Mediz Bolio, Antonio
(1884-1957) Escritor, dramaturgo y diplomático. Es uno de los mejores poetas de Yucatán. Nació en Mérida y murió en la Ciudad de México. Hizo estudios en el Seminario Conciliar Universitario de Mérida y en el Colegio de San Ildefonso de la misma capital yucateca. Egresó de la carrera de abogado en el Instituto Literario del Estado en 1907. Durante el porfiriato ocupó cargos en el Gobierno del Estado y fue secretario del Juzgado Segundo de lo Civil. Se incorporó al maderismo y en dos ocasiones fue diputado federal y en una senador de la República. En tiempos de Victoriano Huerta tuvo que expatriarse a La Habana y a su retorno en 1917 fue nombrado director de “La Voz de la Revolución” por el gobernador Salvador Alvarado. De 1919 a 1932 prestó servicios como diplomático de México ante España, Colombia, Argentina, Suecia, Costa Rica y Nicaragua. Fue delegado de nuestro país al Congreso Bolivariano que tuvo lugar en Panamá en 1926. Como periodista colaboró desde muy joven en “La Arcadia”, “El Monitor”, “La Revista de Mérida”, “Pimienta y Mostaza” y “El Salón Literario”. Posteriormente lo hizo para el “Diario del Sureste”, “El Imparcial” y “El Nacional”. En la capital de la república escribió para el diario “México Nuevo” en 1908; en La Habana trabajó para “El Heraldo de Cuba” y ocupó la dirección de “El Heraldo de México” en 1919, periódico fundado por el propio general Alvarado. En periódicos de la época de diversos países hispanoamericanos aparecieron escritos de su autoría. Como docente impartió cátedras de Lengua y Literatura Maya en la Facultad de Filosofía y Letras y en la Escuela de Verano de la UNAM. Escribió poesía, teatro, historia, prosa, ensayos, operetas y canciones. Se le reconoce como autor de “Mi sueño”, trabajo publicado en 1916 y considerado como el ideario de Salvador Alvarado. Según el crítico Rubén Reyes, en el conjunto de su obra literaria se advierte, junto a la temática hispanista de corte caballeresco, el asunto y el aliento de la antigua cultura maya. Destacan dentro de su producción poética “Evocaciones” (1903); “En medio del camino” (1919); “La Casa del Pueblo del Mayab” (1928); “Mater admirabilis” (1942); “Las cuatro Colmayel, las madres de las flores” (1946); “Siete poemas” (1950) y “Mi tierra es mía” (1953). “La tierra del faisán y del venado”, obra escrita en prosa poética y prologada por Alfonso Reyes le dio prestigio universal alcanzando numerosas ediciones. También, dentro de su inclinación hacia la cultura maya, publicó “A la sombra de mi ceiba” y “El libro del Chilam Balam de Chumayel”, versión del idioma maya al español. En su faceta de dramaturgo produjo “Alma bohemia”, “La guerra”, “Las dos noblezas”, “Suerte perra”, “El verdugo”, “Vientos de montaña”, “Mirza”, “El sueño de Iturbide”, “La virgen loca”, “Vientos de pasión”, “Sinfonía helénica”, “La ola”, “El marquesito enamorado”, “La flecha del sol”, “El acatamiento de Don Quijote a doña Consuelo Mayendia, alta y vencedora princesa de la jácara y del donaire”, que contiene el célebre poema Manelik; “Danza maya”, “Soñando”, “La fuerza de los débiles”, “La tierra del faisán y del venado (ya se mencionó líneas arriba), “El asesino”, "Siete danzas de Mayali” y “Cenizas que arden”. Forman parte de su amplia bibliografía la “Introducción al estudio de la lengua maya” (1943), “Interinfluencia en la lengua maya con el español de Yucatán” y “Siete ensayos mayistas”. Dentro de la música yucateca compuso algunas de sus más famosas canciones: “Caminante del Mayab”, “Yucalpetén” y “Campanitas de mi tierra”, musicalizadas por Guty Cárdenas. Su capacidad como escritor lo llevó a redactar textos y argumentos cinematográficos para películas como “Deseada”, “El amor de los amores” y “La noche de los mayas”. En los Juegos Florales de Covadonga que tuvieron lugar en 1913 obtuvo la flor natural con el poema “La Casa de Montejo”. Desde 1946 se integró a la Academia Mexicana de la Lengua como miembro de número. Se le conocen los seudónimos de Radamés, Bergerac y Allan Moe Blein. En 1956 se le concedió el Doctorado Honoris Causa de la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad del Sureste; dejó inconclusa una “Historia de las Revoluciones de Yucatán” y falleció en la Ciudad de México siendo senador de la república por Yucatán. Es autor también de “Palabras al viento” y “Crónicas de Cuba” (1916)[1].
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Selección de La Voz ante el Espejo[2].
Libro quinto (Libro de las siete danzas)
Danza de la virgen que despierta
(Fragmento)
I
Despierta, señora; despierta, bellísima señora para que oigas
mi voz enternecida y sepas lo que pasa en lo más profundo de mi
alma.
Porque quiero verte asomar a tu puerta, bajo las enramadas
que florecen, vengo a cantar aquí con mis amigos.
Es de noche y no pasa nadie por el camino y ni mis manos veo
a la luz de las estrellas perdidas.
El álamo que hay a la puerta de tu casa estaba dormido y ya
despertó. ¡Y tú no me oyes ni despiertas!
Las campánulas de la enredadera me oyen y están cambiando
de color como si el sol las calentara. ¡Y tú no me oyes ni despiertas!
Y sin embargo, he venido y espero cantando, porque vivo de
la esperanza de poder mirarte. ¡Señora; dulcísima señora; despierta
y dime que me escuchas!
Nadie te verá más que yo, que tiemblo delante de ti. Tu madre
duerme y mis amigos se apartarán y se volverán de espaldas. Sólo
serás para mis ojos develados en la oscuridad.
El gallo de tu casa me ha oído y ya cantó.
¡Y tú no me oyes, ni despiertas todavía!
Pero aquí estaré cantando hasta que amanezca y me eche el
sol delante de tu casa. Porque yo no puedo vivir sin verte, dulce y
escondida señora.
II
-¿Quién es el que canta en la oscuridad, delante de mi puerta?
¿No sabe que es la hora en que corre por el camino el fantasma?
¿No sabe que es la hora del sueño dulce, en que quien duerme no
desea despertar?
-Yo soy, yo soy, señora dulcísima. Si me has oído sabes que
vengo a cantar la pena que sufro y la ansiedad de verte. Si me ves,
comprendes que tiembla mi corazón y que por todo mi cuerpo
corre el dulce frío que se siente una vez en la vida. Yo soy, señora,
que siento la gracia de oír que me hablas, pero no te veo, escondida
como estás, y mis ojos tienen envidia de mis oídos, y relampaguean
buscándote.
-¡Calle el que sea; calle el que sea! ¿No sabe el que canta que
mi madre se despertará y habrá de reñirme?
-El que sueña contigo y no cierra sus ojos por miedo de que
pases cuando duermes y pierda la luz de verte, no sabe sino que
eres tú la que habla y él es el que no vive sin ti. ¡Sal, señora bella y
dulce, como cuando sales a dar agua al caminante mendigo! Mayor
es mi sed y más dura mi muerte si no te apiadas de mí.
-¿Qué es, pues, lo que quiere el que ronda de noche y con
amigos la casa de una doncella?
-Quiere decirte que está herido de amor y enfermo de tristeza
por ti. Quiere que sepas que va a morirse como una hierba seca
sobre una piedra calcinada si tú no le das la misericordia de verlo y
sonreír.
-¡Ah; el que habla es el fantasma, que corre por el camino y ya
me despertó para embrujarme!
-Embrujado y loco está el que te habla, y sólo tú puedes sanar.
-¿Por qué los hombres dicen mentiras de noche, a la puerta de
la casa de las doncellas que duermen tranquilas?
Yo digo la verdad cuando digo que muero y que vivo por la
que es ingrata y recelosa como ninguna mujer.
-No, no! ¡Mientes, mientes! Si dijeras la verdad vendrías de
mañana, cuando mi madre pueda recibirte y yo pueda saber si eres
un hombre y no un fantasma. Calla tu canción y vete, porque es la
hora en que no se debe despertar. Andan sueltos por la sombras los
pájaros invisibles, que llevan en el pico una espina de subin para
clavarla en el pecho de las mujeres y envenenarlas para toda la
vida. ¿Por qué me hiciste despertar?
-Para que sepas que te quiero; para que oigas mi voz temblando
en el aire que huele al olor de la noche profunda. No tengas miedo
y abre sólo un resquicio de tu puerta cerrada, para que entre a tu
casa el aliento de mi corazón.
-¡Miedo tengo; estoy helada; miedo tengo de la espina que en
mi pecho ha de clavar el pajarito invisible que vuela en tu canción,
hombre mentiroso!
-Abre tu puerta y sentirás que entra una ráfaga de viento,
oloroso y fuerte, hasta adentro de tu vida, que está cerrada como
la puerta del santuario. Abre y verás cómo vive el hombre que te
quiere y te busca como el agua fresca en la sequedad del monte.
Abre y verás cómo es la dulzura de la noche cuando se enciende
en ella el lucero que está estremeciéndose bajo el secreto de la
canción. ¡Abre, señora, y sal a mostrarte bajo la enramada llena de
amapolas!
-Ay, que desdichada de mí; que el viento ha abierto la puerta…!
-Venturoso de mí, que te miro, como la estrella que ha bajado
para iluminar la triste noche de abajo!
-Ay, no he sido yo; ha sido el viento que trajo tu canción,
hombre mentiroso!
-¡El viento abrió la puerta y tú saliste, y yo tengo lo que no
merezco, pero lo tengo ya, y nadie ha de quitármelo!
-¡Ah, no he sido yo; no he sido yo! El viento fue; el viento fue,
que abrió la puerta y me puso aquí donde tú estás; el viento fue,
que me mueve lo mismo que una hoja!
-Alejaos, amigos, que es la hora en que yo esperaba la que
llegó. Id y dormid callados; amigos míos y dejadme en medio de
la dulzura de la noche. ¡Ven, pajarito invisible, que tienes en el pico
la espina que hiere de amor!
-Ay; el viento abrió mi puerta a la canción que abrió mis oídos!
¡Ay; el viento que abre las flores en la noche, para que reciban el
sol! ¡Ay; el viento oloroso que me despierta a mí, como despierta a
la paloma en su nido! ¡Ay; el pajarito invisible que me deja clavada
la espina en el pecho, la espina aguda que hiere de amor! ¡Ya
despierto, ya despierto! Y no sé si despertar es dormir en lo dulce
de la mentira; pero ya desperté, ya desperté con la espina clavada
en mi pecho desnudo; ¡ya desperté, ya desperté!
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Libro séptimo
Este es el libro de Maní,
que quiere decir que
todo pasó
Maní
I
Desvanécete, hija del Mayab, como la flor de la jícara cuando
la abrasan los soles. Duérmete suspirando, como la venada joven
rendida de correr.
Cierra los ojos y recuéstate en la sombra, junto al agua fresca,
y embriágate de sueño dulce, y olvídate de todo.
Olvida, hija del Mayan, que naciste en la casa del cielo
reluciente, en que de día las piedras brillan como el oro y de noche
las estrellas toman alas y bajan a volar entre los hombres.
Olvida que tu madre era hermosa y semejante a una granada
abierta, que ríe derramando sus granos alegres, y que tu padre era
valiente y feliz, y pisaba con pie ágil la tierra, que le obedecía.
Olvídate de que cuando eras pequeña te llevaron un día claro
a donde el suelo es de arena fina y acaba la tierra para que empiece
el gran mar, que se mueve todo el día y toda la noche. Tú viste el
llano de agua, que no tiene caminos, y a la orilla respiraste dichosa
el viento robusto, lleno de sal, y temblaste, toda llena de vida,
abriendo los ojos a lo que no tiene fin. Olvídalo, hija del Mayab.
Olvida que las mazorcas tiernas maduraban junto a ti en el
campo de tu padre, y que en aquel tiempo ibas saltando por en
medio del maizal, como una langosta dorada.
Olvida, como si nunca hubiera sido, la noche suave del mes
de Moan, cuando estabas con los cabellos olorosos y un hombre
joven y osado tendió su lanza en la puerta de tu albergue y luego
te besó en la boca.
Desvanécete, mujer, y duerme, para que no sepas que has
nacido cuando lo que tenías no era tuyo, y estaba apagado el fuego
de tu hogar, y nada más ha de ser para tus ojos que llorar el llanto
de tu sangre.
Olvida que eres hembra y que en seno llevarás un hijo, porque
él beberá en tus pechos vida de lágrimas y de servidumbre.
Olvídate de ti misma; olvídate, hija del Mayab, porque has
sido mujer cuando la voluntad de los dioses ha cambiado y aquello
que era ya no es.
¡Hija del Mayab: no abras los ojos, ni te muevas, ni te acuerdes
de nada, porque todo pasó!
II
¡Todo pasó! ¿Qué fue del rey Ah-Cuitok, que era duro y brillante
como el pedernal, y que con la sombra de sus dedos sembraba
sobre la tierra las ciudades encantadas?
¿Qué fue de Hunaac-eel, el que resplandecía entre los ejércitos,
vestido con los rayos del cielo y coronado con las estrellas de la
noche?
¿Qué fue de los ocho mil miles de guerreros nobles que pasaron
bajo los arcos de Cobá, con las frentes coronadas de plumas de
todos los pájaros del mundo? ¿En dónde están las flechas del
príncipe Nazul, que cazaba los ciervos de las nubes, y dónde está
Ek-Balam, que apacentaba los rebaños de tigres?
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En medio del camino
Fragmento
He aquí que, como errante juglar, por mi camino
el tercio de una vida ya fui. Quiso el Destino,
mi señor, que el sendero fuese polvoroso y largo,
y me dio el pan bien duro y el vino bien amargo.
Sólo a veces un árbol de ilusión me dio sombra,
y un césped de quimera se me puso de alfombra,
y me dio sus frescuras encantadas un río,
y, un instante, un dorado rayo de sol fue mío.
Siempre vino con furia yo no sé qué salvaje
fatalidad que, a poco, desbarató el miraje
en que yo no había plantado fugazmente mi tienda,
y otra vez el desierto cayó sobre mi senda.
Pero de cada oasis me quedaba una rosa
en la mano, y las alas de alguna mariposa
que prendióse en la llama de mi sueño. Y yo hacía
un trémulo manojo que guardaba hasta el día
en que quien yo esperaba viniese a mi camino,
y seguí caminando, caminando, y no vino.
¡Cuántas veces creía mirar su leve huella
marcada sobre el polvo como con una estrella,
y era sólo una gota de escarcha que fundióse!
¡Cuántas veces oía musicalmente el roce
de su traje en las sombras, y era un vago lamento
¡Y su voz me seguía! ¡Y era apenas el viento!
Cansado de buscarla ya mi paso se trunca.
Quizá por más que siga no he de encontrarla nunca
Y así, pensando en dónde me la ocultó el Destino,
me detengo y reposo en mitad del camino.
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Crítica Literaria
En el conjunto de su obra literaria se advierte, junto a la temática hispanista de corte caballeresco, el asunto y el aliento de la antigua cultura maya. Por este hecho, Mediz es considerado como uno de los pilares de nuestra literatura vernácula, al lado de Mimenza Castillo y Rosado Vega. De esta expresión indigenista –o más bien nacionalista- decía Mediz Bolio, a propósito de La tierra del faisán y del venado: “He pretendido hacer una estilización del espíritu maya –filtrado desde millares de años- de sus orígenes, de la naturaleza, de la guerra, del amor, todo dicho con la mayor aproximación posible al genio de su idioma y al estado de su ánimo en el presente”. Y a su vez Alfonso Reyes –quien refiere esta concepción de Mediz- le respondió: “Así quisiera yo que, de cada rincón de la República, nos llegara la voz regional, depurada y útil. En el concierto de todos esos matices vibraría el iris mexicano” (en La tierra del faisán… P. 14-15).
Rubén Reyes
La Voz ante el Espejo.