Berlín Villafaña, Irving

Nació en Libre Unión, Yucatán, en 1961. Es antropólogo y poeta. Inició estudios en la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Yucatán de los que desistió para cursar la licenciatura en Antropología social en la Facultad de Ciencias Antropológicas de la misma institución. También fue alumno de la maestría en Educación Media en la Escuela Normal Superior de Yucatán y en Industrias Audiovisuales Iberoamericanas por la Universidad Internacional de Andalucía. Asimismo tiene un Diplomado en Antropología Política por la UADY. Se ha especializado en el área de la radiodifusión. Ha ejercido la docencia en la Preparatoria y en la Universidad Modelo, en la Escuela Normal Superior de Yucatán y en el ICSMAC. En la UADY se ha ocupado en la producción de programas de radio y ha sido jefe del departamento de esta área y director de Radio Universidad. Es articulista especializado en medios de comunicación y ha sido colaborador en la revista de la UADY, el suplemento cultural “Punto y Seguido” del Diario del Sureste, en el Diario de Yucatán, revista “Etcétera” de México y “Revista Latina” de España. Es autor del libro de poemas “Templo de los guerreros” (2001) y tiene una obra inédita: “Sueños de fuego”[1].

a………………………………………………………………………………………b

Selección de La Voz ante el Espejo[2].

Las piernas del fuego

No distingo si en lo más hondo de tus ojos

me abandonas,

o es tu labio quien va formando

unicornios cuando muerde.

Pero de todos modos,

hoy quiero sacudirme el dolor,

el color que me pones en los labios

como trascendencia de tu lengua;

sacudirme los ojos,

las imágenes de tu coito vuelto eterno

por la soledad ingenua de mis poros.

Sacudirme,

imitar de las semillas

el cálido sabor de la tierra simple

y su caída vertiginosa hasta el polvo de los polvos.

Sacudirme,

vencer la pereza de vivir

legada a mi cintura por tus pechos fúnebres

y quedarme solo:

Con lo que soy en mi mismo,

sin el latir de una sien que no sea la mía,

con lo que muero en mis uñas

sin ser esqueleto destruyendo cuerpos de carne

en la pretendida soledad de una cloaca.

Quedarme solo,

sentir que tus pies están lejos,

que el agua que debo no es más tu sangre,

que el rito del salvaje golpea donde duele

y luego manzana en la tierra

no verte más;

no verme en ti más,

no sentirme más luciérnaga bajo el guía fusil

de tus piernas color azul,

a veces negro serpiente y fuego.

a………………………………………………………………………………………b

Las piernas del fuego

En la ciudad estás solo.

Las calles viejas que significan

gotas de tus padres

no pueden amarte

ocupados como están en preservar su memoria.

No hay palabra que te ofenda

ni espacio que te reproduzca.

Estás solo,

y solo como estás,

la muerte no tiene más sentido que el de la risa.

Como Paz,

piensas que sólo los niños ciegos

pueden darte la vida

o matarte del todo,

pero nunca llenarte de tristeza.

México, D. F., 1990.

(Inéditos)

a………………………………………………………………………………………b

Selección de Casa de palomas[3].

Casa de palomas

En recuerdo de E.M. Cummings

I

Mi reflejo es de noche

y desaparece tanto como brilla,

agua escurridiza de beso amargo

estrella para un lago

que olvida el gozo del mediodía

en la memoria estéril de la piedra

rubia de tu rostro;

una iglesia invertida donde todos

los infiernos son para mí

y en la gloria mueren otros.

II

Nos hicimos –sin querer- de palabras

como una discusión de calle ciega,

hartos del mundo que aún reclama

cuerpos sin cubierta.

Sin estar en mí, paseándose afuera

recuerdo el tibio rincón de mi nombre

y tu esquela saliendo de una lluvia;

ambos una vena.

Incendia el quinqué con tu sal de mar,

llévate el mundo en tu falda de red

yo voy contigo al ábside de tus piernas

náufrago del querer.

III

Quiero el tiempo detenido

cuando bese tus senos inclinados

y florezca la ciudad de jardines copulares.

No te muevas, mi amor,

el gineceo brilla su propio esplendor

si lo corona el sonido de mi sueño.

-El hombre se esfuma y su alegría

es el ramo de flores de tu encanto-

IV

El amor, silencio de sílex cuya voz

lastima el blanco espacio que separa

el reino dulce de la intemperie,

o endurece el sonrojo

de llorar por ti sin abandonar los campos

de azucenas bajo una luna invidente

que tiembla el hielo de sus gotas de luz,

me ha vencido.

Y es cuando la alegría de nadie

puede convertirse en melancolía.

V

Tener amor para ti es un dulce

que no olvida el recodo de la piel

donde la fiesta viste la hermosa flor

de su misterio.

Baila el miedo, el incendio aglutinado

de una sangre viva como la copa

que hace brillar el sol y las estrellas

para vivirte

sin que me vivas ni me dejes loco

con la errancia de mis besos en tu cara

perdidos como un niño que llora

la ciudad entera.

VI

Como sombras se observan y se admiran

las palabras que hablan unas con otras:

hay un concierto de hombres y mujeres

y luciérnagas.

En pobres calles quedan sus canciones,

la noche protege la forma bella:

tú has ido a imaginar mi recuerdo,

yo, si ocurrió el día.

No pido nada para esta piel, polvo,

ni sé la diferencia entre ceniza

y fuego; de ambas están hechas rosas

y recuerdos.

VII

Más que un árbol persiguiendo

el agua, florece

tu recuerdo para caminarme encima

con sus verdes ojos claros,

viéndome la tarde sobre el pecho

y el amanecer

en cualquiera de sus otras partes,

igual de luz

por la fecunda procesión de tu mirada.

No es que me orille al vivo color

de sus jardines, ni que los pájaros labren

corazones en mis manos,

sólo es que tu recuerdo ha venido a buscar

mi piel para llevarla en el aire

de su alfombra.

VIII

Estás adentro de mis ojos

como la luz

posterior

de una estrella desaparecida,

tanto alumbrar después

cuando eres huella que se va, junto conmigo.

Mas allá me rindo, afuera, en la inexistencia

trepidante

oscilación que ve

sólo el recuerdo, nada más, de lo que ha sido.

No aguanta este amor ninguna forma,

¡ay!

pero qué feliz padecimiento:

suspender la embriaguez del sol

estirando su fulgor como una mecha.

IX

Tú me conmueves, ermita de mis ángeles

partes la realidad

y con su golpe

haces que sienta una dulce ceguera

llena de verdades.

X

Tus ojos de rocío me abrasan

el reposo

como un sueño de nubes rizadas

saliendo, despeinado, por la

quilla;

alrededor del asombro, la carne.

Más allá de la luz, la tierra de escarpadas avenidas.

En los límites del galeón, agua.

¿De cuántos ojos, gotas pequeñas

de miel dulce, está compuesta tu mirada?

a………………………………………………………………………………………b

Templo de los guerreros

Para Rafael y Joana Cadenas

I

No era quién para soportar la dura luz de un mástil solo.

No era nadie.

-¿quién?-

Todos. Tantos cuantos había,

tantos respirando y sin ríos caminando hacia el nombre,

sin caracol arrullando el bálsamo de sombra

¡Oh, bestia mayor,

monstruo de la tierra,

escucha mi plegaria de claveles que cantan de sueño!

Cuando llueves,

el eterno cansancio de llover nada humedece.

De gotear siempre, de llover todos los días

nací,

tu hijo,

de tanto, canto; de no tenerse.

Juego de pelota,

-¿qué?-

alegría dormida dentro del almud,

nunca con agua, siempre lleno;

definitivo y frágil.

¿Para fijar tu nombre, mar, y hacer tu santuario,

tenías que hablarme a mí y darme la hondura del llanto?

Guardaré, humilde, tu deseo.

Seré quien tú no eres

-medallón de Venus sobre el pasto verde-

y gritaré, Tu nombre será dicho:

Modesta sombra de una cruz foliada.

II

Los hombres cargan el venado muerto.

Como el venado morirán y su felicidad es el bejuco

amárrate a mis piernas.

Los miro adentro de mí, oigo las caritas sonriendo,

jugando a pescar el nudo de la desnudez,

apretándose al sueño de abrazar.

¿Quién describirá esta forma de saltar

Sobre el océano tambor?

III

Dame la cabeza, madre de la serpiente.

Dame su leve frío.

Transparenta su fuerza, oblígala a salir y rasga con su sangre mi timbal,

que se oiga recio,

que el llanto suba –terrible sabandija-

hasta el árbol hueco donde canta el emblema de nuestra casa.

Mi gotear corre desde la cintura hasta la tierra,

toca la puerta de los frutos aromáticos:

hace dulce la miel.

Aprendo de mi llanto. Recuerda.

Soy el dolor.

Con él pondré a tus pies la primavera.

IV

No hay soledades en el arte de mirar a Venus,

esperar al Dios viento,

al Dios solar con su mano roja que escribe en las paredes,

no hay en la silueta corrediza del agua:

en cada jaguar comiéndose mi alma

y menos cada veinte años veinte

que se añade a la torre del cielo

un escalón.

El que piensa en mí, sabe que no piensa.

Que es la tarde.

V

Estoy bien

siendo esta piedra roja,

estos dos vestidos, este fagal,

esta luna dentro del ánfora,

este nombre que se llama eco,

esta tos.

No hay soledad en este sol

que derrama su líquido sobre la virgen de la tierra.

VI

Píntate el rostro para la guerra que viene,

doble estrella del atardecer.

Sube a verme hasta la Ceiba alta,

acecha desde ahí el viejo pozo y

prueba que me quieres mirándote siempre

-carro de fuego

Sobre el agua-

¿Vives tú aquí?

VII

Me baño por las cuatro direcciones

Se deslíe la luz

y se confunde lo amarillo de la muerte

con el norte, eterno y blanco.

Veme, sonrisa de los ángeles, viernes de vacío,

protégeme de la guacamaya siete, la pintura de azul,

los nueve dioses del infierno

y de ser libre

para

mirar mi horror.

a………………………………………………………………………………………b



[1] Diccionario de escritores de Yucatán. Peniche Barrera, Roldán y Gaspar Gómez Chacón. Compañía Editorial de la Península, S.A de C.V. México, 2003. P. 36.

[2] La voz ante el Espejo. Tomo II. Reyes Ramírez, Rubén. Instituto de Cultura de Yucatán, México. 1995. Pp. 283-284.

[3] Casa de palomas. Berlín Villafaña, Irving. Fondo Editorial del Ayuntamiento de Mérida 2004- 2007. Mérida, Yucatán, México, 2006. Pp. 31-50.