José Antonio Cisneros

(1826-1880). Poeta, dramaturgo y político. Nació y falleció en Mérida. Estudió en el Seminario y luego cursó la carrera de leyes. Impartió las materias de Jurisprudencia, Cánones y Economía Política; dentro de los asuntos públicos tuvo a su cargo diversas responsabilidades. Por su militancia en las filas liberales fue objeto de persecución y privado de la libertad en dos ocasiones, además de ser obligado al exilio. Se desempeñó como Diputado Federal y como Magistrado del Tribunal Superior de Justicia.

Formó parte de la redacción de diversos periódicos políticos y literarios. Se inició como escritor publicando poesía en el Registro Yucateco. Su poesía lírica se caracteriza por reflejar la belleza y el sentimiento. De sus inicios sobresale el poema “Desgraciada noche”. Sus últimas poesías las publicó con el título “Quimeras” y son de corte filosófico.

Está considerado como el yucateco que se dedicó a la literatura dramática. En sus últimas producciones para el teatro introdujo innovaciones e hizo algunas supresiones que, en su momento, le fueron criticadas. En alguno de sus dramas se muestra satírico y mordaz, en tanto sus comedias se aproximan a cuadros costumbristas. Como dramaturgo escribió: “Diego el Mulato”, “Del vicio al crimen” y “La mano de Dios”. De sus comedias sobresalen: “Cuatro con dos camas”, “La muestra del paño”, “A Chan Santa Cruz”, “Matar al gato” y la zarzuela “Por huir del fuego”. [1]

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Quimeras

Veracruz, 1855. Publicada en La Guirnalda, periódico literario, Mérida, 1861.

-Hija, la ilusión te engaña

y duéleme, por mi vida,

ver tu juventud florida

próxima a desfallecer.

-Madre, no sé lo que dices:

¿pues no es el amor dichoso?

¡Lo han pintado tan hermoso

ideal de la mujer!

-Ay, niña, tú no comprendes

que es una frágil mentira

ese amor con que delira

tu juvenil corazón.

Es el interés su centro…

Nace y si rápida crece,

rápida se desvanece

esa fugaz ilusión.

-¿Y no hay un amor profundo,

inmenso, sublime, santo,

cuya risa y cuyo llanto

santifique nuestro ser?

-¡Ese es el amor de madre!

¡Soy feliz hasta al decirlo!

-¡Ay, madre, y para sentirlo

decid ¿qué tengo qué hacer?

(…)

La madre inclinó la frente,

y comprendió que Dios manda

que nunca se llegue al término,

sino andando las jornadas;

que eso que llama quimeras

la fría razón humana,

son frágiles realidades

de otras realidades causa[2].

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Tan joven y tan constante

en faena tan servil?

y ven conmigo a vivir.

Iremos a extrañas tierras

a gozar placeres mil,

allá donde las hermosas

en voluptuoso festín

en cada sonrisa brindan

deleite, amor, frenesí.

El hombre entregarse debe

en nuestra edad juvenil,

a los deleites sabrosos

que el mundo ofrece feliz;

deja tu arbustillo y vamos

a gozar el porvenir,

que lo demás es quimera

imperdonable por ruin.

-¡Ay, joven! Toda mi dicha

desde que la concebí,

cifrada está en mis arbustos

con adoración febril.

Por eso todos los días

vengo a regalarlos aquí,

por eso guardo sus tallos

de algún dañoso reptil,

por eso en ellos consumo

cuando yo puedo adquirir,

y cuando el agua me falta

para regarlos así…

limosna de agua he perdido

por no dejarnos morir!

Que al calor de mi cariño

creciendo van ante mí

estos arbolillos tiernos,

frutos de mi amor feliz.

Anda a gozar de ese mundo:

deleite, amor, frenesí,

y déjame aquí tranquilo

en mi faena servil.

(….)

Lánzose el joven

tras ese mundo,

buscando intrépido

goces y amor.

A extrañas tierras

corrió animoso,

gastando pródigo

su inquieto ardor.

(…)

Así corrieron los años

con tirana rapidez,

buscando el otro el placer.

El que partió aventurero,

al sentir que la vejez

ya sus cabellos blanqueaba

sobre su arrugada sien,

volvió abatido a su pueblo,

esperando hallar en él

la dicha que buscó en vano

con hidrópica avidez.

Al pasar frente de un huerto

detúvose sin querer:

tendió en el huerto la vista,

(…)

y miró bajo unos árboles

de frondosa robustez

a un hombre que hallaba sombra

bajo si verde dosel.

Vió en sus labios la sonrisa

de dulcísimo placer,

(…)

vió que en los troncos hallaba

frutos y sombras y sostén:

y sin contener su envidia

exclamó con candidez:

“voy a sembrar ya mis árboles

Para que sombra me den”.

¡Ay, amigo! Respóndele el anciano

que en la sombra gozaba de su bien:

es tarde ya para sembrar tus árboles,

y aunque brotaran ¿los verías crecer?

Tú llamaste mis árboles quimera,

Mi faena miraste con desdén;

ya ves que mis quimeras me dan sombra;

-¡Bendígate el Señor que así en tus hijos

santa sombra concede a tu vejez…!

(…)

¡Desdichado de aquel que siendo aún joven

no cultiva sus árboles con fe!

que si es quimera tan servil faena,

esa quimera la ventura es.

Un recuerdo dejad en vuestros vástagos

de santa luz, de rígida honradez,

para que Dios bendiga en vuestros nietos

vuestra edad, vuestra patria y vuestra ley![3]

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-¿Qué es ayer? -¿Ayer, preguntas?

Ayer es una entidad

que sólo ha llegado a serlo

porque es recuerdo no más.

-¡Y qué es hoy? –Es una sombra

que mañana pasará

con otras sombras confusas

otra verdad a formar.

-¿Y mañana qué es? –La nada

Que según se acerca va

tomando cuerpo de sombra

para elevarse a verdad.

-¿Quiere decir que la vida

del miserable mortal

sólo se agita en la sombra

en perdurable ansiedad,

siempre esperando la nada,

siempre en la sombra fugaz,

para saber que mañana

existirá otra verdad?

-¡Verdad!

-¿La verdad es un recuerdo?

-Casi un recuerdo y no más.

-¿Lo presente y lo futuro

no son, pues, una verdad?

-¡Verdad!”.[4]

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El día de difuntos

“¡Silencio y meditad! Día es de luto:

La voz de los que fueron escucharemos,

y a su memoria en funeral tributo

lágrimas tiernas de dolor lloremos.

¡Silencio y meditad! Hora es de llanto:

las sombras de los muertos evoquemos,

y en sus pálidas formas con espanto

nuestra nada y miseria contemplemos.

¡Mirad! Un cráneo abandonado en tierra,

hollado siempre por la planta humana:

en vez del cieno que su centro encierra

brotó la inteligencia soberana”

(…)

¿Qué ve, sin luz, vuestra procaz mirada,

fija y perenne en invisibles puntos?

¿Sorprende acaso la insondable nada

la mirada tenaz de los difuntos? [5]

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Crítica Literaria

“La vida de Cisneros, dice, ligada casi desde su niñez al período más agitado de la vida política de Yucatán, es la encarnación noble y altiva de las aspiraciones de aquel pueblo dotado de tan admirables cualidades para labrarse la prosperidad por el trabajo y que ha sabido a fuerza de labor y de fe, sobreponerse a la adversidad y a la desdicha.

Empezó, como estudiante aún, a darse a conocer por un drama lleno de calor, tomado de una leyenda de piratas escrita por mi padre, y sus versos palpitantes de entusiasmo y de sentimiento, en la muerte de Luis Aznar, atrajeron sobre él todas las miradas. A poco, dejó la pluma, y su gran corazón, y su amor por la patria, le llevaron a las filas de los batallones heroicos que han dejado oscura pero sublime la historia en la sangrienta reconquista del suelo de la península de que estaban enseñoreados los salvajes.

Al salir de aquella lucha, a propósito para templar los corazones y reconfortar las almas en amor viril, aunque triste y casi desesperado, de aquella patria trocada en campo santo, y que era preciso regenerar paciente y laboriosamente, Cisneros buscó en las ideas liberales el secreto de esa regeneración.

Entra entonces su vida en una fase agitadísima de inquietudes constantes y de intensos sufrimientos, que no cesaron sino a medias cuando pasada la lucha con el imperio, las olas depositaron en las playas de la República restaurada aquel resto del gran naufragio político. En este camino de amarguras había perdido amigos, salud; había perdido sobre todo, al ángel que cuidaba de su hogar, santa mujer cuya figura doliente y dulce conservo grabada entre los recuerdos más suaves de mi primera edad.

Mientas así vivía y sufría, Cisneros sabía mantener vivo el culto por lo bello entre la juventud yucateca. En su derredor, como un tiempo alrededor de los Calero Quintana y de los Sierra, se había formado un grupo de entusiastas por la poesía, el arte, la ciencia y Cisneros, filósofo, jurisconsulto, poeta, y sobre todo amigo apasionado de las ideas progresistas tenía para todos una palabra de estímulo y de afecto. Durante las pocas horas de calma que le dejaban sus males físicos implacables, sus estudios o preocupaciones políticas, hondas y vivaces como nunca, Cisneros trazaba algunas lecciones de moral elevadísima en forma de dramas, acogidos con verdadero amor por la juventud y en los que la severidad y la nobleza de la enseñanza, dañan un poco quizá el mérito dramático, bajo el punto de vista del arte puro.

Eso es lo que era Cisneros en el fondo, un moralista. Al través de la literatura, de la política, la ciencia, lo que ese hombre perseguía, era la verdad. Declaró la guerra a muerte a todo lo que creía mentira, preocupación hipócrita, vicio, y como él no sabía hacer nada a medias, su palabra armada con todas las flechas del sarcasmo y de la ira, iba cruel e impasible causando heridas dolorosas y exponiendo sin cesar a la venganza y al ultraje al que la lanzaba. Jamás se arredró por eso, jamás hemos visto palabra más acertada puesta al servicio de un corazón valiente y más accesible a la indignación, ni inteligencia más abierta, subyugada más francamente a los impulsos del corazón.

Era un espíritu que minaba sin cesar a un cuerpo endeble y que acababa con la vitalidad física puesta en proporción inversa con la vitalidad intelectual. ¡Qué luchador, Dios mío! Yo seguía desde aquí con miedo y curiosidad vivísima aquella batalla que se había concentrado en los últimos años en el campo religioso. Libre pensador y espiritualista profundamente convencido, Cisneros educado en la escuela filosófica del siglo pasado, modificada por el liberalismo ardiente de los filósofos de gran generación de los Guizot y de los Cousin, se había trazado una labor ingrata y dura sobre todo en Yucatán, donde un clero bueno, humilde y pobre, no da margen a acusaciones personales que siempre han sido un arma tan terrible en manos de los enemigos del catolicismo.

Él creía cumplir así con un deber y cuando la conciencia marcaba una línea de conducta a aquel guerrero de las ideas, nada ni nadie era capaz de desviarlo a ella”

Justo Sierra[6]

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Reseña Bibliográfica

Diego el Mulato

Este primer autor yucateco a quien se refiere el periodista de la época fue don Antonio Cisneros, por su obra “Diego el Mulato” que estrenó en el teatro San Carlos la compañía de don Manuel Argente. Este drama maneja y está basado en la novela “El filibustero” de don Justo Sierra O’Reilly (1814-1861), y que es el mismo tema que le sirviera en 1864 a don Eligio Ancona (1835-1893) para su novela del mismo nombre: “El filibustero”.

Es obvio que el señor Cisneros, no es el primer dramaturgo yucateco, pero sí el primero que estrena profesionalmente en un teatro. Con esto me refiero a que fue estrenado por una Compañía de Teatro formada por actores profesionales, que en este caso fue la Compañía de Dn. Manuel Argente.

De José Antonio Cisneros un siglo después escribió Armando de Maria y Campos: “En el lejano Yucatán” José Antonio Cisneros condenaba el empleo del monólogo y del ‘aparte’ por opuestos a la verdad, y no se limitaba a proclamar la teoría, sino que la expuso ejemplarmente por la misma obra, en sus dramas “Mercedes” y “Del vicio al crimen” (1861) y “La mano de Dios” (1862), demostrando brillantemente su tesis.

El hecho no pasó desapercibido a la crítica, y hubo polémica, que Altamirano resumió con mucha sencillez diciendo: ‘Bien visto, todo no viene a cifrarse sino en estos tres conceptos: el ingenio del autor, el talento del intérprete y la cultura del medio, es decir, del público’. Cuarenta años después Ibsen vino a sustentar la misma tesis del mexicano.”[7]

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[1] Diccionario de escritores de Yucatán. Roldán Peniche Barrera. Gaspar Gómez Chacón. . Ed. por Instituto de Cultura de Yucatán junto a la Cámara de Diputados, LVIII Legislatura. 2003. P. 52.

[2] Extraído de Historia de la Literatura de Yucatán. Tomo I. Ed. de la Universidad de Yucatán, México, 1975. P.186 - 7.

[3] Antología de poetas de Yucatán. José Esquivel Pren. Filiberto Burgos Jiménez. Ed. Nueva Cultura, Tomo III, N° 1. México, 1946. P. 27, 28, 29, 30.

[4] Extracto. Enciclopedia Yucatense. Tomo V. Historia de la poesía, la novela, el humorismo, el costumbrismo, la oratoria, la crítica y el ensayo. José Esquivel Pren. Gobierno de Yucatán. 1977. P. 392

[5] Op. Cit. Esquivel Pren. P391- 92

[6] Op. Cit. Historia de la Literatura de Yucatán. P.165-6 -7.

[7] Muñoz Castillo, Fernando (2008-2009). La dramaturgia yucateca del siglo XIX (II) en Tramoya, Cuaderno de teatro, Tercera época, oct. /dic. 2009, núm. 101.Universidad Veracruzana, P. 15.