Cardeña Vázquez, Indalecio

(n. 1959) Antropólogo y escritor nacido en Mérida, estudió la licenciatura en la Facultad de Ciencias Antropológicas de la UADY. Ha sido subjefe de la Unidad Regional Yucatán de la Dirección General de Culturas Populares (1986- 1989); investigador del Instituto Nacional Indigenista en el Proyecto Oaxtepec “Centro Nacional para la Investigación y Promoción de la Medicina Tradicional” (1989-1990); jefe de redacción de Notimex en Yucatán (1990-1991); Diario del Sureste (2001-2002) y colaborador de la Comisión Nacional de Arte Sacro (D. F. 1990-1992). Fue profesor en el Seminario Conciliar de Yucatán. Fue coordinador de la Biblioteca Municipal José Martí. Registra participaciones en congresos y reuniones sobre medicina tradicional y rescate cultural. Ha colaborado para los periódicos “Novedades de Yucatán”, “Diario del Sureste” y “Diario de Yucatán”, cumpliendo tareas de reportero y redactor, y publicado trabajos en el boletín de la Escuela de Ciencias Antropológicas. Fue ganador de los XII Juegos Florales de la Ciudad de Mérida (1992) y de los Juegos Florales de la Ciudad de Progreso (1996); triunfó también en el Concurso de Narrativa Memoria popular de la Guerra de Castas (1997). Ha sido becario del Centro Yucateco de Escritores (1992), del Programa de Apoyo a las Culturas Municipales y Comunitarias (PACMYC 1994) y del Programa Alas y Raíces del Centro Cultural del Niño Yucateco (1999). Su poesía está contenida en los libros Palabra elemental (1989), Canto para la fundación de Mérida (1992), Cuaderno para Alheví (1995) y Las islas del verano (1997), así como la novela Montejo, el reino que nunca fue (1997) y el volumen Carrillo Puerto, iconografía (1998) realizado con Roger Campos Munguia. Fue director de la Pinacoteca del Estado Juan Gamboa Guzmán[1].

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SELECCIÓN DE CUADERNO PARA ALHEVÍ[2]

LAS PAREDES DEL TIEMPO

(fragmento)

Y aquí, al sur del país,

entre estas calles y estas casas,

entre estos hombres y esta ciudad,

sueño de otro hombre

sangre de muchos hombres,

bajo estas nubes rojas del atardecer

y el silencio de los árboles que guardan la noche,

en este largo beso de la lluvia sobre la tierra

como dos amantes reencontrados luego de mucho

tiempo

que buscan en su cuerpo

los recuerdos que los días y las horas olvidaron,

aquí, bajo este azul tan puro como el mar,

aprendemos a morir.

Escala el tedio las paredes del día

y descubrimos las sombras de la vida que

termina

y se esconden en las piernas.

La tarde es un vacío

donde nos despeñamos a la vida,

los relojes marcan las cinco

pero igual podrían ser las seis o las tres.

La ciudad es un eco de sueños

de estrellas perdidas

y es el tiempo de la muerte,

el tiempo

cuando los muertos se enciman en el alma.

Mis pasos no ahogan el fastidio de la tarde

y camino con lentitud de siglos

con el tedio del universo asido a los tobillos

con la soledad que pesa con su lastre de años

mostrándome que no sé vivir,

trayéndome el recuerdo del viento, la luz.

La vida

¿un camino que conduce a ninguna parte

un espejo reflejando el vacío

un espejo reflejando otro espejo?

Bajo cada hoja

Dios llora en el parque

como antes lo vi llorar

en otros parques y otras tardes

de otras ciudades.

Estos son los días que huyen

las horas que caen inútiles sin cosechar,

la sangre que se reseca

la vida no aprendida

el recuerdo de campanas al atardecer

cuando los ojos se asombraban al descubrir los

árboles, la tierra.

Qué hacer en esta piedra

en esta tierra de muchas voces

donde todas son una,

en este sol, en esta memoria antigua,

qué hacer con este grito de la sangre

que desgarra los velos de la memoria.

Me sumerjo en esta lluvia que cae

e inunda mi vida con sus recuerdos, sus fracasos.

El deseo, la angustia, la flor,

se escurren de las manos

y aquí estoy

en el centro de la locura

de la maldición de la sangre

de la negación de la rosa

de la muerte de las horas y de la mañana,

en el vértice del odio y del miedo

en la penumbra de los sueños alguna vez

deseados,

aquí estoy, en el centro de la demencia inducida

en este desánimo

en este abandono

en esta muerte viva que llena el alma

en este vacío,

mirando caer, otra vez,

destruido, en mi derredor,

el tiempo, mi tiempo,

viendo el vuelo inútil de la abeja contra el cristal.

Y aquí traigo el infierno entre las manos,

aquí donde los demás imaginan ver el amor

y se esconden, temerosos, en los pliegues de la

sangre

yo la desdoblo y muestro el odio guardado.

Aquí nombró el espejo que devuelve la verdad

de la mentira

y nombro también los sueños del asesino,

de los abuelos

de los padres que se negaron a vivir

y mataron a sus hijos.

¿Quién habla

quién esgrime las armas en esta mentira,

eres tú

el que alguna vez me habló,

el que elevó su voz sobre los cuerpos y el polvo

para tocar el viento

deseando permanecer en la vida?

¿Eres tu

el héroe también derrotado

que se aferra a la memoria de la sangre

para hallar el olvidado pulso?

¿Eres el poeta que vio la fundación de la ciudad

Primordial

y cantó el brillo de las armas?

Mira cuán caído estás también,

tú que prefieres no nombrar

las sombras que llenan el alma;

ahora, expulsados del paraíso de los días,

como todos,

nada nos pertenece ya, antiguo maestro Carlos,

ni a ti, ni a mí,

abandonada toda esperanza

sólo somos nosotros

sólo los días que nos vencen

sólo la palabra.

Yo como tú

hallé el oro en la arquitectura que el tiempo

edificó,

en los días cuando el sol y la sangre crecían,

mas ahí estaba

junto a la flor,

el miedo

un miedo muy antiguo, ancestral,

y el odio

llenando el tiempo de los padres.

Como tú

soy el olvido de la sangre

que de pronto estalla una noche, abandonado,

como una ola poderosa que recuerda otras playas

otros mares

otros hombres que amorosos abrazaban a sus

mujeres y sus hijos,

y sabe que su espuma tiene el mismo sabor que la

tristeza,

que el Edén no existe

que es tan sólo un sueño de Dios,

que el mar es una noche inmensa

y que ella es un largo olvido que vuelve

una y otra vez

a decir su abandono en las playas

a besar la arena

a lamer el tiempo salobre

donde las gaviotas y los hombres depositaron sus

recuerdos.

Mas ahora, después de agotar estas piedras

de beber su savia

y recorrer sus vetas,

después de escuchar tu voz,

ahora, con el eco de tus palabras, romano nuevo,

abandono tus naves

para acudir a las mías.

Un viento contenido

un ángel que siembra sueños

una noche derruida, incendiada,

un poema que se deshoja

un hombre que se derrite en la ansiedad

un grito que se ahoga y se pierde

sube a la garganta y recorre venas calles

un silencio de piedras muertas

un alba perdida en la memoria

un odio guardado, alimentado en la sangre

un miedo contenido en la locura del viento las

horas

un temblor que recorre la piel y los huesos

despeñándose en la nada,

quiebran el espejo en la noche.

Extiende una sombra

su manto en la sangre y los días

y me recuesto a esperar la muerte.

Caen despeñados los ángeles de la creación

y Dios gime su abandono, su fracaso,

llora por el linaje arrojado a la obscuridad

por la estirpe maldita.

La luna rota es un ojo vacío

que mira desde su fondo

el tiempo que se levanta,

las islas que surgen

creadas por la palabra.

Olvidar, olvidar

cuán preciso es olvidar,

extender los recuerdos

como las olas su espuma en la playa.

Mirar crecer la sangre

mirar crecer el viento

sentir los días que pasan,

y guardar la luz de las horas

para que el tiempo y la lluvia no la borren.

Hay días en que uno quiere llorar porque sí,

llorar por la felicidad, por la alegría,

por estar vivo y saber que sólo es un instante,

por la tristeza,

por el gozo de tener una amiga

y amarla, amarla,

llorar por la vida misma

y las horas que nos abandonan

llorar, carajo, llorar porque sí,

hay días, en los que uno se pone a llorar.

Cruza la paloma la tarde,

en el jardín

una mujer riega las plantas

como en un rito,

como antes vi en mi casa regar

las plantas al atardecer.

La memoria es una espada que atraviesa el tiempo

y hiere mi carne.

En estas piedras

en estas ruinas

en este polvo,

me levanto y construyo mi historia.

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APUNTES PARA UN DIARIO DE VERANO

EL NIÑO DEL PARQUE

Aquel niño del parque

nunca sabrá quién soy

nunca recordará que me vio

y que pasé a formar parte del paisaje

de los árboles las bancas

las otras cosas y los otros hombres que miró sin

entender

y que le agradaron o le fueron indiferentes

esa tarde, cuando se paró junto a mí

haciéndome recordar, que yo también

en otro tiempo, cuando tuve cuatro años,

vi caras, personas, lugares

que no comprendí y olvidé

quizá en ese mismo instante o poco tiempo

después,

ese niño, nunca sabrá que pasó a formar parte de

mis poemas

como yo pasé a formar parte

fugazmente, de su mundo.

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COTIDIANO

Tal vez

porque siento la necesidad de saber que estoy

vivo

procuro rodearme de personas

que imagino viven

con la intensidad que anhelo,

pero, ¿ellas en verdad viven con esa intensidad,

ellas ven lo que yo veo,

se detienen en las calles a escribir líneas como

éstas,

viajan en los camiones

o comen alguna vez en el mercado

entre la miseria de esta sangre antigua,

transformada?

Tal vez, no todos sientan la angustia de estar

vivo,

tal vez

sólo yo busco rodearme de personas

que imagino que están vivas.

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HOMBRES

Únicamente somos

nostalgia de las estrellas,

hombres buscando la Luz.

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RUTINA

Cinco minutos

tan sólo son cinco minutos

los que tengo ahora

al medio día

para recordar

recobrar lo que he sido,

para sentir de nuevo el paso de la vida,

para estar libre

recordar cuando esperaba a mi amiga

cuando te esperaba

entre el sol y las horas que caían

sobre esta gente y estos árboles,

fueron tan sólo, cinco minutos,

la computadora me espera.

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ALBA

Un alba oscura

cabalga sobre los lomos del tiempo.

Una nave de antiguos dioses

surca la memoria de los hombres.

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LOS DIAS

Caminamos entre los días sin entender

y cuando creemos haberlos alcanzado

son ellos

los que nos han rebasado hace mucho

y nos llaman

para mostrarnos a dónde nos han llevado

nos tocan al hombro

para mostrarnos

lo que han hecho de nosotros.

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[1] Diccionario de escritores de Yucatán. Peniche Barrera, Roldán y Gaspar Gómez Chacón. Compañía Editorial de la Península, S.A de C.V. México, 2003. Pp. 44-45.

[2] Cuaderno para Alheví. Cardeña, Indalecio. Ediciones de la Universidad Autónoma de Yucatán. Mérida, Yucatán, México, 1995. Pp. 11-60.