(1897-1959) Poeta. Nació y murió en Mérida. Estudió el bachillerato en el Instituto Literario del Estado. Muy joven evidenció inclinación por la poesía. Residió un tiempo en la ciudad de México. Publicó en el diario “El Universal” sus primeros poemas y luego le siguió “El Heraldo de México”. Publicó también en la revista “Raza” y en “La Revista de Mérida”. Fungió como director de la Biblioteca “Manuel Cepeda Peraza” de la ciudad de Mérida. Su único libro en vida fue “Cisnes negros”. Poco después de su muerte apareció “Manicomio”, que escribió en el Asilo Ayala, donde permaneció recluido un tiempo. De “Cisnes negros”, dirá Abelardo Barrera Osorio que su contenido se aleja de toda escuela o disciplina. Lo mismo piensa Esquivel Pren quien añade: “Canta para que vuelen sus canciones como pájaros sin nido”[1].
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Selección de La Voz ante el Espejo[2].
El misterio
En el ambiente flotan presagios de tragedia.
Son las nubes fragmentos de algodones impuros.
Entre verdes encajes se destacan los muros
de los magnos palacios. El pesimismo asedia
mi corazón. Levántase con lentitud la media
naranja de
perfiles de los montes cercanos. La comedia
de la vida interrumpe sus pasos inseguros.
En el crespón enorme del firmamento brillan
los astros. Es la hora en que se arrodillan
los creyentes y elevan a Dios sus oraciones.
Me torturan las garras lúgubres del misterio
que entre sus viejas tapias oculta el cementerio,
y vibra entre la plata de las constelaciones.
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Otoño
El lago bajo un velo de ceniza
refleja las angustias otoñales.
En su lámina fría una sonrisa
muere a la sombra de torvos sauzales.
Entre la niebla, donde en irreales
hecatombes la sangre se desliza,
bajo dolor eterno de zarzales
la tierra gris su blando lomo eriza.
El silencio prolonga su alarido
hasta que fluye sangre del oído.
Alrededor desaparece todo.
Alrededor todo se desmenuza,
y la rodilla, trémula, se aguza,
y para siempre clávase en el lodo .
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La que se aleja
Auroras agonizan en el quebranto
de sus pupilas, donde puso la garra
de un dolor tempranero su desencanto,
y su palabra breve tiene el encanto
gallardo y quejumbroso de la guitarra.
Mueren en sus mejillas lindos abriles
en un otoño mágico que no se espera.
Hojas tiernas y claras de primavera
que roban elegancia a los marfiles.
Al mirarle me enfermo de su belleza,
y en mi pobre alma triste que amargó el mundo
llueve calladamente larga tristeza
y en mi rostro hay un gesto meditabundo.
Y mientras a lo lejos, lenta, se pierde,
con la marcha infalible de las quimeras,
miro un campo sin límites, un campo verde
florecido por todas las primaveras.
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Otoño
Tu virginidad vieja,
pero no inocente
-oh, los atardeceres
de los días de escuela-
sueña con auroras sangrientas.
En tus treinta y cinco años hormiguea
la lujuria sin ejercicio;
oh, si la sociedad te permitiera
ostentar la presea
del vicio.
Pero no, y tus sábanas blancas
restañan la sangre
de tu pupila exagerada.
Y aquellas noches
en que
por los corredores,
tu alma de brazo va con ella;
pero mejor quisieras
hallar entre tus sueños derruidos
una aurora sangrienta…
Y te conviertes en un tembloroso
tulipán rojo.
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Agonía otoñal
Sobre el jardín que prestigia la fuente
con su amplio escudo de cristal,
se desparrama una dorada y leve
agonía otoñal.
Bajo la llovizna persistente
la flor de pascua
es una llama
que se apaga.
La higuera
seca
es un sueño que naufraga.
Y la bugambilia
es una “flapper”
que muere tísica.
Sobre el árbol más alto, un pajarillo
quisiera cantar, pero no canta:
Es la última hoja
y como sus hermanas
cae lentamente
en la fuente
de plata.
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A Delmira Agustini
Cisnes negros, 1949.
En el infinito quiero ser un íncubo,
Delmira Agustini, por gozarte a tí,
ante las miradas claras de los astros,
y en el tiempo que no tiene fin.
Todo lo sagrado, todo lo recóndito
que encierra tu alma, yo lo comprendí;
por eso. Delmira, quiero ser un íncubo
en el infinito por gozarte a tí.
Amores celestes: cada beso nuestro
arderá en el cielo como un nuevo Sol;
cada pensamiento
será un universo rítmico y veloz.
Envidias atónitas de oscuros planetas,
lágrimas de fuego de soles gigantes,
palidez anémica de lunas inquietas,
broncas maldiciones de dioses distantes,
amenazarán nuestro amor errante;
pero entre los arduos caminos del cielo,
en eterno vuelo,
Delmira Agustini, tú serás mi amante.
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El jardín de las visiones
Un hombre se transforma, de improviso, en venado,
a una mujer decrépita se enrosca una serpiente,
de un agujero oscuro comienza a salir gente
y unas damas obesas pastan yerba en el prado.
Con su traje de gala vendas hace un soldado,
el Administrador se ha vuelto transparente,
y corre por las llaves en vez de agua aguardiente,
porque dicen los sabios que beber no es pecado.
Alguien mira con ojos de gratitud su coa
devorando con ansia Médico en barbacoa.
Hacen piruetas ágiles bailarinas desnudas…
El padre nuestro reza devotamente un loro
una ingenua gallina pone huevos de oro
y Satán se persigna con las manos velludas.
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Vagabundo
Soy carne de hospital, manicomio y hotel,
cuanto emprendí en la vida siempre me salió mal,
y aprendí en mis andanzas que sin un capital
son ridícula cosa la virtud y el laurel.
Tuve un grande cariño, fue una flor de burdel,
sorbí en sus labios pródigos dulce filtro letal;
una noche un imbécil le clavó su puñal
nada más porque, mísera, no podía ser fiel.
A veces me imagino que fue el mismo Luzbel
quien me sostuvo sobre la pila bautismal;
lucía en el frac negro deslumbrante clavel
y era un rictus irónico su risa infernal,
que transmitió a mis labios con sabor de hiel,
sabor de manicomio, de hotel y de hospital.
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Las dos madres
En dos lechos contiguos viven los dos cretinos.
Dos veces por semana tienen una alegría.
Dos ancianas, uniendo sus diversos caminos,
vienen a visitarles a la casa sombría.
¡Qué discordante acorde forman estos destinos!...
-Loemos a los dioses su sabiduría-
porque como al fundirse sus hoscos desatinos
trasciende la presencia de sublime armonía!...
Mirad a las dos madres… ¡Qué indecible ternura
hay en todos sus actos para los dos idiotas,
sin mostrar un instante decepción ni amargura!...
Y ante los exquisitos cuidados maternales,
reviven los enfermos alegrías remotas
y vuelven a ser hombres estos dos animales!
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Uno de estos domingos
Manicomio, 1967.
Uno de estos domingos, no estará muy nublado,
sacarán mi cadáver por el portón de atrás;
olerá el suelo a lluvia, lucirá verde el prado,
sonarán las campanas, será un domingo más.
Al cerrar yo los ojos, todo habrá continuado
lo mismo que otros días, la vida su compás
no alterará, muchachas de rostro endomingado
sonreirán a la brisa que les besa la faz.
Quedaré bajo tierra. Dormiré sin cuidado.
Nada echaré de menos. Todo estará demás:
La dulzura infinita del amor no expresado,
la cosecha madura, los frutos en agraz.
De risas y lágrimas seré al fin libertado,
uno de estos domingos, por el portón de atrás.
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Crítica Literaria
Desde muy joven se hizo presente en él la vocación poética. Viajó en plan de aventura por Europa, donde permaneció por algún tiempo. A su regreso a Yucatán se dedicó a escribir. Voz agria, dolorosa, abre nuevos caminos a la poesía de Yucatán. En su poesía hay una nueva forma de decir las cosas, de nombrarlas. Poeta descarnado, atento a las injusticias sociales y a la psicología de los hombres le dio una nueva sonoridad a las palabras.
(…) Hay en sus poemas reminiscencias de Darío –el Darío de Cantos de la vida y esperanza- el mejor Chocano, de Machado, de Villaespesa, de González Martínez, de Lugones, de Rafael López, de Amado Nervo. Y a todo este caudal de influencias y de lecturas, le dio un giro particular y le otorgó idioma y rasgos nuevos: personalidad.
(…)
Roger Campos Murguía
Antología general de la Literatura Yucateca
Obra inédita.
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