Cantón Moller, Wilberto
Nació el 15 de julio de 1923 en Mérida. Murió en la ciudad de México, el 5 de marzo de 1979. En su ciudad natal hizo sus primeros estudios, en el D. F. estudió la preparatoria y se graduó de abogado en 1948. Siendo aún estudiante la Universidad de Chile le concedió una beca para cursos de verano; al recibirse de abogado, la Universidad de París le brindó otra para estudiar en la Facultad de Letras y en la Escuela de Profesores de Francés.
Durante su vida profesional ocupó los cargos siguientes: jefe de información (1949) y director del Departamento Editorial (1951) de la UNAM; presidente de la Asociación de Críticos Teatrales (1955-56); subdirección de la Escuela de Teatro (1956), y otros cargos en el Instituto Nacional de Bellas Artes; presidente de la Asociación de Escritores de México (1971); secretario general de la Unión Nacional de Autores (1978); director de la rama de teatro de la Sociedad General de Escritores de México; consejo cultural de la Embajada de México en Roma, Bruselas y la UNESCO.
Como periodista, realizó viajes por Sudamérica y Europa y fue director de los periódicos estudiantiles Espiga, y México y la Universidad. Colaboró en Excélsior, Novedades y El Nacional. En Mérida, fue director del Diario del Sureste. En la capital de la república, de algunas revistas como Suma Bibliográfica, Voz, Auge, La Hora de México y Cuadernos de Bellas Artes.
Obra poética:
-Segunda estación, poema, Sociedad de Artistas y Escritores Jóvenes, Imprenta de la UNAM, 1943.
-Dos poemas, Mendoza, Argentina; 1955, comentario final de Eunice Odio[1].
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SELECCIÓN DE LA VOZ ANTE EL ESPEJO[2]
Segunda estación
Porque somos nada más que la corteza y la hoja…
Rainer María Rilke
Nivelé el corazón al horizonte…
Carlos Pellicer
Eso que empuja savia eternamente
por la sangrada vena silenciosa,
al centro de los tallos, misteriosa,
de la madera veta casi ausente;
eso que empuja siempre la simiente
a madurar la planta prodigiosa,
y a su instante fugaz la mártir rosa
que adelanta su ser valientemente;
esa dulce corriente sugerida
por el momento de la abierta herida
ha desbocado fiel en el cercano
mirador a presencia contenida
en el áspero imperio de la vida:
el tono de mi voz hacia el verano.
Y libre avanzo hacia la oculta fuente
donde esconde su fuerza cada cosa;
aproximo el sentido y no reposa
en su fiera altivez de piedra ardiente.
En esta exploración en la que siente
el barro de mi vida la gozosa
e inútil complacencia peligrosa
de las formas ajenas a la mente;
en esta entrada firme y decidida
al centro de existir, a la escondida
latitud cenital, lo cotidiano
ha dejado su entraña perseguida
y en ella ha permitido que yo mida
el tono de mi voz hacia el verano.
¡Salud, señor paisaje!
Carlos Pezoa Véliz
Aquí viene la abeja.
De Norte a Sur,
a Centro y mariposa
girando entre las brisas manos del aroma.
La palmera, primera palpadora de la tarde,
urge existencia azul, se desmorona,
y deja su espiral en pie desnudo:
de su ceniza eterna desprendida la danza.
Y en el fondo cristal circunferencia,
la tranquila presencia regidora
de montañas cercanas al crepúsculo.
Todo es verde y azul en el paisaje.
Entre maguey y lirio
se desenreda este verano plácido
del valle.
Primero golondrina,
desplegando sus páginas fugaces.
Y más tarde la espiga
apresando la vida y cercando la ausencia.
Sobre este medio día,
sobre este medio año,
ha caído la enorme piedra de plenitud.
Entre los dos mares y abriendo sus sonrisas
llega el verano con su inmóvil carga
de ciruelas maduras, de elevadas materias,
de volantes semillas, de renovada escala:
trae de todo el verano en su larga bodega.
Es encender la hoguera, es quemar la esperanza,
es despuntar la baya, fecundar los jazmines,
y descubrir al tiempo en su clásica forma.
Madurar y brotar
de Norte a Sur,
a Centro y mariposa
girando entre las nubes manos del paisaje.
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Segunda estación
Lirios eternizados en el centro del hombre…
Bernardo Ortiz de Montellano
Cuando avanza de verano
la presencia sobre nube
y por dulce escala sube;
cuando ya tiembla en la mano
su existir, y soberano
se planta sobre la vida,
sobre esmeralda partida,
sobre epidermis corteza,
sobre el tacto y la certeza
de la entraña concebida;
Cuando llega cincelando
en la sangre clorofila
y entre los cabellos hila
fibras vegetales; cuando
grita, en fin, su mando,
el hombre se vuelve fruta
y se sumerge en la gruta
de las fuerzas naturales:
entre sendas tropicales
escoge una nueva ruta.
Y en esta nueva existencia
los hechos labran cadenas
al concepto, y las penas
olvidan a la conciencia.
Alejadas la clemencia,
la crueldad y la miseria,
todo se vierte en la feria
del verano, donde crece
la verdad que permanece:
la vida de la materia.
(Segunda estación, 1943)
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SELECCIÓN DE INOLVIDABLE[3]
ESCENA II
DICHOS, JACINTO Y ANA
En ese momento llaman a la puerta;
MARCELA suelta violentamente a JESUS.
MARCELA
(Furiosa) ¡Oh, ca…ramba! ¡Qué manera de fregar (A Jesús) Espérame. (Va a la puerta) ¿Quién es?
JACINTO
(Su voz) Nosotros.
MARCELA
¿Y quién diablos son ustedes?
JACINTO
Ana y Jacinto
MARCELA
¿Cómo? ¿Qué dijeron?
JACINTO
Ana y Jacinto.
MARCELA
(Par si misma) ¿Ana y Jacinto? No, no es posible. No puede ser.
ANA
(Su voz) Abre, hermanita. Soy yo, tu hermana Ana.
MARCELA
Ana… Ana y Jacinto. Es increíble. (Grita) ¿Qué quieren?
ANA
Necesitamos verte. Ábrenos, por favor.
MARCELA
No. Váyanse. No tienen nada que hacer aquí.
JACINTO
Es algo grave, Marcela. Déjanos pasar.
MARCELA
¿Qué opinas, Jesús? ¿Los dejamos entrar?
JESUS
Como usted quiera.
MARCELA
Sólo para divertirse. Vas a ver qué gente más absurda. Son como de otro mundo.
ANA
Marcela, por favor… ¡Marcela!
MARCELA
Muy bien. (Abre) ¡Pasen!
Entran, él primero y ella después.
JACINTO es un hombre alto, seco,
estrecho de hombros, con una palidez
biliosa en el rostro. Usa lentes. Viste
de negro. Lleva sombrero y bastón.
Ha de tener unos cincuenta años.
ANA es una mujercita mucho más
baja que él, menuda, regordeta.
Parece más joven de lo que es,
seguramente porque se empeña en
serlo con una coquetería que ya cae
en el ridículo. Su voz, su actitud,
sus vestidos, todo en ella trata de
imitar a una niña; y el fruto de este
esfuerzo es una extraña criatura que
tiene algo de niña y mucho de anciana.
MARCELA
¡Entren, entren, no tengan miedo!
JACINTO
(Solemne) Buenas tardes.
MARCELA
¿Son ustedes?
ANA
¿No nos reconoces?
MARCELA
Sí: hay algo en ustedes que el tiempo no ha podido cambiar: la ridiculez. Mira, Jesús, esta idiota es mi hermana; y este espantajo es su marido, mi cuñado. Ya ves, los estaba evocando y de pronto aparecen. ¡Voy a creer que tengo poderes sobrenaturales! Porque a lo mejor son fantasmas, son los espíritus, los ectoplasmas o como se llamen. Déjame ver si son de carne y hueso (Pasa la mano por la cara de Jacinto; luego le da una bofetada)
JACINTO
¡Está usted borracha!
MARCELA
No, al contrario; tú me pruebas que no lo estoy. Creí que ustedes serían las pesadillas del “delirium tremens”, pero me resultan reales, mi hermana y mi cuñado vivitos y coleando. Tendré que seguir bebiendo, a ver si así logro hacerlos humo.
JACINTO
Espero que no beba usted más.
MARCELA
¿No? Vas a verlo. Jesús, dame otra cerveza.
JESUS
(Abriéndola) Es la última. ¿No le hace?
MARCELA
No importa. En la cocina hay más.
JACINTO
¿Quién es este muchacho?
MARCELA
¿Qué te importa?
JESUS
Jesús Ramírez, a sus órdenes.
JACINTO
Salga usted de aquí, joven.
MARCELA
¿Y por qué ha de salir?
JACINTO
Vinimos a hablar de cosas graves.
MARCELA
No tengo ganas.
ANA
Asuntos de familia.
MARCELA
Peor aún.
JACINTO
(A Jesús) Joven, tenga usted la bondad de salir.
JESUS
(A Marcela) ¿Me voy?
MARCELA
Bueno, mira, esta gente es imposible. Siempre se sale con la suya. Si quieres ve a comer algo a la cocina mientras yo hablo con ellos. Anémona te servirá.
JESUS
Gracias, señora. (Sale)
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ESCENA III
JACINTO, MARCELA Y ANA
JACINTO
Allí afuera estaban también dos mujerzuelas.
MARCELA
¿Qué les hiciste?
JACINTO
Las corrí.
MARCELA
¿Con qué derecho? Esta es mi casa y puedo recibir a quien me dé la gana.
JACINTO
Son unas perdidas.
MARCELA
¿Y eso qué importa? Son mis amigas.
ANA
¿Tus amigas? ¡Qué vergüenza! (Se sienta en la cama)
MARCELA
¡Avergüénzate tú!
ANA
¿Yo? ¿Por qué?
MARCELA
Porque yo ya perdí la costumbre. Además, han de saber que si todavía sobrevivo, es gracias a esas mujeres. A ustedes y a toda mi familia no les debo nada; a ellas sí.
JACINTO
¿Va a confirmarnos que es verdad lo que se cuenta de usted?
MARCELA
¿Después de veinte años, todavía oyen hablar de mí?
ANA
A veces.
MARCELA
¿Y qué dicen?
ANA
Cosas…
MARCELA
Que tengo muchas amigas… y muchos amigos que pagan por ver a mis amigas.
JACINTO
No hable de eso delante de su hermana.
MARCELA
¿Y no te han contado que para que se vean discretamente les alquilo este cuarto… y mis amigos y mis amigas vienen a esta cama donde tú estás sentada?
ANA
(Levantándose asustada) ¿A esta cama?
MARCELA
¿Y que gracias a mis amigos y a mis amigas, a este cuarto y a esta cama, no me he muerto de hambre como ustedes hubieran deseado?
JACINTO
Basta ya. Hoy no va a recibir usted a sus amigos ni a sus amigas; va a arreglar esa cama y a ponerse una ropa decente.
MARCELA
¿Puede saberse por qué? ¿Acaso por el honor de su visita que nunca he deseado en tantos años?
ANA
Oh, Marcela, es una cosa terrible.
MARCELA
¿De veras? ¿Más terrible que las que he pasado?
ANA
Se trata de mamá.
MARCELA
¿Mamá?
JACINTO
Va a venir aquí.
MARCELA
¿Aquí? ¡De veras que es una cosa terrible! (Ríe) ¿Después de veinte años de encierro deja su palacio para venir al mío? ¡No es posible! ¿Qué viene a buscar? ¿A la hija pródiga? ¿A la perdida? ¿Y para qué? ¿Para rescatarme? ¿Querrá llevarme a vivir con ella, después de haberme echado de su casa? ¿Creerá que voy a permitirle por segunda vez lucir su caridad, adornarse ante sus estúpidas amigas de sociedad con sus gestos de falsa nobleza, como cuando recogió al pobre de papá moribundo? (Seria) ¡No quiero verla!
ANA
Marcela, mamá está muy grave.
MARCELA
(Impresionada a su pesar) ¿Grave? (Reacciona) Mala yerba nunca muere.
JACINTO
Sus días están contados.
MARCELA
(Incrédula) ¿De veras?
ANA
Tiene un tumor en el cerebro.
MARCELA
(Sorprendida y de nuevo impresionada) ¿Un tumor en el cerebro?
ANA
Sí. Dice el doctor que no hay remedio para eso. Vivirá solo dos o tres meses.
MARCELA
¿Y para darme la noticia vinieron?
ANA
No solo para eso.
MARCELA
¿Para qué más?
JACINTO
Quiere verla a usted, Marcela.
ANA
Vas a recibirla, ¿verdad?
MARCELA
No.
ANA
Pero… no es posible…no puedes cerrarle la puerta de tu casa.
MARCELA
¿Acaso no me cerró ella las puertas de la suya?
JACINTO
Pero es su madre, Marcela.
MARCELA
No puedo evitarlo.
JACINTO
Y es una anciana.
ANA
Pobrecita. ¡Si la vieras qué acabada está!
JACINTO
Piense usted que va a morir muy pronto.
ANA
Por favor, hermanita.
JACINTO
Vivirá usted con un gran remordimiento si no aceptara verla, despedirse de ella, ahora que va a morir.
ANA
No puedes hacer eso, hermanita, estoy segura. A pesar de lo que dicen de ti, siempre he creído que tienes buen corazón. La pobre ha sufrido mucho… veinte años de luto, encerrada, sin ver a nadie… Y ahora esos dolores terribles… Ni la morfina le hace ya… Dice el doctor que pronto puede quedar ciega… Ha de desear mucho verte, porque sólo por ti se ha levantado y… no vas ahora a negarle ese gusto… Piensa que es algo así como su última voluntad. ¡Es una moribunda!
MARCELA
¡Basta! ¡Basta! La recibiré, pero no sigan hablando.
ANA
Gracias, gracias, hermanita.
MARCELA
Nunca he podido resistir esa estupidez… ese parloteo imbécil… palabras, palabras… eternamente repitiendo las mismas cosas… Estúpido como las noches de lluvia. Llueve. Cae la lluvia, cae… tan sin sentido… igual siempre… ¡todo se repite, se repite, se repite! Necesito silencio. Un poco de silencio.
ANA
(Suave, tímidamente) Perdóname, hermanita. No quise molestarte. Pero se trata de mamá ¿comprendes?
MARCELA
(Vencida) Muy bien. Voy a recibirla. ¿Qué quieren?
JACINTO
Que la trate usted correctamente.
MARCELA
Bueno. Procuraré no insultarla. Procuraré olvidar todo lo que pasó entre nosotras.
JACINTO
Y procure también no causarle una impresión demasiado desagradable.
MARCELA
¿Qué quieres decir?
JACINTO
Así como está usted, parece… en fin, su madre, doña Gertrudis, siempre ha sido muy estricta en la cuestión de apariencias.
MARCELA
¿Quieren que me ponga un traje de cola y mi collar de perlas y mi abanico de plumas de avestruz?
JACINTO
Sería suficiente con que se bañara, se peinara y se pusiera un vestido limpio.
MARCELA
Hace tanto tiempo que nadie me da órdenes, que no puedo resistir la tentación de obedecerlas. (Va hacia el baño)
ANA
Oye, Marcela, no vayas a hablarle a mamá de su enfermedad.
MARCELA
¿Por qué?
ANA
Todavía no lo sabe.
MARCELA
¿No? Pero… yo pensé que quizás deseara despedirse de mí; si no sabe que está condenada a muerte, ¿para qué quiere verme?
ANA
Tal vez haya tenido un presentimiento.
MARCELA
¡Qué misterio! ¿Para qué vendrá la Reina a esta cabaña? ¡Empieza el folletín! Hagan su juego, señores, hagan su juego.
JACINTO
El motivo no importa en este momento. Lo que importa es que pronto va a llegar y que usted debe recibirla y atenderla como ella se merece.
MARCELA
No; si la trato como se merece, comenzaría por no recibirla. Mejor pensaré que debo tratarla como a una anciana moribunda. Así le irá mejor.
JACINTO
Como quiera. Y mientras usted se arregla, nosotros pondremos un poco de orden aquí. (A Ana) Tú, venadita, tiende la cama. Yo guardaré las botellas.
MARCELA
¿Oí mal? ¿O de veras te dijo “venadita”?
ANA
(Feliz) Sí, siempre me dice así. ¡Es tan cariñoso! A veces también me dice “palomita” y “mi gatita”. Yo le digo siempre “corderito”. Desde que nos casamos.
MARCELA
Increíble. Esto sí ha de ser el “delirium tremens”. Mejor voy a bañarme. Chao. (Sale hacia el baño)
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[1] La voz ante el espejo. Antología general de poetas yucatecos. Presentación, selección y notas de Rubén Reyes Ramírez. Tomo II. Poetas nacidos en el siglo XX. Instituto de Cultura de Yucatán. México, 1995. P. 78
[3] Inolvidable. Cantón, Wilberto. Ecuador Oº O’ O’’. México, 1961.