Mariano Trujillo

(1807-1853). Poeta. Nació y murió en Mérida. Fue colaborador del “Registro Yucateco”, en el que firmaba con sus iniciales M.T o como Mariano Trugillo. Es autor del primer libro en versos publicado en Yucatán, que salió a la luz en Mérida en 1872: Colección de poesías inéditas del género erótico. En 1835 publicó su segundo libro de versos. Ambos volúmenes, así como una antología, con composiciones de los jóvenes poetas regionales de la época, son obras muy raras y de contados ejemplares disponibles. Escribió también el primer sainete en verso representado en Mérida: “Concurso de enamorados o la Mujer Veleta”. [1]

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El marinero

Mi nave no zozobra:

aunque deshecha tempestad la agita

nueva esperanza de salvarse cobra;

y si el genio del mal la precipita

a sumergirse en el profundo seno

de huracanes soberbios combatida,

ni la lluvia fatal, ni horrible al trueno

inmuta mi semblante,

siempre firme, constante

en el riesgo mayor estoy sereno,

cuando el diestro piloto

todo su ingenio y su poder emplea,

por más que gima embravecido el Noto,

por más que brame el ábrego inclemente,

y aunque el mar borrascoso

sacuda sus cimientos de repente,

contra viento y marea

llega feliz al puerto que desea.[2]

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Quintillas

Aquello que cuesta más

tiene mérito mayor;

y pues tan ingrata estás

y yo sufriendo el rigor,

¡cuánto para mí valdrás!

Si fácilmente admitieras

mi amorosa voluntad,

si liviana me quisieras,

con esa facilidad

¡qué poco precio tuvieras!

Tienen tan grande atractivo

tu desdén, tu menosprecio,

que son un nuevo incentivo,

pues si me haces un desprecio

me abrazo en amor más vivo.

Si se logra la esperanza

de conseguir algún día

la dicha que no se alcanza

a pesar de la porfía

es del goce semejanza.

No tiene tanto placer

el infeliz prisionero

que libre se llega a ver,

como yo que sólo espero

que me has de corresponder.[3]

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Mi ambición

No mi codicia mueve la riqueza

que abre anchurosa puerta a los placeres

y del fango, del vicio y la bajeza

levanta al solio corrompidos seres;

ni deseo la espada del valiente

en sangre de mil héroes empapada,

ni envidiaré jamás mirar al frente

de inmarcesibles lauros coronada.

Más sublime ambición, mayor deseo

inflama sin cesar el pecho mío

y el fuego enciende en que abrasar me veo

sujetando a su imperio mi albedrío.

Renuncio los honores, las victorias,

la riqueza, el poder; cuanto lograra

elevarme a la cumbre de las glorias

henchido de placer lo despreciara.

Hasta el cetro del mundo dejaría,

la paz y la fortuna más completa,

con tal que Yucatán me diese un día

el siempre dulce nombre de poeta. [4]

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Zelos

¡Ay! Cuántas penas mi angustiado pecho

sufre callando desde el triste día

que de mis brazos te arrancó la suerte

bárbara, inicua.

Mas no es la suerte, no. De mi tormento,

de este tormento, sí, que me aniquila

el fiero origen, si saberlo quieres,

eres tú misma.

Tú que inhumana a mi rival dichoso

tantos favores, tanto amor prodigas,

y en este pecho que te adora infundes

rabia y envidia.

¡Qué diferencia! Venturoso un tiempo

yo disfrutaba de placer y dichas

que ya volaron para mí, cual vuelan

rápidos días.

¿Y qué consuelo queda al desgraciado

que en esta triste situación se mira?

sólo la muerte… Pues de ti la espero,

pérfida amiga.[5]

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Concurso de enamorados o la Mujer Veleta

Acto único

Mariano Trujillo

INTERLOCUTORES:

DOÑA ISABEL

LEONOR, criada.

SERAPIO, viejo.

CÁNDIDO

UN ABOGADO

RUDESINDO, criado.

ESCENA 1

Isabel y Leonor.

LEONOR: No tardarán en venir

Las visitas, y es preciso

Que concluyamos, Señora.

ISABEL: Aquí un gancho necesito,

Levanta más este bucle,

Componme bien este rizo.

LEONOR: Señora, vamos a prisa

Que la noche se ha metido.

ISABEL: Pues emparéjame pronto

Esta capa de polvillo,

Porque no quiero salir

Como muchas hemos visto

Que vuelven carnestolendas

El paseo más lucido

Y bien ¿qué tal le parezco?

LEONOR: Y usted retrato vivo

De la madre del amor.

Sus gracias, sus atractivos,

Y, sobre todo, el encanto

De su trato persuasivo

Son las penetrantes armas

Que los pechos han herido.

ISABEL: No con lisonja, Leonor,

Me elogies en excesivo

Grado. Soy una mujer

Sin más arte ni principios,

Que una experiencia segura

De lo que son los malditos

Hombres. Procuran afables

De su afecto persuadirnos:

Aparentan tierno amor:

Fingen ardientes suspiros:

Lloran cuando es necesario;

Y todo hacen tan al vivo,

Que tal, tal parece cierto.

Aun sabiendo que es fingido

Prometen por alcanzar,

Y después de conseguidos

Sus deseos, no se acuerdan

De cumplir con lo ofrecido.

Este sistema fatal

Adoptaron los indignos

Para que falsos pudieran

Burlarnos y seducirnos.

Pero qué chasco se dan

Si piensan hacer conmigo

Otro tanto, pues yo sé

Como evidente principio,

Ser el engaño y el hombre

Inseparables amigos.

LEONOR: Ha dicho usted, señorita,

Un evangelio divino.

¡Cuántas pueden atestarlo

Con hechos muy positivos!

ISABEL: Por esta razón fundada

De todos ellos me río

Y un amor les manifiesto

Que con mi interés concilio;

Sin que pienses que es maldad

Ni menos vano capricho,

Porque tú sabes muy bien

Que los hombres son indignos

De que se les trate siempre

Con verdadero cariño.

Los desdenes y rigores

Conozco que son precisos,

Y que con ellos se logra

Ver a los hombres rendidos,

Pues amados se envanecen

Y quieren tener dominio;

Pero estando despreciados,

Entonces se muestran finos:

Mas yo no quiero seguir

Sino mi sistema antiguo

De divertirme con ellos:

Herir con los mismos filos,

Y pues que burlarnos tratan,

Burlemos sus artificios.

¿Piensas que de buena fe

Quiero a Serapio? Maldito

Si le tengo esto de amor:

Lo consiento por ser rico,

Porque me da cuanto tiene,

Y porque el pobre es sufrido.

ESCENA 2

Dichas y Cándido

CÁNDIDO: Con un amor sin tamaño,

Señorita, me repito

Apasionado de usted.

ISABEL: Don Cándido, yo le estimo

Esa bondad con que anhela

Emplearse en mi servicio.

CÁNDIDO: Un asunto de importancia

Quisiera tratar…

ISABEL: Decidlo.

Para Leonor no hay secreto,

Que yo de ella me confío.

CÁNDIDO: Hablemos claro, madama,

Ya usted habrá conocido

Por mis pasos, mis acciones,

Mis ojeadas y suspiros,

Que arde en mi pecho la llama

De amor más expresivo.

Es de público y notorio

Que yo la adoro rendido,

Y que usted sola domina

Mi corazón. Si consigo

El imponderable bien

De verme correspondido,

Le ruego que me lo diga

En este momento mismo.

ISABEL: Yo no sé qué responderle,

Estoy confusa… vacilo…

Un lenguaje tan extraño

Para mis castos oídos…

CÁNDIDO: Ciertamente.

ISABEL: Pues te pido

Que con atención me escuches.

CÁNDIDO: Abre tus labios divinos.

ISABEL: En vísperas de casarse

¿Sabes tú lo que yo he visto?

Que el novio obsequia a la novia

Con lo más costoso y rico.

Por ejemplo, un aderezo

De esmeraldas; diez anillos,

Uno para cada dedo,

De diamantes escogidos;

Un traje de todo gusto,

Y otras cosas…

CÁNDIDO: Te suplico

Me perdones esta falta,

Que voluntaria no ha sido.

Voy a traer cuantas cosas

De las bodas son el signo.

A correr las diligencias

Voy volando dueño mío,

Voy a buscar… ya me parece

Que oigo al cura: “Señor mío

¿Recibe usted por esposa?”

Si señor, sí la recibo.

Que yo no estoy en mi juicio.

ESCENA 3

Dichas, menos Cándido.

ISABEL: Pobre tonto, te clavaste.

¿Yo amarte? ¡Qué desatino!

Lo que yo deseo es tener

Un rato muy divertido

A tus costillas.

LEONOR: Serapio

Llega.

ISABEL: Mudemos de estilo.

ESCENA 4

Dichas, y Serapio.

Queda recostada Isabel en una silla fingiendo estar llorosa y pensativa: sale Serapio; se suspende, y la observa.

LEONOR: Señora, ese tierno llanto

No le merece el indigno

Por quien usted le derrama.

Don Serapio ha procedido

Muy infame con usted.

ISABEL: Yo debiera maldecirlo.

Por ser el autor Tirano

De mis penas y martirios.

SERAPIO: ¿Qué tienes, Isabelita,

Que con semblante afligido

Me recibes?

ISABEL: Nada, nada.

SERAPIO: Perderé sin duda el juicio,

Por verte triste.

LEONOR: Si usted

Es un ingrato, un maligno,

Que a la pobre de mi ama…

SERAPIO: ¿Pues yo le he dado motivo?

LEONOR: Hacerse, hacerse del tonto,

Éste es el moderno estilo.

SERAPIO: Isabelita, ¡es posible!

Humildemente te pido

Me digas cuál es la causa

De tu llanto y tus suspiros.

ISABEL: ¡La causa! ¡Ah vil traidor!

Que no me amas, que es fingido

Tu afecto, y que me alucinas

Con engaños y artificios.

Desgraciada la mujer

¡Que a los hombres ha creído!

SERAPIO: Por Dios, dime, Isabelita,

En qué te he dado motivo…

Éste será algún enredo

Que contra mí te han metido,

Pues no faltan envidiosos…

Sin embrago di, bien mío,

Qué satisfacciones quieres,

Qué pruebas, que yo sumiso (híncase)

Te las daré.

ISABEL: Yo ninguna

Me basta saber que he sido

Tan necia, que presumí

Que usted me amaba.

SERAPIO: ¡Qué has dicho!

Perdóname, Isabelita,

Pues dices que te he ofendido.

¿No me miras? Vuelve a mí

Esos tus ojos tan lindos;

Vuélvemelos por vida tuya,

Mírame, sí.

ISABEL: Ya te miro

Y te escucho, di qué quieres.

SERAPIO: ¿Hacemos las paces? Dilo.

ISABEL: Las hacemos; mas te advierto

[(lo abraza)

Que en dándome otro motivo,

Se acabará para siempre

Mi amor tan puro, tan fino.

SERAPIO: No te volveré a ofender:

Conozco que soy indigno

De que me quieras. Me voy

A un asunto muy preciso,

Con el placer de que estás

Desenojada.

ESCENA 5

Dichas, menos Serapio.

ISABEL: ¡Dios mío!

Ja, ja, ja, ¡qué bononazo

Es el hombre! ¡Qué sencillo!

¡Pobre tonto! ¡Cuántos hay

¡Que en igual caso se han visto!

LEONOR: Señora, pasmada quedo

Del encanto y el prodigio

Con que a todos los emboba

Y los rinde a su albedrío.

ISABEL: Mira, Leonor, las mujeres

Tenemos tanto dominio,

Que con muy poco trabajo

Al más pintado rendimos:

El arma de más poder

Es sin duda el artificio:

La dama que la maneja

Diestramente, ha conseguido

Más que todos los guerreros

Sobre los hombres mil triunfos.

ESCENA 6

Rudesindo y dichas.

RUDESINDO: Señora, aquel abogado

Galán, petimetre, rico,

Que vio a usted el otro día,

Con todo empeño me ha dicho

Ponga esta carta en sus manos.

ISABEL: Veamos su contenido.

“(Lee)- Señora Doña Isabel,

La más linda de este siglo,

No sé como deba dar

A mi narración principio.

Si con elevadas frases

Mis intenciones le explico,

Dirá que soy petulante,

En lo cual no habrá mentido:

Si el sentimiento del alma

Con dulces versos le pinto,

Juzgará, con fundamento,

Que tengo perdido el juicio;

En fin, si con humildad

Lo que pretendo le digo,

Será mucha humillación

Usar de tan bajo estilo.

Conciliemos estos extremos

El término medio elijo,

Y en compendiosas palabras

De esta manera me explico:

Del amor la voraz llama

Mi corazón ha encendido,

Y usted, Isabel hermosa,

Es el objeto divino

A quien por humilde ofrenda

El alma le sacrifico:

Toda mi dicha se funda

En estar correspondido:

Así tierno se lo ruega

Su adorador más propicio”.

RUDESINDO: ¡Qué bien redactado está

El billete! ¡Qué expresivo!

En asuntos amorosos

El letrado está instruido;

Ya se ve, si sabe leyes,

¿Cómo no ha de ser ladino?

ISABEL: ¿Sabes que no fuera malo

En mi amistad admitirlo?

LEONOR: Señora, ¿y los otros dos?

ISABEL: Harán todo un triunviro.

RUDESINDO: Le ruego que le conteste

Del modo más expresivo:

Dígale usted que lo quiere,

Y que está correspondido.

Tiene dinero, y con esto

Sabe usted de positivo

Que sobran a cualquier hombre

Prendas para ser querido.

ISABEL: Yo te quiero complacer:

Ve, Leonor, por los avíos

De escribir.

(…)

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Crítica Literaria

“Autor del primer libro de versos, el cual salió a la luz en Mérida en el año 1827. Es asombroso que apenas seis años después de consumada la Independencia nacional, se publicase ya el primer libro de versos, en un país donde nunca había habido antes una lírica, ni una cultura literaria. Esto solo amerita señalar a Trujillo como marca de oro.

También realizó la primera antología de poetas yucatecos, editada en Mérida en enero de 1839. La misma contiene numerosas poesías de Trujillo y de Juan José Hernández, junto con otros poetas, los cuales en su mayoría están dirigidos a la mujer. Lo explica el mismo Trujillo: “…tanto éstas como las demás, las dedicó con singular placer al sexo hermoso que ha inspirado la mayor parte de ellas. Si nuestros versos son recibidos con alguna estimación: si ocupan la almohadilla o tocador de las apreciables jóvenes, quedarán tan satisfechos nuestros deseos, tan ventajosamente galardoneado nuestro afán, que esta dicha, este imponderable regocijo será muy superior a la amargura que pudieran producir sátiras y severas críticas a que están expuestas nuestras composiciones”.

José Esquivel Pren[6]




[1] Diccionario de escritores de Yucatán. Roldán Peniche Barrera. Gaspar Gómez Chacón. Ed. por Instituto de Cultura de Yucatán junto a la Cámara de Diputados, LVIII Legislatura. 2003. P. 152

[2] Historia de la Literatura de Yucatán. José Esquivel Pren. Tomo I. Ediciones de la Universidad de Yucatán. México, 1975. P. 96.

[3] Op. Cit. Historia de la Literatura de Yucatán. P.97

[4] Op. Cit. Historia de la Literatura de Yucatán. P.98

[5] Op. Cit. Historia de la Literatura de Yucatán. P 100

[6] Op. Cit. Historia de la Literatura de Yucatán. P 374 -5.