(1848-1912) Narrador, poeta y autor teatral. Nació en Campeche el 26 de enero de 1848. Murió en Madrid el 13 de septiembre de 1912. Hizo sus primeros estudios en su ciudad natal y los continuó en Mérida hasta 1861, año en que murió su padre y la familia se trasladó a la ciudad de México, donde ingresó como interno en el Liceo Franco Mexicano. Posteriormente estudió en el Colegio de San Ildefonso, hasta la clausura de este centro de estudios en 1867. Obtuvo el título de abogado en 1871. Fue diputado al Congreso de la Unión, magistrado de la Suprema Corte de Justicia, subsecretario de Instrucción Pública y ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes de 1905 a 1911, durante el régimen de Porfirio Díaz. Al triunfo de la revolución, Francisco I. Madero lo nombró ministro plenipotenciario en España, donde murió.
Obra:
-Poesías, 1848-1912, coleccionadas y estudiadas por Dorothy Margaret Kress, prólogo de Julio Jiménez Rueda, México, UNAM, 1937.
-El ángel del porvenir, ed. del Renacimiento, imprenta de F. Díaz de León y S. White, México, 1873.
-Prosas, selección y prólogo de Agustín Loera y Chávez, Cultura, Tomo III, No. 5, México, 1917.
-Discursos, Herrero Hermanos, México, 1919.
-Prosas, prólogo y selección de Antonio Caso, BEU, No. 10, UNAM, México, 1939.
-Evolución política del pueblo mexicano, prólogo de Alfonso Reyes, Casa de España en México, FCE, México, 1940.
-Cuentos románticos, edición y prólogo de Antonio Castro Leal, CEM, No. 36 Editorial Porrúa, México, 1946.
-Obras completas publicadas bajo la dirección de Agustín Yáñez, UNAM, México, 1948; 15 tomos[1].
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SELECCIÓN DE SUS OBRAS COMPLETAS[2]
EN EL CAMPO
A Lumen.
¡Ah! ¡Cómo hacer la juventud eterna
y cómo eterno hacer tu amor bendito!
¡Cómo hacer inmortal la llama interna
que me abrasa en la sed del infinito!
¿Qué todo pasará? ¿Qué ni siquiera,
me ha de quedar tu imagen soberana?
¿Ni una flor de esta ardiente primavera,
ni un beso de esta espléndida mañana?
Del azul de tus ojos está el cielo;
siguen tu voz, que vibra dulcemente,
las aves del vergel alzando el vuelo
y riendo las perlas de la fuente.
Húmedas con los besos de la noche
las plantas en los surcos se estremecen,
abren las flores el turgente broche
y trémulas de dicha desfallecen.
¿No sientes en las plantas y en las flores
hervir la savia que su seno encierra?
¿No es una gran revelación de amores
este cálido aliento de la tierra?
Del sol que a otro sol mira en su giro,
al ser que en la partícula de arena
tiene un mundo, no más se oye un suspiro
que de orbe en orbe enamorado suena.
Es mentira la muerte. Yo te adoro,
une tu suave acento de querube
al ritmo augusto del sublime coro
que hasta las fuentes de la vida sube.
¡Oh! vivamos, vivamos. Sólo es cierto
el placer de vivir ¿cómo podría
ser mi futuro el ataúd de un muerto
y ser tu juventud una agonía?
Tal inmenso aliento el pecho quema;
es el soplo del cielo que hoy anida
en nuestro amor, en la expansión suprema
del germen inmortal de nuestra vida.
¿No sientes que vivir nos es preciso?
Que espere en “el mañana” el desdichado;
el ángel que guardaba el paraíso
se ha dormido a tus pies y hemos entrado.
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A lo lejos la rústica campana
resuena con dolor; recuerdo triste;
¡Ay! todo pasará, cielo y mañana,
todo lo que ama, todo lo que existe.
Esa tumba de niña rodeada
de perfume y de flores, el sabino
que inclina ya su frente profanada
por las llamas, son cifras del destino.
Hay una ley, que en implacable calma
con su impía segur los sueños trunca;
sólo el amor santísimo del alma
no morirá jamás, no pasa nunca.
Si en mi último instante, abres clemente,
a mi aliento postrer, tus labios rojos,
yo pensaré en la tumba eternamente
en Dios y en la mirada de tus ojos.
Agosto de 1873.
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NOCTURNO
A Lumen
Como negras mortajas desgarradas
por el rudo huracán
las nubes en fantásticas bandadas
dispersándose van.
Lívida está la noche, empaña el cielo
un opaco vapor
la luna cubre con luctuoso velo
su disco sin color.
Muy lejos en las cumbres de los montes
entre el negro capuz
ilumina los tristes horizontes
fosforescente luz.
Pasó por fin la tempestad impía,
pasó la niebla ya,
sólo la tempestad del alma mía,
ay, nunca pasará.
¿Me amas? ¿por qué? Yo soy un desterrado,
un triste soñador.
el goce del Amor me está vedado.
Sólo es cierto el dolor.
¡Ay!, sólo es cierto el sufrimiento inmenso
de mi última ilusión,
que cuando en ti, cuando en tus ojos pienso
me rompe el corazón.
Sólo es verdad la maldición terrible
que pesa sobre mí,
mi loca aspiración a un imposible
y el llanto eterno por mi amor por ti.
Sólo es verdad, mi virgen inefable,
que si a mi lado estás
hay una voz tristísima, implacable,
que a mi alma viene a murmurar: Jamás.
Jamás porque mi amor es un delirio,
de insaciable pasión,
porque llegó mi hora de martirio,
porque llegó mi noche de expiación.
No me ames; yo quiero abandonado
agonizar de amor;
está, niña, mi aliento envenenado,
conmigo van el luto y el dolor.
Pero nunca me olvides, eso fuera
matar mi corazón.
No olvides nunca, que eres mi postrera
creencia, mi postrera religión.
Adiós –las negras nubes en bandadas
empiezan a llegar.
Mi alma y la tempestad acompañadas,
vuelven a palpitar.
Adiós –al cielo en mi corazón le pido
se digne permitir
que la orla nada más de tu vestido
pueda besar para después morir.
Septiembre de 1873.
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PERDONAME
A mi Lumen
Perdóname; si sufres, si te hago mal, mi vida,
perdónaselo al fuego de mi infinito amor;
perdóname, son gotas de sangre de una herida
que no se cura nunca, que mata de dolor.
Son gotas de la sangre que brota de mi pecho
que tu ropaje cándido y virginal manchó,
perdóname, luz mía, el mal que te haya hecho
es nada más la sombra de lo que sufro yo.
Corre en mi ser la savia febril de las pasiones,
siento una mar inmensa en mi interior rugir,
¡oh!, tú la ilusión última de tantas ilusiones,
¡ay!, déjame que pueda besarte hasta morir.
Déjame que yo aspire la íntima y pura calma
que vierte de tus ojos la misteriosa luz,
deja que entre tus labios se narcotice mi alma,
y que al morir te mire llorar junto a mi cruz.
Sí, por piedad, divide conmigo esta cadena
con que a la tierra impura me sujetó el Señor;
serás para mi vida la bendición serena
con que el perdón del cielo alivie mi dolor.
¿Soñabas con la vida que pasa en el santuario,
soñabas la corona de espinas y orfandad;
hermana de los ángeles, buscabas el calvario
de las hermanas santas del’ alma caridad?
Pues bien, el cielo quiere que cumplas tu destino;
yo soy un pobre enfermo que muere de dolor,
y tú, la flor bendita que brota en mi camino
guardado en su nectario un bálsamo de amor.
Perdón, ¡oh tú!, tan bella como la virgen santa
que adoran los que guardan de su niñez la fe,
perdón, ¡oh tú!, más pura que la escondida planta
que se abre entre la sombra del sacro altar al pie.
Perdóname, porque eres más buena aún que bella;
perdóname, mi vida, en nombre de tu Dios,
en nombre de la dulce, de nuestra dulce estrella,
que sigue desde el cielo las huellas de los dos.
No en vano en mis delirios, en medio a la tormenta,
por donde vuela mi alma sin rumbo sobre el mar,
te miro desprenderte, sola, sublime, lenta,
como la luz divina que viene del hogar.
La tempestad serenas, mi bien, en torno mío,
y tu figura blanca, suavísima, ideal,
se eleva como una hostia en el zafir sombrío
mientras la luna apaga su globo de cristal.
Entonces de rodillas te adoro… en lontananza
te pierdes… no me dejes, santísima ilusión;
tu aliento es el perfume de mi última esperanza;
tu luz, mi fe postrera; tu amor, mi religión.
14 de marzo de 1874
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20 DE MAYO
A mi Luz
¿Sabes, encanto mío, lo que murmura mi alma
cuando me encuentro solo, en la tranquila calma
de mi calvario fúnebre, solo al pie de mi cruz?
Es una frase eterna, nada a extinguirla alcanza,
es la expresión sublime de mi última esperanza,
óyela, es como un rayo de redentora luz.
“Amala eternamente, es tu ángel de ventura,
bebe la luz del cielo en su mirada pura,
embriágate en su aliento de dicha y de pasión,
porque es el cáliz de oro de tu ilusión postrera,
es el postrer perfume que da tu primavera,
es el postrer latido que da tu corazón.
“Amala eternamente, el astro es de tu suerte,
ámala hasta el delirio, ámala hasta la muerte,
sufre por ella, expira por ella de dolor…
Y cuando tú abandones un día nuestro suelo
con su última mirada podrás hacerte un cielo,
y guardarán tus huesos de su hálito el calor.
“Amala, ella es tu esencia, la vida de tu vida,
el alma de tu alma, tu religión perdida
que vuelve a iluminarte de la impiedad después:
es el umbral del cielo su virginal cariño,
consúmete en el fuego de su amistad de niño
y baña, arrodillado, de lágrimas sus pies.”
Por eso; porque escucho en lo interior del alma
en mis momentos tristes de soledad y calma
la célica armonía de esa bendita voz,
por eso te amo mucho, por eso te amo tanto,
por eso están mis ojos nublados por el llanto,
ay, porque tengo miedo de que se acuerde Dios.
Ya ves: ya no te habla la voz de mis dolores,
ya no te muestro, niña, las agostadas flores
que mi existencia enferma produjo para mí;
ya no, si en estos versos encuentras, ángel mío,
huellas de llanto, bórralas, son gotas de rocío
que vienen a mis ojos, siempre que pienso en ti.
Hablemos de otro mundo de amor y de poesía,
hablemos de los ángeles, hablemos, vida mía,
de goce y de ventura, de fe y de porvenir.
Yo te diré en la lengua del bardo enamorado
lo que hay de dicha excelsa en comprenderse amado
y cómo al comprenderlo, quisiéramos morir.
Te lo diré en la lengua de aroma de las flores,
en el cantar que exhalan los pardos ruiseñores,
en la sublime queja con que murmura el mar;
y como el viento errante lleva al altar sagrado
la emanación primera del lirio embalsamado,
yo así el primer perfume de tu futuro hogar.
Yo te hablaré, bien mío, en íntimos cantares
de tu corona santa de blancos azahares,
de tu misión santísima de amor junto de mí,
de todo lo que sueño, de todo lo que amo,
de cómo siempre, siempre, en mi dolor te llamo,
y desde lejos siento que estás pensando en mí.
Ven a mi lado, blonda criatura de los cielos,
ven, que el Señor separe el cáliz de los duelos
de nuestros labios tibios de amor y juventud.
Que me permita verte en mi hora de agonía
y que al morir me deje besarte, esposa mía,
y bajen tus miradas conmigo al ataúd.
Ámame, yo te amo; yo tengo aquí en mi pecho
un mundo de poesía, de fe; sobre tu lecho
evocaré los ángeles de mi febril pasión,
y tejerán con besos, mi Luz enamorada,
la mística corona que ve la desposada
brillar entre el celaje del cándido crespón.
Ámame mucho, mucho, como mi amor te ama,
verás cómo del seno la inextinguible llama
se enciende para siempre, de Dios en el altar;
verás cómo en ti sientes otra alma misteriosa,
verás cómo se vive, verás cómo se goza,
verás cómo se sufre, porque es sufrir, amar.
Aquí en silencio, a solas, llorando de ternura
a ti, mi madre, mi hija, mi fe, mi ilusión pura,
mi sed inextinguible de juvenil pasión,
aquí, ante Dios que me oye, por mi alma redimida,
alma del alma mía, mi santa prometida,
por mi existencia eterna te doy el corazón.
Haz de él, Luz de mis ojos, la otra mitad del tuyo,
une el latido ardiente de tu alma con el suyo
y así palpiten juntos, unidos siempre así…
Y cuando yo me muera, oirás su eco suave
como el lejano canto de amor que exhala el ave,
decir en tus oídos: Acuérdate de mí.
1874.
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Crítica Literaria
Respecto de la obra de Justo Sierra Méndez, Silvia Molina comenta: “La obra de Justo Sierra es de las más ricas de su tiempo: narraciones, poesía, discursos, doctrinas políticas y educativas, viajes, ensayos críticos e historia forman el valioso material de su vida. Recibió de Altamirano la herencia de los liberales reformistas y la investidura de Maestro para las nuevas generaciones. Formó parte del grupo de los poetas de la Revista Azul y de la Revista Moderna e influyó en escritores como Urbina, González Obregón y Urueta. La poesía, el teatro y la prosa narrativa son obra de su juventud; la historia y la educación, de su madurez; el periodismo político y la prosa literaria son ejercicios constantes durante toda su vida. Comenzó a escribir poesía en 1868 pero nunca la seleccionó ni la reunió. Su obra poética esta cerca de Hugo, Núñez de Arce, Musset y Bécquer” (La voz ante el Espejo. Reyes Ramírez, Rubén. Instituto de Cultura de Yucatán, México. 1995. P. 373.).