Cáceres Carenzo, Raúl

(1938-1970) Raúl Cáceres Carenzo nació en Halachó, Yucatán el 7 de mayo de 1938. Es maestro normalista. Radicó en Toluca desde 1970. Además de escribir poesía es autor dramático, actor y director, maestro de arte teatral; ha promovido la expresión escénica tanto en Mérida y Toluca como en varias ciudades del país.

Ejerce el periodismo literario en diarios y revistas. Estudió dirección escénica en la Escuela de Arte Teatral del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) y se ha dedicado a la enseñanza y promoción del teatro en México. De 1985 a 1989 desempeñó el cargo de Coordinador de Literatura y Teatro en el Instituto de Cultura de Yucatán (ICY).

Obtuvo en 1957 el Premio Nacional de Teatro por su obra “El gigante egoísta, de Oscar Wilde. Ha obtenido 5 premios nacionales de poesía y uno de teatro infantil. Con su libro “Ritual Maya” obtuvo el Premio Antonio Medíz Bolio1986 que otorga el gobierno de Yucatán, premio que recibió de nuevo en 1994. Fue galardonado con el Premio Estatal de Literatura de Yucatán (poesía) en 1988. En 1989 le fue otorgada la Medalla Yucatán por el conjunto de su obra literaria.

Obra poética: “Lectura de la luz”, 1972; “Para decir la noche”, Colección “Poemas y Ensayos”, 1973; “Horas, noticias, imágenes”; “Vuelo blanco”, “Lora del Río”, 1979; “Elegía por las ciudades mayas”, 1981; “Ritual maya”, 1986; “Lectura de sombras”, 1986; “La flama del tiempo”, 1986; “Salutación al dios Tolo”, 1993. También,La noche de los muertos”, 1974, (crónica);”La cabaña de las alondras”, selección de “53 piezas de teatro para niños de Germán List Arzubide”, 1982;”El primer mestizaje”, teatro y “Canek, caudillo americano” ( teatro)[1].

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Selección de La Voz ante el Espejo[2].

Sueña el mar que es fuego, 1981.

Disertación de Ulises.

SABEN YA, hermanos míos, lo difícil

que es recomenzar

los alegres caminos de la lluvia

desde el bosque desintegrado en las alas

de las rosas infames del átomo inocente.

O recorrer en calma nuestro paseo dominical

por la ayer populosa calzada de los misterios.

O entregarse a la esbelta voluntad de la luz

cuando su oleaje de tiempos florecientes retorna

de todos los balcones y sustos y los juegos del día.

Y recuerdas entonces aquel rumor dorado:

La sucesión de instantes de la música en el vuelo

de las aves marinas primordiales: en la ola del vuelo.

Te acuerdas? Fue un momento antiguo de la tarde

-esa tarde que teje infancias y colores desde aquella

colina que protege a tu aldea

Cuando la sombra enciende el sueño de las ciudades sosegadas

LA HORA en que las ciudades que el mar ha conocido

rompen sus banderas de posesión y resplandecen

LA HORA en que la luz se despide amorosamente de las formas

que ha inventado la noche

Cuando las amargas ciudades invocan su apagada condición

con la lumbre secreta de las piedras

(¡Ah nodrizas de pueblos! ¡Oh costumbres! ¡Fervores!)

LA HORA en que se quiebra la realidad del mundo y

saltan los radiantes prodigios desde el OJO del mar

En ese INSTANTE

el mar es solamente una galaxia apasionada. Y canta.

Y conoces entonces que después de la tormenta,

al iluminarse de nuevo nuestros corazones,

los recuerdos que han vivido ciertamente los tiempos,

sus deseos, hablarán,

como hablan aquellas imágenes

que en su brillo retienen un gesto del espíritu,

así como se juntan los ratones y los murmullos para conspirar.

Y sabremos de plano que nuestra vida en Occidente

-esta mala película de policías y banqueros-

únicamente ha sido un sueño que hemos soñado juntos

y que finalmente ese sueño está exhausto: destrozado.

“Un sueño un lento turbio sueño todo esto”

Pero no interrumpas hoy nuestro sueño extasiado:

Deja que la naturaleza despierte y nos despierte.

¡Ah recias claridades! ¡Esplendor! ¡Destrucciones!

Piensa nada más en el vuelo

de las aves marinas primordiales.

Desnúdate, amor mío.

Desnúdate de la sombra de los nombres y los siglos.

Desnúdate del polvo.

Desnúdate ya de toda patria y de cualquier ángel

del cielo o del infierno.

Desnúdate y danza.

Pon los pies en la danza:

en la marea eterna que saldrá con nosotros

a recibir la poderosa primavera en las montañas.

En las aguas del sueño cantan las manos de los hombres,

el porvenir no es más que una intensa mirada del Océano.

Oye caer las ramas y los años, los frutos y los astros.

Mira cómo brilla y se extiende el hilo de la música

y cómo el mundo se derrama de su oscura inocencia

sobre el latido inmóvil del universo que es el tiempo.

Aquí comienza el vuelo de las aves marinas primordiales.

Un rumor transparente que atraviesa la tierra y la despierta.

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El canto de la tierra

Ritual maya, 1986.

He olvidado de pronto la memoria

y quemé los papeles

del poema perverso:

las bárbaras endechas

de las piernas morenas restregadas

contra el hierro sudado

y el azafrán enfermo.

Ya otros ríos me nombran en las venas

y en mis ojos se asoman dos abuelos

que están plantando olivos y maizales.

Una alondra mestiza sueña y canta

en la trunca pirámide.

Ahí mi corazón sacrificado

ritualiza sus nupcias

con la hermosura en fuga de los pájaros

y las hondas caricias de la muerte.

Y sin embargo soy,

sigo siendo el que escribe este poema.

Y estoy aquí, en la noche,

en la nutricia noche

que surcan las candelas de mi nombre

(Jesucristo embriagado con balché,

Balam que escribe con símbolos latinos

lo que ha soñado en maya).

Y soy en mis hermanos, soy el viento,

soy el agua, los fuegos y la arcilla

que cantan en los bosques patriarcales.

Y aquí espero la señal de los tiempos

para encender al Sur, sacudir las sonajas

y devolver la tierra a la poesía.

Despierten los chilames de mi canto

derrámese mi voz que es sólo sangre,

sangre abierta de luz y pedernales

para decir su ofrenda a las ciudades.

Mérida, te estoy mirando

y se me nubla la voz cuando te miro.

Manos de flamboyanes se levantan

y ante mí doblan sus dedos incendiados.

Se levantan copales, fogatas y campanas,

osamentas de templos, densos humos, luces

extrañas, gritos, metales y sonidos, voces

incomprensibles: el lenguaje que otros pájaros

sembraron en tu vientre, en tus palabras.

Ciudad: vaso lleno de América,

de esta sola esperanza dolida.

Te estoy buscando, ciudad americana,

y te busco y te quiero

entre estas sombras altas;

miro cómo te enciendes

en las sonoras playas

del continente amargo

hasta el fondo de todas

las cosas que me hablan.

Están vivas las cosas

y conmigo te buscan

el obrero y las gentes más sencillas.

Canta el pueblo y dispara.

Estoy con el minero

cuando rompe las piedras que te ocultan;

se levantan los hombres y te encuentro

en la aurora que encienden los fusiles;

suda el hombre la vida

bajo nuevas ciudades que despiertan

sobre ojo y selvas que se apagan;

siento la flor y el canto

golpearme la garganta

y así, herido de sol y de paisajes,

desato en mis palabras los tigres de la sangre

y oigo voces antiguas, digo voces

que vienen de lo oscuro…

¡Ciudades! Alta es la Edad,

hondo está el corazón, el polvo canta.

Oh tierra, ciudad mía, madre mestiza nuestra

con un golpe de soles educando el recuerdo

yo te daré un poema como si te diera un hijo.

Acaso será el día

en que todo se despierte

y todo hable.

Seré entonces poeta,

mis huesos serán verdes:

las torres para el canto

que soñó Pizlimtec.

Podré decir tu nombre y tu linaje,

alumbraré tu rostro, despertará el polvo,

nacerán en la luna los muchachos celestes

y los hombres sabrán porque nacieron.

Yo ya seré mi voz únicamente.

Estaré en Chumayel

y hablaré las escrituras;

Despertará la tierra por el norte

Itzám despertará

y lo dirá la oropéndola

en aquel nuestro idioma

de tiernos universos.

El alba irá pintando las sílabas del viento.

Saldrán todos los ríos de los pozos sagrados.

Y volverá a brotar la Flor de las Auroras.

Y cumplirán su justo destino los poemas.

Mérida, 1964 –Toluca, 1976.

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Crítica Literaria

30 años de poesía reunida de Raúl Cáceres Carenzo

(…) El primer libro que leí de Raúl fue su excelente poemario Para decir la noche, publicado por la UNAM en 1973. Desde su poema "Carta a la hermana", que libra la sensiblería y todo artificio declamatorio, puede encontrarse al poeta que es capaz de viajar, sin puentes falsos, de un lado a otro de lo humano (…)

En la conformación de nuestra circunstancia personal no puede separarse el entorno que nos toca vivir, y esto se manifiesta en la poesía de Raúl. De ahí el sarcasmo, la diatriba justa contra los que pretenden protagonizar nuestras vidas interiores con la desfachatez de la ignorancia y de los equívocos valores del momento, del discursillo moralino dictado desde el crepé y las botas lustradas (…)

Pero este dominio de las formas va más allá de la formación común de un poeta coloquial o cotidiano, es decir, nunca Raúl se separa de la tradición poética de nuestra lengua, reconociendo, así, esta tradición como parte integradora de su propia voz. El conocimiento de las formas tradicionales del verso medido y rimado, lo hace crear sonetos, odas y diferentes estructuras de la poesía hispana; sin embargo, su signo es distinto al convencionalismo de los poetas que no arriesgan, que su gestoría de asombro se reduce a la emoción inmediata y se proclaman apóstoles de "la verdadera poesía", pero más que nada por su incapacidad de trascender el texto poético a la dimensión más infinita que el lector no subestimado pueda y quiera darle. Este poeta, Raúl Cáceres, el nuestro, es aquel que traduce desde las voces universales las preocupaciones auténticas que han sido recogidas por los poetas verdaderos, por los poetas (…)

Javier España.[3]

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[1] La voz ante el Espejo. Reyes Ramírez, Rubén. Instituto de Cultura de Yucatán, México. 1995. P. 141-2.

[2] Op. Cit. La voz ante el Espejo. P. 143-8.