Menéndez de la Peña, Rodolfo

(1849-1928) Pedagogo, periodista y poeta. Nació en San Juan de los Remedios, provincia de Santa Clara, Cuba, el 15 de mayo de 1849. Hizo sus estudios primarios en su lugar de origen y se recibió de profesor en La Habana. Participante de la guerra de independencia cubana, para huir de una orden de aprehensión junto con su hermano Antonio, se vio obligado a viajar al puerto de Sisal en 1869. La ciudad de Mérida acogió a los hermanos Menéndez, así como a otros refugiados políticos. Antonio Menéndez, ya casado, pasa a radicar a Valladolid, donde despliega importante labor pedagógica. Rodolfo Menéndez regresó ese mismo año a La Habana, incorporándose a la insurrección. Retornó a Mérida en 1873 y colaboró con su hermano Antonio en el magisterio en Valladolid. Dirigió la Escuela Normal de Profesores de 1900 a 1911. Notable impulsor de la creación de las escuelas rurales, a fines de la dictadura porfirista. Es autor del prólogo de la antología “Poesías escogidas” (1886). Como periodista, fue fundador de varias revistas y periódicos, destacando “La Revista de Mérida”, “El Eco del Comercio”, “El Salón Literario” y “La Escuela Primaria”, especializado en educación. Es autor de varios poemas pronunciados en actos públicos y de muchos otros dedicados a la niñez, algunos de ellos formando parte de selecciones de este tema como “El hogar y la escuela, recitaciones escolares”, “La lira de la niñez” (La Habana, 1890) y “Recitaciones escolares (Tomo I, 1902; Tomo II, 1905; Tomo III, 1911). Usó los seudónimos “Efrem Leonzo Dondé” y “Juan de las Veras”[1].

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Selección de La moral en acción para la enseñanza primaria superior[2].

LA MORAL EN ACCIÓN

El gran moralizador

Anselmo era el niño más perezoso de la escuela. A fin de corregirlo y de protestar contra esta torpe frase de Anselmo: Trabajar es un gran fastidio, el maestro en la clase de Moral tomó la palabra y dijo:

-El trabajo moraliza al hombre. Voy a demostrarlo con un ejemplo. Atiendan Uds., señores: esta hermosa isla que aquí vemos, dijo señalando la Australia en el plano de la Oceanía, tan grande que los geógrafos la consideran como un continente, fue, no hace todavía muchos años, un verdadero depósito de criminales, un presidio inglés.

Inglaterra sólo mandaba a Australia, con objeto de que la poblasen, a los ladrones, asesinos, bandidos, etc. De ese modo se libraba del contagio de los malvados, y evitaba tener que conducirlos a la horca.

Los infelices presidiarios eran designados con el nombre de convictos, y sus condiciones morales eran verdaderamente deplorables. Al mismo tiempo, como se comprenderá, se hallaban en la mayor pobreza. Pero apenas se habían sucedido dos generaciones de hombres, cuando ya los descendientes de los convictos habían experimentado la más saludable de las transformaciones: ya constituían familias honorables, dignas de la estimación universal. ¡Allí están ahora sus descendientes! Australia comprende actualmente varias colonias inglesas, libres, ilustradas, poderosas. Esas colonias, que sólo de nombre lo son, formarán muy pronto acaso los Estados Unidos de Oceanía.

Y bien, Anselmo, ¿Quién crees tú que ha sido el mago al cual se debe la transformación de la primitiva Nueva Holanda?

El muchacho bajó primero la cabeza, y luego, como si un rayo de luz hubiera iluminado de pronto su hasta entonces dormido espíritu, la alzó después y exclamó con viveza: ¡El trabajo!

Los convictos, prosiguió el maestro, echados en tierra por los buques de guerra británicos, con sólo víveres para algún tiempo y varios instrumentos de labor, se vieron obligados, para no morirse de hambre, a cultivar la tierra, a aprender industrias útiles y a ejercer las artes que hacen la fortuna y la prosperidad de los pueblos civilizados.

Insensiblemente las costumbres de los criminales se fueron modificando en sentido favorable a la actividad y a la moral. Tomaron gusto a los oficios honrosos y desearon vivir de su trabajo y ser obreros del gran ejército de la civilización y del progreso.

Así volvieron por su dignidad, abjuraron de su pasado y tuvieron la dicha de legar a sus descendientes, en vez de un nombre maldito, una energía dirigida a practicar el bien, una herencia de libertad, de virtud y de progreso.

El trabajo es, pues, el gran moralizador de los hombres y de los pueblos. Óyelo bien, Anselmo, para que, cambiando de conducta, dediques a ese hermoso dios de la democracia contemporánea, el culto de tu inteligencia y de tus brazos. Si así lo haces, acabarás por repetir: El trabajo es un poderoso redentor del género humano.

Cuestionario.- ¿Qué clase de niño era Anselmo y qué solía decir?

-Acción del maestro cierto día.- Discurso del maestro; a) muestra lo que es Australia geográficamente; b) -¿A quiénes enviaban los ingleses a la Australia?; c) ¿qué nombre recibían los condenados?; ch) condiciones en que llegaban los convictos; d) ¿qué sucedió después de dos generaciones?; e)¿qué es ahora la Australia?; f) ¿quién ha verificado la transformación?; h) respuesta de Anselmo.- Consideraciones del maestro 1ª consideración, segunda, tercera, cuarta.- Enseñanza moral de la narración.

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Hacer algo por la humanidad

No te exijo, apreciable joven, que hagas milagros. Deseo solamente que dejes una huella de tu paso por el mundo. Se entiende, una huella luminosa.

No ha tenido vida inútil, dice un proverbio indio, el que ha sembrado un árbol antes de morir, porque ha hecho algo en pro de la humanidad.

¡Hay tantas maneras de ser útil! El árbol dará su sombra al caminante fatigado, su fruto al infeliz pordiosero. Un hombre puede vivir de un árbol, si lo cuida bien.

Mas el que no siembra un árbol, puede descubrir una planta que devuelva la salud al enfermo, o inventar un instrumento que simplifique la humana labor. Lo que importa es hacer algo por la humanidad.

Si inspiras una buena idea; si demuestras una verdad; si ciegas un abismo al vicio o eriges un templo a la virtud; si haces un descubrimiento científico o produces una gran obra de arte; si das un ejemplo de ciudadano honrado y libre, no dudes que has hecho algo en beneficio de la humanidad.

Aún en la más humilde esfera se es, se puede ser beneficioso a los demás. Si escribes un libro; si perfeccionas un arte; si enseñas el cultivo de una nueva planta útil; si introduces un mejoramiento en las costumbres; si proteges al débil; si defiendes al animal y al vegetal; si fundas una escuela, un taller, un hospicio; si haces un camino, o tiendes un alambre al pensamiento; si labras el campo o surcas el mar, o pides el cumplimiento de la ley de amor, no dudes que has hecho algo en pro de la humanidad.

“Todos, decía Edmundo de About, estamos unidos a los demás hombres, pasados, presentes y futuros, por fuertes lazos invisibles. Somos los herederos de todos los que han muerto; los asociados de todos los que viven; la providencia de todos los que nacerán”.

Tenemos que demostrar nuestro reconocimiento a las generaciones que nos han dado cuanto tenemos, que nos han hecho todo lo que somos; y para ello es preciso perfeccionar la naturaleza en nosotros y alrededor de nosotros, y entregarla más bella y más cómoda a las sociedades futuras.

Se ha dicho que los que ahora vivimos mejores y más felices que nuestros antepasados: procuremos que nuestros pósteros sean más felices y mejores que nosotros. Todo hombre puede contribuir al progreso de su especie, puede hacer algo bueno a favor del género humano.

El escritor citado ha dicho: “Merece bien el que ha plantado un árbol; el que lo corta y divide en pedazos o tablas, merece bien; el que reúne las tablas y construye un banco, merece bien; el que se sienta sobre ese banco, toma a un niño sobre sus rodillas y lo enseña a leer, merece más que los anteriores”.

“Los tres primeros, han agregado algo a los recursos o tesoros de la humanidad: el último ha añadido algo a la humanidad misma: ha convertido a un niño en un hombre; ha ilustrado su espíritu; ha hecho mejor a un semejante suyo”.

¡Oh, jóvenes! ¿Queréis vosotros también poner vuestros brazos, vuestro corazón, vuestra inteligencia al servicio de la gran causa del bien? ¿No queréis hacer algo en provecho de la humanidad?

(Los alumnos formulan el Cuestionario, solos o con ayuda del Profesor).

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Franqueza o sinceridad

La primera cualidad de un joven que desea no tener que avergonzarse nunca de sí mismo; es la franqueza. El que dice mentira no puede andar con la cabeza levantada, ni mirar cara a cara a sus padres y maestros.

César adquirió el hábito de mentir, y mintió por vanidad para darse importancia a los ojos de sus compañeros. Se atribuía una porción de hazañas e inventaba sucesos que nunca le habían pasado.

Si alguno de sus camaradas le llamaba la atención acerca de tan feo vicio, César, sin inquietarse en lo mínimo, respondía alzando los hombros: -“¡Qué me importa! A nadie causo daño y miento por divertirme!”

Bien pronto, sin embargo, se supo por todas partes que César era un gran mentiroso y desde que esto se hizo público, nadie le creía una palabra de cuanto decía, y el joven empezó a sufrir las consecuencias de su vergonzosa costumbre.

No le tenían confianza; se recataban de él; en su presencia, sólo se hablaba de cosas indiferentes; y él sufría, imaginándose leer en los ojos de todos estas palabras: Eres un mentiroso.

Así las cosas, llegó un día en que César cometió una grave falta; su madre lo increpó severamente, pero César negó que él hubiese sido el autor y entonces no sólo mintió, sino que fue cobarde.

Este joven iba ya por el mal camino, cuando su padre, hombre recto, se enteró de cuanto pasaba y se propuso corregir a su hijo, quitándole el hábito de mentir.

Le dio buenos consejos; le puso no pocos ejemplos, le hizo ver las consecuencias de la mentira y las ventajas de la franqueza, y acabó por decirle:

-“Hijo mío, el niño sincero no oculta a sus padres y maestros ni sus pensamientos ni sus actos. ¿Cómo quieres que sean indulgentes contigo, si engañas a todo el mundo, si mientes a cada momento?”

El niño que confiesa su falta, se hace digno de perdón, y confesándola, demuestra que desea enmendarse.

César abrió su corazón a su padre, comprendió que necesitaba abjurar de la mala costumbre adquirida y le dijo con las lágrimas en los ojos:

-“En mi vida volveré a mentir. Seré un hombre franco, sincero”.

La casualidad hizo que, al escribir César aquel día, el maestro le dictara lo siguiente:

“El mentiroso es semejante al sordomudo. De nada le sirve hablar, ni hacer protestas de veracidad, nadie da crédito a sus palabras, y este es uno de sus castigos”

Cuestionario.- Primera virtud de un joven. ¿Qué da la franqueza? ¿Qué habito adquirió César? ¿Qué hacía cuando le llamaban la atención? ¿En qué condiciones se colocó César? Consecuencias de la conducta de César. ¿Qué aconteció cierto día? ¿Qué Camino seguía César? ¿Quién se enteró del mal proceder del joven? Refiera Ud. lo que hizo el padre de César. Consejos del padre al hijo. ¿Se arrepintió César? ¿Qué prometió? Dictado del maestro. Enseñanza que se saca de la lección.

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Heroicidad

El desfiladero de las Termópilas tiene de seis a siete kilómetros de largo y es tan estrecho en algunos lugares, que sólo alcanza unos ocho metros de ancho. En la antigüedad pasaba por uno de los puntos estratégicos de más importancia y era la principal entrada de Tesalia en Grecia. (Se tiene el plano a la vista).

Durante la segunda de las guerras médicas, Jerjes, rey de Persia, había invadido la Grecia con dos millones de hombres. Leónidas, rey de Esparta, recibió la orden de ir a guardar el paso de las Termópilas. Era preciso detener a los invasores, mientras los helenos se preparaban para hacerles resistencia. Leónidas reunió 300 esparciatas los cuales, persuadidos de que iban a morir por la patria, celebraron antes de partir para el combate, juegos fúnebres a los que asistieron todos sus parientes.

El orgulloso monarca persa, no pudiendo imaginarse que un puñado de hombres tuviese la pretensión de disputarle el paso, esperó algunos días, dando tiempo a que el rey de los lacedemonios desistiese de su empeño. No dándose Leónidas por entendido, le escribió una carta concebida en sólo tres palabras: Rinde las armas; pero el rey de Esparta contestó debajo: Ven a tomarlas.

Un griego, queriendo dar a Leónidas una alta idea del ejército de Jerjes, le dijo: -“El número de sus dardos es tal, que obscurecerán el Sol.” –Tanto mejor, contesto el esparciata, pelearemos a la sombra.

Librose el combate, y ya los persas habían sido rechazados, cuando un pastor, traicionando a su patria, indicó a Jerjes un camino por el cual podían ser atacados los griegos. Hidamys, general medo, se apoderó de una ventajosa posición y en ella se hizo fuerte.

La retirada hubiera sido todavía fácil para los griegos; más Leónidas no hubiera podido sobrevivir a su derrota. El héroe dijo a los suyos: -“No es aquí donde tenemos que pelear, es preciso ir a la tienda de Jerjes e inmolarlo, o perecer en medio de su ejército”. Los soldados respondieron con un grito de alegría.

En la frugal comida que dio a sus compañeros antes de partir, exclamó: -“Esta noche cenaremos con Plutón”, frase equivalente a esta otra: “Esta noche moriremos”. –Los griegos salen silenciosamente del desfiladero, atraviesan la llanura, sorprenden las primeras avanzadas y penetran en la tienda de Jerjes, el cual emprende la fuga.

Los persas dejan de oír la voz de su rey, se mezclan tumultuosamente y se matan unos a otros, creen que todo el ejército de los griegos ha caído sobre ellos. Pero con los primeros rayos del día se convencen de la verdad, sólo tienen ante sus ojos un puñado de guerreros. Entonces los persas los rodean y los valerosos griegos recuperan, al fin, el cuerpo de su magnánimo rey, muerto en la pelea.

¡Sombras ilustres! ¡Vuestra memoria sobrevive al imperio de los persas; llegará hasta el fin de los siglos y vuestro ejemplo producirá en los corazones que aman a la patria, el generoso entusiasmo de la admiración!

La gloriosa muerte de Leónidas y de sus compañeros equivalió a una brillante victoria para la Grecia, esta comprendió el secreto de su fuerza y el de la debilidad de sus enemigos. En todos los corazones despertó la ambición de la gloria, el amor a la patria, estas virtudes les exaltaron sublimemente un sentimiento de grandeza, hasta entonces desconocido, enalteció las almas de los ciudadanos.

Y aún, a través de los siglos, brillan como soles aquellas palabras de Simónides escritas en una roca de las Termópilas: Caminante, ve a decir a Esparta que yacemos aquí por haber obedecido sus leyes.

Definición de las siguientes palabras: desfiladero, Tesalia, Grecia, Esparta, paso, lacedemonio, dardo, héroe, Plutón, tienda, sombra, Simónides.

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Cómo se forjan los hombres

Uno de los caracteres que más deben hacerse resaltar a los ojos de la juventud, es el de Benjamín Franklin.

¿No llama poderosamente la atención un pobre joven obrero que entra casi fugitivo en Filadelfia, que yerra algunos días en busca de trabajo sin conseguirlo, y que más tarde llega a ser nada menos que uno de los hombres más grandes y caracterizados de su país?

“Era un indigente, y llegó por su trabajo a la riqueza; era un ignorante, y se elevó por el estudio a la sabiduría; era un desconocido, y obtuvo, así por sus descubrimientos como por sus servicios, así por la grandeza de sus ideas como por el bien que hizo a sus semejantes, la admiración de Europa y la gratitud de su patria y aún de toda la América” (Mignet).

¡Qué modelo más hermoso para la juventud! En este privilegiado ser se reunían felizmente el genio y la virtud, la felicidad y la gloria.

Muchos quieren ser grandes y ricos para oprimir a sus semejantes, para vejarlos; para brillar en el mundo por su dinero, por su autoridad, por su lujo, por sus fiestas y viajes, por el falso esplendor de una pompa necia.

Franklin quiso ser grande y rico, y lo fue para ser bueno, para ser sabio, para ser justo, para ser libre; para amar y servir a su patria y al género humano.

El lema constante de este gran hombre, de este obrero del bien universal parecía ser: Útil para todos.

Y en efecto, siempre tranquilo y sonriente, afectuoso y lleno de gracia, atraía a sus semejantes. De sus labios, como de una inagotable fuente, brotaba en continuo raudal el gracioso concepto, la máxima formada por él mismo en la lucha de la vida, el pensamiento elevado y majestuoso, la vivificante voz de la virtud y la ciencia de que tantos tesoros guardaba en su espíritu.

Se le veía y se le amaba; imponía respeto y admiración; era un patriota y un héroe, un trabajador y un filósofo. Los cortesanos de Luis XVI, cuando Franklin representó a su patria en Francia, empezaron por burlarse de sus medias azules y de su traje sencillo; pero acabaron por reconocer que no había en la fastuosa corte, nadie que se le igualara por muchos motivos, y principalmente por la austeridad de sus costumbres. Franklin fue toda su vida un hombre sano y puro.

Su adagio favorito era: La nobleza está en la virtud. Y esta nobleza se adquiere por la buena conducta, se adquiere por el estudio, sufriendo, aprendiendo, trabajando, mejorando siempre, hasta llegar a ser bueno y sabio.

Franklin parecía un filósofo de la antigüedad. “Daba siempre a su pensamiento una forma ingeniosa, dice el moralista Mignet, un giro nuevo e interesante. Adunaba la delicadeza moderna a la antigua sabiduría. Nunca moroso, ni impaciente, jamás colérico; solía decir que “el mal humor es el desaseo del espíritu”, y que “la mejor cortesía es la benevolencia”.

Franklin fue un economista, un gran hombre de Estado e íntimo amigo de Washington y de Voltaire.

La vida de Franklin es un ejemplo vivo de cómo se forman los hombres: por el trabajo y la economía, por el estudio y la perseverancia en las buenas obras; por la pureza de las costumbres y la constante corrección de nuestros defectos; por el amor a la verdad y a la modestia de la vida republicana; por el amor a la libertad, a la patria y al género humano.

“El que arrebató el rayo a los cielos y el cetro a los tiranos”, bien merece un puesto como modelo de hombre bueno y puro a los jóvenes de toda la América.

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La felicidad

Este era un señor muy rico, el cual era tenido por el más principal de la comarca en que vivía.

-D. Pedro (así se llamaba) debe ser un hombre completamente feliz, dijo uno de sus convecinos.

-No lo creas, le respondió un interlocutor, puesto que no se contenta con lo que posee y cada día desea tener más riquezas y honores.

-¿De modo que no crees tú que viva contento con su suerte?

-No vive satisfecho de sí propio, no está en la posesión de su destino sobre la Tierra, ambiciona atesorar oro y más oro, y es muy fácil, por no decir casi seguro, que no sea feliz. La felicidad no consiste exclusivamente en tener dinero y mando sobre los demás hombres.

-Pero si él pensase de otro modo, ¿no podría un hombre feliz?

-Es evidente que sí, lo que se opone a la felicidad son los deseos no satisfechos. Y los hombres casi siempre anhelan con vehemencia nuevas emociones. Realizan una aspiración y en seguida quieren satisfacer otra y otra más.

Lo mismo sucede con los honores y con las grandezas sociales. La locura de la avaricia, de las distinciones, de la nobleza o del lujo, se apodera generalmente de los hombres muy ricos y no les deja gozar de la relativa felicidad que puede conseguirse en nuestro mundo de la Tierra.

-El hombre bueno es feliz con poco, exclamó uno de los circunstantes, el remordimiento no le turba el sueño, ni hace huir la sonrisa de su rostro.

-También se ha dicho que una conciencia tranquila es preferible al oro y al poder, y que la alegría de la pobreza es el primero de los capitales.

-Pero, señores, interpuso a la sazón alguien, ¿por qué el rico no ha de poder gozar de todos estos beneficios? ¿Por qué no ha de tener su conciencia tranquila? ¿Por qué no ha de ser feliz?

-Es verdad, el hombre rico puede conseguir todo eso, al pobre, sin embargo, le es más difícil obtenerlo, por la propia modesta condición de su vida.

-¿Qué sacaremos, pues, en consecuencia de estas observaciones?- Que debemos medir nuestros deseos y ajustarlos a nuestra condición social, porque como ha dicho un filósofo: -Es siempre bastante rico el que limita sus deseos.

Expongamos ahora las ideas del poeta latino Marcial respecto de la felicidad:

“Las condiciones que aumentan la felicidad en la vida son: un campo fértil, un hogar cotidianamente encendido, ningún proceso o querella judicial, un alma tranquila, un cuerpo sano, una prudente sencillez, amigos entre nuestros iguales, una sociedad amable, una mesa sin lujo, una noche sin cuidados, un sueño que haga más corta la noche. Por fin, el deseo de permanecer en la misma condición, sin preferir otro estado”.

-De modo que el hombre que quiere puede casi siempre ser feliz.

Para terminar, diremos que el rico D. Pedro que dio origen a este diálogo, se suicidó poco tiempo después por haber perdido una gran cantidad de dinero en cierto mal negocio, con lo cual demostró su avaricia y dejó sentado que:

La felicidad sobre la tierra no puede tener su fundamento en el brillo de una elevada posición social, fuera de la virtud, la felicidad es imposible.

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Crítica Literaria

En “La moral en acción para la enseñanza primaria superior”, Rodolfo Menéndez de la Peña, con su educada prosa, retrata los hábitos, creencias, herencias y prácticas que animaban a nuestra sociedad de los años finiseculares del XIX, y en ese marco parece andar suelto el espíritu que forma individuos moralmente virtuosos.

En sus páginas, los ejemplos moralizantes tienen por actores, en varios casos, a niños o jóvenes estudiantes… los relatos gratificantes siguen el tenor de las fábulas de Esopo, La Fontaine o Samaniego. Tienen presencia los hombres ilustres, las poesías, las máximas y los temas sociales o de la naturaleza.

Los fructíferos diálogos permiten mejorar la dicción, aprender nuevas palabras, reflexionar sobre ellas, entender las moralejas y aprender los aleccionadores aforismos, o las máximas o las citas clásicas. Al final, la Preceptiva: rituales, métodos y reglas de la moral y las buenas costumbres (Contraportada del libro “Rodolfo Menéndez de la Peña: La moral en acción para la enseñanza primaria superior”, de Orlando Rodríguez Núñez y Manuel Jesús Uc Sánchez, editado por la Secretaria de Educación del Gobierno del Estado y la UADY, México, 2008).



[1] La voz ante el Espejo. Tomo I. Reyes Ramírez, Rubén. Instituto de Cultura de Yucatán. México, 1995. Pp. 370- 371.

[2]Rodolfo Menéndez de la Peña: La moral en acción para la enseñanza primaria superior. Rodríguez Núñez, Orlando y Manuel Jesús Uc Sánchez. Secretaria de Educación del Gobierno del Estado y Universidad Autónoma de Yucatán. México, 2008. Pp. 25- 166.