Díaz Bolio, José

(1906-1998) Poeta, compositor e investigador. Nació y falleció en Mérida. Después de realizar estudios en su ciudad natal, partió con su familia a vivir a Nueva York. Desde muy joven se distinguió por su sensibilidad por la música y la poesía y se interesó en investigaciones de tipo arqueológico. Recibió sus primeras enseñanzas musicales de Ricardo Palmerín. Fue autor de unas sesenta canciones entre las que destacan, Retorno, Cobarde y Musmé. Sus aportaciones a la arqueología están contenidas en sus libros La serpiente emplumada, eje de culturas (su obra más representativa), Fin de la civilización maya, La tumba del rey Na Chan-caan, El arte crotálico, Mi descubrimiento del culto crotálico y Origen del arte maya. También publicó La Chaya, una planta maravillosa, estudio sobre las propiedades de esa planta yucateca. Entre sus obras poéticas están La visión pensativa, El Mayab resplandeciente (1934), Palabras en primavera (1934) y Poemas en Cristo, Sónticos (1939), Breviario de la angustia (1946), y Oración rústica (1943). Fue colaborador del Diario de Yucatán y del Novedades de Yucatán; en su columna Perfil del tiempo escribió artículos sobre diversos temas. Otros libros suyos son El rabí Jesús, El carruaje de la vida y otros poemas. Empleó el seudónimo de Ángel Toro. Entre los reconocimientos que recibió sobresalen: Hijo Predilecto de Mérida, Medalla Cámara de Comercio (1984) y la Medalla Yucatán (1989). Un busto suyo se levanta en la Colonia Alemán donde vivió la mayor parte de su vida[1].

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SELECCIÓN DE EL MAYAB RESPLANDECIENTE[2]

POEMA DE LA GRAN RIQUEZA

AH-ITZAT: Para mi corazón, en cuyos ámbitos debe siempre residir la suprema bondad, he ido reuniendo los frutos del huerto del amor; para el fondo inagotable del pensamiento, he ido juntando los colores infinitos y claros de la vida, y en los senderos sin frutos he sembrado muchos árboles.

Tengo mucho que a los hombres puedo dar, y, sin embargo, nada tengo que puedan quitarme los hombres.

Cuando me detengan en medio del Sacbé antiguo los hombres cubiertos de tristeza, yo les abriré mi corazón, mi corazón henchido de bondad, y repartiré entre ellos una parte de la resplandeciente riqueza que no se agota nunca: el Amor.

Cuando en las ciudades bulliciosas me detengan los hombres afligidos por la duda, yo abriré el arca de mi pensamiento alado, y repartiré entre ellos un poco de la riqueza que no se agota nunca: la Sabiduría.

Cuando en el mundo egoísta de los que mercan los bienes de la madre Ix-Nacabil me detengan los hombres que han palidecido por el hambre, yo he de conducirlos a los sitios donde sembré muchos árboles pródigos, y les daré, en los frutos de estos, algo de la maravillosa dádiva que jamás se agota: la de la Naturaleza.

Pero, si me detienen para pedirme lo que es vulgar que todos los hombres tengan; si me detienen para pedirme brazaletes de oro y amuletos de jade, medallones y collarines, entonces me encontrarán pobre y sin nada que pueda ofrecer.

Tengo mucho que a los hombres puedo dar, y, sin embargo, nada tengo que puedan quitarme.

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POEMA DE LA PROMESA DE AMOR

Aacán:

¡Ek-há! ¡Ek-há! Yo te hice, incomparable Ek-há, una promesa de amor; yo te prometí, allá en los tiempos pasados y en la grandiosa Uxmal, un infinito presente que quizá sólo a los dioses es debido ofrecer. Te ofrecí, divina Ek-há, adorarte y venerarte como a la propia Ix-Zuhuy-Kak; quemar para ti, en los pebeteros sagrados, el aromático nabá; sentarte en un trono de piedra labrada, labrado por los más gloriosos artistas, y darte, también, los más espléndidos abanicos del Mayab, las vestiduras más deslumbrantes y un fantástico mosaico de turquesas.

Pero, dime, ¿no es terrible el recordar un pasado feliz? Yo recuerdo, incomparable Ek-há, que entonces posaste largamente tu dulce mirada en mi mirada ansiosa; recuerdo que me miraste largamente, y que me entregaste tu corazón! ¡Ah! ¿Y acaso podré olvidar lo que entonces me dijiste? Tú me dijiste así: -Veo por tus ardientes palabras que en verdad me amas, Aacán! Hunab-Kú, el que manifiesta su grande amor a través de lo mucho que nos ha dado y que nos da, es pródigo hasta el exceso y nada nos niega… Así tú, Aacán, has llegado hasta mí y me has ofrecido lo que quizás sólo a los dioses es debido ofrecer. Y mi corazón se ha abierto como una flor al contacto de la tierna y amante gota de rocío. ¡Mi corazón ha podido amarte, Aacán, mi corazón ha querido abrirse para ti como en una ofrenda!

¡Ek-há! ¡Ek-há! Tú me hablaste así; y tus labios se posaron en los míos, y mi sangre fluyó aprisa!

Entonces corrí ágilmente en busca de los más bravos guerreros de Uxmal; al hablarles, me ceñí un peto que ningún dardo agudo podía traspasar; embracé mi rodela y empuñé una lanza terrible; y les hablé así: -¡Hombres de Uxmal, temidos todos a lo largo del Sacbé y respetados aún por los mismos dioses! Anoche, hombres de Uxmal, tuve un sueño: soñé que Ix-Miatzil, la diosa iluminada, llegóse hasta mi lecho; venía con las armas de un noble guerrero y con la luz de la verdad resplandeciendo en sus ojos. Y me dijo así: -Aacán, bravo Aacán, los dioses que residen en el Hunanhil me envían a darte buenas nuevas: me envían ¡oh, temerario uxmalense! a prevenirte que reúnas los más bravos guerreros de Uxmal, que los reúnas en un ejército glorioso y los conduzcas por todos los rumbos del Sacbé… Porque grandes victorias y riquezas esperan a los uitzes, y el poderío del Mayab les está reservado. Después, la envolvió Chacal-Ik, el que gira sobre sus plantas, arrebatándola.

¿Recuerdas, Ek-há, cuando salimos de Uxmal en ejército resplandeciente? Salimos entre la admiración de los ciudadanos y en medio el estruendo de los zacatanes.

Parecía que los dioses eternos nos acompañaban: vencimos en Copán, en Sací y en Akambatam; en Sayil y en Labná adquirimos indecibles botines de guerra, riquezas que los labios no pueden enumerar; a todos estos lugares llevamos el espíritu guerrero de los uitzes; pero en Chichén Itzá levantaron fortalezas y aguzaron los dardos; las mujeres y los jóvenes labraron incontables flechas con dardos de pedernal filante, de pedernal emponzoñado y los guerreros espantosos nos esperaron ávidos de sangre y encendidos por una cólera terrible.

¡Ay!, pero, ¿no es terrible el recordar un pasado triste? Regresamos a Uxmal arrastrando el alma sobre el polvo y sembrando los caminos de cadáveres! ¡Nuestras lanzas, nuestros escudos, quedaron en el Reino del Itzá, y del ejército que admiraron los ciudadanos, sólo volvimos unos pocos, trayendo la fatal noticia de la derrota!

Después, pasados algunos soles, mi corazón saltaba de mi pecho por la impaciencia de verte. Entonces fui hasta donde tú estabas, incomparable Ek-há, y te hallé resplandeciendo en el centro de tu belleza; resplandecías, Ek-há, como un lucero sobre las aguas apacibles. Pero, no pude brindarte los más espléndidos abanicos del Mayab, los que hacen las mujeres de T-hó; ni vestiduras deslumbrantes, ni tampoco mosaicos de turquesas. ¡Sólo pude brindarte mi corazón, mi corazón amante, y mi cuerpo poblado de cicatrices!

¡Oh! ¿qué se hizo entonces de tus juramentos de amor? ¡Pobre me viste, Ek-há, sin riqueza ninguna para ofrecerte! ¡Y por eso ya no me ofreciste tu corazón!

Esa noche erré por los caminos, erré como una sombra que no sabe hacia dónde ir, como una sombra que todo lo halla extraño y muerto. Hasta que llegué a orillas del cenote más antiguo, aquel que ha recibido los corazones de muchas víctimas. Junto a la imagen de un dios y con el rostro contra la tierra húmeda, hube de yacer; hube de yacer así, hasta que el sueño se tendió sobre mis párpados. Y soñé que la diosa Ix-Miatzil, la diosa que todo lo alumbra y penetra con su sabiduría, se me acercó y con sus labios que siempre muestran la verdad, me dijo:

-¡Aacán! ¡Tú hiciste una promesa de amor! Prometiste tronos de piedra labrada, vestiduras deslumbrantes y mosaicos de turquesas; prometiste lo que no te fue dado cumplir. Y la llama de amor que alentaste con el incienso de tus palabras, hoy se extingue irremediablemente. Olvidaste, Aacán, que en el amor, nunca es bueno ofrecer nada, ni el más insignificante brazalete. Que lo que ha de llegar, llegue por sí solo y a su tiempo, sin que los labios lo anticipen.

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POEMA DE OKOMOL

Okomol:

Muchas veces he salido de las ciudades amadas, encaminando mis pasos hacia las tierras donde se levanta el sol; muchas veces he salido son el corazón poblado de inquietudes y con la mirada ansiosa.

Encaminar los pasos hacia las tierras donde se levanta el sol, es bello; pero volver los ojos para mirar lo que atrás se deja, es triste.

Cuando pasé por cada una de las ciudades inolvidables, contemplé los símbolos grabados en la piedra, los dulces aposentos y los palacios espléndidos; escuché el dulce sonido de las palabras que las gentes se decían, penetré el espíritu de las cosas y mi corazón pudo siempre amar a una mujer distinta.

Pero en la primera ciudad donde se posaron mis plantas, dejé un poco de mi corazón; dejé un poco de mi corazón también en la segunda, y en la tercera, y en todas las demás. Hasta que llegué al final del camino con una insoportable nostalgia, con la nostalgia del amor que puse en las cosas y en los seres. Y ahora en vano desespero por rescatar mi corazón que fui prodigando por todos los caminos de la tierra.

Y pienso en Sihó y en Chacmultún, la ciudad de las colinas rojas, en Copán y en Palenke, en los caminos del Norte y en los caminos del Sur, y mi pecho siente un vacío que mata, y en vano quisiera fundirme con todos los lugares amados donde prodigué mi corazón.

Encaminar los pasos hacia las tierras donde se levanta el sol, es bello; pero volver los ojos para mirar lo que atrás se deja, es triste.

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POEMA DEL GRAN MOMENTO

La vida toda es el momento. La vida debe hacerse un gran momento, un gran momento apasionado.

Al coger entre los dedos las vasijas pintadas de muchos colores, es necesario mirarlas largamente, oprimirlas entre las manos para sorprender todas sus intimidades, y penetrar con el pensamiento el prodigio de su significado interior. Así, ellas vendrán a nosotros, y nosotros iremos hacia ellas.

Cuando se va por los caminos y se encuentra una flor, una flor perfumada y solitaria en medio del campo, siempre es bueno detener el paso y doblarse hasta ella para gustar su perfume, para cogerla con suavidad entre las manos, como se toma tan sólo a una flor, para comprender el misterio de su belleza extraña y para que nos haga sentir el latido de la vida que se mece con el viento, sobre la tierra pura.

Y cuando al subir por la montaña se encuentra a un caminante que va camino abajo, será siempre mejor detenerlo para preguntarle hacia dónde lo lleva la vida, para fijar nuestra mirada en su mirada, y penetrar la belleza que hay en los ojos de todo caminante; para que nos cuente de su pasado triste y de su pasado feliz y para que podamos sentir la emoción de otras vidas que no son las nuestras.

Entonces, al buscar en todas las cosas la belleza del gran momento, habremos hecho grande nuestra existencia. E iremos por las ciudades y las montañas aún más felices quizá que la diosa Ix-Miatzil, sintiendo y comprendiendo todo lo que veamos.

Todo esto alcanzaremos si procuramos hacer de la vida un gran momento, un gran momento apasionado.

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POEMA DE LA ESPERANZA

EL CENOTE

SAGRADO: Una noche, cuando cantaba el misterioso pájaro de la tristeza, el que se lamenta por todas las cosas tristes que ocurren, salió del centro de Chichén Itzá, la ciudad gloriosa, un hombre pensativo. Por el camino blanco de piedras labradas, anduvo hasta que llegó a mis orillas. ¡Entonces leí lo que decían sus ojos, porque los ojos dicen todo lo que el alma siente! ¡Temblaba en el centro de sus ojos la imagen de Kimil! Y bajo sus plantas, las hojas caídas permanecieron inmóviles como si presintieran todo lo indecible que iba a suceder…; y los rostros de los dioses, los rostros de piedra de la tierra de Itzá, estaban pálidos. ¡Oh, yo pude leer que aquel hombre buscaba a Kimil en el fondo de mis aguas azules y tranquilas!

EL ESPÍRITU DE LA VIDA: Pero, se sintió un gran viento, de alas enormes, que doblaba los tallos y hacía estremecerse a los ramajes. Y parecía como si un gran cuerpo con alas se precipitase ruidosamente a través de los bosques. ¡Entonces sonó confundida con el viento, una gran voz; la oyeron las raíces de los árboles y la oyeron los Bacabes que sostienen la Tierra! Dijo así esta gran voz:

“El árbol tenía una flor, pero la flor ha muerto! ¡El hombre tenía una dicha, pero la dicha también ha muerto! El pájaro de la tristeza, el que se lamenta por todo lo triste, canta, y su canto es terrible para ser escuchado. Y el hombre pensativo tiene en la mirada la imagen de Kimil, y persigue a Kimil en el fondo de las aguas azules y tranquilas. Mas, el árbol que tenía una flor, ha de tener otra, y el hombre que tenía una sonrisa feliz, ha de sonreír nuevamente. ¡Todo se ha renovado y todo se renovará! ¡En el fondo de la tristeza está el comienzo de la alegría y de la nueva esperanza!

EL CENOTE SAGRADO: ¡Ah!, cuando el hombre pensativo escuchó esto, pareció vivir de nuevo, resplandeció de fe y regresó corriendo ágilmente hacia la ciudad gloriosa, con la alegría palpitando en su corazón.

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SELECCIÓN DE POEMAS EN CRISTO[3]

EL VINO DEL RABI

Anoche, Maestro, estuve en las bodas de Caná.

Los de Galilea, invitados por la música, bailaban; y reían, contentados por el vino.

Saúl, el flautista, hace brotar de su instrumento pequeñas notas, como si fuesen alas; Mesezabel, el joven, canta con voz lánguida, y Elizafán, el de Jericó, golpea monótonamente un tamboril, mientras cuelga de sus hombros una guirnalda de rosas.

¿Quién es este que muestra su copa vacía, volcándola? Y, ¿quién es este otro que halla en las ánforas un manantial ya exhausto?

He aquí que tu madre va donde tú estabas, y te dice: No tienen vino.

Mujer, le respondes, mi hora no es llegada aún.

Y tus palabras son como pájaros, que trato de coger, pero que se me escapan.

Entonces tu madre habla a los sirvientes, ordenándoles: Todo cuanto os dijere, hacedlo.

Y había seis tinajas allí conforme al rito de las purificaciones.

Y tú dijiste a los sirvientes: Llenad las tinajas de agua. Y ellos las llenaron hasta el borde.

Y, después: Sacad ahora, y llevadlo al maestresala. Y ellos se lo llevaron.

Y el maestresala va donde el esposo, diciéndole: Has guardado el vino bueno hasta ahora.

Y llenó la copa de los convidados, y yo estaba entre ellos. Mas, cuando el vino hubo tocado mis labios, mi alma se alegró. Y me dice mi alma:

He aquí el vino bueno que buscábamos.

Entonces, me acerqué a ti, preguntando: ¿Quién eres, y cuál es tu país, que tal vino nos traes? Porque he bebido del vino triple que se da a orillas del Ganges; porque me he sentado, en Menfis, al banquete de los largos iniciados; y porque, en Delfos, comprobé la vendimia de las clarividentes, entre el coro de los poetas y de los sabios.

Mas, el vino que tú nos traes es más dulce que ninguno: la uva blanca lo envidia.

¿Quién eres, pues, y cuál es tu país?

Y me dices: Yo soy aquel que derrama en los surcos la simiente de amor; yo soy aquel cuyo país no es el país de los hombres.

Y he aquí que comprendo las palabras del enviado de Dios, que eran: En medio de vosotros está uno, a quien no conocéis.

Y he aquí que beso la orla de tu túnica, diciendo: Señor ¿dónde encontraré de tu vino en adelante? Porque mi alma no ha de querer otro.

Y me respondes: En verdad, en verdad os digo: Aquel cuyo corazón sea una vid preñada y cuyas manos estén cargadas de frutos, no carecerá de mi vino.

Entonces, fuime hacia la ciudad. Y, encontrando a un hombre triste, le consolé; y encontrando un hombre enfermo, le curé; y encontrando una pecadora, la perdoné.

Y todos se sorprendían. Y cada uno me preguntaba: ¿Qué bien es este tan nuevo que nos traes?

Y yo les respondía:

¡Es el vino del Rabí! ¡Es el vino del Rabí!

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Crítica Literaria

En su libro “El Mayab Resplandeciente”, Díaz Bolio se ha superado: la prosa de sus poemas breves es la única perdurable, la que dice lo que quiere decir, con precisión, con claridad, con elegante sencillez; la prosa de ideas netas expresadas con la fácil euritmia, con la dificilísima armonía de una música limpia, grata y noble.

El “Poema del Gran Momento” pregona el vivir intenso. Todo ser y toda cosa deben darnos placer si los sabemos contemplar intensamente (…) Todas las cosas le merecen atención y ternura. Ama cuanto mira, cuanto palpa, cuanto escucha. Todo en la vida tiene sentido, finalidad, interés, poesía. “La piedra que yace inmóvil” le habla “del tiempo de la inmortal grandeza” (…) Díaz-Bolio es rico y pobre como todo artista puro: no tiene “amuletos de jade, medallones y collarines, ni brazaletes de oro”; sus alforjas no saben de opulencias, ni sus manos de pedrerías; y, sin embargo, vive en la magnificencia. En su vida interna, emocional, es riquísimo y espléndido (…) Sus cuantiosos bienes están en el amor y en la bondad que lleva en su propio almario y en la sabiduría que le enseña todos los misterios de todas las cosas y todas las vidas; y en la Naturaleza, que ha hecho suya a fuerza de adorarla (…) El estilo de sus poemas en prosa no es retórico, ni verboso, ni elocuente: es sencillo, nítido, neto (…) Díaz-Bolio, en la concentrada poesía de sus prosas, tiene la “noble audacia” de la simplicidad. Y triunfa porque su simplicidad es de una profunda emoción, y su emoción de una gran exquisitez.

Isidro Fabela

San Gerónimo, D. F., diciembre de 1933.[4]



[1] Diccionario de escritores de Yucatán. Peniche Barrera, Roldán y Gaspar Gómez Chacón. Compañía Editorial de la Península, S.A de C.V. México, 2003. P. 55.

[2] El Mayab Resplandeciente. Poemas. Díaz Bolio, José. Tercera Edición. Editorial Maldonado. Mérida, Yucatán, México, 1998. Pp. 17-38.

[3] Poemas en Cristo, Díaz Bolio, José. Edición conmemorativa de la visita de S.S. Juan Pablo II a Yucatán y su peregrinación al santuario de la Virgen de Izamal, Yucatán, 12 de Agosto de 1993. Pp. 5-9.

[4] El Mayab Resplandeciente. Poemas. Díaz Bolio, José. Tercera Edición. Editorial Maldonado. Mérida, Yucatán, México, 1998. Prólogo.