Rosado Vega, Luis
(1873-1958). Poeta, escritor y dramaturgo. Nació en Chemax, Yucatán y falleció en Mérida. Estudio la carrera magisterial. Escribió para revistas y periódicos como “Pimienta y mostaza” (1903), “El Mosaico” (1904), “La Revista de Mérida”, “El Ateneo de Mérida”, “El Peninsular” y el “Diario de Yucatán”. Desempeñó actividades políticas y colaboró con el gobierno de Felipe Carrillo Puerto. Fue director del Museo Histórico y Arqueológico de Yucatán y del Ateneo de Ciencias de Tlaxcala. También residió en Quintana Roo y en Baja California, donde fue llamado para hacerse cargo de la Biblioteca José Martí en 1946.
Escribió más de 30 poemas que fueron musicalizados, entre ellos “Peregrina”, dedicado a Alma Reed, a petición del entonces gobernador Felipe Carrillo Puerto. Otros poemas: “Las golondrinas”, “Flores de mayo”, “Xkokolché”, “Crucifijo” y “Mi tierra”, musicalizados también por Palmerín. “Pasión”, “El loco” y “La canción del estudiante”, lo fueron por Guty Cárdenas; “Las flores del camposanto”, se produjo en colaboración con Filiberto Romero.
Publicó “El desastre, la obra revolucionaria del general Salvador Alvarado” (1917), trabajo que escribió en La Habana durante su exilio.
Asimismo sobresalen sus libros: “Sensaciones” (1902), “Alma y sangre” (1906), “Libro de ensueño y dolor” (1907) y “Vaso espiritual” (1919).
De sus obras de teatro se destacan “Payambé”, “Callejeras” y “La ofrenda de Venus”. Escribió también obras históricas, ensayos y tres libros sobre problemas políticos y sociales de Yucatán. Dejó asimismo, una extensa obra en verso y prosa.
Mucha de su producción la consagró a la temática regional y a las tradiciones indígenas mayas: “El sueño de Chichén Itzá” (1929), “En los jardines que encantó la muerte” (1936), “El árbol de la sangre blanca” y “La abuela caoba”. En prosa: “El alma misteriosa del Mayab”, “Tradiciones, leyendas y consejas de Yucatán” (1934), “Amerindmaya” (1938) y “Claudio Martín” (novela). También escribió “Poema de selva trágica”, el “Romancero Yucateco” y “Lo que ya pasó y aún vive”.
Sus restos mortales reposan en el Monumento de Creadores de la Canción Yucateca en el cementerio general de Mérida. Hay un óleo suyo en el Museo de la Canción Yucateca, situado en el parque de la Mejorada.[1].
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Campanas
Campanas,
clamorosas campanas de mi pueblo;
lejanas campanas,
¡Cómo parece que os estoy oyendo!
Hay fiesta en mi pueblo;
las campanas lo dicen riendo,
lo gritan ufanas
con su vario son,
tocad recio, más recio, campanas
de mi corazón.
¡Hay fiesta en mi pueblo!
Viajero,
dejad al cuidado de vuestro escudero
la cabalgadura;
descansad del cansado camino,
y venid a esta buena locura
a tomar un buen trago de vino.
Bajó el caballero;
pidió al hostelero
una jarra del vino mejor;
y escuchando tocar las campanas, bebía,
y yo le decía:
¡Es que hay fiesta en mi pueblo, señor!
Campanas
clamorosas campanas de mi pueblo;
lejanas campanas ¡Cómo parece que os estoy oyendo!
Y fuimos al corro de los labradores
y las campesinas;
¡Ellas, adornadas con hojas y flores,
Estaban divinas!
Y el viajero, en mirando a una moza preciosa
que conmigo a los bailes salió,
me dijo enseguida:
-¡Eh! Muchacho: esa moza garrida
¿es tu novia?
-Es mi novia, señor.
-Bien haya la moza garbosa,
y bien haya el rumboso galán.
¿Para cuando es la boda? –me dijo.
-Señor, pues de fijo,
por allá, por allá por San Juan.
Y entre tanto las locas campanas
ufanas seguía con su alegre son.
Reían, reían
como si riesen en mi corazón.
Campanas,
clamorosas campanas de mi pueblo;
lejanas campanas,
¡Cómo parece que os estoy oyendo!
-Id con Dios, id con Dios, caballero,
y que no se os olvide la aldea.
-¡Albricias, muchacho! –me dijo el viajero-
que el año venturo casado te vea.
Tomó en derechura
de un viejo sendero;
y, a muy poco, en la verde espesura,
se perdieron, la cabalgadura
y el buen caballero.
Las campanas seguían tocando,
seguían riendo;
Las campanas seguían diciendo
con su alegre son:
“¡Hay fiesta en el pueblo!”
¡Y el pueblo era el pueblo de mi corazón!
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II
-Caballero, ¿os habéis olvidado?
Soy aquel que una tarde gloriosa os llamó
de su pueblo a la fiesta rumbosa…
Soy aquel, aquel mismo, señor.
-¡Por Dios! ¡Quién dijera!
si no lo dijeses,
no te conociera.
Muchacho, pareces
no ser aquel mozo garrido
que una tarde en su pueblo me habló.
¿Tanto has padecido
con el corazón?
-¿Recordáis?
- Recuerdo.
Las campanas tocaban a fiesta,
cantaban su alegre canción;
tocaban riendo…
-¿Recordáis las campanas, señor?
Campanas
clamorosas campanas de mi pueblo;
lejanas campanas,
¡Cómo parece que os estoy oyendo!
-¿Y el pueblo, la fiesta, la moza
preciosa,
garbosa,
que contigo esa tarde bailó?
¿Y los labradores,
y las campesinas cuajadas de flores?
-¡Ay, señor, si ya todo pasó!
Ya la venta no tiene ventero,
ya no viene ningún forastero,
ya no hay fiesta en el pueblo, señor.
-¿La moza?
_ La moza murió.
_¿Y aquellas campanas
que antaño tocaban ufanas,
clamoreando la fiesta del pueblo?
-Ya están llenas de polvo y olvido.
En el templo callado y desierto,
Una tarde tocaron a muerto.
¡Si hubieseis oído.
con qué amargo son!
Y no han vuelto a tocar desde entonces,
señor….
Se han quedado ya mudos sus bronces
y sólo hay tristeza en mi corazón.
Campanas,
clamorosas campanas de mi pueblo,
lejanas
campanas
¡Cómo parece que os estoy oyendo!
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Crítica Literaria
La música verbal de Rosado Vega
Hay onomatopeyas que saltan al oído de manera que podríamos llamar objetiva. Demasiado obvias, a pesar de que en última instancia son tan arbitrarias como cualquier otra onomatopeya. Sin embargo, un consenso receptor las da por válidas, como reproductoras de los sonidos.
No diría lo mismo, en cambio, de otras onomatopeyas más subjetivas. Los sonidos no equivalen a lo que evocan, pero algo, indefinible, incatalogable, nos hace sentir como vivo aquello que se menciona en el poema. Es el caso del poema “Campanas”, de Luis Rosado Vega.
Mi primer contacto con ese poema fue en un exageradamente maratónico certamen de declamación (68 participantes, en un solo día), en donde escucharlo fue uno de los momentos de mayor frescura de aquella prolongada pasarela. Tan fresco que le mereció a su púber intérprete uno de los tres primeros lugares.
Me parecía estar escuchando las campanas. No era el “talán, talán”, con que arbitrariamente expresamos el sonido en español, sino una rara combinación sintáctica (repeticiones y yuxtaposiciones) y fonética (vocales fuertes y eles) que me hace oír las campanas al vuelo: “Campanas, / clamorosas campanas de mi pueblo; / lejanas campanas, / ¡Cómo parece que os estoy oyendo!”.
Pasada esta claridad sonora, el poema continúa volviendo opaco ese clamor de campanas: “Hay fiesta en mi pueblo; / las campanas lo dicen riendo, /lo gritan ufanas / con su vario son, / tocad recio, más recio, campanas /de mi corazón”.
Poema un poco extenso, de estilo modernista y a base de una narración muy lírica, donde el sonar de las campanas puede oírse en distintos registros emotivos: “Y entre tanto las locas campanas / ufanas seguía con su alegre son. / Reían, reían / como si riesen en mi corazón”.
Y es que Rosado Vega tuvo uno de los mejores oídos de nuestra poesía yucateca. Una música verbal que no requería de la música instrumental para hacer valer su sonoridad, pero que sin embargo es tan flexible que se adecua maravillosamente a aquélla. No en vano el chemaxeño es el poeta que pasa por todas las etapas forjadoras de nuestra trova yucateca, como han comentado los investigadores Enrique Martín y Álvaro Vega.
Su poema más conocido, que es el de la canción Peregrina, tiene una estructura rítmica que además de ser analizada en sí misma, debería serlo también en función de la música compuesta por Ricardo Palmerín. Peregrina sigue un esquema rítmico de cláusulas de cuatro sílabas (o de tres, pero con terminación en aguda), con acentos tónicos en la tercera sílaba: “Peregrína-de ojos cláros-y divínos- y mejíllas-encendídas-de arreból”. (Este esquema por cierto es el que inmortalizó José Asunción Silva en su más conocido Nocturno “Una nóche-toda lléna-de perfúmes,-de murmúllos-y de músi- ca de álas”).
La conjunción de estas dos músicas -la verbal del poema y la que proviene del compositor- han potenciado la sensibilidad de es canción que ha traspasado tiempos y fronteras.
Vamos a volver los oídos a nuestros viejos poetas yucatecos. En lo que respecta a Rosado Vega tenemos una buena razón este 2008 en que se cumple el cincuentenario de su fallecimiento.
Jorge Cortés Ancona
Artículo publicado en el periódico Por Esto
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[1] Diccionario de escritores de Yucatán. Peniche Barrera, Roldán y Gaspar Gómez Chacón. Compañía Editorial de la Península, México. 2003. P. 136