Francisco Sosa

(1848-1925) Biógrafo, periodista y poeta. Nació en Campeche cuando esta entidad pertenecía a Yucatán y falleció en Coyoacán, México. Niño aún residió en Mérida donde estudió latín y filosofía. Desempeñó los cargos de diputado al Congreso de la Unión por el Distrito Federal, presidente del Ayuntamiento de Coyoacán y Senador de la República. Ocupó la Sección Primera de la Secretaría de Fomento durante el gobierno de Porfirio Díaz, lo que le permitió proteger a muchos escritores mexicanos. Sus aficiones periodísticas y literarias las demostró desde joven: a los catorce años de edad publicó su primer poema titulado A la noche, en el periódico La esperanza; a los 18 escribió su Manual de biografía yucateca. Fue fundador de la Revista de Mérida y por sus artículos fue enviado preso a San Juan de Ulúa, Veracruz. Luego colaboraría en periódicos como El Liberal, La vida en México, La Revista Universal, El Domingo y El Renacimiento. Fundó el periódico El Radical. Ensayó el género biográfico: El episcopado mexicano (1877); Biografías de mexicanos distinguidos (1884); Las estatuas de la reforma (1890); Escritores y poetas sudamericanos (1900); Conquistadores antiguos y modernos y En defensa propia. Fue miembro de la Delegación Mexicana de la Lengua, Sociedad de Geografía y Estadística, Academia Mexicana de la Lengua, Real Academia de Historia, Ateneo de Lima y de la Academia de Ciencias y Bellas Artes de El Salvador. Es autor también de un libro de pensamientos: Breves notas tomadas en la escuela de la vida (1910).[1]

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A Leila

Cuando marchite tus galanas flores

el que es de la beldad fiero enemigo,

y en vano pidas protección y abrigo

a los que fueron, Lelia, tus amores;

cuando todos te olviden; cuando llores

en triste soledad, sin un amigo

que de tu pena ruda al ser testigo

anhele disipar tus sinsabores;

entonces ven a mí; conserva el pecho

puro el recuerdo de tu afecto santo,

y olvida tu pasado desvarío.

entonces ven a mí; mi hogar estrecho

contigo partiré, que no lo es tanto

que en él no quepan tu dolor y el mío.[2]

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A una viuda

Ostentabas ayer la negra toca,

de luto el traje y tupido velo,

y no sentir piedad de tanto duelo

era tener el corazón de roca.

Hoy en el baile seductor provoca

al gozo tu mirar; parece un cielo

tu regio traje azul, y amante anhelo

alienta al verte la esperanza loca.

Goce en la tumba de eternal reposo

quien su nombre y amor te diera un día

jurando en el altar ser fiel esposo…

¡Quien en los muertos piensa! La alegría

irradie, Celia, en tu semblante hermoso,

sin llorar por quien tanto te quería…![3]

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La Revista de Mérida

Núm. 64, Mérida, domingo 11 de junio de 1871, pp. 3-4

Variedades

Revista

México, mayo 21 de 1871

Solemne recepción de Ángela Peralta.- El cinco de mayo.- Teatro Principal.- Publicaciones.- Un poco de política.- La ópera.- Emilio Reynoso.- Gran serenata.- Cosas de Juan Diego.- El maestro Melesio Morales.- Justo Sierra.

Verificada la recepción de la célebre artista Ángela Peralta, en los mismos días en que termina mi anterior revista, me toca hoy hablar de este suceso que bien merece la pena ocupar nuestra atención. Ángela Peralta que muy justamente ha llegado a alcanzar una reputación no sólo americana sino europea; el Ruiseñor Mexicano como se le llama hoy en ambos mundos, es el orgullo de nuestra patria. Su canto divino habla al corazón; y en esas inimitables armonías que produce su garganta, parece que el alma pensadora descubre algo más allá de eso que todos oyen y que todos sienten. ¿Será que el canto de nuestro ruiseñor es una querella, un suspiro tierno, un efluvio del alma dolorida de nuestra patria que solloza al contemplar el mísero estado en que sus hijos la tienen? ¿Será una plegaria que se eleva al cielo por la suerte de este infortunado país, o es el canto de Ángela una lágrima vertida sobre la última flor de la esperanza? Como quiera que sea, ella es una verdadera gloria nacional. ¡Ah!, si alguna vez he lamentado no tener conocimientos musicales, es ahora en que quisiera darles a conocer el tesoro de México en Ángela Peralta.

Pero no debo ocuparme aún de la brillantísima ejecución de las óperas en que ha tomado parte; debo darles cuenta en este lugar, de la entusiasta recepción que espontáneamente le hizo la sociedad mexicana.

A pesar de haber caído una fuerte granizada momentos antes y de continuar una llovizna molestosísima, la estación de Buenavista estaba esa tarde literalmente llena de una concurrencia ávida de saludar antes que todos a Ángela Peralta. Las clases todas de la sociedad estaban allí representadas, y era hermosísimo el cuadro que representaba aquel espacioso lugar cubierto con infinitos coches particulares y con un número considerable de jinetes (a quienes no consagraré el galante adjetivo de apuestos). Tan pronto como la voz de la locomotora se hizo oír, llenaron los aires los ecos alegres de una banda situada en la estación, y al bajar la célebre artista del wagon, el pueblo prorrumpió en entusiastas aclamaciones, y así, en medio de una salva de aplausos y alegres vivas, se dirigió al Buffet de l´estation donde recibió mil felicitaciones. Ocupó después la carreta abierta que se le había preparado; pero la multitud se arrojó a desenganchar los hermosos frisones que debían tirarla, y por más esfuerzos que Ángela hizo para impedirlo, fue conducida por aquellos ardientes admiradores de su genio. Bien largo fue el trayecto que desde la estación hasta la habitación de la artista recorrió aquella numerosa comitiva; pintándose en todos los semblantes la satisfacción más grande y más sincera. ¡Qué diferencia de esas demostraciones preparadas con el oro, y que es tan fácil descubrir el influjo de los poderosos! La recepción fue, pues, digna de la notabilidad a quien se hacía, y según la opinión de muchos, ha sido una de las más espontáneas que en México se han verificado. Acompañaba en el coche a Ángela la Sra. su mamá, y el distinguido maestro Melesio Morales.

No puedo menos que consignar la satisfacción que me causó ver al gran compositor frente al dulce Ruiseñor Mexicano. Ellos en el divino arte de la música y el canto, así, como Cordero en el de la pintura, han colocado el nombre mexicano en Europa, a la altura que ambicionan para él los que aman este suelo.

Permítasenos siquiera estas glorias por ese destino cruel que nos ha cabido y que nos hizo nacer en una tierra que tiene entrañas de oro; pero que ha sido regada no tanto con el sudor de sus hijos, sino con sus lágrimas y su sangre...[4]

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Núm. 66, Mérida, viernes 16 de junio de 1871, pp. 3-4

Variedades

Revista

México, mayo 21 de 1871

Solemne recepción de Ángela Peralta.- El cinco de mayo.- Teatro Principal.- Publicaciones.- Un poco de política.- La ópera.- Emilio Reynoso.- Gran serenata.- Cosas de Juan Diego.- El maestro Melesio Morales.- Justo Sierra.

(Continúa)

Entremos al Teatro Nacional. Ante todo les diré que estas líneas son dictadas por el corazón. Desgraciadamente no poseo conocimientos musicales, para hablarles científicamente del espectáculo favorito hoy de la hermosa sultana del Anáhuac. Se anunció de una manera tan pomposa la compañía que, francamente, llegamos a creer que sólo en el cielo podríamos escuchar más gratas voces que en el Nacional. La empresa puso los precios a medida de su deseo, y el teatro se llenó. Ofreció la gran orquesta de los festivales, y nos dio otra que no es ni la misma que siempre ha servido allí. Bajo estas malas impresiones comenzó el abono. El enguantado público del patio recibió fríamente en su primera presentación a Ángela Peralta. ¿Será esta misma, me dije entonces, la que fue recibida en Buenavista con tan frenético entusiasmo? La voz divina del ruiseñor triunfó, y ya al segundo acto del sublime idilio de Bellini que se nombra La Sonámbula, no había uno solo que (no) se sintiese conmovido ante aquel torrente de armonías celestiales. Ángela Peralta en La Sonámbula ha obtenido alguno de sus espléndidos triunfos fuera de su patria.

No puedo resistir el deseo de trasladar aquí lo que el ilustrado redactor de la Iberia, el Sr. D. Anselmo de la Portilla, consignó en su acreditado periódico con respecto a esta primera función

“El teatro estaba lleno el sábado hasta no poder más; nunca se había visto allí más numerosa ni más lucida concurrencia.

“A los admiradores de la Sra. Peralta, que lo son de ella porque lo son del arte, les palpitaba el corazón pensando en lo que sucedería cuando el Ruiseñor Mexicano se presentara en la escena. Esperaban una explosión infinita de entusiasmo artístico y patriótico, y temían que el teatro se viniera abajo con los aplausos frenéticos de la inmensa multitud... Nada, el público la recibió con un saludo cortés, y eso fue todo. Proteo, el cronista musical del Siglo lo dic e bien: “Ángela Peralta fue recibida, no con frialdad, no con indiferencia; fue recibida, lo que es mil veces peor, con cortesía...”

“Ella sin embargo, supo enardecer después los corazones durante la representación, y arrancó aplausos a millares: los ganó bien en buena lid, y con buenas armas. Nadie dirá que los debió a la circunstancia de haber nacido en México.

“La Sra. Peralta no necesitaba ser hoy más que lo que era hace cinco años, para ser una maravilla; y sin embargo, a nosotros nos parece que es hoy más que entonces. Su voz es la misma voz purísima y dulcísima, pero más firme y segura; su garganta es la misma cascada de brillantes, pero más copiosa y espléndida. Esto lo decimos con algún temor de equivocarnos porque no somos inteligentes. Lo que podemos afirmar sin temor alguno, es que ha ganado infinito en sentimiento dramático y en el arte de expresarle. La edad, el estudio, la práctica, el arte, en fin, ha completado en la joven artista la bella obra de la naturaleza.

“Fue estrepitosamente aplaudida y llamada repetidas veces a la escena, y al final del segundo acto las niñas del Conservatorio le presentaron una corona de laurel, leyendo una de ellas con muy sentido acento, unos versos en loor de la eminente artista.

“Dignos compañeros tuvo la Sra. Peralta en la representación.

“El Sr. Verati es un tenor de hermosa presencia, de fisonomía simpática, de voz muy agradable y de bien cultivada inteligencia artística, y arrancó merecidos aplausos en muchos pasajes del interesante papel que desempeñaba. El Sr. Gassier domina la escena con su voz poderosa, con su actitud magnífica y con ese aplomo verdaderamente magistral que sólo corresponde a los grandes artistas avezados a los triunfos escénicos. Desde Marini no había resonado en el Teatro Nacional de México una voz más llena, ni habían visto sus concurrentes una acción más resuelta y gallarda. El Sr. Gassier cautivó al público”.

Hasta aquí el ilustre escritor.

De mí, sé decirles que mi alma estaba conmovida, que jamás había escuchado tan deliciosa voz, tan magníficos acentos, y que si hubiera tenido a mano todas las flores de delicado aroma que encierra ese jardín de la península, que se llama Mérida, las hubiera arrojado a las plantas de la célebre artista a nombre de Yucatán que tanto admira el arte. En cuanto al Sr. Verati, siento decirles que no me agrada tanto y que desearía ver menos su blanca dentadura. Gassier me parece excelente por su voz y por su inimitable maestría como actor. La Pagliari me tiene sin cuidado y no me pesaría su ausencia.

Se nos dio después Macbeth, ópera de Verdi, de gran aparato, y en la que se presentaron Mari y la Visconti. La Visconti tiene una magnífica presencia, y en una actriz consumada. Ejecuta el Macbeth con gran perfección; pero, sin que me ciegue el orgullo nacional, cediendo a las inspiraciones de mi corazón y mi conciencia, les aseguro que no puede establecerse un paralelo entre esta señora y el Ruiseñor Mexicano. Mari me ha agradado mucho, y también a todo el público.

¡Ah!, pero nada hay comparado a Ángela Peralta en Lucía de Lammermoor. Cuanto pudiera decirles, sería pálido; eso es lo supremo, lo infinito, lo inimitable del arte. No es un ser humano sino verdaderamente un ángel el que produce aquellas notas. ¿Y quién habrá que pueda expresar todas las emociones que despierta en el alma la Lucía? Fue tal el entusiasmo, tal la profunda sensación que en mí produjo esta ópera, que allí en el mismo Teatro Nacional compuse esa noche el siguiente soneto para felicitar a la divina cantona.

Lejos de aquí: por donde nace el día

existe un pueblo que entusiasta adora

el arte musical, y ese, señora,

el suelo de mi amor; la patria mía.

Al oír la dulcísima armonía

de tu divina voz encantadora,

en Mérida pensé; por eso ahora

a ti su canto el corazón envía.

A nombre de mi patria idolatrada

te vengo a saludar: modestas flores,

te ofrece nada más mi pensamiento;

mas mira en ellas, con amor grabada,

¡oh envidia de los dulces ruiseñores!

la admiración que al escucharte siento.

Perdonen que con tan pobres versos hubiese saludado a vuestro nombre a ese genio del arte con el cual puede enorgullecerse nuestra patria; perdonad que hubiese yo llevado indignamente vuestra voz. Pero todos felicitaban a Ángela, y me causaba verdadera tristeza no oír mezclado el nombre de Mérida en aquellas felicitaciones.

Después he oído La Traviata, por Ángela también, y cada día descubro nuevos tesoros y encantos en su voz celestial. Temo cansarlos y por eso dejo para otra ocasión volver a ocuparme de la ópera. Esta noche oiré a Tamberlick. Ya les diré mis impresiones.[5]

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Reseñas Bibliográficas

Novelas

El privado

(Jimeno, hombre de confianza del gobernador de Yucatán don Sancho Fernández de Angulo y Sandoval), es una novelilla de intriga amorosa, de galantería y aventura, destinada a subrayar la satrapía de algunos malos gobernantes de la época colonial.

Magdalena

Es una novela romántica de costumbres de la pequeña burguesía mexicana capitalina. Tiene por escenario la ciudad de México y contribuye a recordar cómo era la ciudad allá por los años 1862 y cuales eran los hábitos y prejuicios sociales.[6]

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Crítica Literaria

Francisco Sosa compiló en un volumen parte de su obra juvenil (la prosa, pues los poemas fueron quedando, sin recopilar, en los periódicos en que fueron apareciendo), narraciones que llamó Doce leyendas (Imp. de Ireneo Paz, México, 1877), título inexacto, porque las más son novelas cortas, el volumen contiene: "En el mar", "Magdalena", "Amor y venganza", "El doctor Cupido", "La hoja seca", "El Privado", "Un protector", "Por una madrastra", "Una venganza", "El sueño de la magnetizada", "Luisa" y "Rosalinda". Ocho de esas narraciones habían sido publicadas entre 1871 y 1873. Todas son de una composición harto simple, de estilo bueno y de un agudísimos romanticismo, como el que privaba en México, y aun persistió en provincias, hacia 1870 (…)

Una de las novelitas de Sosa, "El Privado", pone su acción en Mérida y en 1677, pero no es literatura de la que más tarde llamaríamos "colonialista", es, simplemente, el toque arcaizante y naturalmente falso, grato al romanticismo. Otra, "Un protector", acontece en Puebla en 1863, época actual para cuando se escribió, pero cuyo ambiente y acción corresponden, rigurosamente, al sitio y toma de Puebla por las fuerzas francesas de la Intervención, contra los republicanos liberales de González Ortega y Comonfort, a los que pertenece el protagonista; el interés está en que muestra, en época temprana, el gusto de Sosa por utilizar material histórico, que habrá de ser su propia y mejor vena de creación literaria.

Así lo muestran dos grandes obras, acaso las principales entre las muchas que escribió: una es El Episcopado mexicano (Imp. de Hesiquio Iriarte y Santiago Hernández, México, 1877), meritísima recopilación, investigación y publicación de los datos de vidas y obras de la larga serie de los arzobispos de México, libro ilustrado con litografías de los magníficos lápices de los editores, Iriarte y Hernández, que como es bien sabido figuran en el grupo de los grandes litógrafos que México tuvo en el siglo pasado.

El otro importante volumen de Sosa es Biografías de mexicanos distinguidos (Imp. de la Sría. de Fomento, México, 1884), que contiene más de un centenar de breves biografías y semblanzas de personajes notables, donde con muy amplio y buen criterio figuran desde los Padres de la Patria hasta muchos ilustres médicos, ingenieros, militares, eclesiásticos, etc., desde algunos precortesianos, como Nezahualcóyotl, hasta varios de los coetáneos de Sosa; aunque para un buen grupo de estos últimos hizo colección aparte en otro volumen, Los contemporáneos (Imp. de G. A. Esteva, México, 1884).

Poeta romántico, periodista muy joven y hasta su vejez, escritor prolífico; seguramente las más valiosas de sus aportaciones a las letras mexicanas quedaron en el género biográfico, que cultivó tan larga y copiosamente, y también en las monografías históricas, de todo lo cual apenas si se han dado los datos esenciales en estas páginas, que no registran de ningún modo su bibliografía completa.

En red: http://www.centenarios.org.mx/Sosa.htm


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[1] Diccionario de escritores de Yucatán. Peniche Barrera, Roldán y Gaspar Gómez Chacón. Compañía Editorial de la Península, México. (2003)P. 146 y 147.

[2] Antología de poetas de Yucatán. José Esquivel Pren. Filiberto Burgos Jiménez. Nueva Cultura. Tomo III, N° 1. México, 1946. P. 33

[3] Enciclopedia Yucatense. Tomo V. Historia de la poesía, la novela, el humorismo, el costumbrismo, la oratoria, la crítica y el ensayo. José Esquivel Pren. Gobierno de Yucatán. 1977. P- 425-426.

[4] Las Revistas. Francisco Sosa. Compilación e introducción de Faulo. M. Sánchez Novelo. Ed. por Instituto de Cultura de Yucatán, México, 2010. P. 97.99

[5] Op. Cit. Las revistas. P.111 a 115.

[6] Op. Cit. Historia de la Literatura de Yucatán. José Esquivel Pren. Tomo VIII. Ediciones de la Universidad de Yucatán. México, 1975. P.267