Cicero Mac-Kinney, Roger

(n.1929) Poeta, escritor y político. Nació en Mérida y en esta ciudad realizó estudios en el Colegio Montejo, luego en el de Belén en La Habana, Cuba y los de bachillerato en Ciencias y Humanidades en la Universidad Militar Latinoamericana de la ciudad de México. Su destacada participación política dentro del Partido Acción Nacional lo han llevado a ocupar diversos cargos, entre ellos el de diputado local y el de representante por Yucatán a la Legislatura federal. En el campo de la literatura ha sido fundador del Grupo Literario Voces Verdes y colaborador de la revista del mismo nombre; consejero de Ediciones Gotero de Mérida y Flor Natural (Primer Premio de Poesía 1963) en los IX Juegos Florales de Mérida, en ocasión de celebrarse el 421 aniversario de la capital yucateca. Representó a la entidad en el Ciclo “Poesía Nueva de México” auspiciado por la Secretaría de Relaciones Exteriores en 1965; fue ponente en la Primera Mesa Redonda de Literatura Yucateca en 1967 y miembro del Jurado Calificador en los XII Juegos Florales de Mérida. Su obra está reseñada en los libros 53 poetas del sesenta y ocho mexicano (1972), Historia de la Literatura en Yucatán (1981), La voz ante el espejo (1995) y Yucatán en el tiempo (1998). Ha publicado: Poemas de tierra y sangre (1960); El indio, el amor y el mar (1962); Canto en acción de gracias (1969); Sonetos y reflexiones después de la lluvia (1979); Correa Rachó: tiempo de liberación (1987); El fraude burlado (1985); Los Juegos Florales de Mérida de 1903 a 1992 (1992); Los poemas mayas (1995) y Las esferas del canto (1997). Ha ejercido el periodismo en periódicos y revistas, particularmente en las páginas del Diario de Yucatán[1].

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SELECCIÓN DE LOS POEMAS MAYAS[2]

…UNA DORADA MAZORCA

-A Leonardo y Manuel Chan

que hacen milpa

-1

El maíz

es el alimento

del hombre;

su vida misma,

es.

Cuando la tierra

recibe en su seno

la semilla de maíz,

se alegra la tierra

porque va a parar

su mástil,

y a izar

su verde bandera.

A los dioses

va a darles su flor.

A las criaturas

de los dioses,

su pan.

-2

El maíz,

cuando espigado,

es más esbelto:

como estrofa

de poema.

-3

…El señor del monte

acaricia en sus manos

una dorada mazorca:

es como su emblema,

es su signo,

porque otros dioses,

como él,

con la fina masa

del maíz

hicieron los brazos

y las piernas

del hombre.

¡Todo el hombre

lo hicieron

de maíz!

Y,

así se sabe.

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COSAS, COMO ACERTIJOS

-A Guillermo Puc

que no aquieta su pensamiento

-1

Con voz muy débil

decía sus enseñanzas

-ala de abeja recolectora-

Sosegado su ademán,

su gesto blando;

los ojos, a pesar de tanto

que habían visto

tenían joven brillo

-gotas de rocío,

plumas de pavo montés-

-2

Los jóvenes se avisaban

unos a los otros:

vamos a oír al abuelo

los ojos brillantes,

avisaban.

-3

Acudían a él,

él se regocijaba con sus presencias;

les acariciaba los cabellos relucientes;

gustaba su oído

de los cascabeles de sus risas

-el pájaro chinchinbacal

música un arcoíris diminuto;

los árboles algarrobos

sacuden sus vainas-

-4

Él, con su débil voz

decía las cosas, como acertijos.

Y los pensamientos de los jóvenes

se ponían de pie

e iban de aquí para allá

-las llamas de las fogatas

chisporrotean-

Cosas como éstas, decía:

las vírgenes huelen a color azul;

de las piñuelas

brotan algodoncitos nerviosos;

grandes estrellas cayeron

y se rompieron las puntas…

Y en los pensamientos

se abrían, trémulas, las orquídeas,

y saltaban las ardillas.

Las aguadas bebían el paisaje

y se aperlaban sus frentes

-juguetean aéreos pinceles-

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CRUZ

-A Benito Oy Kumul

que ahora habla

todas las lenguas

Preguntaron los hurones

a la piedra:

¿para qué has vivido tanto?

Y preguntaron los ciervos:

¿acaso para que nos afilemos

nuestras pezuñas?

Y los armadillos:

¿para proteger la tierra

de nuestras casitas?

Preguntaron también

las viejas iguanas a la piedra:

¿sigues aquí para que, estáticas,

tomemos nuestros últimos días de sol?

Y los conejos:

¿sigues, para que hagamos

nuestros juegos?

La gota de agua:

¿para qué?

Y orondo preguntó el silencio

que habla la lengua

de la piedra:

¿para probarme tu fidelidad

sigues viviendo?...

Y respondió la piedra:

nada más para ser

cruz en los cementerios.

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UNOS ERAN DIOSES TEMIBLES:

OTROS, BUENOS

-A Medardo Uc

que sabe de Mucen-cab

-1

Los más antiguos

sabían cosas más altas.

Llegaba su sabiduría

hasta estos tiempos de nosotros.

Y más.

Eran adivinos:

en sus memorias se apretujaban

los días, los años, los siglos

que hoy así llamamos.

Sabían de los distintos

rostros de los dioses, y de sus signos.

Unos, muy temibles dioses;

otros como el señor de las mieles,

eran buenos, y descendían

a recolectar el néctar de las flores

con las abejas.

-2

El señor de las mieles

tenía sus templos y sus palacios

junto a las aguas dulces,

y hasta en la costa los tenía,

nomás que ahí amurallados,

para que los huracanes

no rompieran los panales,

y las abejas reinas no temieran.

-3

El señor del esqueleto negro

era de feo rostro

y ningún escultor hizo su figura;

ningún sacerdote decía su nombre

sin que bajara, por sus mejillas,

sus lágrimas;

nunca nadie le cantó.

Decían los más antiguos

que se escondía en el plumaje

del búho, y veía por sus ojos,

y que los hombres

temían a sus graznidos.

-4

Los más antiguos

conocían a las diosas de la luna

y a la de los partos;

a la de las inundaciones

y a la de los tejidos coloreados:

decían que esas diosas

eran sólo una diosa.

Eso decían.

Que se disfrazaba

con el metal blanco

de abajo de las montañas del norte;

que de partera muy entendida

se disfrazaba,

y que con los truenos y los aguaceros

se disfrazaba.

Hechas sus travesuras, decían,

se sentaba con las tejedoras

y les soplaba los dedos

que se volvían ágiles y creadores.

-5

Los adivinos

mandaban tocar las largas trompetas

y viajaban, lejos, sus palabras.

Así convocaban a los pueblos

a la oración y a la acción de gracias;

también, a pedir ser perdonados

cuando el señor del esqueleto negro

hacía languidecer

los tallos del maíz,

estrujaba sus hojas,

y quemaba sus tiernas espigas.

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…EMPEZARON SU PROPIA GUERRA

-A Fausto y Feliciano Balam

que fueron atropellados

por la mala autoridad

Los malvados caminan

escondiendo sus cabezas;

hundiendo sus frentes

bajo los caminos;

bajando sus ojos,

porque sus miradas

tienen vergüenza

de salir a caminar.

¡Pobrecitos de los malvados

que no les toca la palabra

de los hombres justos;

que viven sin la palabra

de los justos,

que es el más bello

de los cantos!

¡Pobrecitos!

Andan y andan

y no se salen de su desgracia;

las madrugadas queman

sus corazones

y el sol enfría su sangre;

como el arbusto de la ciruela

agachan sus cuerpos

avejentados y retorcidos

¡Pobrecitos!

Perdieron su paz

que los dioses les obsequiaron,

perdieron sus conciencias

y, entonces,

su propia guerra empezaron.

No hayan su paz:

en ningún lugar la hayan,

ni a ninguna hora.

¡Pobrecitos!

Y es que hicieron

el mal a sus hermanos;

los insultaron y los humillaron

e hicieron burla

de la paciencia infinita

de sus hermanos.

Decían a ellos:

-Son tontos

de sus humildades;

no tienen poder,

no tienen la riqueza.

Son tontos.

…Y así los malvados

cayeron de las santas manos

de los dioses.

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¡CANTEN, CANTEN!

-A Virgilio Kumul

que tiene nombre

de poeta

¡Canten las guirnaldas

que avivan los colores

de los arcos de entrada,

y los perfuman!

¡Canten el resplandor

verdeazul de los faisanes

y el despuntar de las plumas

de sus polluelos!

La geometría artesanal

de las arañas, ¡canten!,

y cada gota de rocío

y cada pétalo que se lo pone,

¡canten!

¡Canten el polen,

el cabello dorado de las mazorcas

y la paternidad del tallo;

el adorno de las guacamayas;

las virtudes del barro!

¡Canten los almibarados mares

de los manatíes!

¡La eternidad de la cantera!

¡La piedra, al menos!

¡Canten la sabiduría

de los ancianos puesta, para libarse,

en sus palabras!

¡Canten el ascenso de las resinas!

¡La olorosa pureza de las vírgenes!

¡La sonaja, y su alegría

en los ojos de los niños!

¡La risa de los pies de los danzantes!

¡Hay que cantar

el sonecito de la llovizna,

la acrobacia del nido

de la oropéndola

y el apogeo de los siglos!

¡Canten el beso sugerido!

¡Los vuelos de las manos

de las muchachas!

¡El arete lunar del embeleso!

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Crítica Literaria

Cicero Mac-Kinney nos dice a los hombres de Chemax, a las cosas de Chemax, a las plantas, a los animales, a los frutos y a los insectos de Chemax; a los niños del pueblo y a los abuelos de los niños del pueblo; a los sabios ancianos veterotestamentarios; a las piedras y a los humos ceremoniales; a los dioses de ayer y al Dios de hoy; al agua y a las abejas de siempre; al irrebatible sentido común de la comunidad chemaxeña; al paso caminado por la justicia y por la libertad de los ciudadanos chemaítas; a la aguada y al cenote; al maíz y a los cascabeles; a las flautas y a las sonajas; al croar de la rana grande; a las plumas y a los picos de los pájaros; a los sueños y a las plegarias; al trueno y a la procesión; a los trabajos y a los días y a las noches y a las lunas y a los amaneceres de esa tierra y de sus hogares, y a las preguntas perspicazmente ingenuas y a las respuestas solemnes y sapienciales de sus gentes .

Nos lo dice dicho por ellas mismas, no en lugar de ellas; no habla de ellas; ni por ellas, ni a favor de ellas. Sencillamente, poéticamente, las deja hablar. Hablan a través de él.

Carlos E. Castillo Peraza[3]



[1] Diccionario de escritores de Yucatán. Peniche Barrera, Roldán y Gaspar Gómez Chacón. Compañía Editorial de la Península, S.A de C.V. México, 2003. P. 51.

[2] Los poemas mayas. Cícero Mac-Kinney, Roger. Instituto de Cultura de Yucatán. Yucatán, México, 1995. Pp. 21-189.

[3] Los poemas mayas. Cícero Mac-Kinney, Roger. Instituto de Cultura de Yucatán. México, 1995.