Barrera Vásquez, Alfredo

(1900-1980). Sabio mayista, filólogo y polígrafo. Es uno de los intelectuales más importantes en la cultura de Yucatán. Nació en Maxcanú, municipio de esta entidad y falleció en la ciudad de Mérida. Estudió becado en España hasta 1916 y a su regreso fue alumno y luego secretario de la Escuela de Bellas Artes en razón de su talento natural para el dibujo y la pintura. Colaboró con el arqueólogo Teobert Maler en el copiado de documentos mayas y a fines de 1919 viajó a la ciudad de México para matricularse en la Academia de San Carlos; al mismo tiempo hizo estudios en la Escuela Normal de Maestros. En 1923 se licenció en la Facultad de Filosofía y Letras y fue becado por la Fundación Guggenheim para estudiar en la Universidad de Tulane. A partir de entonces asistió a cursos en la Universidad de Chicago, en la Universidad de Brown de Providence y en la de Columbia en Nueva York. De vuelta a la Madre Patria cursó Letras Hispánicas, para luego retornar en 1937 a la capital yucateca. En ese año fue nombrado director del Museo Arqueológico e Histórico de Yucatán. Fundó entonces, la Biblioteca Crescencio Carrillo y Ancona y la Academia de la Lengua Maya. Como investigador demostró que “El Misceláneo” era el primer periódico editado en Yucatán. Le fue concedida una beca por la Fundación Rockefeller y después otra por la Institución Carnegie para trabajar con Sylvanus G. Morley en el libro La civilización maya. Ejerció el magisterio en cátedras de lingüística y sociología, y fue profesor asociado de la Universidad de Alabama desde 1965. Trabajó para la UNESCO en lenguas vernáculas y como experto destinado al territorio de Somalia. En 1975 contribuyó a programas de alfabetización en Bolivia y tiempo después regresó a su tierra para ser nombrado Director del Instituto Yucateco de Antropología e Historia. Asimismo dirigió la Biblioteca Central “Manuel Cepeda Peraza”. Tuvo el mérito de crear dos instituciones trascendentes: el Centro de Estudios Mayas, que estableció la carrera de filólogo maya, y un Centro para el Estudio de la Arqueología y la Antropología Social, que habría de transformarse en la hoy Facultad de Ciencias Antropológicas de la UADY. Fue miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y de la Academia de Historia Franciscana de Washington, así como de la Sociedad Mexicana de Antropología. Al fundarse la Comisión Editorial del Estado en 1977 ocupó la secretaría y se desempeñó como presidente del Instituto Interuniversitario para Investigaciones Sociales en Yucatán, auspiciado por la Universidad de Chicago. Su producción como escritor incluye ensayos y estudios sobre lingüística, antropología, bibliografía, etnohistoria, historiografía, escritura jeroglífica y otras disciplinas. Su bibliografía abarca títulos como La cultura maya (1937); Algunos datos acerca del arte plumaria entre los mayas (1939); La identificación de la Deidad E de Schellhas (1939); Horóscopos mayas o el pronóstico de los 20 signos del Tzolkín, según los libros del Chilam Balam de Kaua y de Maní (1943); El pulque entre los mayas (1944); El idioma español en Yucatán y La lengua maya de Yucatán, ambos trabajos para la Enciclopedia Yucatanense (1944); Cuentos mayas (1947); El libro de los libros de Chilam Balam, en colaboración con Silvia Rendón (1948); The maya chronicles en colaboración con Sylvanus G. Morley (1949); La historia de los mayas de Yucatán a través de sus propias crónicas (1951); Canto a Bolivia (1958); El libro de los cantares de Dzitbalché (1959); Fuentes para el estudio de la medicina nativa en Yucatán (1963); La Ceiba-Cocodrilo (1976); Cruz: poema en cinco puntos cardinales (1976) y Nomenclatura etnobotánica maya (1976); Estudios Lingüísticos I (1980); Estudios Lingüísticos II (1981); ¿Lo ignoraba usted? (1986). Dos trabajos merecen subrayarse dentro de este quehacer intelectual: su colaboración dentro de la Enciclopedia Yucatanense y la coordinación de los esfuerzos que culminaron con la publicación del magno Diccionario Maya Cordemex en 1980. Fue objeto de distinciones en el país y en el extranjero. Un centro de estudios en Alabama lleva su nombre. En 1964 fue galardonado con la Medalla Eligio Ancona y recibió de la Secretaria de Educación Pública la Medalla por 30 años al servicio de México [1].

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Selección de LOS MAYAS:

HISTORIA, LITERATURA, TEATRO, DANZA[2].

LA LITERATURA MAYA

Corta memoria sobre el tema

Considerando Literatura sólo el producto del arte de escribir o fijar con signos visibles el pensamiento humano, la Literatura Maya se divide en dos épocas: la de la pre y la de la posconquista.

La anterior a la conquista está escrita jeroglíficamente y de ella no me ocuparé sino brevemente. La de la posconquista se inicia con la colonización y se halla escrita con signos básicamente del alfabeto romano.

La literatura maya jeroglífica no llegó al pueblo. El ejercicio de las letras era privilegio de castas superiores, especialmente la sacerdotal. Lo alfabético de la posconquista sí se democratizó, en mucho, por obra de los frailes.

Ambas caen dentro de la filología maya, que exige conocimientos básicos hondos de lingüística y de la cultura e historia de los mayas.

Al venir los frailes comenzaron su obra de catequización. Para poderla hacer hubieron de aprender la lengua aborigen. Para aprenderla necesitaron escribirla y así adoptaron el alfabeto romano que ellos usaban para su propia lengua a los sonidos de la americana. Luego realizaron la feliz tarea de enseñar a leer y escribir la lengua materna de sus catecúmenos, especialmente a los hijos de principales y a éstos mismos.

Una vez que los indígenas poseyeron el instrumento del alfabeto, se dieron a la tarea de utilizarlo, pero el nacimiento de la literatura maya de la posconquista fue producto de ambas partes: la frailuna y la nativa.

La literatura maya de la posconquista, tuvo pues, dos direcciones que parten de dos intereses distintos: a) el de los frailes y b) el de los propios indios. Los primeros buscaban registrar la lengua y hacer textos para aprendizaje y para la catequización; la cultura les interesó más como medio de conocimiento de causa que como información para conocimiento per se.

Nos dejaron un gran número de artes o sea tratados de la gramática, según ellos la atendían, y calepinos o vocabularios, algunos verdaderos monumentos de eficiencia, paciencia y llana ciencia por su volumen y su información etnográfica y lingüística.

Los de carácter teológico con fines de catequización fueron, especialmente, las doctrinas, explicaciones, viacrucis, pláticas, confesionarios, sermones y muchas otras. Esta fue una contribución directa a la literatura hecha por los frailes. Su contribución indirecta consistió en haber dado a los nativos el instrumento y el haber recogido mucho del producto de los afanes literarios de éstos. Así se salvaron para la posteridad obras eminentes y únicas.

Los indios no escribieron tratados gramaticales ni vocabularios, aunque es probable que sirviesen de amanuenses en su factura. Su interés fue: fijar en el papel, con el nuevo precioso instrumento de la escritura alfabética, sus propias tradiciones orales y aún las escritas jeroglíficamente. Pudieron así, registrar sus nuevos conocimientos, inclusive los religiosos cristianos y los de la nueva cronología que cotejaron con la suya, aunque en aquellos tiempos habían perdido la noción de su cuenta larga: escribir tratados de medicina y de ensalmos; asentar noticias locales; hacer traducciones de textos literarios y de almanaques hispanos; producir obras de teatro y de poesía pura y redactar documentos oficiales y epistolarios.

Recorriendo cronológicamente todo el mundo literario maya, principalmente el yucateco, se nota cómo va, lo que es puro al principio, embebiéndose de la nueva cultura que se fue imponiendo, hasta que al llegar a nuestros días no es sólo el contenido el que se empapa sino la lengua misma que adquiere vocabulario y formas nuevas que son el resultado del impacto cultural español.

No todas las lenguas mayances han tenido el privilegio de poseer una literatura de alto rango auténticamente americana. En casi todas hay tratados escritos por los religiosos europeos y por otros estudiosos, pero, hasta ahora, son sólo tres las lenguas en que hay escritas obras maestras producidas por los aborígenes, siguiendo sus propias tradiciones y estilo. Estas lenguas son la quiché, la cakchiquel (ambas de Guatemala) y la maya yucateca.

Dejando a un lado la copiosa obra de los frailes y otros tratadistas del primer interés que señalé, me ocuparé someramente de las principales obras escritas por los aborígenes, en las tres lenguas mencionadas.

Las principales obras de la lengua quiché son el Popol Vuh y el Rabinal Achí. El Padre dominico Francisco Ximénez descubrió el manuscrito del llamado Popolvuh, en Chichicastenango-Chuilá, Guatemala, alrededor de 1700 y lo copió y tradujo al español en columna paralela al texto quiché. Cuando escribió su Historia de la Provincia de San Vicente de Chiapa y Guatemala en 1722, incluyó en ella una versión de su traducción española. El MS de Ximénez pasó con otros suyos a la Universidad de Guatemala, de donde los copió Carl Scherzer quien lo publicó por primera vez en Viena en 1857, con el título de Las Historias del Origen de los Indios de esta Provincia de Guatemala. Al año siguiente, Brasseur de Bourbourg lo obtuvo sin saberse cómo y lo tradujo al francés, publicándolo en París en 1865.

Fue Brasseur de Bourbourg quien le dio el nombre de Popol Vuh (Libro de la Comunidad), pero este nombre correspondió a un libro mayor inexistente ya entonces, según declara el texto actual, como veremos más adelante. El nombre quedó y con él es ahora conocido universalmente. De la versión de Brasseur se hicieron traducciones al español como la de Gavarrete de Guatemala, 1872-73, que se ha reproducido varias veces.

Georges Raynaud hizo una segunda versión al francés, publicada en París en 1925, que luego ha sido vertida al español por Miguel Ángel Asturias y J. Manuel González de Mendoza, quienes la publicaron en París en 1927 y en México en 1939.

Noah Eliéser Pohoriles lo vertió al alemán y lo imprimió en Leipzing en 1913. Otras dos traducciones alemanas siguieron a la de Pohoriles, la de Schultze Jena en Berlín (1934), y la de Wolfgang Cordan en Düsseldorf en 1962, J. Antonio Villacorta y Flavio Rojas publican en Guatemala en 1927, una traducción española hecha directamente sobre el texto quiché, tal como lo publicó Brasseur, con el título de Manuscrito de Chichicastenango. El Popol Buh. Otra, hecha directamente sobre el texto manuscrito de Ximénez que se halla ahora en la Biblioteca Newberry de Chicago, por Adrián Recinos, se publicó en México, en 1947, con el título de, Popol Vuh. Las Antiguas Historias del Quiché. Esta edición fue traducida luego al inglés por Delia Goetz y Sylvanus G. Morley y publicada en Norman, Oklahoma, en 1950.

Por último, hasta Yucatán ha contribuido en la divulgación de esta preciosa obra aborigen, con la edición que en 1923 publicó la Liga Central del Sureste de México, bajo la dirección de Ricardo Mimenza Castillo. Suya fue la introducción. Esta edición reprodujo la de Santiago I. Barberena, publicada en San Salvador en 1905 y que a su vez es versión española hecha por Gavarrete, de la traducción francesa de Brasseur de Bourgourg.

Los estudios sobre el contenido del Popol Vuh son numerosísimos. Puede verse la bibliografía alusiva en la edición de Recinos y en la de Cordan.

El Popol Vuh es una obra anónima, posiblemente escrita por varios compiladores que, siguiendo a su memoria, se ayudarían con documentos pictográficos. Tiene también indudable influencia cristiana, ya que dice que se escribe dentro del cristianismo.

Su estilo es de serena madurez, con extraño eco de milenaria sabiduría, lleno de la esencia de una nación cuya vida estuvo apegada a una honda y amada tradición, que ya comenzaba a opacarse en la lejanía; por esto a ratos es triste. Su propio principio es nostálgico; dice:

Este es el principio de las antiguas historias de este lugar llamado Quiché. Aquí escribiremos y comenzaremos las antiguas historias, el principio y origen de todo lo que se hizo en la ciudad de Quiché por las tribus de la nación quiché… y la declaración, la narración conjuntas de la Abuela y el Abuelo, cuyos nombres son Ixpiyacoc e Ixmucané, amparadores y protectores, dos veces abuela, dos veces abuelo, cuando contaban todo lo que hicieron en el principio de la vida, el principio de la historia.

Esto lo escribiremos ya dentro de la ley de Dios, en el Cristianismo; lo sacaremos a la luz porque ya no se ve el Popol Vuh, así llamado, donde se veía claramente la venida del otro lado del mar, la narración de nuestra oscuridad, y se veía claramente la vida.

Existía el libro original, escrito antiguamente, pero su vista está oculta al investigador y pensador. Grande era la descripción y el relato de cómo se acabó de formar todo el cielo y la tierra, cómo fue formado y repartido en cuatro partes, cómo fue señalado y el cielo fue medido y se trajo la cuerda de medir y fue extendida en el cielo y en la tierra, en los cuatro ángulos, en los cuatro rincones, cómo fue dicho por el Creador y Formador, la madre y el padre de la vida, de todo lo creado, el que da la respiración y el pensamiento, la que da a la luz a los hijos, el que vela por la felicidad de los pueblos, la felicidad del linaje humano, el sabio, el que medita en la bondad de todo lo que existe en el cielo, en la tierra, en los lagos y en el mar.

La mención del libro original hizo suponer a Brasseur de Bourbourg que con el actual libro se trató de reconstruir el perdido y por esta razón le llamó Popol Vuh.

Siguiendo la división de Recinos, los primeros cuatro capítulos de Primera Parte, relatan la creación del mundo según el mito mesoamericano en su versión quiché, que termina en el primer capítulo de la tercera parte.

Del capítulo quinto al noveno y último de la Primera Parte se relata un episodio de los trabajos de los dos héroes gemelos Hunahpú e Ixbalanqué, que castigaron la soberbia y ambición de Uucub-Coquix que quiso ser el sol y la luna.

La Segunda Parte es la leyenda del nacimiento de Hunahpú e Ixbalanqué y sus aventuras, incluyendo parte de la leyenda de sus padres y las aventuras de éstos.

En el primer capítulo de la Tercera Parte termina brevemente el mito de la creación, con el último y definitivo ensayo de la formación del hombre. Desde el segundo capítulo de la Tercera Parte hasta el sexto de la Cuarta se refiere el mito de los cuatro héroes conductores de los Quichés y primeros hombres según pretendían, que fueron creados y formados sobre la tierra: Balam-Quitzé, Balam-Acab, Mahucutah e Iqui-Balam.

A partir del mismo capítulo el relato sigue ya con los nuevos jefes, los tres hijos de los cuatro anteriores: Qocaib, Qoacutec y Qoahaa, y sus descendientes hasta el momento de la Conquista.

En el Popol Vuh el lenguaje fluye expresando belleza en forma y contenido. Por otra parte, su valor etnohistórico es precioso. La época que refleja es sin duda la del periodo que Andrews llama Floreciente que va del año 900 al 1,000 de nuestra era o sea el Postclásico Temprano. Sus mitos son versiones quichés de los que imperaban entonces. Señala relaciones con Tula, tal como los Anales de los Cakchiqueles y los Libros de Chilam Balam. A Tula van y de Tula regresan los directores de los pueblos mayores trayendo nuevos modos de vida y nuevas deidades. El relato de las peregrinaciones es de gran valor histórico.

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Crítica Literaria

Se ha dicho, y con razón, que lo primero y más fácil que sale de la boca de un político es una mentira. Sin embargo, el aserto no es siempre infalible porque hace algún tiempo un gobernante yucateco dijo en cierta ocasión que Alfredo Barrera Vásquez era un sabio. Por una vez, aquel político (de cuyo nombre no puedo acordarme) había dicho una verdad, tal vez a medias: en una tierra de talentos menores donde reinaba la feliz mediocridad, Barrera Vásquez era un talento mayor.

Es opinión difundida de que el yucateco, que acude constantemente a su grandioso pasado maya, es un anacronismo viviente con convicciones no muy arraigadas o propias de algún tiempo remoto. Sería harto exagerado considerarlo ajeno a la sola referencia a cualquier idea de grandeza, pero uno se siente inclinado a preguntarse si no es el yucateco un exponente de pequeñez, alguien destinado a evitar las alturas, un ser negado a superiores y excepcionales destinos.

En esta atmósfera insular, olvidada y detenida, soñolienta y dormida, es más que evidente que las elevadas concepciones del deber pueden resultar poco menos que paralizadoras. El problema es cómo reconciliar la visión idealista que uno se ha hecho de Barrera Vásquez con la dificultad que de seguro encontró en un lugar y un ambiente donde todo parecía dispuesto para malograr su sueño.

Yucatán y su aire de estupefacción total. El sopor secular y la indiferencia general. El calor de Yucatán y su significado: chorrear de sudor, de un sudor que cae por la cara, ciega los ojos y deja la ropa incómodamente pegajosa contra la piel. En su planicie extensa y bajo ese sol condenado, la nota dominante es la inactividad y gran parte del día los únicos seres vivos que se mueven con cierta energía son los insectos. A todo esto, que suena a puro folclor y cosa sin importancia, podría agregarse la inmensa mayoría de sus habitantes con sus manifiestas muestras de reaccionarismo y mentalidad incompatible con las corrientes contemporáneas.

Barrera Vásquez vivió eso y se negó a llevar vida de ejemplar infortunio, imponiéndose un código de conducta que lo concentró de tal manera en el estudio de la cultura maya que a veces el pasado le pareció de seguro más vivo que el presente. No sé si haya sido ésta una conversión académica, objetiva e impersonal, pero fue obvio que no lo hizo por aplauso público o vulgares ambiciones sino como una especie de ofrenda a su tierra. Al proceder así, se abrió el camino a sí mismo. Fueron años de ilusiones y de acción. De soledad y paciencia. De estudio y meditación que le ayudaron a llegar a la extraordinaria posición desde la cual pudo llevar a cabo sus esperanzas y certidumbres. Estricto partidario de la disciplina, la impresión que daba era la de una falta de apasionamiento que parecía deliberada, la impresión planeada y puesta en práctica en conformidad con reglas que él mismo formuló.

Tenía un intelecto indagador y un concepto muy riguroso de la vida. Ante el confuso exterior, planteó los problemas de un modo racional para hacer que sus investigaciones tuvieran estructura clara, simple y ordenada. Los aspectos filológicos, la antropología en general, sus estudios sobre lo maya, sus interpretaciones sobre los Libros de Chilam Balam de Chumayel, sus textos diversos tanto poscortesianos como sobre cuestiones del Yucatán actual y tanto más en lo que profundizó. Lo escribió y lo vivió, estimuló a sus lectores y oyentes, los hizo participar y captar el mundo de sus ideas. Para las costumbres del lugar, parecía casi milagroso que un hombre pudiera encerrarse en su habitación, rodearse de libros, estropearse la vista y forjar en su cerebro una serie de hipótesis plausibles de cómo funcionaban las cosas. En el misterioso proceso de la razón, unas veces fríamente calculado, otras cálidamente intuitivo, Barrera Vásquez dio la impresión de tener una llave capaz de abrir el mundo de las ideas. Es así con poder de raciocinio y a través de la comprensión y la autodisciplina, que cierta gente es capaz de levantar un modelo mental. Fue de esa manera que Barrera Vásquez trató de elevar su innata afinidad con el mundo de las ideas hasta el nivel de una comprensión consciente. Para él, ese esfuerzo fue el objetivo de toda su vida: al poner todas las cartas sobre la mesa y explicar el juego, sus trabajos científicos e intelectuales se volvieron casi accesibles a todo aquel que hubiera sido enseñado a pensar.

Parte de lo que escribió y dijo tenía envoltura incierta, deliberadamente inconclusa. Sus propuestas algo de indefinido. Era esa su forma de expresión porque no pretendió que su obra fuera un conjunto de proposiciones dogmáticas sino una búsqueda colectiva de la verdad en la que todos los participantes debían de colaborar. Tal vez sus conclusiones no eran lo más importante, sino el método empleado para llegar a ellas. Su mente se movía lógicamente, paso a paso, desde la confusión hasta la certidumbre y lo que se ha dado en llamar su mundo de ideas era, en realidad, casi un mundo de ciencia pura: prescindió de la evidencia que podían proporcionarle los sentidos para aferrarse a la solución más segura que otorgaba el estudio metódico. Y si Barrera Vásquez fue, efectivamente, el sabio que el político dijo que era, lo suyo consistió en convencer a quienes quisieron escucharle que no cerraran los ojos y pensaran sino que los abrieran y miraran (Personajes de Yucatán. De la tierra salen voces que les hablan, Ramírez, Gabriel, Secretaria de Educación del Gobierno del Estado/Instituto de Cultura de Yucatán. Mérida, Yucatán, México, 2009. Pp.117-118).



[1] Diccionario de escritores de Yucatán. Peniche Barrera, Roldán y Gaspar Gómez Chacón. Compañía Editorial de la Península, S.A de C.V. México, 2003. Pp. 34-35.

[2] LOS MAYAS: HISTORIA, LITERATURA, TEATRO, DANZA. Barrera Vázquez, Alfredo. Colección: Cuadernos de Yucatán 1987. Instituto de Cultura de Yucatán/Consejo Editorial de Yucatán, A. C., 1987. Pp. 32-36.