Mimenza Castillo, Ricardo
(1888-1943) Poeta e historiador. Nació en Mérida y falleció en la Ciudad de México. Cursó la carrera de profesor y ejerció el magisterio en Yucatán. Apoyó al movimiento maderista y a los gobiernos de Salvador Alvarado y Carrillo Puerto. Fue uno de los más destacados intelectuales del Partido Socialista del Sureste. Fungió como director del Museo Yucateco. En 1938 cambió su residencia a la Ciudad de México y en el Archivo General de la Nación se desempeñó como historiador y jefe de la sección de virreyes. Perteneció a las sociedades Lord Byron, La Bohemia, El Ateneo Peninsular, la Liga de Escritores de América, Proteo, Sociedad de Americanistas de París, Sociedad de Geografía e Historia de Guatemala y la Academia de Historia y Geografía de México. Escribió numerosos libros: Violas de mayo (1906), Poemas de noviembre (1908), Heraldos (1914), Rebeldía (1915), La leyenda del enano de Uxmal (1914), El Primer Congreso Feminista de Yucatán (1916), El Lic. Eligio Ancona (1917), Delio Moreno Cantón (1918), Cóndor y estrellas, poema premiado en los Juegos Florales de Saltillo, Coahuila (1918), Las campanas (1919), Museo Yucateco (1920), Pájaros de barro (1923), Visiones épicas (1930), Iqui Balam o Tigre de la luna llena (1932), Onohualco (1933), Efemérides de América (1934), Laúdes del Mayab (1935), Elitros (1936), Los templos redondos de Kukulkán (1938). Un parque de la ciudad lleva su nombre. Han redactado semblanzas sobre él, Humberto Lara y Lara, Roldán Peniche Barrera, José Esquivel Pren y Eduardo Tello Solís [1].
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Selección de La Voz ante el Espejo[2].
Canción de otoño
Cuando caigan las hojas
y marchitas las ramas
ya ni un nido sustenten,
me dirás que no me amas.
Y en sus lechos fragantes
dormirán los amantes.
Cuando caigan las hojas
tú te irás; tu silueta
se esfumará en la tarde,
morirá una violeta.
Y en sus lechos fragantes
dormirán los amantes.
Cuando caigan las hojas
lloraré; tu partida
dejará mustio el huerto
y enlutada mi vida.
Y en sus lechos fragantes
dormirán los amantes.
Cuando vuelvan las hojas
y tú vuelvas con ellas,
y en la tierra haya flores
y en el cielo haya estrellas,
En sus lechos fragantes
soñarán los amantes
Cuando vuelvan las hojas
y me beses ansiosa,
en el blanco sendero
abriráse una rosa.
Y en sus lechos fragantes
soñarán los amantes.
Cuando vuelvan las hojas
laudaré tu venida,
tendrá alondras el bosque
y canciones la vida.
Y en sus lechos fragantes
soñarán los amantes…
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En los jardines
En los jardines de Otoño
hay un rumor de hoja seca,
cálices muertos angustian
el corazón de la selva.
En el jardín de mi alma
hay un rumor de hoja muerta,
de ideales fenecidos
y de esperanzas maltrechas.
Príncipe en un tiempo fui
de un idilio de leyenda.
En el claro de la luna
pasó la blonda princesa
de mis eróticos sueños;
su voz en una querella
pobló de trinos el parque
y de risas la arboleda…
Hoy… miro mi haz de recuerdos
flotando en un mar de penas…
Príncipe en un tiempo fui
de un idilio de leyenda.
Mi soledad como el bosque
está llena toda de ella.
En los ecos de la tarde
Escucho su voz de seda.
Se oye un suspiro. Su aliento
mi pálido rostro orea;
y miro, y no miro nada,
sólo rodar la hoja seca
Impedida por la brisa…
sólo aquel banco de piedra,
el abandono, el hastío.
Hoy es en vano la espera.
En los jardines del alma
hay un rumor de hoja muerta.
(Los poemas de noviembre, 1907)
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Otras saudades románticas
(fragmento)
Con la guzla en bandolera,
bajo la paz de la luna,
voy a tu antigua calleja
para esperar a que surjas
de la romántica ojiva,
amorosa como nunca,
de rico brial de seda
y de plateada túnica…
Las estrellas me hacen signos
de una extravagancia bruja,
mas no miro a las estrellas,
tuerzo una calle y la luna
me sigue como a un espectro
que marcha a encontrar su tumba,
si será tumba de amores
y muerte la pasión tuya!
tumba y muerte tu balcón
y tú, mi muerte y mi tumba,
y tumba y muerte tus besos
y aquella mirada única
con que me hechizas, tu voz,
toda, tú, mi muerte y tumba?
Me estremezco y ya no puedo
poner la mano en mi guzla,
y del terror por mi cuerpo
ágiles corren las rúbricas,
tengo miedo hasta de ti,
me dan miedo tú y la luna,
tengo miedo de morirme
si te hablo en la noche oscura,
si te beso, si te toco,
si me das tus manos juntas,
si te miro en las pupilas
y si, a través de la túnica,
tremes muda entre mis brazos
que amorosos te circundan…
Sí, siento terror de ti
al ir en la noche oscura,
con la guzla en bandolera,
bajo la paz de la luna!
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Rima triste
Sirve copas, tabernero.
Fue un amor como un lucero
que en la cumbre de mi vida rutiló…
-Sirve copas tabernero…-
¡Ya murió!...
Pobre amor, triste lucero,
¿tras qué sombras de cipreses se ocultó?...
Ah, qué oscuro está el sendero.
Ya su ritmo el corazón paralizó…
Llora, llora, buen romero,
ya tu amor está difunto, míralo;
por él toca sus esquilas, campanero
que la Pascua, al sacrificio, fue el cordero…
y no volvió!
No más plañe con acento lastimero,
con acento, como nunca nadie oyó,
un gran pájaro agorero
-como aquel de Jorge Isaacs y de Edgar Poe-
y en la noche, noche oscura, el ballestero
al oírle se turbó!...
Dime, dime, buen romero,
ese amor triste lucero,
¿tras qué sombra de cipreses se ocultó?
(Heraldos, 1914)
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Tríptico
Como una corza dócil, a Cortés va la esclava
Malinche y se doblega, cariñosa y sumisa;
para él guarda intactos, su amor y su sonrisa,
que son cual dos hogueras sobre una cumbre brava.
Sus ojos hechiceros sobre el hispano clava,
y siente arder su alma como llama indecisa,
pero que al fin emerge, triunfante. Tal se irisa
un puñado de nubes sobre la tarde flava.
Es tropical la noche reluciente de estrellas,
de todas partes surgen eróticas querellas,
y en lo interior del bosque rugiendo está el “mixtli”…
Y la Malinche abre su alma a un embeleso,
diciéndole al caudillo, entre la miel de un beso,
-“Mi tierra y mis amores y toda, para ti”.
Ya vence la Conquista. La gente aventurera
del gran Caudillo osado, de Hernán Cortés murmura,
y el pecho late, airado, dentro de la armadura,
y piden oro y oro, con avidez muy fiera.
-“Malhaya el extremeño”- rezongan por doquiera;-
-“Quine fue en pos de Pizarro halló prez y hubo
holgura,
y piden que a Cuauhtémoc sometan a tortura,
quemándole las plantas encendida hoguera.
Y traen al héroe altivo, so el peso de sus grillos,
cabe sus pies le aplican los candentes hornillos,
y en tanto la lengua ágil de la llama se engríe,
Y el otro gran Cacique suspira y se retuesta
alza la frente y dice: -“¿Acaso en una fiesta
o en un baño de flores, estoy?”… Y se sonríe.
Amor y odio eso rugen. Ya dijo Torquemada
que odio y amor son uno en los hombres ardidos,
por eso son los tálamos amorosos, floridos,
y es de florida taza la vengadora espada.
Después de la epopeya, tal se vio vinculada
la raza del Anáhuac a los pechos fornidos
de los halcones fieros que, para alzar sus nidos,
clavaron en el bronce de la india la mirada.
Cuando Cortés corteja y la Malinche adora,
preludian los cenzontles el canto de la aurora
que contrasta del recio romance el tambor…
Amor todo lo salva, sin él todo es escoria,
por eso así, perduran, unidos en la historia,
El grito de protesta con el grito de amor.
(Los pájaros de barro, 1923)
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Selección de El libro de Teresita[3].
El yakopek
El yakopek es duende diminuto
a quien gusta vivir, en su desgarro,
en las vasijas de luciente barro
del indio soñador e irresoluto.
Ahí sorbe la miel, olisca el fruto,
y campea entre víveres, bizarro;
se oculta en la sartén, bulle en el jarro
y no se da a sosiego ni un minuto.
La macegual que mora en la despensa
a su inquieto bullir siente una inmensa
ansia pavorecida, una congoja…
cuando a veces simula un enanito
que salta del fogón sin dar un grito,
porque es el alma de la arcilla roja.
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El bokol h’otoch
Al Ing. Humberto Canto Echeverría
Se arrastra bajo el piso el fino duende
que a la familia en su dormir desvela,
y bate el molinillo, y va y se cuela
en la tinaja o hasta el techo asciende.
A veces del tejado se desprende
y baila una rabiosa tarantela,
o urde en la rueca cimarrona tela
o a menesteres del hogar atiende.
En Zací y Yalcobá su desatino
le transformó en violento torbellino,
en lluvia de granizo o broncos truenos…
Y es fama en protohistóricas consejas
que besa a las zagalas en los senos
y zarandea a las dormidas viejas.
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Los balames
Al Profr. Alfredo Barrera Vásquez
Son cuatro bestias fieras y jaguares
de piel rayada y raro embrujamiento;
la tierra en su extensión es su aposento
-Norte, Sur, Este, Oeste- son sus lares.
Cuidan de la Ciudad los valladares
y velan por el hombre y su sustento,
lo abrigan contra todo mal violento
y le sugieren actos ejemplares.
Señores de los vientos y el granizo,
son fatales también si encontradizo
algún indio los vio sobrevenir…
Que entonces su mirada que se aguza
palidece… al cantar de la lechuza
que le dice que está para morir.
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Crítica Literaria
La obra poética de Mimenza es vasta y su temática diversa. Sus poemas cuentan con una carga de nostalgia, de seres mitológicos y de elementos americanos. Trata asuntos románticos, eróticos, épicos y religiosos (Peniche, 2003).
Polifónico y complejo en su expresión poética, Mimenza presenta rasgos de romanticismo y modernismo. En su temática coexisten la admiración hispánica con la convicción autóctona y americanista (Reyes, 1995).
Toda su obra es fuerte, a veces rara en su estructura, de una musicalidad rebelde y poderosa, que ha sido su tónica personal, y por eso ha logrado, “en amor y en arte viajar solo”, igual que el propio Nervo lo dijo. Su sello característico permanece visible, no obstante la evolución que se observa en su pensamiento, conforme ha ido madurando (…) El espíritu inquieto de Mimenza habla, en él, tres idiomas, todos inteligibles para el lector meridano: el que dice de la poesía de todas las almas (en que hablaban y hablan los demás poetas), el que dice de la poesía reminiscente del Mérida colonial, y el que dice de la poesía del Mérida de su tiempo (Enciclopedia Yucatanense, Tomo V, Historia Crítica de la Literatura, P. 539).
[1] Diccionario de escritores de Yucatán. Peniche Barrera, Roldán y Gaspar Gómez Chacón.
Compañía Editorial de la Península S. A. de C. V. México. 2003. Pp. 101-102.
[2] La voz ante el Espejo. Tomo I. Reyes Ramírez, Rubén. Instituto de Cultura de Yucatán, México. 1995. Pp. 208- 214.
[3]El libro de Teresita. Poemas y folklóricas, 1938.