Magaloni Duarte, Honorato Ignacio
(1898-1974) Nació en Mérida el 25 de enero de 1898 y murió en la ciudad de México el 29 de abril de 1974. Fue nieto del ilustre maestro italiano Honorato Ignacio Magaloni, quien desde su llegada a la República Mexicana en 1850 hasta su muerte en 1875, desempeñó una destacada labor pedagógica en Campeche, Yucatán, Tabasco y la capital mexicana. Su padre, el poeta y político liberal Ignacio Magaloni Ibarra, distinguido orador y periodista, fue encarcelado en la penitenciaría Juárez a fines de la dictadura porfiriana por sus ideas antirreeleccionistas. Magaloni Duarte fue contemporáneo de los poetas del grupo “Esfinge” aunque su formación literaria y sus primeras obras poéticas se dieron al margen de los grupos dominantes en la escena yucateca y toda su producción literaria fue editada en la capital, donde residió por varias décadas. Su primer libro de versos lo firmó con su hermano Humberto. Fue director de la publicación “El Faro de Progreso” (1920) y jefe de redacción del “Diario del Sureste” (1921). También publicó en el “Diario de Yucatán”.
Obra poética: “Horas líricas”, Biblioteca Guión de América, tomo I, núm. 3 y 4. México, 1944; “Polvo tropical”, México, 1947; “Oído en la tierra”, México, 1950; “Signo”, México, 1952. También escribió “Educadores del mundo: mayas, toltecas, nahuas, quichés, quechuas, incas”, México, 1969, (ensayo); Teoría preamericana de la evolución. “México en el génesis universal”, ensayo. México, 1966 y la Enciclopedia de México consigna entre sus obras “Ocho poetas mexicanos” (1955)[1].
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Selección de La Voz ante el Espejo[2].
Terruño
Fragmento
El sol siempre llega a Mérida
con tigres de piel rayada
que se tienden en los parques
y se meten en las casas.
Y yo quisiera ser tigre
del sol alguna mañana….
* * *
Y empedernido en el ocio
morir de obsesión de bancas
ungido de éxtasis cósmico
bajo el laurel de la plaza.
* * *
Quiero dejar de ser brizna
que la vorágine arrastra.
Volar por ímpetu propio,
brizna aún, pero con alas,
desde los nevados senos
duros y altos de mi patria
a su cola de sirena
que se retuerce y se alza
donde el Mar de las Antillas
la mece como una hamaca.
* * *
Miro a mi tierra que ríe
en mazorcas y granadas,
luego la siento más hosca
en piñuela y pitahaya,
y es que se me pone seria
porque no voy a buscarla.
Y es que se me pone arisca,
lo adivino en chispa amarga
como luciérnaga interna;
que me va a perder confianza
porque en nubarrón de olvido
se va alejando mi cara;
mientras que yo desde el fondo
de esta lejanía ingrata
la miro, cada minuto
más hermosa en la distancia;
y hasta acaricio, hasta beso
su incomparable garganta
sobre el papel insensible
de su retrato, en el mapa.
* * *
Quiero vivir, vivir libre
jadeante de resolana,
que el sol enrubie mi espíritu
aunque me tueste la cara
y arda en un fuego de trópico
este engurrio de nostalgia.
Exprimir sobre mi lengua
zumos de las frutas agrias
y sorberlos con faringe
de volcán que se atraganta.
Frutas, frutas, con el jugo
de la región dura y cálida,
frutas que llega vendiendo
mi tierra en su canasta
por las calles de los tiempos
de los siglos a las plazas.
Mangos –en que la mestiza
hecha pulpa y fuego estalla.
Caimitos –con que mi tierra
le da el pecho al niño maya.
Cocos –la oración del pozo
que hacia el cielo eleva mi alma.
-Cuando el cielo quiere frutas
tira moneditas de agua-.
Polvosos caminos vienen
desde lejos a la plaza
donde abren el ancho pecho
y bajo el laurel se paran
sosteniendo y sopesando
las sandías y guanábanas.
* * *
Es el calor un dantesco
monstruo, de encendidas barbas,
que pecho abajo se tiende
sobre la pobre comarca.
Y bajo él mi tierra gime
como doncella violada.
¡Será nervudo y cetrino
el hijo que de ella nazca!
Brotan el monstruo del tórax
rayos de sol, y colgadas
brillan, del bermejo vello
gotas de sudor amargas.
Al padre salen los hijos
de esta mujer agobiada.
Oigo el ronco vocerío
de las haciendas lejanas.
Pan y panadero al horno
se cuecen en tierra baja.
* * *
En los seres y en las frutas
la fuerza vital estalla.
Las ciruelas son pezones
de tropicales muchachas
y los racimos de plátanos
sensuales manos alargan.
Todo es sensual; si hasta el yunque
se entibia junto a la fragua
mi tierra al fin vibra y goza
bajo el monstruo que la asalta.
La pobre después jadea
sobre el mundo abandonada
y con las ingles calientes
va en busca de sombra y agua.
* * *
Sudorosos seres se buscan
consuelo en las frutas santas.
-El agua vive en la fruta
como entre la gruta el hada-.
Las piñas foscas y ariscas
pero dulces en la entraña
de donde absorbe su espíritu
la mujer de tierra baja.
Las sandías, olvidados
cántaros llenos de agua
que en las riberas del tiempo
dejaron los indios mayas…
* * *
Un minuto de silencio
(Lo pido mientras mis ansias
cortan la bola de fuego
más encendida y sagrada
que haya colgado en el aire,
y chupan una naranja).
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Canción de los cinco miedos
(Premonición a Mérida)
Polvo tropical, 1947
(Quinto miedo)
V
Y tengo miedo, un miedo
de niño tembloroso
que sigue de la mano
a la desesperanza;
tengo miedo filial indescriptible
de la madre que busca los barrancos,
porque ciega y demente
con las obcecaciones del suicidio
en un paisaje de tinieblas íntimas,
¡loca mujer tristísima
se va
a entregar al abismo
su opulencia de nardos!
¡Ella ciega, ella triste, ella doliente
nos deja abandonados!
¿Qué van a hacer tu cielo y tus estrellas?
¿Qué van a hacer tus nítidos albores
en las montañas de la luz y el aire?
¿Qué vas a hacer perdida como huérfana?
¿Qué van a hacer tus gritos indefensos
contra el soplo frenético del huracán posible?
¿Qué van a hacer las horas quietas
de tus tardes, las horas
venadas inefables
acostumbradas a pacer en calma
hojas del tiempo?
¿Qué ráfagas, que súbitas palpitaciones íntimas
de corazón despavorido
sacudirán los leves ropajes eucarísticos
del ensueño de novia en la ventana
cuando en la noche, repentinamente
en demonio flamígero
extendiendo los brazos a través de las rejas
lo arranque, desgarrándolo
y se lo lleve en rojo torbellino?
Yo tengo miedo, Mérida
miedo angustioso y grande.
Minutos infernales en ejércitos negros
cual invisibles húsares
avanzan sobre el mundo….
Se presiente la horrenda
humedad de la sangre en el barro….
Ni una sola esperanza,
ni una sola esperanza entre la sombra,
ni una sola esperanza de Dios entre la sombra
ilumina el oriente.
¿Nunca amanecerá?
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Dame tiempo
Septiembre, 1949.
Se arrepiente mi luz porque ha olvidado
el aire, el niño, el agua: nombres
del entusiasmo de
Destellos en andamios
alzan la arquitectura de
La estrella simplemente calma el alma.
En descenso de olvidos
cayó a simas de angustia
mi voz: copa de acústica en la nada.
Eco en astillas
la soledad devuelve
sus lascas contra el pecho.
Pero la daga a veces fija un rumbo;
el corazón lo indica.
Hoy me arrepiento. Bajan por el río
en sus esquifes unas cuantas horas.
¡Dadme tiempo, avenida en el declive,
para estrechar contra mi pecho
una gota de agua.
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La rama
Octubre, 1949.
Un impulso de amparo hay en la rama
al polvo del camino.
En ella duerme la reminiscencia
del que Es Amor.
Con proyección de rama sobre el mundo
la eternidad abre su palio
en el aire de púrpura.
¡No ha querido velarnos la promesa,
sino hacernos un alto
de sosiego y rumor bajo las hojas!
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Noción del verbo
Junio, 1949.
Nave en fuego la vida importa un grito:
¡morir de incendio mar afuera!
¿Quién eres, voz púrpura
más fuerza que la muerte? Das la vida
al mástil del acento:
¡a fijar en altura una palabra!
Sé que será en el viento.
No importa: ¡Es el velamen!
Es más nube la nave que se incendia.
El corazón boga en la noche
fulge, al soplo del Verbo
júbilo en llamas:
¡un velero
que alumbra el horizonte!
¡Salamandras poetas!
¡Nos giran en los ojos
las demencias del fuego!
Sólo un grito de angustia mar afuera:
¡Qué no me hunda el aspa de la muerte
sin el incendio entre los brazos!
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Meditación del origen
Signo, 1952
No vinieron los indios
no vinieron los indios caminando.
Nunca tendió su lentitud de estelas
Nunca impelieron balsas a occidente
los faisanes de espuma del Atlántico.
Los indios florecieron
simplemente en el campo.
Rumores del origen
habitan en el árbol.
Los libros de mi pueblo
recogen hombres simios en sus brazos.
Ascienden las creaciones a la espiga
desde el limo sin granos.
Después germina el hombre-con-palabra
como fruto en el tallo.
No vinieron los indios
los indios florecieron
simplemente en el campo.
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1910
Llegó don Antonio Ocampo
y del “bolán” de su hacienda
descendieron Dios y el diablo.
Lo saludaron tres indios
inclinando las cabezas
y escondiendo los cuchillos.
La humilde tierra del campo
a sus plantas se tendía
como perra junto al amo.
Encabezaban las milpas
lejos algunas cabañas
con sus indios en cuclillas.
-¿Qué piensas, indio bilioso?
-Me cogieron a la hija
que le gustó a don Antonio.
Tres o cuatro golondrinas
jugaban al tobogán
de una choza a la iglesita…
Y de pronto el campanario
se puso a gritar furioso:
¡Yo soy revolucionario!
La máquina raspadora
mordió las últimas pencas
rugiendo como leona.
Los caminos alargaban
los brazos amenazantes
con sus músculos de lajas.
A distancia los planteles
invadían horizontes
con sus mares de machetes.
Y de allí cargado en hombros
llegó rígido y sangriento
el cuerpo de don Antonio.
Dios y el diablo huyeron de él.
Y en el rojo día aquel
se durmió toda la sombra
debajo de un gran laurel.
(De Polvo tropical, 1947)
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La hoja
Mariposa, la vida hacia el ocaso
unce a tema de vuelo mi cadencia.
La sigo al horizonte: allá mis pasos
van hermanos del viento,
porque empujan las hojas del otoño
gritándoles: ¡no huyan!
El crepúsculo enciende el aleteo
y presiente el relámpago en los ojos
la dilución, en luz, de mariposas.
***
De libar en el iris
llegaré lentamente a ensimismarme.
Sólo ocaso de mí queda en el mundo.
¿Vive, en rumor, el alma de una cuerda?
Oigo la eternidad, casi en murmullo.
Y mi primer cansancio entra
en la vejez, como en el agua
que entibia la vehemencia: es un remanso
del que no vuelven mariposas nunca.
Agosto, 1949.
(De Oído en la tierra, 1950)
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La dádiva
Un enigma de estrella unge las flores,
eternidad: nos miran
luceros de tu rama en las mujeres.
Conjurando a sus ojos,
oprimí con el brazo en sus cinturas
una emoción de ramas florecientes.
Inclinadas por nidos en la sombra
se llenan de botones y murmullos.
Se quiebran como tallos;
arden con el delirio de la hoguera;
nos dejan un aroma…
Y son enigmas que en silencio
cumplen el signo de la vida.
Eternidad: yo sé que en el misterio
será tu entrega sin contorno,
esta emoción de rama entre mis brazos.
Octubre, 1949.
(De Oído en la tierra, 1950)
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Noción del verbo
Nave en fuego la vida importa un grito:
¡morir de incendio mar afuera!
¿Quién eres, voz de púrpura,
más fuerza que la muerte? Das la vida
al mástil del acento:
¡a fijar en altura una palabra!
Sé que será en el viento.
No importa: ¡es el velamen!
Es más nube la nave que se incendia.
El corazón boga en la noche:
fulge, al soplo del Verbo
júbilo en llamas:
¡un velero
que alumbra el horizonte!
¡Salamandras poetas!
¡Nos giran en los ojos
las demencias del fuego!
Sólo un grito de angustia mar afuera:
¡Que no me hunda el aspa de la muerte
sin el incendio entre los brazos!
Junio, 1949
(De Oído en la tierra, 1950)
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palenque
(Ante el existencialismo)
Nave de bebedores de la noche,
aléjate de América.
¡Qué te ahogue el Atlántico!
De ti llega, sollozo hasta mi tierra
la soledad de mundos; y se llenan
de polvo sin luceros
los ojos de los muertos.
Piragua de mi río que desciendes
a sementeras de ángeles sin culpa,
corre a tus horizontes, huye, huye
de la nave que mancha el occidente.
Demencia de anclas
hincó el rumbo en el polvo,
desaló el arrebato.
Piragua mía, limpidez en remos,
lirio del agua grande
que para hacerte prisma de los dioses,
llevas hojas de milpas a destellos,
¡sigue a tus horizontes: salva, salva
las sementeras de ángeles sin culpa!
(De Simiente. Poesía inédita 1935-1947)
Crítica Literaria
Por su forma exterior, a Magaloni se le ha tenido convencionalmente como posmodernista o surrealista; Esquivel Pren, por ejemplo, lo ubica en ambas corrientes. A mi juicio, lo que mejor define la esencia de su obra es la concepción que le subyace, fundada en la búsqueda del ser y de la expresión americanos, lo que lo llevó a sugerir una “proclama poética de Amerindia”. Así, en una carta señala: “Los idiomas romances como el francés y el español son imperfectos por juventud, porque sus cantos no han rodado milenios en el océano del ser; y les falta etapas de pensamiento en evolución, para tener la lucidez que se recoge en la mayor síntesis espiritual transmitida por medio de la palabra. Nosotros tenemos en las herencias de nuestra mesticidad (por la sangre o por el espíritu que adquiere el mimetismo del Continente como la flora y la fauna) hontanares de antigüedades y diafanidades; y hemos de procurar abrevar en ellos”.
Carta a J. Esquivel Pren
1 de junio de 1950.
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