus ojos, prenda hermosa,

ni una lágrima! Yo muera

si así tu ventura logras.

La crítica que publicó Jerónimo Castillo a raíz del estreno de “Los Alcaldes de Valladolid”, el domingo 31 de agosto de 1845 en el Teatro San Carlos, salió publicada en el Registro Yucateco y es una muestra que puede parecernos hasta exhaustiva del análisis que realiza Castillo sobre la verosimilitud con el pasaje histórico y el engranaje dramático realizado por García Gutiérrez. Al mismo tiempo nos demuestra no sólo el estilo de escribir sobre el teatro que se ve en escena, la manera de abordar el fenómeno, sino la calidad de nuestros intelectuales de mediados del siglo XIX.

“No fue inútil para la literatura la visita que hizo a Yucatán el distinguido poeta español D. Antonio García Gutiérrez, pues ha enriquecido con una nueva producción, sacada de la historia de este país, el repertorio dramático de succión. No contento con la grata memoria que dejó grabada en el corazón de cuantos yucatecos de hoy, saben apreciar su talento, quiso labrar él mismo con sus manos, por decirlo así, un monumento indestructible, que pasando a las más remotas generaciones les transmitiese su nombre, como para recordarles siempre que vivió entre sus antepasados y conversó con ellos.

El título arriba estampado es, pues, el de la composición de que se trata, la que puesta en escena por primera vez en esta capital el domingo 31 del próximo pasado agosto con más rigurosa imparcialidad.

A principios del siglo XVIII, dos hombres desventurados, alcaldes de la villa de Valladolid en esta península, seducidos con las promesas de oro y empleos que les hizo el gobernador D. Martín de Urzúa, después conde de Lizarraga, que prestaron a ser instrumento de la más grave venganza, acaso sin prever hasta qué D. Francisco Tovar Urquiza: he aquí los nombres de esos célebres asesinos.

Las víctimas fueron D. Pedro Gabriel de Covarrubias y D. Fernando de Osorno, debiéndose advertir que aquél tenía una hermana (Honoria) de quien éste se hallaba enamorado y correspondido, cuyas relaciones sirvieron para que Covarrubias y Osorno enemigos implacables se hiciesen tan buenos y leales amigos, hasta el caso de correr sin titubear las depravadas miras del gobernador, porque amaba con delirio de Honoria, sin haber podido obtener jamás otra cosa que su aborrecimiento.

Póngase en juego todas las intrigas y amaños que en tales casos se acostumbran para desconceptuar a un hombre y perderle: fórjense varias acusaciones contra Covarrubias y Osorno, siendo una de ellas la de herejía; y aun se intenta asesinarlos por medios alevosos. Esto les hace retraerse en la Iglesia mayor; pero ni allí consiguen ponerse a cubierto de los tiros de sus perseguidores, quienes los calumnian de desacato a la Majestad Divina y de incontinencia, difundiendo la voz de que fuman en el templo y hacen entrar mujeres en la sacristía durante la noche. ¿Pero qué mucho si los bárbaramente al pié mismo del santuario ayudados de la muchedumbre. Con cuya cooperación piensan justificar su crimen?

Consumado éste, preséntase el gobernador Urzúa en el mismo lugar de la escena, quien viendo ya conseguido su fin, sólo cuida de evitar tremenda responsabilidad que pudiera resultarle; y para desvanecer completamente todo indicio de complicidad por su parte en un hecho tan escandaloso, manda capturar a los jefes del motín, consignando sus personas a la justicia ordinaria. ¡Terrible lección que debe servir de escarmiento a muchos viles agentes mercenarios, sin cuya concurrencia no pesarían tantos males sobre la sociedad!

Este es en resumen el argumento del drama, aunque se desvía mucho de la tradición y de las relaciones históricas que se conservan; pero ya se sabe el ensanche de que gozan las reglas de la poesía, principalmente en nuestros tiempos en que el romanticismo lo invade todo.

(…)

Nada hay en el plan de la obra que no sea una belleza. Exposición, trama, desenlace, caracteres, situaciones, todo es digno de la fama que ha sabido adquirir García Gutiérrez.

(…)

En el tomo I del Registro yucateco se publicaron íntegras dos escenas en que se pintan a lo vivo las zozobras y las dulces ilusiones del amor, y esos pasajes bastan por sí solos para dar una completa idea de la versificación de este drama (…).

Hoy sólo nos resta atribuir al autor un nuevo homenaje de admiración y aprecio, ¡Estimación sin límites al ilustre extranjero que se dignó visitar nuestro país y estudió su historia para que sirviese de asunto al colosal talento que se halla dotado!.

Mérida, Septiembre de 1845[2]



[1]http://es.wikipedia.org/wiki/Antonio_Garc%C3%ADa_Guti%C3%A9rrez.

[2] Tramoya. Cuaderno de Teatro. La Dramaturgia Yucateca del Siglo XIX. Ensayo introductoria, compilación y selección de textos. Fernando Muñoz Castillo. Universidad Veracruzana. Oct. Dic, 2009. P.10-14