Esquivel Pren, José

(1897-1982) Abogado, poeta e historiador de la literatura de Yucatán. Nació en Mérida y falleció en la Ciudad de México. Se graduó en la Escuela Libre de Derecho de la capital de la República. Luego regresó a su ciudad natal donde permaneció hasta 1926. En 1923 integró en Mérida el Grupo Literario Esfinge en el que figuraban los poetas Filiberto Burgos Jiménez, Alberto Bolio Ávila, José Salomón Osorio y Ricardo López Méndez, todos guiados por el maestro Luis Rosado Vega. En México desempeñó diversos cargos públicos, casi siempre dentro de la judicatura. Perteneció a varias sociedades científicas y literarias entre ellas la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, Ateneo Iberoamericano de Argentina y la Liga de Acción Social de Mérida. Es autor de Simpliciter (1922), La vida en los ojos (1925), Entre el mar y la montaña (1928), Poemas de sol y selva, sombra y montaña (1948), Campeche es mi Sevilla (1946); las novelas El violín de Liliencrona (1947) y Una mancha en América. Dejó obra inédita entre poemas, cuentos, leyendas, crónicas y ensayos. De 1975 a 1982 escribió la monumental Historia de la literatura en Yucatán (18 tomos), obra auspiciada por la Universidad de Yucatán. Colaboró con la Enciclopedia Yucatanense (Tomo V). Como cantilenista siete de sus poemas fueron musicalizados por Ricardo Palmerín, entre ellos los bambucos: Las dos rosas y Que entierren mi cuerpo. También es autor de las canciones: La ofrenda, Milagro de amor y Mírame sin miedo y de la danza Cuando ya no me quieras. En 1960 recibió la Medalla Eligio Ancona y el doctorado Honoris Causa de la Universidad de Yucatán. El Ayuntamiento de Mérida le otorgó la Medalla Guty Cárdenas (1976) y la Academia Nacional de Historia y Geografía las Palmas Académicas[1].

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Selección de La Voz ante el Espejo[2].

Nueva rama

Porque vino la paz después del drama

silencioso que fluye en la neblina

del olvido, se me abre un panorama

que por nuevo y extraño me fascina

¡Qué excelsitud de cumbre le domina!

¡Qué voz la que del hondo azul me llama

y en cambio de un sol triste que declina

me da otro sol de oro que se inflama!

Si una flor se me muere, otra germina.

Si una rama se troncha, hay otra rama

que en un retoño verde se avecina.

Y en medio del cantar del panorama,

no soy yo: es el camino el que camina

con el mensaje de la nueva rama…

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Carta a Mérida

Poemas de sol y selva, sombra y montaña, 1947.

Emérita mía:

Yo que ya no escribo

cartas a la novia, por ti lo hago empero;

me froto las manos, la pluma apercibo

y, febricitante, destapo el tintero.

A todo el que viene de ti, pasajero,

por tu impar belleza siempre le pregunto.

Hace muchos años de mi ausencia; pero

no pienses por ellos que te olvide un punto.

¿Olvidarte?, ¡Nunca! Mi carne te lleva

tatuada con fuego de amor. Tal circula

tu sangre en mi sangre, que ya te hagan nueva,

ya sigas la misma, te quiero por chula.

(Nota esta “chula” con que aconsonanto

no es fabla española ni argot madrileño,

que yo en mexicano te escribo y te canto,

como en yucateco te evoco y te sueño).

Es verdad, te sueño. Cree en mis palabras.

Te pienso como eras. Ignoro cómo eres.

Dime: ¿todavía las nodrizas cabras

van, amamantando tus amaneceres?

Te tengo en los ojos tan retrospectiva

y tus modernismos me son tan extraños,

que me punza el ansia de que todo viva

otra vez la vida de mis quince años:

cuando el estudiante de Preparatoria

soñador, romántico, mal vestido, intonso,

cobró sus primeros laureles de gloria

en las viejas aulas de San Ildefonso;

cuando era un deleite mirar el desfile

de las colegialas rumbo al Teresiano,

y, como un tesoro, llevar en la mano

las ciruelas verdes con su sal y chile.

Exprimir las fiestas de los almanaques;

del Señor de las Ampollas hacerse devoto,

y entre los disparos de los triquitraques

ser uno de tantos en el alboroto.

Irse al barrio de la Penitenciaría

con la caravana de ágiles jinetes

y allí, a puño limpio, jugar “dzop-sandía”

bajo el arcoíris de los gallardetes.

Y luego, en la “fiesta de Santiago”, un día,

comprar cacahuates, ítem cucuruchos

de olorosos náncenes, jugar lotería,

galantear muchachas y comer panuchos.

A lo de Blas Díaz, después del barullo

de los “caballitos”, ir de seis a siete

y, sudando a chorros, tomar un sorbete

de melón, guanábana, coco o saramuyo.

Y desde el crepúsculo al toque de queda

ver todas las noches, hasta que Dios mande,

caminar la sombra de Sales Cepeda

bajo los laureles de la Plaza Grande.

Añorar un poco tu sentido bufo

con el humorismo de que hiciste gala

en la extravagancia del bombín de Rufo

y las letanías de Goyo Zavala;

en la tabernaria figura que explica

por que su indumento no es una librea,

cuando por tus viejas calles versifica

el jaquet simbólico del vate Correa.

Próximos los idus de marzo, en la farra

de tus carnavales olvidar el lecho

y reír las bromas de Felipe Ibarra

y las travesuras épicas de Huecho.

Esa fuiste enantes y más que no digo,

porque sus recuerdos me producen daños,

esa eres ahora, la que está conmigo

reavivando escenas de mis quince años.

Y no tengo miedo de que ya no seas

la que muy adentro guardo todavía.

Quiero ver las calles donde te paseas,

blanca en el sol. Mándame tu fotografía.

que te muestre toda, como el panorama

raro de un exótico jardín de veletas.

Agur, novia Mérida.

El poeta te ama

y yo sé que te aman todos los poetas…

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La costa

La costa larga y curva, de ir tan lejos se cansa;

llenas de luna agitan las palmeras sus flecos,

recortando la oscura silueta en lontananza,

de un paisaje morisco y torvo de Marruecos.

Quién sabe qué cabaña cobija en sus huecos;

no sé qué pescadores acunan su esperanza

en el velludo bronce de sus semblantes secos,

mientras, cabe la choza, gruñendo, el mar se amansa…

Parece que, de pronto, la cabaña se alumbra

y va a soltar el trapo, de color de penumbra,

la barca danzarina con ganas de pescar;

quizá una red en el aire flamea;

tal vez la vieja barca su sueño cabecea,

y se destroza el cuerpo de la luna en el mar….

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Puertas cerradas

Historia de la literatura en Yucatán, Tomo XII, 1975.

La nube es todo el cielo. Ocre llovizna vierte

sobre el páramo indócil que en soledad espera

la tinta de la noche. Así ha de ser la muerte:

oscuridad por dentro y oscuridad por fuera.

Mi desamparo abúlico se mueve en la llanura,

cuya tierra quemara desolación de fuego.

Aquí hubo antes un árbol que era mío. ¡Oh alma impura

de quien incendia un campo del que no fue labriego!

Y retorno los pasos adonde haya una casa,

un amor, una lumbre, una luz en los gonces

de los postigos frágiles, una sombra que pasa,

un perro de ojos húmedos. Subo el umbral, y entonces…

Desesperadamente, con mis manos de angustia,

llamo donde el silencio penetra a puñaladas;

y mi dolor se dobla, como una rama mustia,

y se cuelga a los clavos de las puertas cerradas.

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La noche pecadora

Hay una heladez blanca de luna

y una

soledad de calle aldeana.

No sé detrás de qué ventana

lejana

se aduna

a la tragedia hosca de la luna

un lento lloriquear de hawaiana…

Ebrias, hilarantes,

son las carcajadas como chorros de instantes

en la calma hierática

que se adormila extática

junto a la podrida luz del cabaret;

y la luna –que es como una idea

que ha tenido el espacio- se metamorfosea

en una metempsicosis de Alfredo de Musset.

Dentro de un automóvil que pasa, esconde

su encogida

silueta

una fácil griseta

que va –como la Vida-

quién sabe adónde

y quién sabe por qué…

Aun el automóvil que tose gasolina

parece que responde:

“la llevé de una esquina a otra esquina

y… no sé”.

Así es la noche. La eternamente viuda

ha entrado tarde a casa; ha encendido la luz

después de pecar mucho…

Y se desnuda

y hace la señal de la Cruz.

(La vida en los ojos, 1925)


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Le tuvieron por loco

Para el “vate Santa Cruz”

Le tuvieron por loco,

porque con su ridícula figura tabernaria

neurosa de hablar mucho, flaca de comer poco,

tosca y patibularia,

despreció a la ordinaria

gente gorda y vulgar de este siglo barroco,

que burló su protúbera cabeza visionaria

y le tuvo por loco…

Del un brazo dolor, del otro la miseria,

paseó su infinita y anémica laceria

sin el amor que alienta, mas con la fe que alivia,

y entre el sarcasmo inútil de la carnavalesca

farsa del Hospital, su figura grotesca

sólo dejó una huella en la sábana tibia.

(La vida en los ojos, 1925)


[1] Diccionario de escritores de Yucatán. Peniche Barrera, Roldán y Gaspar Gómez Chacón. Compañía Editorial de la Península, México. 2003. P. 66.

[2] La voz ante el Espejo. Reyes Ramírez, Rubén. Instituto de Cultura de Yucatán, México. 1995. P. 271-275.