Wenceslao Alpuche y Gorocica

(1804-1841). Poeta y político. Nació en Tihosuco y murió en Tekax, Yucatán. Cursó sus estudios en el Seminario San Ildefonso de Mérida sin concluir la carrera. Sus composiciones, en un volumen, fueron editadas después de su muerte por un grupo de amigos en 1842. Durante su residencia en la ciudad de México entró en contacto con otros poetas, como el cubano José Heredia y José Joaquín Pesado. Inició su carrera literaria con una pieza teatral y posteriormente se inclinó por la poesía de Manuel José Quintana, Montiano, Luzán, Jovellanos, Moratín y Meléndez, influencias que se observan en su obra.

Escribió en los periódicos de la época en la capital de la República. Su obra lírica se divide en dos géneros: el patriótico y el amatorio. Entre los primeros están “Grito de Dolores”, “A Hidalgo”, “La Independencia”, “Al suplicio de Morelos y Moctezuma”. Entre los segundos se hallan “Eloísa”, “La perfidia”, “A una mexicana”, “Chapultepec”, “A una joven” y “A Clemencia”. Hay dos poemas que lo consagraron en Yucatán: “La vuelta a la Patriay “La fama”, que evidencian su profundo amor por el terruño. También escribió fábulas no moralizantes sino políticas. A este respecto, el poeta Alberto Bolio Ávila asegura que Alpuche es autor de la primera fábula de la literatura yucateca.

Su libro de poemas tuvo una segunda edición en 1887 en la imprenta Hidalgo de Mérida.

Como político fue diputado a la Legislatura local y luego al Congreso de la Unión. Sus restos mortales reposan en la Ermita de San Diego, en la ciudad de Tekax, en donde el poeta se había retirado para dedicarse a la agricultura. En 1873 Francisco Sosa y Escalante dio a conocer un ensayo biográfico y crítico sobre su obra y en 1996 Rubén Reyes Ramírez rescató en un volumen su producción literaria. [1]

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La vuelta a la Patria

Poetas yucatecos y tabasqueños, 1861.

Mirad, mirad. Allí por donde asoma

Hermoso el sol la brilladora frente.

Y sin cesar derrama

Lluvias de luz que inflaman el oriente,

Allí está Yucatán: mansión dichosa

Do al granizo no teme ni á la helada

Al campo desastrosa

El ágil labrador: mansión amada

De gozo celestial. Allí esta el aire

Que respiré al nacer. ¡Dios poderoso!

Salta mi corazón, mis miembros tiemblan,

Mi espíritu rebosa de alegría.

¡Y he de volver á verte, ¡oh patria mía!

¡Y he de volver á verte! Clavo ansioso

Los ojos fatigados hacia donde

Envidiosa la mar tu seno esconde.

Y no te veo; si volar pudiese

A tu playa feliz que mi alma anhela,

Como salvando las distancias vuela

El libre pensamiento.

¡Cómo volara a ti!

Mas raudo el viento

Por las faciles olas arrebata

La deslizada quilla.

Que hoy me conduce a tu anhelada orilla

Orilla deliciosa

Que enbalsamas las auras apacibles

Allí veré las palmas elegantes,

Que en numerosos grupos se levantan

Y tejiéndose en bóvedas movibles

Las miradas atónitas encantan.

Allí veré los campos, donde quiera,

Cubrirse de verdor, brotar espigas

Que al hombre alimentando, recompensan

Del labrador las ásperas fatigas.

Allí veré los rutilantes ojos…

Mas decidme por qué, por qué enmudece

La prosa resonante

¿Por qué la blanca espuma borbollante

Que arrojaba ante sí, desaparece,

Y se aquieta la mar? Horrible calma

Vendrá á enfrentar el ímpetu del viento

Y á destrozarme el alma?

Se deshinchan ¡ay! las velas,

Y el viento en ellas no zumba;

El silencio de la tumba

Reina en medio de la mar

Mi débil nave oprimida

Del agua que la rodea,

Se sacude y bambolea,

Pero fija en un lugar.

Cuan á paso lento, ¡ay triste!

Vendrá la noche entre tanto;

Tenderá su negro manto

Como paño funeral.

Entre sus sombras envuelto

Y en el mástil reclinado,

Lloraré desconsolado,

Esta rémora fatal.

No invoco las dulces auras

Que blandamente se mueven,

A que fáciles me lleven

Sin peligro á Yucatán.

El viento que me dirija

A su ribera apacible,

Será un viento bonancible

Aunque fuese el huracán.

Huracán, huracán, á tí te imploro,

Antes que en esa calma,

Que en esta horrible calma me consuma,

Desata tu furor, la mar azota,

Sacude sus cimientos,

Hiervan las aguas. Como débil pluma

De las olas juguete y de los vientos,

Compele arrebatada

A Yucatán mi frágil navecilla,

Aunque al llegar me estrelles en la orilla.

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A una hermosa

Poesías, 1887.

¿Dónde está la quietud que gocé un día?

¿Dónde está la quietud en cuyo seno

Tranquila reposaba el alma mía?

Jamás de envidia el roedor veneno

Mi pecho atormentó, ni me moviera,

Con su aliento fatal codicia fiera

Ni el soplo atroz de la ambición sangrienta.

El curso de mi vida hilaba lenta.

La mano de la parca: en dulce calma

Viera correr mis días; y ora ¡oh triste!

Hermosa situación, ¿dónde te fuiste?

Cual relámpago huyó la paz del alma

Para nunca volver… una hermosura,

De la madre de amor vivo traslado

Llevóse mi ventura.

Miré, miré agitado,

Miré con vista ansiosa

Con que se adorna el mundo:

Anhelante rendíla mis sentidos,

Absortos, suspendidos,

A sus piés por despojos:

Bebí la luz de sus brillantes ojos,

Y el balsámico olor que difundía

Me embriagó de placer, y ví agitarse

Y encenderse mi ardiente fantasía.

Y cuando viera ¡oh cielos! Desplegarse

Sus bellísimos labios, do las rosas

Depusieron sus tintas más hermosas,

Y agitar blandamente el aire vago

Con su melífluo acento, ¿quién pudiera

Resistirse al poder de tanto alhago?

Aunque insensible mármol se volviera?

Yó, desde entonces, cual deidad la adoro,

La consagro mi afán, sigo las huellas

Que dejan al andar sus plantas bellas

Y mil veces las beso enternecido

Donde quiera que vá, allí embebido

Contemplándola voy, la voy amando,

Adorando más bien; y silencioso,

Sus formas celestiales admirando;

Inmóvil ni aun respiro,

Aunque de cuando en cuando

Exhalo un ardientísimo suspiro

Que el aire con su fuego vá inflamando.

Mi alma y mis sentidos no se mueven

Un punto de sus ojos celestiales,

Que mandan copiosísimos raudales

De las delicias que mis ojos beben.

Yo te dedico las ardientes flores

De mi edad juvenil, que se marchitan

Si no las vivifican sus favores.

Ella en tanto, orgullosa,

Dominando mi espíritu cual diosa,

Y ufana con su brillo y hermosura,

Ni aun atiende mi triste desventura.

¡Pero cómo verá la ardiente llama

Que mi ferviente corazón derrama,

Si rodeada sin cesar se mira,

De tanto y tanto halago,

Que mi vista afanosa en ella admira!

Ven como bate el céfiro halagüeño,

Con su aliento anhelante,

Su divino semblante,

Y disipa las sombras de su ceño.

¡Cuál acaricia su encendida boca

Con sin igual ternura!

No con acción tan loca

Pierdas, céfiro dulce, tu frescura,

Mira que amor inflama al que la toca.

¡Ya desciendes ansiosos

Al seno delicioso,

Y batiendo las alas,

La mansión de las gracias me señalas!

¡Ya revolando en torno

Del amable contorno

Ondeas su vestido,

Y abrazas atrevido,

Sin que el pudor se ofenda,

El cuerpo airoso de mi amada prenda!

Ella, en tanto recibe,

En lánguido abandono,

Tus soplos lisonjeros,

qué gratos, placenteros,

son la delicia suya:

¡Quien trocara su muerte con la tuya!

¡Oh, cómo envidio á la purpúrea rosa,

Que en su seno prendida

Recibe de su ardor eterna vida!

¡Cómo tiende las hojas delicadas

Del fuego de sus ojos inflamadas!

¡Oh, venturosa flor, cuán fervorosa

A torrentes envías tus fragancias

Al delicado olfato, que se goza

En tanta amenidad; y con las ansias

De su agitado seno te regala,

Sobre tí sus miradas multiplica,

Y tierna y agradable,

Con su aliento inefable

Te recrea, te inunda y vivifica!

Vive por siempre, delicada rosa,

Nunca, nunca abandones

Esa mansión donde el placer reposa.

¡Oh, si cual tú pudiera

Ese pecho besar! ¡Oh, cómo ardiera,

Cómo ardiera mi labio en vivo fuego,

Y arder también hiciera

Su seno hermoso, aunque de nieve fuera!

Pero no pido, no, no pido tanto,

Más fácilmente, objeto peregrino,

Más fácilmente puedes

La nube disipar de mi quebranto,

Mitigar el horror de mi destino,

Vuélveme á ver siquiera,

Verás cual huye mi congoja fiera:

Vuelve un momento á mí tus ojos bellos,

Un momento no más, y en recompensa

Recibe el holocausto de mi vida;

Que si al morir te miro enternecida,

Brindándome piadosa tus caricias,

Entónces para mí será la muerte

El dulce manantial de mis delicias.

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A una mejicana

Poesías, 1887.

No así con tus encantos arrebates,

Mejicanita hermosa,

Este inflamable corazón, en donde

La pasión ardorosa

De amor hierve sin fin; esconde, esconde,

Ansioso te lo ruego,

Esa frente purísima, esos ojos

Que han acabado ya con mi sosiego,

Y esa graciosa boca,

Y ese tu labio de carmín bañado,

Que sin cesar provoca

El beso ardiente del amor… no muevas

El talle delicado,

Ni tan airosamente al hombro inclines

Voluptuoso el cuello,

Ni al viento así abandones el cabello,

Que ya sufrir no puedo

Tan violenta emoción. A tus mejillas,

Quién de rosa y jazmín dió los colores?

Quién la inefable gracia con que brillas?

Quién te dió los encantos vencedores?

Quién la armoniosa voz, que cuando suena

Blandamente halagando mis oídos,

Deja mi alma extasiada

Y en suave deliquio mis sentidos?

Eres más bella que jardín cubierto

De flores agrupadas, que se mecen

Sobre el vástago débil; más airosa

Que el tallo de la rosa:

Más que el lirio gentil: joven amable,

Si el vivo afán, la llama inapagable

Que mi ferviente corazón devora

Pudieras tú sentir; o si piadosa

La violenta pasión de quien te adora

Quisieras consolar, y dulce y tierna

Me amases tú también, ¡cuán venturosa

Fuera entonces mi suerte! ¡cuán eterna

Mi gratitud! A tu adorable lado

Viérasme siempre absorto, embelesado,

Fijos en ti mis ojos anhelantes,

Contemplar tus encantos expresivos,

La atmósfera aspirar que tu respiras,

Gozarme en el placer que tú me inspiras,

Y devorar tus dulces atractivos.

Bella joven, y no me dejes

Morir así de amor… ¿nunca has sentido

El divino placer de verte amada?

Nunca tierna, sensible, abandonada

De un amante feliz á las caricias

Te has visto sumergida entre delicias?

Bella joven, piedad… Infortunado,

Ignoro por ventura

Que en este clima helado

Amor que no puede arder. Las mejicanas,

De encendido color, de rostro hermosos,

Al placer y al deleite al hombre incitan;

Mas, tranquilas sus almas,

De deleite y placer jamás palpitan.

Y son, me dicen, ¡ay! como la cumbre

Pura de Iztaccíhuatl, que reverbera

Del claro sol la brilladora lumbre,

Bellísima á la vista, pero fría,

Eternamente fría. ¡Oh Dios! Posible

Será, adorada mía

Que un corazón abrigues insensible!

Oh sol ardiente de la patria amada!

Oh sol de Yucatán, en cuyo suelo

Con tu luz inflamada,

Jamás consientes la frialdad del yelo

Allí arder haces la fecunda tierra,

Arder haces allí del sur el viento,

Que el soplo helado de aquilón destierra;

Arder haces del aire

Las diáfanas regiones,

Y con benigno influjo

Arder haces también los corazones.

Si tú, bien mío, en Yucatán nacieras,

Sin poderlo estorbar de amor ardieras,

De amor inextinguible. Dime, amada,

¿No es cierto que insensible á mis halagos,

No es cierto que insensible á mis caricias

Tu pecho no será? Dílo al momento:

Tu labio desvanezca

El bárbaro tormento

Que me oprime cruel: haz que fenezca

La duda de una vez; y si la suerte

Heló tu corazón, y no haz de amarme,

Y á vivir desamado he de entregarme,

Hiérame al punto la implacable muerte. [2]

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Crítica Literaria

Uno de los más inspirados poetas de hoy, Alberto Bolio Avila, tras el pseudónimo de Angel Guerra, recordando al bardo tihosuqueño, lo enjuicia así:

“Treinta y siete años tenía el vigoroso bardo yucateco cuando la pálida intrusa le besó la soñadora frente. En plena madurez intelectual, en plena potencia del espíritu, cuando más se esperaba de su caudalosa inspiración y de su lozano talento que ya había dado excelentes de pensamiento y ensueño, en óptimos racimos, vino la Parca inexorable a secar las portentosas vides de sus sueños con cuyos edulcorantes jugos supo embriagar espíritus y embelesar y cautivar voluntades y corazones enamorados de las más altas excelencias del arte literario.

Alpuche había estudiado en el Seminario de San Ildefonso y en sus aulas de las que habían salido talentos tan respetables como el de don Pablo Moreno, disciplinó su voluntad y pensamiento. Joven todavía, apenas apuntaba el sol de la mocedad primaveral en el risueño predio de su espíritu, cuando ya la devora afición por las altas manifestaciones del arte le hacía incursionar por los jardines apolíneos en busca de musicales serenadas de Hipocrene.

Nuestro gran liróforo tuvo indiscutiblemente sus preferencias literarias. Espíritu vigoroso encerrado en un cuerpo robusto y ágil, no buscó la senda de los deliquios sentimentales donde Saturno deshoja sus rosales alfojarados de melancolía; prefirió buscar otras deidades poéticas que le ofrecían vida pujante y fuerza imponderable. Así aprovecha las corrientes líricas del momento, el credo patrio de la época, las latigueantes ideas de su tiempo, y con verbo fogoso, ardiente y desbordante, cantas las inquietudes nacionales.

Su levantada entonación, su potente espíritu, su inexpugnable orgullo, encuentran en los cauces del verso, medios propicios a su desarrollo e intensidad, y deja por ellos fluir caudalosa y armónicamente su elevada inspiración que en ocasiones salta y se desborda en brillantes pensamientos. En quintanescas estrofas, vuelca los fuegos de su entusiasmo y de su imaginación, para manifestar su poderosa admiración patriótica con tan vibrante entonación que difícilmente haya poeta en su tiempo que pudiera aventajarlo”[3].

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[1] Diccionario de escritores de Yucatán. Roldán Peniche Barrera. Gaspar Gómez Chacón.. Ed. por Instituto de Cultura de Yucatán junto a la Cámara de Diputados, LVIII Legislatura. 2003. P. 26.

[2] Selección extraía de La voz ante el espejo. Rubén Reyes Ramírez, Ed. por el Instituto de Cultura de Yucatán. 1998. P.57 a 67.

[3] Extraído de Historia de Yucatán. Tomo I. Ed. de la Universidad de Yucatán, México, 1957. P.77, 78.