Moreno Medina, Carlos
(1913-1971). Poeta, ensayista y crítico literario. Nació y murió en Mérida. Siendo joven tuvo que abandonar la preparatoria por falta de recursos económicos. En 1936 partió a la ciudad de México donde vivió 12 años y laboró en Bellas Artes. En Mérida colaboró en suplementos culturales y en la página editorial del Diario del Sureste con poemas y ensayos sobre crítica de arte y literatura. También escribió por largos años en la revista Orbe de la Universidad de Yucatán. Radicó en Tuxtla Gutiérrez trabajando como burócrata y en Tapachula como locutor de radio. Retornó a Mérida en 1951 y en 1959 fue secretario del Liceo Peninsular de las Letras. En 1965 impartió la cátedra de historia del arte en la Escuela de Bellas Artes. En México contó entre sus amistades a José Revueltas, Salvador Novo, Antonio Magaña Esquivel y Clemente López Trujillo. Es uno de los poetas yucatecos más importantes del S. XX.
Su producción literaria no es abundante, publicó los siguientes poemarios: “Arquitectura de la sangre” (1951); “Dimensión de la nube” (1961); “Esquema poético del mar” (1964); “Canto continental a América” (1967) y sus sonetos “Hidalgo”, ganadores de los XIII Juegos Florales del Estado y segundos de la villa de Espita, con los que obtuvo la Flor Natural.
Nicolás Guillén lo llama “un poeta hecho todo de silencio”. En 1981 el Ayuntamiento de Mérida publicó una antología de sus poemas de 1938-1970 con selección y prólogo de Roger Cicero MacKinney, y Rubén Reyes recopiló sus poesías en un libro editado por la Universidad Autónoma de Yucatán.[1]
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Canción
Publicado en Canciones.
Hay un Martín farolero
sin glorias y sin dinero;
canta y suena su pandero
bailando por el sendero;
no tiene el pobre sombrero
ni zapatín zapatero,
tiene la brisa de enero
y un corazón marinero.
Pobre Martín farolero
sin galas y sin alero,
sin tinta para el tintero,
ni jardín ni jardinero,
ni títere titiritero;
sólo su andar marinero,
las rosas en su velero,
la fresca risa de enero,
su cantar y su pandero
y el corazón marinero.
Pobre Martín Martinero
del corazón que yo quiero.
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Cenote
Publicado en Intermedio en mi tierra.
Imagen de oculto espejo
en el convento del agua.
Jícama
Trompo de agua en el hilo
que va trenzando mi tierra.
Nancen
Ombligo aromático de oro.
Hamaca
Media luna del Sueño.
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Canto de dolor y esperanza
Publicado en Litoral del tiempo.
Ni aún los muertos viniendo de la sombra,
cuando los gritos muerden la pupila del aire.
Ni aún las soledades nerviosas del espanto,
donde las bocas abren su flor definitiva,
pueden con este clima de angustias y de sangre.
Se romperán los tallos de espigas como niños
y brotarán los ojos como pájaros ciegos,
cuando el hombre levante las turbias avenidas
donde la vida pudre sus tremendas raíces.
No basta esa ola ciega que oscurece la tierra,
ni que el hombre se pierda;
no bastan tantas cruces aullando como sangre,
ni la madre, ni el llanto, ni la flor cercenada.
No hay mañana valiendo para la suerte muerta,
ni esperanza, ni voz, ni horizonte propicio.
Los cantos se fugaron de la boca sencilla;
no rozan las ventanas los digitales vientos,
ni cultiva en el alma sus pájaros el día.
Todo ha muerto de muerte mortal y amortajada;
falleció el sentimiento fecundo entre los hombres;
la vida, para siempre, ha sido asesinada.
No hay palabra más grande, ni imborrable presencia,
si florece la sangre por el mundo del llanto.
Si aparece desnuda, corriendo en los caminos,
es señal, parto lívido, logrado ante este cielo,
pues mañana habrá paz para el hombre en la tierra.
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Hora de angustia
Sólo este mar que se declina en sombra;
sólo este pie de corrientes oscuras
ante la noche inmensa;
sólo este árbol de tiempo penetrado
y las ramas hundidas y tiniebla.
Ante esta noche donde camina el viento,
donde las casas cavan un cadáver silencio
y la presente angustia de sombras derribadas,
sólo un niño desnudo se ha vestido de lágrimas
como si en vez de luna, asomase la muerte.
Sólo este mar que nos absorbe lento;
sólo este mar que nos penetra abierto,
removiéndonos hojas dormidas y profundas.
Ante este mar donde se pierde el grito,
donde llevan los vientos el mástil del naufragio;
para habitar lejanos y blancos cementerios,
sólo el temblor oscuro del llanto de los perros
mordiendo la pestaña fugaz del horizonte.
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Selección de La voz ante el espejo: Antología general de poetas yucatecos[2]
Canción
El río cruza la sombra
con su cintura de agua;
la luna busca un silencio
de caracol o de playa.
Por los caminos antiguos
tu sueño viene cantando,
con su estatura de humo
y el brazo de la distancia.
La noche se sube al cerro
del horizonte sin ojos
los árboles se desdoblan
recostados en la sombra.
Han vuelto con tus miradas
las mariposas inquietas,
he vuelto a tener al mar
en medio de mi columna.
El viento perdió los dedos
en las flautas del silencio,
y los claveles hallaron
al girasol de la ausencia.
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Poema
Antología poética, 1981.
¡Cómo duele el silencio de las flores!
¡Cómo lloran los balcones solitarios
su ausencia de canciones vegetales!
¡Cómo sufren desnudos los caminos!
¡Cómo tiemblan los nidos y las frondas
al nivel de sus vidas ignoradas!
¡Dónde están! ¡Dónde están los aromas conocidos
de los tallos que adornan la ribera!
¡Dónde están los rumores de la tarde,
la tranquila frescura de las aguas,
el aéreo trayecto de las alas
y los pinos prendados de la luna!
¡Dónde guardan su llanto los violines
y la prisa donde oculta sus pañuelos!
¡Cómo duele el silencio de las cosas!
¡Qué tristes se quedan las guitarras
cuando mueren calladas las orquídeas!
Ya perdieron los hombres sus canarios,
ya perdieron sus dedos musicales
precisos para el tacto de las tardes.
¡Ya no hay cielos, ni lunas!
¡Ya no hay campos de nardos, ni gardenias, ni nubes!
¡Sólo quedan cristales destruidos!
¡Sólo queda el espanto deteniendo las horas!
¡Sólo quedan los nervios muriéndose de frío,
y tumbas espontáneas, gargantas oxidadas y cenizas!
¡Sólo quedan rencores contrayendo las manos!
¡Sólo quedan crespones sollozando en las puertas,
cadenas en deshonra, campanas agotadas,
avenidas de muerte, fusiles y cuchillos!
¡Sólo queda la angustia tremenda de las sombras
y la flor de la sangre!
¡Sólo queda del hombre la forma de sus lágrimas!
¡Sólo queda del hombre su silencio de hombre!
No han servido los años para hallar el camino;
a través de los siglos se encuentra en las tinieblas
del hombre contra el hombre…
Recuerdo cuando el sueño buscaba mis pestañas
y la noche en cuclillas llamaba a mis balcones;
entonces no lloraban de silencio las cosas…
Pero el barco del tiempo portará nuevas albas,
me lo dice el latido tranquilo de ese niño;
me lo dicen los ojos exhaustos de esa madre
y el viento con sus tibios presagios perfumados.
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Canción del crepúsculo
Cuando las margaritas
oscurecen sus pétalos,
cuando el cielo es silencio,
vienen las mariposas
poblando con sus hélices
las hojas del crepúsculo.
Sólo el silencio y agua;
la agradable frescura
o impasible verdor;
voz metálica, ancha,
hace sondable el aire,
desatando las barcas
amarradas al cielo;
cruza el pez de la tarde
por el mar de la tierra.
Sólo los niños juegan.
Cuando baje la noche,
a caballo en el sueño,
cruzaremos el aire
como abejas sin rumbo.
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A flor de angustia
Cuando mi primera hija, de dos
años, se ausentó de la tierra.
Cuando doblando el pulso sencillo del minuto
se nos escapa el alma temblando en un latido;
cuando cabalga el ansia
al borde de un cabello,
y la inquietud, abriendo los labios de la espera,
nos seca la garganta;
cuando gravita el mundo sobre un tenue reflejo;
cuando la muerte puede llegar en un suspiro,
asomarse al instante para sentir sus alas
y la vida descansa sobre la flor de espuma,
entonces nos sentimos caminando entre sombras,
los sentidos sintiendo no sienten como siempre,
nuestra voz se nos pierde por caminos del llanto
y sorprende el silencio callado de los pasos.
Nos hallamos nosotros perdidos de nosotros;
no sé si el pensamiento se nos va de la mano,
pues el espanto asoma pesando en el minuto,
cuando el dolor nos viene temblando por las ramas.
Cuando acaso una fibra delicada del alma
se mece en la inconsciencia dormida en el peligro;
cuando la flor nutrida con los más dulces sueños
se nos va lentamente resbalando al silencio;
cuando nuestra esperanza navega hacia el naufragio
y la mano es inútil para ahuyentar la sombra,
la sangre se detiene para sentir la angustia,
el espanto desboca sus corceles de humo,
la pena nos refleja su perfil en el alma,
se nos acaba el aire, sostén de los latidos,
y entonces no sabemos si es la muerte que asoma,
o si acaso inconscientes la llevamos nosotros.
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Cuando llegue la noche
Si la tarde es un horizonte
con caminos y árboles,
con vacas de cola tierna
y tallo verde,
el cielo es un insecto de aluminio
posado de algún modo.
Si las espigas pueden barrer de sol
hasta la última hojita del viento,
y los niños han de venir cantando
sin el caballo que se come la hierba,
la tarde dejará sus cuatro huellas.
Cuando llegue el sueño,
bajarás a los acantilados de la noche
buscando los ojos de las guaridas,
o la sombra del pez
en las columnas del agua.
Cuando venga el sueño,
irás por el ojo de la noche asidua,
hasta tu tristeza vegetal
o hacia un olvido sin mañana.
Cuando llegue la noche,
buscarás los metales que naufragan,
a la sombra increíble de una tristeza blanca,
o a las iglesias de la sangre
llorando al caracol de suaves pianos.
Cuando llegue la noche, ¡otra vez tu recuerdo
habrá trigo maduro para tu voz sin sueño,
cuando llegue la noche.
Hora de angustia
Sólo este mar que se declina en sombra,
sólo este pie de corrientes oscuras
ante la noche inmensa;
sólo este árbol de tiempo penetrado
y las ramas hundidas y tiniebla.
Ante esta noche donde camina el viento,
donde las casas cavan un cadáver silencio
y la presente angustia de sombras derribadas,
sólo un niño desnudo se ha vestido de lágrimas
como si en vez de luna, asomase la muerte.
Sólo este mar que nos absorbe lento;
sólo este mar que nos penetra abierto,
removiéndonos hojas dormidas y profundas.
Ante este mar donde se pierde el grito,
donde llevan los vientos el mástil del naufragio
para habitar lejanos y blancos cementerios,
sólo el temblor oscuro del llanto de los perros
mordiendo la pestaña fugaz del horizonte.
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Quizás mañana.
Arquitectura de la sangre, 1951.
Quizás a fuerza de andar,
retorne el sentimiento
y vuelva la canción.
Canto de dolor y esperanza
Ni aún los muertos viniendo de la sombra,
cuando los gritos muerden la pupila del aire.
Ni aún las soledades nerviosas del espanto,
donde las bocas abren su flor definitiva,
pueden con este clima de angustias y de sangre.
Se romperán los tallos de espigas como niños
y brotarán los ojos como pájaros ciegos,
cuando el hombre levante las turbias avenidas
donde la vida pudre sus tremendas raíces.
No basta esa ola ciega que oscurece la tierra,
ni que el hombre se pierda;
no bastan tantas cruces aullando como sangre,
ni la madre, ni el llanto, ni la flor cercenada.
No hay mañana valiendo para la suerte muerta,
ni esperanza, ni voz, ni horizonte propicio.
Los cantos se fugaron de la boca sencilla;
no rozan las ventanas los digitales vientos,
ni cultiva en el alma sus pájaros el día.
Todo ha muerto de muerte mortal y amortajada;
falleció el sentimiento fecundo entre los hombres;
la vida, para siempre, ha sido asesinada.
No hay palabra más grande, ni imborrable presencia,
si florece la sangre por el mundo del llanto.
Si aparece desnuda, corriendo en los caminos,
es señal, parto lívido logrando ante este cielo,
pues mañana habrá paz para el hombre en la tierra.
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Crítica Literaria
Fue un asiduo lector, con formación autodidacta. Empezó a trabajar en la poesía a los 23 años. Su época de juventud en la que forjó y afloró su pasión por la literatura, transcurrió en un momento de eclipse de la poesía yucateca, cuando los integrantes de la generación de intelectuales y escritores sacudidos por la Revolución Mexicana y el movimiento socialista de Felipe Carrillo Puerto habían orientado sus búsquedas más allá de las fronteras de Yucatán.
En 1938, durante una visita a esta entidad, José Revueltas descubrió al joven poeta yucateco, de quien dijo que “Moreno Medina late con la angustia y desesperanza de toda la juventud. Observa su paisaje interior, sus sombras las toca para cerciorarse de que están en su sitio y nos conduce hasta las horas blancas, las horas mortales, cuando se suspende el ánimo sobre el drama y la soledad. He aquí la voz juvenil, en los bordes del llanto; narrándonos su tiempo interno, nuestro propio tiempo” (Diario del Sureste, julio de 1938).
En la poesía de Carlos Moreno Medina se advierte un lenguaje firme y actual que refleja el conocimiento y la asimilación profundos de las corrientes literarias de su tiempo; pero sobre todo, se alcanza un nivel singular en la nitidez de expresión y la hondura de emoción, que lo sitúa en un sitio claro en la trayectoria de nuestra poesía.
Rubén Reyes Ramírez[3]
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En 1948 el crítico Jiménez de Ocampo[4] escribió sobre el poeta:
Moreno Medina ha logrado plasmar las resonancias de su propio corazón en una obra clara, emotiva y brillante. Su estilo modernista no presenta retóricas incomprensibles ni estridentismos incoloros; se impone la fuerza propia de su elocuencia y su sinceridad.
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[1] Diccionario de escritores de Yucatán. Peniche Barrera, Roldán y Gaspar Gómez Chacón. Compañía Editorial de la Península, México. 2003. P. 104-5.
[2] Reyes Ramírez, Rubén (1995). Tomo II. Poetas nacidos en el siglo XX. Yucatán, México: Instituto de Cultura de Yucatán, pp. 55-69
[3] Op. Cit. La voz ante el espejo: Antología general de poetas yucatecos. P. 55.
[4] Op. Cit. Diccionario de escritores de Yucatán. P. 105