Aguilar, Eric Renato
Eric Renato Aguilar, una de las figuras más importantes del teatro en Yucatán en la segunda mitad del siglo XX, fallece en olor de juventud cuando todavía estaba por regalarnos con maduros frutos de su talento creativo. Hombre de su tiempo, actuó, dirigió, produjo y escribió para su verdadera pasión: El teatro. Su actividad, a este respecto, no conoció fronteras.
Fundó el “Grupo Teatro Regional”, auténtico cenáculo de gente de teatro, y la modalidad de café-teatro basada en obras de la dramaturgia contemporánea y aún clásica, siempre con gusto y una actuación exquisitos. Eric Renato escenificó, asimismo, un número de sus propias piezas, y junto con el primer actor José Antonio López-Lavalle, tradujo y presentó otras de famosos dramaturgos. En la mejor etapa de su carrera, dirigió siempre con disciplina y profesionalismo a los más reconocidos actores de la escena local.
Roldán Peniche Barrera[1]
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Selección de Eric Renato Aguilar. Hombre de Teatro[2].
GASTOS SUPERFLUOS
Monólogo en un acto
LA ESCENA:
Sala de espera de una estación ferroviaria. Impersonal. Poco aseada. Sillas escasas y mal cuidadas. Un cenicero de cerámica en el suelo con arena. De ser posible, una carta de salidas y llegadas de trenes en la pared.
En oscuro, se oye el silbido de un tren y el sonido de que se aproxima. La luz entra gradualmente con el murmullo de voces de gente: Viajeros, vendedores, parientes a despedir a los viajeros, etc.
De entre el público aparece un hombre que se abre paso dificultosamente. Camina con prisa y su respiración es agitada. Conforme se acerca oímos sus comentarios:
Personaje:
HOMBRE:
Con permiso… Discúlpeme, señor… Perdone, pero… ¡estoy retrasado…! (Se sigue abriendo paso hasta llegar al escenario. Lleva en las manos un ramo de flores –claveles- y una caja envuelta para regalo, por lo que parece, de chocolates. Lleva saco sport, una corbata de colores chillones, y su pelo está peinado con gomina, en un intento de mejorar que, naturalmente, sale contraproducente. Se dirige a uno de los espectadores). Perdone la pregunta, pero… ese tren que llegó, ¿sería el de las 7.50?... Siento molestarle pero el caso es que mi reloj… (se mira la muñeca)… parece haberse detenido… (sacude el brazo y lo acerca al oído) Marca las 7.30, y no es posible que… yo hubiera llegado tan pronto… El camino de casa hasta aquí es bastante largo… aún viniendo en taxi… (Escucha otra vez) Pues ¡está caminando…! (Asienta las flores y la caja en una de las sillas) Entonces, estoy a tiempo. (Contempla por una ventana imaginaria los andenes. Al público): ¿Ustedes también esperan a alguien?... Qué pregunta más tonta, ¿verdad? Si no, ¿qué estarían haciendo en una sala de espera…? Ja, ja, ja (Ríe nerviosamente) Estas esperas son desesperantes, ¿no? ¡Esperas desesperantes! ¡Qué jueguitos de palabras! No cabe duda de que no me distingo por lo listo… (Esto más bien para él) Hmmm… Hace calor, ¿o me figuro? (Se introduce el dedo entre el cuello de la camisa y la garganta) Y lo cierto es que ya debería estar acostumbrado a esperar… Dos veces al mes durante… once meses… es suficiente para adaptarse, ¿no?... Pero hoy, bueno, hoy… es diferente… (Mira su reloj) Espero que mamá no haga imprudencias… La dejé sola… (A un interlocutor) Le di la noche libre a la criada, porque… será una cena íntima y todo está ya preparado… Claro que mamá no lo sabe. Le dije que María –la sirvienta- había salido sólo por un momento… Aunque realmente no hay por qué preocuparse… Cerré el estanquillo y tomé el taxi… Un derroche, realmente, pero… pensé no llegar a tiempo… A mamá no le parecería bien… el gasto, quiero decir. (A una de las personas). Tengo un estanquillo de revistas, dulces y demás… Menos cigarros. Mamá… los detesta… En realidad, es malo para su salud… Confinada a una silla de ruedas desde hace años… (En confidencia) Insuficiencia cardíaca… prohibida cualquier excitación… Y por si fuera poco, ¡problemas respiratorios! Así que, ¡nada de cigarrillos!... No se puede fumar cerca de ella a… mil metros a la redonda… ¡Y yo que fumaba tanto…! Bueno, pues para evitar tentaciones, suprimí la venta de cigarros en el estanquillo. Aun cuando está en la planta baja y mamá no tiene por qué enterarse de lo que sucede techo de por medio… No, nada de cigarrillos. (Fuma con fruición) ¡Ah, pero de vez en cuando, qué bien me hace…! (Mira su reloj) Aún falta… (Camina) ¿A quién espera usted, a algún pariente? No me tome por indiscreto… es que… bueno… es una forma de pasar el tiempo… Y estoy un poco nervioso… Se nota, ¿verdad? Pero… ¡no todos los días se lleva a la prometida a conocer a su futura… suegra! Y, bueno, ¡no sé cómo lo tomen…! Martha es un poco… violenta; apasionada… Y mamá, pues, es… mamá. Y tiene su… temperamento… Claro, en el estado en que se encuentra… Hay que tenerle consideraciones… (Con amargura) Después de tantos años de convivencia uno aprende a guardarle… consideraciones (A una persona) Perdone, ¿usted tiene hermanos?... Yo sí, tres. Pero como si no los tuviera… Es decir… mamá depende de mí para todo. Ellos… hicieron sus vidas… tomaron sus caminos… se casaron y… se alejaron… Y claro, yo, como… ¿Por qué será que el hijo que permanece soltero es el que se queda siempre a cuidar a sus padres? (Con rabia sorda) También tenemos derecho a llevar nuestras propias vidas… ¡a independizarnos! Pero, no… alguien tiene que hacerse cargo de los pobres viejos… (Ríe) ¡Pobres viejos!... Y en tanto, uno… se convierte en lo mismo… ¿No le parece a usted un egoísmo de parte de los otros? Y a veces, ¿de parte de los propios viejos?... ¿O será que nosotros somos los egoístas? ¿Quién protege a quién?... (Mira el reloj) Ya casi es la hora… ¡Dios! Cada vez estoy más nervioso… Ojalá no venga con demora… A las 8.30 debo estar en casa de vuelta para dar a mamá la medicina… Digitalina… el corazón, ya saben. Medicación exacta en el momento justo… Se vuelve uno esclavo del tiempo… y de la gente… (A la misma persona de antes) ¿Lo molesto con otro cigarrillo?... Gracias… Ojalá y al volver mamá no perciba el olor. (Lo enciende en tanto) Iría por un paquete al estanquillo de ahí afuera, pero temo que mientras tanto llegue el tren y Martha no me vea… Y, por otra parte, ¿qué haría luego con el resto? No puedo llevarlo a casa… Así que, sería un gasto superfluo… Y hay que ser ahorrativo… Ahora más que nunca… El tratamiento de mamá es caro… y el estanquillo no da ya lo que antes… Cómo se va uno volviendo mezquino, ¿verdad? En la Universidad, porque yo comencé la Universidad, ¿sabe?, en la Universidad, era uno de los que más gastaba… Y lo pasaba tan bien, hasta… (Se interrumpe) Bueno, eran otros tiempos, y yo… hace casi veinte años… Ahora ya sería un… arquitecto… Pero mamá insistió en que no tenía facilidad… vocación… A Dios gracias, Martha trabaja e insistió en seguir trabajando después del matrimonio… ¡Porque nos vamos a casar! Mamá está casi de acuerdo y… ¡después de esta noche…! Y, claro, su sueldo será una ayuda… (Toma las flores y las huele) ¡Claveles! ¡Su flor favorita…! Sin embargo, debo convencerla de que las deje en el piso de abajo antes de entrar en casa. Mamá no soporta los claveles… El aroma, el polen… ¡dificultades respiratorias…! ¡Y bombones…! Un despilfarro, pero vale la pena… (Pausa) Once meses de relaciones, de citas furtivas, ¡de esperas en la estación…! A lo que he llegado… Suplicándole a María acompañar a mamá en tanto voy a “la biblioteca” a pedir libros prestados… El engaño, la farsa… ¡A mis años…! (Al espectador) ¿Cuántos me hace? ¿Treinta?... ¿treinta y cinco? ¡Cuarenta y dos…! Sí, no los aparento, ¿verdad?... En realidad parezco de… cincuenta… o sesenta… o setenta… Al menos así me he sentido siempre… Sin ilusiones y convertido en un eterno enfermero, ¡guardián de la salud de mamá…! En todo ese tiempo, desde que volví de la Universidad… dos aventuras… solamente… Intentos fallidos de… ¡vivir! Intentos destrozados por una madre erigida en juez de mis menores actos… ¡Oh, Dios! Y de pronto, la revista, la columna “Almas Gemelas”… “Mujer madura, autosuficiente, soltera, llena de ternura y comprensión…” ¡Ninguna referencia al aspecto físico! Sí, fue eso lo que llamó mi atención… Llena de ternura y comprensión… Martha… Y, ¡qué suerte! ¡Viviendo en una ciudad a dos horas de distancia por tren! La primera entrevista, los nervios… y… ¡sorpresa! ¡Era bonita!, con una de esas bellezas tranquilas y seguras… sobre todo segura… tan segura de sí misma… De pronto me di cuenta de que era lo que estaba buscando… ¡Un antídoto para mi inseguridad! (Pausa) (Ve su reloj) Ya casi es la hora… Once meses de incertidumbre, de visitas suyas porque yo, claro, no podía alejarme de mamá… dejarla sola por mucho tiempo… salir de la ciudad… una emergencia… ¿dónde, cómo localizarme? Y Martha presionando… Tenía razón… Había que enfrentarse a mamá… Pero yo… (Ríe) ¡Y cuando llegó la carta…! Hay que ver que Martha SÍ tiene pantalones… Mamá me la enseñó: “Señora, tengo relaciones con su hijo desde hace tiempo y quería…” ¡Las recriminaciones…! Y luego la amenaza, ¡el chantaje…! (Cada vez con más rabia) ¿Saben ustedes lo que es vivir sojuzgado teniendo que pedir permiso hasta para ir… al baño? Perdonen mis palabras, estoy un poco… alterado. (Se arregla la corbata) Oh, cómo pudiera haber continuado en la Universidad, terminado mis estudios y estar lejos, muy lejos… sin remordimientos de conciencia… sin timbres que me recordaran que debo subir a darle la medicina, a preparar la cama… a leerle… ¡a rendirle pleitesía…! Oh, Dios, ¡al fin voy a salir de esa condena…! Casado, con Martha será diferente… Mamá en su casa, con María, o sola… y que mis hermanos vengan a hacerse cargo de ella. ¡Yo ya no puedo!... ¡Quiero vivir…!... ¡Vivir…! (Pausa) Y de pronto… el cambio, el acceder a recibir a Martha esta noche… (Pausa) Fue… tan brusco, ¡tan inesperado…! Me pidió su dirección y ella personalmente le escribió invitándola. Yo no sabía nada… hasta que esta mañana sacó su vestido de seda negra, el de las grandes ocasiones, y el collar de perlas… “Son para conocer a tu prometida”, me dijo… “Esta noche viene de visita”. Cuando quise reaccionar ella estaba ya dándome órdenes para la cena. ¡Es tan autoritaria cuando quiere!... Y como siempre quiere, pues… “Ve a buscarla a la hora acostumbrada”, agregó. Y, con una sonrisa incierta: “Siempre pienso en tu bienestar. Recuérdalo”… (pausa) Por eso estoy aquí. Martha llega en el tren de las 7.50. (mira su reloj) En dos minutos más la tendré en mis brazos y… nada me importará ya más… Pero, ¿saben?, por si acaso, le dije a María que nos dejara solos… Porque, puede haber situaciones difíciles… y el servicio, bueno… no tiene por qué enterarse, ¿verdad? Y además, María siempre se pone de parte de mamá… (Pausa) ¡Pobre mamá! (Sonríe) Después de todo, no es culpa suya el que mis hermanos la hayan abandonado… y que yo tuviera que hacerme cargo de ella… Y sí, piensa en mi bienestar… aunque (con rabia creciente) en las ocasiones anteriores… ¡fue ella la culpable de mis fracasos…! Para qué contarles que… bueno… fue hace tanto tiempo que… (Se oye el silbido del tren que entra a la estación. Y el ruido que hace al ir parando) ¡El tren! ¡Martha!... (Empieza a correr hacia el andén. Se arrepiente) Perdone, pero dígame: ¿Luzco bien? ¿El nudo de la corbata… mi pelo?... Gracias… ¡Martha!... ¡Martha! (Sale corriendo. Se oye ruido de gente. Gritos. Baja la luz. Unos segundos. Regresa derrotado con las flores y la caja. Se pasea unos momentos. A una señora que espera): Señora, ¿le gustan los chocolates?... ¿Y los claveles? Tómelos, por favor… Yo… ya no los necesito… (Se vuelve. Sus hombros están moviéndose convulsos. Se enfrenta a la señora con desesperación) ¡No vino! ¡Martha no estaba en el tren!... Oh, Dios, ¿por qué…? ¿Usted cree que tuvo miedo a última hora?... Enfrentarse a mamá no es cualquier cosa… Pero… si mamá misma la invitó… ¡Le envió una carta…! (Se detiene) Una carta…Una carta que yo…no leí… ¡Nunca supe su contenido…! (Con nerviosismo creciente) ¡Mamá! ¿Habrás sido capaz de…? No, no puedes haber sido tan cruel… Pero, ¡claro…! Igual que las dos otras ocasiones… Le habrás contado… cumpliste tus amenazas… Y le enviaste… tus recortes de periódico… (Cerrando los ojos) “Sátiro molestador de menores…” ¡Llevado a la cárcel por ofensas a la moral…! Pero, mamá, ¡yo era tan joven…! ¿No fue suficiente que me expulsaran de la Universidad…? Y no se repitió nunca más… Bueno, excepto aquella vez que me dejaste solo y te fuiste de vacaciones con mis hermanos, pero… entonces… no salió en los periódicos y se arregló todo privadamente… (A la gente) Les juro que no me tuve la culpa… Fue tan rápido… Y las niñas son siempre tan precoces que… (Con rabia) Tenías que conservarme, ¿no es eso? Aun a costa de destruir mi última oportunidad de ser feliz… de olvidar… (En voz más baja)… de ser… normal… (Solloza. Se calma. Saca un pañuelo. Al guardarlo mira su reloj) Las 8.20. ¡Es tarde! A las 8.30 mamá debe tomar su medicina. En punto. ¡Cualquier retraso puede ser fatal…! Y mamá no puede proporcionársela ella sola porque… (con una suave sonrisa) No puede incorporarse para alcanzar el anaquel de las medicinas… Tal vez, María… (sonriendo) Pero María está fuera… Tiene la noche libre. Y mamá no lo sabe. (Pausa) Debe estar mirando el reloj y preguntándose por qué no he llegado. Solo. Como ella dispuso. Solo. ¡Solo…! Y en unos minutos oprimirá el botón del timbre que suena abajo, en el estanquillo. Cerrado. Vacío. ¿Con qué protegiéndome de nuevo, mamá? ¿El mismo estribillo otra vez?... (Para él) “Siempre pienso en tu bienestar”. (Sentándose) Y yo, en el tuyo, mamá… Estamos… a mano. No preciso protección, mamá. Ni ahora, ni nunca. Y tampoco tu seguridad, Martha. Me basto a mí mismo. ¿Me oyen? ¡No les necesito!... (Mira su reloj) 8.27. (Se acomoda) Esperaré. Una vez más. Al fin y al cabo estoy acostumbrado… (De pronto se pone en pie. A la señora a quien se la diera): Señora, ¿sería mucha molestia si me devolviera los chocolates? Usted ve, tengo una larga espera por delante… ¿Y por qué no distraerme comiendo MIS chocolates…? (Se la quita. La abre y empieza a comer lentamente) 8.30. Debe estar desesperada ya. Y el timbre, sonando. (En sordina, se oye el sonido del tren que va subiendo en intensidad paulatinamente) ¿Saben? Creo que voy a comprar aquel paquete de cigarrillos… ¡Tengo unos deseos enormes de fumar…! (Empieza a irse y de pronto regresa) Perdone, señora, pero… ¿podría devolverme también las flores? (Las toma) Gracias. (Las mira) ¡Claveles…! (Los aspira) Me pregunto… Me pregunto si el florista… podría utilizarlos para… para una corona fúnebre… Hay que evitar gastos superfluos… (Sale. El timbre crece en tanto la luz se apaga).
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Crítica Literaria
“BAJO EL HAZ DE LUCES”
Febrero 5 de 1992
Nunca me conté entre la pluralidad de sus amigos. Jamás le gasté una broma ni le palmeé la espalda. Durante veinte años, en cada uno de sus estrenos teatrales, intercambiamos fugazmente observaciones: Detalles nimios, cuestiones secundarias, sin relevancia.
Director embrujado por la escena y sus fragancias, Eric Renato asomaba en mi prontuario de comentarista indocto como el apunte exitoso, siempre elegante, resueltamente mundano. Ojos vivos y sonrisa eran el prólogo usual de sus charlas. Había agudeza en sus calificativos, vigilante malicia en sus juicios.
Pero aunque nunca gocé con su familiaridad ni me aproximé a la zona sagrada de su acción profesional, ahí bajo el haz de luces donde se extiende un tálamo para que los histriones se transformen en un vivo amor; aunque no fui poseedor de su confianza, una extraña sensación de pérdida elemental me atrapó desde el momento que supe la gran distancia que ahora nos depara.
Un futuro impreciso viene. Se dice que habrá sorpresas y llegará el día en que no recordemos bien cómo vivíamos ahora. Quizá cambie incluso la forma de soñar poéticamente y reunir las conjeturas en prosa o verso libre. Viene el futuro con intensos cambios, algunos opuestos al sentido del corazón y alejados de los albedríos.
El mundo de sentimiento franco y la palabra dulce posiblemente se esfumen en los canales del actuar intempestivo. Habrá que sobrevivir a la modernidad, testimoniar la absoluta victoria del dinamismo industrial. Pulcritud y utilidad antes que nada. Aquí, ahora, rápido y bien.
Al remirar la calle por la que se aleja, advertimos en Eric Renato la emotividad y el decoro de un arte escénico elaborado con el alma, como placer de unos cuantos y al servicio casual de todos. Lo menos que podemos es rescatar –sin excusas- la memoria de una entrega ardua a las alquimias de la farsa, defender el derecho a esgrimir la elegancia como un escudo contra los ajustados y deshumanizados mecanismos, proteger los surtidores de donde fluye la palabra hermosa.
Fuera con textos de Williams, Lorca o Agatha Christie, él sabía extender la mano para ofrecer la esencia distinguida con argucias de zorro inglés. Sacudía abanicos de sándalo, abría de par en par casonas andaluzas, servía en mesas chinescas el té de las cinco, portaba el bastón anacarado de un paseante francés, adornaba con candelabros el pánico de un desenlace atroz.
Para su público –legión de feligreses- Eric Renato buscaba lo insólito con el ingenio de quien conoce bien la tan humana sensación de hallarse vulnerable aun a mitad de la opulencia. Amaba el rigor de los detalles, la exactitud de las frases; sus piezas se resolvían con el murmullo de un reloj de arena. Actores y escenografías participaban en una misma atmósfera: Presagio entre sombras, melancolía de floreros azules, réplicas sentenciosas junto a una ventana entreabierta, exhibición de miedos y esperanzas, agonía de un cigarrillo al final de una escalera, confesión displicente de una antigua falta de familia.
Es cierto: Viene el futuro. Pero del ayer nos quedará, asociados al teatro, unos ojos vivos y una sonrisa maliciosa. De vez en cuando, la imaginación –siempre la ilusa de la casa- nos propondrá el esbozo de una elegante comedia con final inesperado que alguien –muy lejos- estará ensayando para abril o mayo[3].
Jorge H. Álvarez Rendón
[1] Eric Renato Aguilar. Hombre de Teatro. López-Lavalle, José Antonio. Instituto de Cultura de Yucatán, México, 2008.
[2] Eric Renato Aguilar. Hombre de Teatro. López-Lavalle, José Antonio. Instituto de Cultura de Yucatán, México, 2008. Pp. 49-55.
[3] Eric Renato Aguilar. Hombre de Teatro. López-Lavalle, José Antonio. Instituto de Cultura de Yucatán, México, 2008. Pp. 44-45.