Ancona Ponce, Mario

(1925-1972) Poeta, ensayista y periodista. Nació y falleció en Mérida. Vivió muchos años en La Habana donde cursó estudios de filosofía y letras en el Colegio de Belén. Posteriormente obtuvo el doctorado en esa especialidad en la Universidad de Salamanca, España (1966) con la tesis “La luz y el color como expresión religiosa en el Zeus homérico”. Colaboró con varios periódicos como el ABC de Madrid y escribió asimismo una pieza teatral: “Historia de un ángel y un niño”, representada en la ciudad de Mérida (1969). Es autor de los siguientes títulos: Arpegios (1942); Águilas y estrellas (1948); Misal de mis ensueños (1945); Letras de molde (1951); Un libro de comunistas para anticomunistas (1954); Trípticos; Melodías íntimas (1952), Decálogo de sonetos a la Argentina; Azul (sobre Rubén Darío), Prosas profanas; Rubén Darío y América, Sonetos (1964) y Frisos (1969). Poco antes de su fallecimiento compuso “Canción del hombre completo”, poema dedicado a su hijo. Dirigió la revista “Estudios y ensayos” (1968-1969) y coordinó el suplemento cultural Artes y Letras del periódico “Novedades de Yucatán”[1].

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Selección de La Voz ante el Espejo[2].

Pregón de los mangos

“Vaya lo mango… Mangüe…

Señorita, filipino, del Caney, de Torrecilla.

Caserita de mi vida cómprame una cana’tilla

de e’to mango madurito… Y también llevo pintome…

Dulce y rico como mié…

Sabrito de verdá

El manguero que se va…”

Del caimito de unas bembas que al abrirse tiene carne

de guanábana y anón,

se desprende ronco y fuerte de los mangos el pregón.

La carreta va rodando

con su típica techumbre de maderas y de huanos,

y se antoja

ser errante peregrina

que deambula por la vida, que camina, que camina

sin saber dónde la arroja

su chirriante cabalgata melancólica y cansina.

El caballo va tirando

de la carga sobrehumana que sus músculos deforma,

y semeja,

enigmático viajero,

soñador,

aventurero,

que ni ríe ni se queja

mientras marcha por los años con su carga de dolor.

El manguero va gritando,

arrancándole a sus bembas el criollo pregonar;

y con la mano callosa

se cubre a medias la oreja para mejor entonar.

Y parece,

ser un dolor que no crece

porque ha aprendido a cantar.

El manguero va gritando.

La carreta va rodando.

El caballo va arrastrando

Los pregones y los mangos. Sin saber adonde van,

Seguirán los tres soñando

que algún día triunfarán.

Hasta que al llegar la noche quede trunca la esperanza

del errante pregonero,

y se queden los tres solos: el caballo, la carreta

y el manguero,

sin cebada, sin aceite, sin comida, sin dinero,

sin afán.

Los tres solos: el caballo, la carreta y el manguero,

que al pintarse la mañana, con sus músculos deformes,

con su clásica techumbre, con sus rítmicos pregones,

nuevamente volverán.

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El cencerro

El Cencerro,

ritmo y hierro,

tiene labios de bembé.

Y en el bronce de su cara,

hay la ardiente carcajada

del atávico areré.

Lleve al cinto la navaja

de su repique estridente,

y con ella saja y saja

la carne dura y ardiente

de la negra apasionada.

Brilla en su torva mirada,

la lujuria de los besos

que su risa tiene presos

tras la alegre carcajada.

Carcajada del cencerro,

ronca, seca, pasional,

carcajada que es herida

por donde sangra la vida

con furia vieja y sensual.

Carcajada del cencerro,

carcajada de areré,

que del alma pasó al hierro

y del hierro al alma fue.

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La rumbera

Cuando resuenan los cueros,

y el son tiembla entre las notas del latón de una trompeta,

y el piano marca los ritmos con sus dientes milagreros

de marfil y pedernal,

se dibuja entre las luces esmaltadas y discretas

la silueta pecadora de la cálida rumbera,

cuyas carnes vibran todas al compás de sus caderas

que se mueven voluptuosas, impulsadas por la fiebre

de su sangre tropical.

Amarrado a su cabeza va un pañuelo de colores.

Una blusa transparente

cubre el busto de canela, que se agita locamente

de la rumba al congo son.

En sus hombros bailadores,

un pañuelo colorado va robando a los tambores

los compases africanos que entre claves y cencerros

baila alegre el corazón.

A sus caderas ceñida va la pictórica falda,

con su cola, con sus vuelos, semejando una guirnalda

de pétalos de organdí.

Y hay un canto de africanas y salvajes estridencias,

que se prende con el ritmo de sus fáciles cadencias

a sus bembas de rubí.

Así baila la rumbera,

con el son dentro del alma y el compás en las caderas.

Así baila y va bailando…

Así baila y va cantando

las salvajes estridencias de su canto lucumí,

que se prende a los caimitos maquillados de rubí…

Mientras resuenan los cueros

En monotema sensual,

y el piano marca los ritmos con sus dientes milagreros

de marfil y pedernal.

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Crítica Literaria

Leopoldo Peniche Vallado dice del poeta: “Mario Ancona Ponce es un mozalbete, casi un niño, que hace sus primeras armas en la liza poética, en forma que dificulta aventurar un juicio acerca de su obra futura. Publicó hace poco un libro, “Arpegios”, bellamente editado, pero que trasluce más un entrañable celo paternal que una primicia prometedora de frutos más sazonados” (Enciclopedia Yucatanense, Tomo V, Segunda Edición, Gobierno de Yucatán, 1977. P. 617)

Arpegios –dice por su parte D. Pedro Caballero en un impresionismo publicado en el “Diario de Yucatán”- “es el primer brote de un árbol perfumado y rumoroso, que será fecundo con el tiempo en jugosos, exquisitos frutos”. El ilustre y benévolo crítico Santiago Burgos Brito, publicó también en el “Diario de Yucatán” un artículo del cual extraemos: “Mario Ancona Ponce posee un caudal enorme de sensibilidad, la suficiente para sentir como nadie las flechas de la desesperación, las torturas de la inquietud espiritual… No nos extraña ese ambiente de tristeza que hay en los versos de Mario Ancona Ponce. En todo tiempo la tristeza parece haber sido el patrimonio de la juventud… ¿Que hay en sus versos sombrías pinceladas de romanticismo? Sí que las hay. Ha dicho Tolstoi que el romanticismo es el miedo de mirar la verdad cara a cara, y ha dicho muy bien… Ancona Ponce es un romántico y musicaliza en tonalidades discretísimas su inquietud ante la vida, su miedo de mirar la verdad cara a cara… Es poeta joven, que aún tiene mucho que decirnos en ese su lenguaje sencillo, de adorable intimidad, sin afectaciones ni rebuscamientos” (Enciclopedia Yucatanense, 1977: 617-618).



[1] Diccionario de escritores de Yucatán. Peniche Barrera, Roldán y Gaspar Gómez Chacón. Compañía Editorial de la Península, S.A de C.V. México, 2003. P. 29.

[2] La voz ante el Espejo. Tomo II. Reyes Ramírez, Rubén. Instituto de Cultura de Yucatán, México. 1995. Pp. 74- 77.