Aznar Mendoza, Enrique
Poeta y abogado (posiblemente nació en la década de 1880). Nativo de Mérida, falleció en la misma ciudad. Ocupó diversos cargos públicos y fue rector de la Universidad de Yucatán de 1942 a 1946. Tuvo activa participación en agrupaciones organizadas por hacendados henequeneros, principalmente en años anteriores a la reforma agraria cardenista. Autor en la primera edición de la “Enciclopedia Yucatanense” del capítulo correspondiente a la historia de la industria henequenera a partir de 1919. Con el seudónimo de “Serafín Blanco” publicó polémicos artículos en la prensa local. Su soneto “La cruz roja” obtuvo el premio en los Juegos Florales celebrados en Mérida en 1917. Dio a conocer sus composiciones en “La Revista de Mérida”, “Diario Yucateco” y “Artes y Letras”. Destacan sus poemas: A la memoria de Antonio Cisneros Cámara y Homenaje, dedicado a José Inés Novelo, ambos de 1908, así como Por la raza que muere, incluido en el libro Yucatán de Álvaro Salazar Ávila (1913). Entre sus poemas figuran La vida, Decepción, Morir, El venero divino, Tibi, Mañana y Karma[1].
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SELECCIÓN DE ANTOLOGÍA DE POETAS DE YUCATÁN[2]
MORIR
Saber que el mundo es campo de combate
en donde el odio y el amor combinan
la fuerza irresistible, a cuyo embate
los grandes hechos nacen y culminan.
Saber que en pasajeros escenarios
la vanidad y el esplendor se empinan,
corriendo en pos de halagos mercenarios;
y placer y dolor, gloria y miseria
y bien y mal, son medios necesarios
para la evolución de la materia.
Tener la carne a la razón uncida
y saber dominar nervio y arteria,
eso es hacerse dueño de la vida.
Tener el corazón abroquelado
y el alma invulnerable a toda herida
y libre del ensueño y del pasado;
erguir la voluntad serena y fuerte
sin temor al castigo ni al pecado;
saber que no hay virtud, vicio ni suerte,
que el hombre es Dios, en la materia actuante,
eso es hacerse dueño de la muerte.
De esa muerte que el vulgo claudicante
cubre con velos de dolor y luto
sin sospechar que es meta deslumbrante;
que allí madura de la vida el fruto,
porque es la muerte, excelsa redentora,
una liberación y no un tributo.
Vierte en vano sus lágrimas quien llora
sobre el negro ataúd, barca segura
que se lanza a una mar nunca traidora,
en cuyas limpias márgenes fulgura
la luz de la verdad definitiva.
De esa verdad inextinguible y pura
de que toda existencia se deriva,
en que toda esperanza se comprende,
en la que toda perfección estriba,
en la que toda inspiración se enciende.
De placer y dolor el cuerpo ahíto,
al obscuro sarcófago desciende;
mas el Ego, ni laxo ni contrito,
nuevos senderos del amor aprende:
morir… es conquistar el infinito.
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TIBI
Mi corazón sangraba
víctima del dolor y de la inquina,
y con doliente voz a Ti clamaba:
¡quítame este dolor que me asesina!
Mis voces escuchaste,
y apiadado, quizá, de mi infinita
desolación, mi súplica colmaste;
mas hoy ansioso el corazón te grita:
¡devuélveme el dolor que me quitaste!
Olvido y paz al corazón le diste,
librándolo de insidias y de dolo;
mas no quiero los dones que me hiciste.
¡Para qué he de olvidar, si estoy tan triste!
¡Para qué quiero paz, si estoy tan solo!
Castigando mi miedo y mi egoísmo,
nuevas angustias tu piedad desata…
Porque tiene esta paz en que me abismo,
el silencio mortal que se dilata
después de un formidable cataclismo.
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MAÑANA
Llegaremos al cabo de la ruta y tendremos
que volver a empezar.
De este dulce presente nada recordaremos,
porque entonces habremos
aprendido a olvidar.
No me alejes, hermana, de tu suave ternura,
no me apartes de ti;
tengo un miedo espantoso de la horrible aventura
y no puedes, acaso, comprender la pavura
que se adueña de mí.
Tengo miedo de todo. De la noche, del viento,
del lejano rumor
de las olas que fingen un huraño lamento;
de las dudas que crea mi propio pensamiento,
de las sombras que surgen de la luna al claror…
Cierra pronto el postigo de la angosta ventana
quiero estar junto a ti;
pon tu mano en mi mano, porque quizá mañana
no estarás a mi lado. No te alejes, hermana,
no te alejes de mí.
Doblaremos el cabo de la ruta; tendremos
que comenzar, quizás.
Peregrinos dolientes de otros mundos seremos…
¡Tengo un miedo espantoso de que en ellos vaguemos
sin hallarnos jamás!
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Crítica Literaria
Es también uno de los buenos poetas que han florecido en Yucatán en lo que va de siglo. Comenzó a figurar en la primera década, colaborando en “La Revista de Mérida”, “El Diario Yucateco” y “Arte y Letras”. En esta última señalamos sus composiciones “A la memoria de Antonio Cisneros Cámara” (oda en silvas, con un marcado sabor a Manuel Acuña), y “Homenaje” dedicada a otro bardo: don José Inés Novelo, con ocasión de su cumpleaños (…) A pesar de que Aznar Mendoza no compiló sus versos en un volumen, poseemos algunos de ellos, mismos que nos permiten considerarlo entre los valores auténticos de Yucatán. Los poemas de Aznar Mendoza nos producen la sensación de que entre el atormentado espíritu de Manuel Acuña y el alma, también atormentada, de Aznar Mendoza, hay algunas afinidades, como entre ambos y el malogrado poeta catalán Joaquín Bartrina; pero los tres tienen como antepasado intelectual a Ramón de Campoamor (Enciclopedia Yucatanense, Segunda Edición. Tomo V. Gobierno de Yucatán. México, 1977. Pp.515-516).
[1] Diccionario de escritores de Yucatán. Peniche Barrera, Roldán y Gaspar Gómez Chacón. Compañía Editorial de la Península, S.A de C.V. México, 2003. P. 30.
[2] Antología de Poetas de Yucatán. Selección de José Esquivel Pren y Filiberto Burgos Jiménez. Tomo III, Nº 1. Nueva Cultura. México, 1946. Pp. 106-109.