Dzul Poot, Domingo

(n. 1927) Escritor y traductor de la lengua maya. Nació en Bécal, Campeche y desde hace años reside en Mérida, Yucatán. Es autor de cuatro tomos de cuentos y leyendas mayas; colaboró en la traducción de la Biblia en lengua maya y en la elaboración del Diccionario Maya Cordemex al lado del maestro Alfredo Barrera Vásquez. Cursó sus estudios primarios en Bécal, secundarios en el Colegio Americano y en el Seminario Teológico Presbiteriano sobre Sagrada Teología. Desde 1977 es Transcriptor Paleógrafo en el departamento de Historia del INAH. Ha impartido en foros nacionales e internacionales conferencias y pláticas sobre cultura, lengua y literatura mayas. Ha sido recopilador de nuestra tradición indígena realizando trabajo de campo en comunidades de la península yucateca. Participó en el año de 1987 en el proyecto de la edición del Recetario de indios en lengua maya. Colaboró también en la elaboración de la película La vida de Jesús según San Lucas, en lengua maya. Se ordenó Ministro evangélico en 1960 y ha sido Pastor de diversos municipios de Yucatán, entre ellos: Tekax, Akil, Progreso, Oxkutzcab y Muna. Ejerció por treinta años en Chuburná de Hidalgo, donde es Pastor Emérito. Fundó misiones de la Iglesia Presbiteriana en varias colonias de Mérida[1].

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SELECCIÓN DE CUENTOS MAYAS[2]

J-DUSO Y SAN ANTONIO

Todos los días, J- Duso le pedía a San Antonio que le diera una buena cosecha en su milpa. Ya sea un medio, ya sea un real que ganara, la mitad sería para tata Antonio y la mitad para él. Constantemente le encendía sus velas a San Antonio. Este, entonces, fue junto a Dios y le dijo:

-Señor mío, hazle a mi siervo J-Duso el favor de que logre bien su milpa este año.

-No, Antonio, ese hombre va a faltarte al respeto. Invoca tu nombre sólo para probarte y no porque tenga fe verdadera.

Responde Antonio y dice:

-No, Señor, J-Duso en verdad me quiere. Ya sea un medio, ya sea un real que gane, la mitad sería para mí.

-No, ese hombre va a menospreciarte.

-No, mi Señor, hazle la gracia de que logre su milpa.

-Está bien, Antonio, voy a concederle su petición, pero recuerda lo que va a sucederte, la palabra de ese hombre es de dientes para afuera.

-No, Señor, él me ha prometido que va a hacerme una novena.

-Está bien, Antonio, que así sea; está bien.

Ese año J-Duso sembró de todo: pepita de calabaza, ajonjolí, maíz, chile, tomate, ibes, yuca, frijol, xtsamá, xpelón (unas clases de frijol de la región), jícama, macal y camote.

Cuando levantó su cosecha de ese año, pequeña era la casa de J-Duso para meter todos los frutos de su siembra, y se dijo:

-¿Dónde pondré la mesa de ese tata Antonio?, ya se llenó mi casa por todos los frutos de mi sembrado.

Y sacó la mesa de San Antonio al patio. Puso un lazo en el cuello del santo y lo colgó atrás de la casa. Allí le caía la lluvia y lo azotaba el viento del agua; allí se llenaba de telarañas y se le pegaba la mugre; allí se llenaba de polvo.

Entonces fue San Antonio junto al Jajal (título de santidad y respeto) Dios para decirle lo que J-Duso le estaba haciendo, y el Señor Dios le dijo:

-¿No te lo había dicho, Antonio?, el hombre ese es un gran egoísta.

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“UN MILPERO”

Había una vez un milpero que era muy correcto en medir los mecates de su milpa. El era de medida completa. Cuando tenía que pagar la desyerba o la tumba a cambio de maíz, su almud era siempre de medida completa.

Una vez hizo mucha milpa y le fue mal, no llovió como debía, hubo mucha sequía. Cuando cosechó su milpa solamente le dio en total un canasto de mazorcas pequeñas, mal logradas, añubladas, de granos enfermos y picados por los pájaros. Con todo el dolor de su corazón cargó el canasto de mazorcas y se encaminó para su casa.

En el camino había un lugar donde las personas descansaban, se le llamaba Ti’X-ualajtún (piedra levantada). Se le llamaba así porque allí había una piedra grande levantada; estaba colocada bajo la sombra de un árbol grande. Sobre ella las personas apoyaban sus cargas. Cansado, el milpero colocó allí su canasto de mazorcas que traía. Así, agotado, le entró el sueño y cuando despertó no tenía ya su canasto de mazorcas, se lo habían robado. Comenzó a llorar, a llorar y a llorar.

Así estaba cuando oyó que lo llamaba X-K’anle’óox (Madre de los Dioses) y que le preguntaba:

-Milpero, ¿qué lloras?

Le contestó el milpero a X-K’anle’óox:

-Estoy llorando porque me robaron mi canasto de mazorcas que venía cargando. Muy cansado, descargué mi carga sobre esta piedra que está aquí y me entró el sueño. Cuando desperté no estaba mi canasto, me lo habían robado, luego de que fue todo cuanto me dio mi milpa. Para mañana no tendré nada qué comer.

X-K’anle’óox le contestó:

-No llores, milpero, voy a buscarlo.

Cuando X-K’anle’óox regresó traía un canasto de mazorcas amarillas, muy grandes y de hermosos granos. No había añubladas o mal logradas, todas eran saludables, como si hubieran sido cosechadas en la milpa de los Grandes Señores del Campo, los Guardianes de los Montes, y hubieran sido bendecidas por X-Chubulnal (Diosa del Maíz).

Le preguntó X-K’anle’óox al milpero:

-Milpero, ¿es éste tu canasto?

Y el milpero le contestó:

-No, ése no es mi canasto.

X-K’anle’óox se fue otra vez, y cuando regresó trajo un canasto de mazorcas blancas muy hermosas y muy grandes, con granos saludables, no había añubladas o mal logradas, como si fueran un regalo del Señor de la lluvia.

Le preguntó X-K’anle’óox al milpero:

-Milpero, ¿es éste tu canasto?

Contestó:

-No, ése no es mi canasto.

X-K’anle’óox tuvo que irse otra vez y al regresar trajo un canasto de mazorcas añubladas, chicas, mal logradas, enfermas, de granos minúsculos y picados por los pájaros. Antes de que X-K’anle’óox le preguntara si era de él, dijo:

-Ese es mi canasto, ése es mi canasto.

X-K’anle’óox le dijo:

-Milpero, siendo tú un hombre honrado, estos dos canastos de mazorcas te los voy a regalar, son tuyos, llévatelos.

Muy contento, el milpero amarró los tres canastos, los cargó y se fue con mucho trabajo. Mientras iba, se encontró con un hombre del mismo oficio que él. Este milpero le preguntó cómo había hecho para que su milpa le diera mazorcas tan bonitas. El entonces le contó todo tal como había sucedido.

Este milpero, entonces, tuvo que ir al lugar al que le habían contado que descansaban las personas que venían del campo y que se llamaba Ti’X-ualajtún. Allí se puso a llorar, a llorar y a llorar, tendido en aquella sombra. Mientras lloraba, oyó que X-K’anle’óox le preguntaba:

-Milpero, ¿qué estás llorando?

Le contestó a X-K’anle’óox:

Estoy llorando porque me robaron un canasto de mazorcas que venía cargando. Muy cansado, puse aquí mi carga y me entró un poco de sueño. Al despertar ya me habían robado el canasto de mazorcas, luego de que fue todo cuanto me dio la milpa. Mañana no tendré qué comer.

-No lo pienses- le contestó X-K’anle’óox-, voy a buscarlo.

Cuando X-K’anle’óox regresó trajo un canasto de mazorcas muy grandes, bonitas, de granos saludables. Le preguntó al milpero:

-Milpero, ¿es éste tu canasto?

Contestó el milpero:

-Claro que sí, ése es mi canasto.

Cuando X-K’anle’óox oyó lo que el milpero le contestó, desapareció repentinamente para siempre. No ha vuelto a aparecer hasta ahora. El milpero aquel sigue parado esperando a X-K’anle’óox junto a la piedra. Se quedó para siempre en Ti’X-ualajtún. Sigue allí petrificado. ¿Por qué será?

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EL ZORRO, EL DIABLO Y EL NIÑO

Se cuenta que un pequeño muchacho, cuando estaba cazando pájaros, oyó sollozos que salían de un agujero socavado en la piedra, de ésos que llaman chultunes. Se acercó y preguntó:

-¿Quién eres?, ¿por qué lloras?

Y le respondieron:

-Soy el diablo; hace mucho tiempo que estoy encerrado aquí. Me estoy muriendo de hambre; hazme un favor: quita la piedra que tapa el chultún para que yo pueda salir.

Le respondió el muchacho:

-De tonto la quito, porque si sales, me comes.

-No, no te como –le dijo el diablo-, cómo puedes pensar que yo te coma, eso nunca; libérame, nunca te comería yo. De veras no te como, yo no le miento a nadie. Rápido, muchacho, quita la piedra, libérame.

-No, no te saco, no vaya a ser que me comas. Está bien que te quedes allá dentro. No te voy a soltar. Yo sé que el diablo es diablo en verdad.

Entonces le dijo el diablo:

-Muchachito, en verdad te digo, por Dios que nos ve, que no te como; por esta cruz.

Hasta besó la cruz y se escuchó el chasquido de aquel beso.

-Que se muera mi linda madre si yo te comiera. Insultado sea yo si llegara a comerte. Por nuestro buen Dios y por su Santa Madre que está en Xoknakeej (pueblo de esta región), no te como. Rápido, quita la piedra que tapa el chultún; estoy muy hambriento, hazme ese favor, te lo pagaré. Pronto, yo tengo mucho dinero.

Sacudió las monedas para que sonaran allá dentro del chultún. Las sacudía y se escuchaba claro el sonido del dinero. Y el muchacho empezó a creerle. Le daba lástima el diablo. Hizo rodar la piedra que tapaba el agujero y brincó el maligno lanzado fuego por los cuernos.

-Muchacho, ahora sí te voy a comer- le dijo el diablo-. Voy a matarte porque tengo hambre; no me gusta este dolor del hambre. Con ropa y todo te voy a tragar; hueles muy sabroso, como a guayaba madura. No aguanto las ganas de comerte. Dicen que es necesario matar a unos para que otros vivan.

Aquel muchachito comenzó a llorar mucho. Entonces llegó un pequeño zorro y le preguntó:

-¿Por qué lloras, muchacho?

A lo que éste respondió:

-¡Ay, zorrito!, porque este diablo me quiere comer, después de que yo le hice un bien; hasta me juró en el nombre de Dios que no me comería. Yo le quité la piedra que tapaba el chultún donde estaba encerrado y ahora va a comerme.

-Está bien que te coma – le dijo el zorro, disimulando la molestia que sentía contra el diablo.

Entonces le dijo el zorro al demonio aquel:

-Cómete al muchachito para que de una vez se le quite lo tonto. Estoy contigo; comételo. Pero ¿de veras es cierto que estuviste dentro del chultún encerrado?

-Sí- le dijo el diablo al zorrito.

-Métete rápido para que yo mire cómo era eso; luego, cuando salgas, te lo comes. Quiero verlo. Pero tienes que darme un pedacito porque tengo mucha hambre también.

-Está bien- dijo el diablo.

Cuando entró en el chultún aquel, le dijo el zorro al muchacho:

-Rápido, tapa otra vez el chultún ese.

El muchacho lo tapó con premura y el diablo quedó encerrado de nuevo.

Entonces le dijo el zorro al muchachito:

-Muchacho, con el diablo no debes hacer tratos.

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MARIA LA SAPITA

Existieron una vez un señor y su esposa quienes eran muy pobres. El esposo era del campo; su trabajo consistía en quemar carbón. Solamente de la venta del carbón vivían.

Hacía mucho tiempo que se habían casado y aún no tenían hijos. Una vez el señor le dijo a su esposa:

-Siento mucho, mujer, que no tengas ningún hijo, que ni siquiera puedas parir una perrita o una sapita.

Le contestó la mujer:

-Hombre, no es bueno que hables así, recuerda que con ello puedes hacer que caiga una maldición sobre mí. Tengo fe en que Yumk’u convierta en bendición los malos deseos que acabas de proferir sobre el fruto de mi vientre, si lo hubiere.

Un día, se embarazó la mujer y cuando llegó la fecha de parir dio a luz una sapita muy bonita. Aunque era una sapita la llegaron a querer mucho y le pusieron por nombre María Much.

He aquí que la sapita comenzó a crecer. Era muy ágil en el trabajo: lavaba nixtamal y lo molía; hacia las tortillas; iba a leñar; sancochaba el maíz para el pozole de su papá, se lo llevaba envuelto en una servilleta puesto sobre la cabeza hasta el lugar donde él trabajaba, allí donde quemaba el carbón; esto lo hacía todos los días. Ponía el pozole sobre su cabeza y se lo llevaba a su papá, y para esto tenía que pasar por la calle donde vivía el rey, y al pasar por la puerta salían los hijos del monarca para mirarla. Así sucedía todos los días.

Uno de los jóvenes hijos del rey todos los días contemplaba profundamente a María Much cuando ella pasaba por la puerta de su casa.

Este joven decía:

-Voy a seguir a hurtadillas a María la Sapita, tengo curiosidad de ver cómo le da el pozole a su papá y cómo se lo prepara.

Cuando pasó María la Sapita, el joven la siguió a hurtadillas.

Vio que llegaba a una aguada que estaba en el campo y que se quitaba la piel de sapita que la cubría y se transformaba en una bella dama. Comenzó a bañarse y vio que era sin par su hermosura, incomparable con respecto a la de las hijas del rey. Sus ojos eran semejantes a los frutos del sijún (árbol típico de la región cuyos frutos son redondos, pequeños y negros) y su cuerpo tenía la esbeltez de una palmera. Sus cabellos eran como los cabellos del elote cuando entra a madurar.

El muchacho hasta la saliva se tragaba mientras veía a María la Sapita bañarse en la aguada. Dijo entonces el joven:

-No me puedo contener en ir a abrazarla.

Cuando salió corriendo para ir a abrazarla, cuando casi estaba por llegar junto a ella, María terminó de bañarse y de un brinco se metió otra vez en su pellejo y se tornó de nuevo en una sapita, puso el pozole sobre su cabeza y se fue.

Todos los días, entonces, el muchacho iba a ver que María la Sapita se bañara en aquella aguada y cuantas veces quiso ir a abrazarle ésta terminaba de bañarse, y de un brinco llegaba junto a su piel y se la ponía para convertirse en una sapita.

Decía el muchacho entre sí:

-La única manera de que no se transforme otra vez en una sapita está en que yo le robe su piel que deja en la orilla de la aguada, mañana se la voy a robar.

Cuando amaneció al día siguiente, se fue junto a la aguada para esconderse. Cuando se dio cuenta, María la Sapita venía ya con el pozole de su papá puesto sobre la cabeza, y cuando llegó junto a la aguada se quitó la piel y la puso en la orilla, luego se metió a bañarse. El joven muchacho estaba viéndola, pero se dijo entre sí:

-Voy a esperar un ratito para darme el gusto de verla, luego voy a robarle su piel con mucho cuidado.

Así estuvo curándose los deseos de sus ojos admirando la hermosura de la sapita. Cuando está terminó, el joven comenzó a ir con mucha precaución hacia donde estaba la piel, y cuando casi estaba llegando, de nuevo la sapita terminó de bañarse y de un brinco llegó hasta su piel y se la puso para transformarse de nuevo en sapita. Puso sobre su cabeza otra vez el pozole y se fue. No se la pudo robar, y así le pasaba todos los días.

Entonces se dijo:

-Para que todo esto termine voy a tener que casarme con ella, así siendo sapita, un día que se descuide le robaré su vestimenta y se quedará únicamente con su hermosura, tal como la he visto. Mañana saldré a esperar que pase por la puerta de mi casa y le diré lo que siento.

Así el joven hijo del rey salió a esperar a que pasara María la Sapita.

De repente la vio venir trayendo sobre la cabeza el pozole de su papá, y cuando se acercó y llegó junto a ella, le dijo:

-María, ¿quisieras aceptar que yo te de una ayudadita para llevar el pozole de tu papá?, pues así te veo ir diariamente y ¡cuán cansado ha de ser para ti!

María la Sapita le contestó:

-Bien, pero sólo si me dejas en el cabo del pueblo.

-A tus palabras obedezco- le contestó el joven.

Todos los días empezó a ayudar a María la Sapita. Así y así hasta que un día le dijo lo tanto que la amaba y se lo dijo de esta manera:

-María, no puedo aguantar más tiempo las ganas de decirte lo mucho que deseo casarme contigo, ¿podrías aceptarlo?

María la Sapita le contestó:

-Claro que sí; yo también hace tiempo que siento quererte. Eres muy bueno conmigo, me obedeces y me siento muy complacida de oír que me digas que me quieres.

El joven se sintió sumamente feliz cuando le dio el sí. Y entonces le dijo a María la Sapita:

-María, voy enseguida a dar las nuevas a mi casa; voy a anunciar que tú ya me dijiste que sí te casas conmigo. Hoy pienso que no hay un ser terrenal que se sienta tan feliz como yo.

Cuando dijo eso, se fue corriendo a su casa. Al llegar a ella comenzó a bailar, a brincar y a besar a su papá, a su mamá, a sus hermanas y a sus hermanos con gran gozo. Jamás había llegado a su casa con ese júbilo tan grande.

Se le preguntó a qué se debía tanta alegría y la respuesta fue que ya se iba a casar con María la Sapita.

He aquí entonces que comenzaron los regaños. Su mamá, su papá, sus hermanos, molestos, le dijeron:

-¿Eres acaso sapo para que te cases con una sapita; en qué estás pensando?

Él les contestó:

-Eso no lo sé; yo me voy a casar con ella. Hoy tienen que ir a pedir su mano para que se case conmigo; si ustedes no van, yo no sé qué pasaría conmigo, creo que me moriría, iría a meter mi garganta en la horqueta de un árbol.

Con el dolor más profundo de su corazón, el rey y su esposa fueron a pedir la mano de María la Sapita para que se casara con su hijo.

Así que se casaron en una fiesta muy grande. Se quedaron a vivir en la gran casa del rey en donde vivía con sus hijos.

Cuando el esposo de María la Sapita salía para ir al trabajo, sus hermanas la botaban al patio de la casa de tal manera que cuando él llegaba ellas ya la tenían tirada en el basurero y él iba en su busca. La pobrecita estaba más sucia allí en el patio; encima de ella botaban el agua con la que se lavaba el nixtamal y tiraban también sobre ella la basura y el contenido de la bacinilla. Así, apestada, la recogía su marido y la bañaba, la perfumaba y le daba su comida y la acariciaba con mucho cariño, mientras las hermanas le echaban puras indirectas.

Entonces, María la Sapita le dijo a su esposo:

-Ya me llegó hasta aquí lo que me hacen tus hermanas en esta casa; para poner fin a todo esto creo que es mejor que me lleves a casa de mi mamá, con mi papá. Aunque sean muy pobres, allí no me botarán de la casa; allí hay felicidad aunque para que podamos vivir tengamos que vender carbón.

De modo que tuvieron que salir de la casa del rey y se fueron a una casa pobre. Pero aunque fuera así, ahí había felicidad.

Ahora el hijo del rey se había convertido en un vendedor de carbón. Era pobre, pero su mujer sabía trabajar: lavaba, acarreaba agua, molía el pozole y lavaba las cosas.

Todas las noches, el esposo estaba pendiente y en constante acecho para ver que un día María la Sapita, al bañarse, se quitara la piel y él se la pudiera robar; pero, de tanto cansancio por haber trabajado el carbón, se dormía. María la Sapita, al ver dormido a su marido, se bañaba y se acostaba al lado de él.

Ella era la primera en despertar y se iba a la cocina a trabajar. Cuando despertaba su esposo, ella ya estaba en los quehaceres de la casa. Pues así y así le pasaba todos los días.

Un día regresó muy cansado de quemar carbón y se durmió súbitamente y no tuvo tiempo de vigilar a su esposa durante el momento en que ella se despojaba de su piel.

El calor del sol y el calor del carbón que quemaba lo habían consumido. María la Sapita, al ver a su esposo profundamente dormido, fue a bañarse y luego se acostó al lado de su esposo. Habiendo entonces dormido su esposo desde hora muy temprana y no pudiendo estar en vigilia por su tanto cansancio, despertó antes de que su esposa se levantara y la sintió a su lado sin tener encima la piel de sapita, y entonces dijo entre sí:

-Hoy sí voy a poder robarle la piel a mi esposa. Hoy llegó el día que tanto he esperado.

Despacito bajó la mano en la obscuridad y comenzó a buscar la piel sobre el piso. Sitió que la tocaba, la agarró y la rompió al instante. En eso, María la Sapita se despertó por el dolor que le produjo la destrucción de su piel.

Al ver lo que había pasado, estalló en un llanto muy profundo.

Se levantó su esposo y le dijo:

-María, no llores por la ropa que te rompí, tengo una a cambio. Hace tiempo que la guardo, así como esperaba también este día. Te la voy a traer, y es muy bonita, la he hecho para ti.

Trajo la ropa y se la dio. María se la puso; era tan bonita que superaba los vestidos de las hijas del rey. Era María tan bella que no había otra como ella en todo el mundo.

Así salió María de aquel hechizo y de aquella maldición que pesaba sobre ella desde aquellas malévolas palabras que su padre pronunció cuando dijo a su esposa: “Si quieras pudieras parir una perrita o una sapita”.

El esposo de María le comenzó a secar las lágrimas mientras decía:

-No lamentes lo que nos está pasando, así está acordado que fuera por los dueños de la tierra y del cielo. La vida que hemos llevado ha sido de mucho dolor. Hoy comenzamos una nueva vida, muy diferente de la que hemos pasado. Lo primero que tengo que hacer es llamar a tu papá y a tu mamá para que vean qué bonita eres y qué tan felices somos, y el gran bien que nos espera.

El joven, con gran gozo, llamó a María ante sus padres y les dijo:

-No tengan temor, ésta es la hija de ustedes. Era María la Sapita. Conózcanla ahora; no hay ser terrenal como ella en hermosura. Yo he quitado sobre ella toda maldición y hechizo. Esta maldición se apartó de ella solamente por la bondad de su madre quien no guardó dureza de corazón contra quien había echado maldición sobre su hija.

Grande fue el gozo del corazón del papá y de la mamá de María viendo qué tan linda era. Abrazos y besos se dieron mutuamente para expresar así el cariño y el amor que se sentían los unos a los otros.

Le dijo el joven a su esposa:

-Ahora vamos también a la casa de mis padres para que les digamos la alegría de nuestros corazones, vamos a darle la noticia a mis hermanas y a mis hermanos de lo que ha sucedido. Hoy habrá gran fiesta en el palacio de mi padre, hoy se vestirá de cielo su casa.

Al llegar a la casa, golpearon, y cuando la puerta se abrió, al instante alzó a su esposa y abrazada la llevó corriendo junto a su padre y a su madre y les dijo a gritos con gran regocijo:

-Esta es mi esposa, véanla qué tan linda es. Esta era María la Sapita, ya no tiene el hechizo encima ni la maldición.

Entonces el rey y todos los de su casa abrazaron y besaron a María y le pidieron que les perdonase tanto agravio. La casa del rey se llenó de tantas visitas por todos los que pasaban y comenzó una gran fiesta.

María nunca recordó los malos tratos. Lo que le impresionaba era aquella nueva vida de tanta felicidad.

El esposo de María contó a todos los de su casa todo cuanto le había sucedido y hubo unas nuevas nupcias y un nuevo nombre para María. Se le quitó lo de sapita.

Diez días duró la fiesta de aquellas bodas.

María y su esposo fueron los seres más felices en el mundo y se amaron con un cariño como ningún otro.

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Crítica Literaria

Domingo Dzul Poot es autor de dos tomos de Cuentos mayas y de otro libro de relatos titulado Leyendas y tradiciones históricas mayas (…) Su prosa es en extremo elegante, cuidadosa y un tanto ceremoniosa. Conocedor profundo de la lengua maya y de la investigación filológica de los mayistas contemporáneos, su talento de narrador está puesto al servicio de la investigación histórica, del equilibrio con la religión cristiana que profesa y encabeza en una comunidad evangélica y del rescate de una tradición oral maya que logra conciliar con sus múltiples vocaciones e influencias personales (…) Gran parte de sus relatos mayas son reelaboraciones de cuentos tradicionales europeos, con ciertos ajustes a la piedad protestante más pura: al final de una larga historia proveniente de la tradición oral europea, aunque ya arraigada en la corriente maya (…) Estos rasgos a menudo dan un sentido moralizante a los relatos. Suele recurrir al cierre tradicional maya: “Cuando yo pasé por allá, ufanos estaban K’ankabi Ok y X’Ha’il, sentados en la gran silla.[3]



[1] Diccionario de escritores de Yucatán. Peniche Barrera, Roldán y Gaspar Gómez Chacón. Compañía Editorial de la Península, S.A de C.V. México, 2003. P. 60.

[2] Cuentos Mayas. Dzul Poot, Domingo. Maldonado Editores/Instituto de Cultura de Yucatán. Mérida, Yucatán, México, 2010. Pp. 9- 43.

[3] La literatura actual en las lenguas indígenas de México, Montemayor, Carlos, Universidad Iberoamericana, México, 2001. Pp. 47-49.