Echánove Trujillo, Carlos A.

(1907-1976) Sociólogo, historiador y ensayista. Hombre de vasta cultura que dirigió los trabajos de la Enciclopedia Yucatanense en los años cuarenta. Nació en Mérida y falleció en la capital de la república. Hizo estudios en su ciudad natal y egresó de la Universidad Nacional del Sureste (hoy Universidad Autónoma de Yucatán) en 1931. Cambió su residencia al Distrito Federal donde hizo amistad con Alfonso Caso, quién fue su maestro y guía. Se desempeñó como docente en la Escuela Nacional de Jurisprudencia, la Escuela de Trabajadores Sociales de la UNAM y en la Nacional de Antropología. Impartió cursos y dictó conferencias en diversas instituciones de enseñanza del país y en las Universidades de Argel, Santiago de Cuba, San Diego, Nueva York en Albany, Centro de Estudios Sociológicos de París, Instituto de Altos Estudios de Bruselas, Universidad Libanesa de Beirut y Universidad de Münster. Su bibliografía la integran, entre otras, las obras siguientes: Yucatán, guía de visitantes (1934); Diccionario de Sociología (1957); Sociología Mexicana (1972); La Sociología en Hispanoamérica (1953); Aspectos sociológicos de nuestro tiempo (1965); México. A sociological, economical and political approach (1966) y Manual del extranjero. Son relevantes para la historia de Yucatán sus trabajos sobre La vida pasional e inquieta de don Crecencio Rejón, que le mereció el primer premio de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística (1941); Manuel Crecencio Rejón. Discursos parlamentarios; Leona Vicario, la mujer fuerte de la Independencia (1945); Correspondencia inédita de Manuel Crecencio Rejón (1948); Una tierra en disputa: Belice ante la historia (1951); Dos héroes de la arqueología maya: Fréderic de Waldeck y Teobert Maler (1973). Dejó inconclusa Palenque, supremo legado estético de los mayas. Tiene otros libros sobre viajes: Entre el mar y el gran desierto, producto de su estancia en Argelia (1953) y ¡Esas pobres ruinas mayas maravillosas!, resultado de sus recorridos por las zonas arqueológicas mayas y de su pasión por la arqueología prehispánica (1973). Recibió numerosas encomiendas internacionales y le fueron conferidos honores por la Asociación Mexicana de Abogados, el Instituto Peruano de Sociología y el Gobierno de su entidad que le concedió la Medalla Yucatán en 1967. El premio estatal de ensayo del Instituto de Cultura de Yucatán lleva su nombre[1].

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SELECCIÓN DE ASPECTOS SOCIOLÓGICOS DE NUESTRO TIEMPO [2]

EL CURIOSO LÉXICO MINUSVALORIZADOR CENTROAMERICANO

Cuando paramos mientes en ciertas características del lenguaje de los mexicanos del centro del país, o sea del Distrito Federal y regiones circunvecinas, no podemos menos que preguntarnos de qué sentimiento subyacente es síntoma ese vocabulario que, por modo sui generis, se aplica tan frecuentemente a los seres y cosas que nos rodean, como, por ejemplo: “vieja” por mujer, así sea la más joven y bella de las criaturas femeninas: “escuincle” (perro en náhuatl), por niño, pese a la gracia y belleza que el infante pueda exhibir; “hilachas” o “trapitos” por el vestido, así sea de los más costosos; “carcacha” por automóvil, aunque se trate de un “Lincoln”; “petate” por lecho, hasta en el caso de una cama de lujo; “choza” por casa habitación, no siendo óbice el que se haga referencia a un palacete; “mona” por muñeca o maniquí femenino, aunque represente cierto ideal de perfección; “frijolitos” por la comida, no obstante que se piense en una buena mesa; “centavitos” por el peculio, aunque represente cientos de miles de pesos, etc.

Como se ve, los vocablos transcritos tratan de apocar en su valor a los seres o cosas que designan. Curiosa tendencia ésta, que no encontramos en otras regiones de México y que, sin duda, tiene una explicación. Vamos a buscarla recurriendo a la Historia y a la Sociología.

Los cronistas hispanos de la época colonial están constantes en los sentimientos y actitudes serviles de la población aborigen del México central. Véanse, por ejemplo, los párrafos dedicados a estos aspectos del alma nativa por fray Toribio de Benavente, por Jerónimo López, por Fuenleal, por el padre Acosta, por fray Pedro de Gante, por el obispo y virrey Palafox y Mendoza, etc. Este último, por ejemplo, escribe: “No conocen la soberbia, sino que son la misma humildad, y los más presumidos de ellos, en poniéndose delante el español, o aun el mulato y el mestizo o el negro, como corderos mansísimos se les humillan o sujetan y hacen lo que les mandan”.

Esa mansedumbre facilitó, por supuesto, la dominación del blanco, el cual, como también es perfectamente sabido, fomentó los sentimientos de inferioridad del nativo al colocarlo en uno de los peldaños más bajos de la escala social. Y como el indígena traía ya, desde los tiempos más remotos, una propensión al vasallaje, dada la organización social y política que le era propia, resulta fácil comprender que esos sentimientos minusvalorizadores de todo cuanto concierne a él mismo llegaran a adquirir, durante los tres siglos de dominación hispánica, un grado máximo que aún está lejos de desaparecer.

Por cierto que la existencia de nuestros sentimientos colectivos de inferioridad ha sido atribuida, hasta ahora, a causas muy diferentes. El destacado escritor social licenciado Andrés Molina Enríquez, por ejemplo, la atribuye a que España tuvo a la población de México, durante su dominación, en la más completa ignorancia de lo que pasaba en el resto del mundo; de suerte que cuando, al hacernos independientes, comprobamos nuestro atraso cultural, sufrimos un impacto síquico que todavía perdura. Esta explicación, por supuesto, carece absolutamente de base y no tiene más valor que el de una fantasía sin apoyo en la realidad histórica y social. No obstante, el filósofo Samuel Ramos la acoge en su libro El perfil del hombre y la cultura en México, permitiéndose incluso decir: “Se ha creído innecesario fundar esta interpretación acumulando documentos. Si el lector se interesa honradamente en la cuestión y acoge estas ideas de buena voluntad (¿?), encontrará en sus propias observaciones los datos para comprobarlas”. Los filósofos son a menudo así…

Pero veamos ahora lo que acontece en la actualidad. Como es fácil comprobar, los blancos y mestizos han sustituido al español en la postura dominante y despectiva hacia el indio. Voy a transcribir aquí dos testimonios al respecto, comenzando por el del antropólogo francés Jacques Soustelle, quien, hablando de Ixtlahuaca, un pueblito del Estado de México habitado por indígenas de un lado y por exploradores blancos y mestizos del otro, escribe: “Población de intermediarios, de comerciantes y, muy a menudo, de usureros. Los indios viven de la tierra y aquéllos, de los indios. Para citar un solo caso: el sirio presta sobre las cosechas futuras; tal hacen, por lo demás, todos los tenderos. El interés es exorbitante o, mejor dicho, no rigen respecto de él sino la fantasía y el arbitrio. El indio tiene leyes protectoras pero las ignora y un buen día lo despojan de su casa, de sus ovejas, de su burro. Se le compra muy barato su maíz y se le revende muy caro. He visto a un tendero prestar 50 centavos sobre un vestido de mujer, de lana, que representa un mes de trabajo y que el menos interesado compraría en tres o cuatro pesos. En una palabra, Ixtlahuaca es en medio del campo un sumidero que se traga lo que produce el campesino; las notabilidades de que he hablado ya no encuentran palabras para expresar su íntimo sentimiento de superioridad sobre esos “inditos”, lo suficientemente estúpidos para caer en las redes que se les tienden. Raras veces he visto llevada a tal grado la petulancia como entre esta “gente de razón”, según el título que se dan a sí mismos los criollos y mestizos, por oposición a los indígenas. Sobre todo entre los propietarios de la casa en que estaba instalándose nuestro cuartel general, semejante petulancia me repugnaba; al dirigirse a los indios sólo se oían gritos violentos como: ‘¡Ándale! ¡Córrele!’, cual si todo indígena fuese un criado por nacimiento” (Mexique, terre indienne, París, 1936).

El antropólogo mexicano Ricardo Pozas Arciniega escribe por su parte sobre la actitud de los sacerdotes católicos respecto de los indios chamulas del Estado de Chiapas: “Enero 19 de 1944… El párroco estaba bautizando en el templo… Dos ayudantes del sacerdote despachaban a empellones a los que les tocaba su turno… El cura tomaba agua de la fuente con un vaso, y después de acomodar la cabeza del pequeño para que escurriera el agua a un depósito, le vaciaba el agua del vaso. Cuando alguna india no ponía como él quería a la criatura, la acomodaba a manazos (Centromexicanismo idiomático, por golpes de mano), que daba a la mujer hasta que la dejaba como debía estar…” (Diario etnográfico inédito, amablemente facilitado por el autor).

¿Qué decir ahora de los “líderes” pueblerinos, cuyas armas son el engaño y la artería? ¿Y de esos mismísimos agentes municipales, que en Chiapas y otros Estados de fortísimo porcentaje indio viven de fomentar y explotar el alcoholismo de los nativos? La penosa lista sería larga.

A cambio de todo eso, el indio, que actúa respecto del resto de la población como sector fuertemente influyente, racial y culturalmente hablando, “se venga”, por decir así, de esa su inferioridad social, contagiando a blancos y mestizos con su propio sentimiento de inferioridad, de automenosprecio. Toda la doliente historia de la destrucción de sus instituciones prehispánicas; todo el peso de la inferioridad de que lo hizo víctima el español; toda la explotación actual de los hombres de capas socialmente superiores; todo el caudal negativo de sus traumas y desajustes, todo lo devuelve, en cierto modo, a blancos y mestizos en forma de inseguridad y de automenosprecio.

Por eso nosotros, los blancos y mestizos, somos también unos desajustados respecto de la civilización auténticamente “occidental” que pretendemos vivir; por eso todo lo extranjero nos parece superior; por eso a todo lo nuestro, hasta cuando no lo comparamos con lo de afuera, hallamos manera de menospreciarlo. De aquí que nuestra joven y bella novia sea, en nuestro trágico léxico centromexicano, una “vieja”; nuestro pequeño hijo, un “perro”; nuestro flamante automóvil, a veces adquirido a base de grandes sacrificios, una simple “carcacha”; nuestro capital, por saneado que esté, nada más que “centavitos”; y el lecho mismo en que agonizamos, “un petate en que caer muertos”…

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Crítica Literaria

Desde lo más alto de una borbónica nariz, sus ojos muy abiertos parecen escrutar la inmensidad del infinito. A ratos, que no quisiéramos frecuentes, tórnanse tan tristes, que parece que pensaran en despeñarse desde la cima de su aguileño belvedere. Ojos de mirada profunda, de implacable analista, penetrante como un análisis de Marcel Proust, y que si no ignoran el arte complicado de la caricia, también saben hacer daño con sus irónicos reflejos. Thémis le atrajo con el señuelo de una justicia inexistente. Y en su bufete, entre Planiol y Cortot y entre Beethoven y Vallarta, soñó con maravillosos imposibles. Y despertó ante el chorro de luz de las realidades implacables.

Se revuelve como león enfurecido. Pero sus heridas son muchas y muy grandes. El arte calma sus angustias con el bálsamo que brota de su violín embrujado. Y en su remanso de paz, junto a la madrecita toda mieles y la amada toda belleza y agasajo, su espíritu se repone de pasadas angustias. Y es que ama la música sobre todas las cosas. Aunque las canciones de Agustín Lara le produzcan una apendicitis espiritual, de pronóstico reservado. Un poquillo nietschiano, observa con mirada compasiva el diario trajinar de las humanas pasiones. Y a pesar de su talento y de sus aptitudes envidiables, o acaso por esto mismo, sigue con la mirada perdida en un horizonte sin límites, cual si esperara verlo encenderse en un nuevo y radioso amanecer (Siluetas Yucatecas. Burgos Brito, Santiago. Colección Palma Burgos. Libro No. 1. Edición Cultural Privada. Mérida, Yucatán, México, 1984. P. 5).



[1] Diccionario de escritores de Yucatán. Peniche Barrera, Roldán y Gaspar Gómez Chacón. Compañía Editorial de la Península, S.A de C.V. México, 2003. Pp. 61-62.

[2] Aspectos sociológicos de nuestro tiempo. Echánove Trujillo, Carlos A. Talleres de B. COSTA-AMIC. México, 1965. Pp. 37-41.