Domínguez Aké, Santiago

(n. 1951) Antropólogo y escritor en lengua maya. Nació en Muxupip, Yucatán y estudió en la ciudad de Motul. Cursó la preparatoria en Mérida y la Licenciatura en la Facultad de Ciencias Antropológicas de la UADY. Desde 1981 trabaja como promotor bilingüe en la Dirección General de Culturas Populares. Ha impartido clases de lengua maya en diversos planteles académicos, así como cursos sobre medicina tradicional y fisioterapia maya. Destaca su participación en eventos como el Taller de Literatura Maya coordinado por el escritor Carlos Montemayor, el curso El jardín botánico como herramienta didáctica y el Taller de planeación y animación cultural realizado en Mérida en 1991, entre otros. Asistió a las jornadas lingüísticas del CIESAS (1994) en la ciudad de México y al coloquio México: historia y alteridad, celebrado en la Universidad Iberoamericana. En los años 1992 y 1997 fue becario del FONCA. Ha publicado trabajos en Cultura Sur, la antología Literatura Indígena Ayer y Hoy y en la revista Tierra Adentro. Son de su autoría los libros Aniversario del fusilamiento de Felipe Carrillo Puerto en Muxupip; Creencias, profecías y consejos mayas; La historia de la sociedad ejidal de Muxupip; Yum santísima cruz tun (colectivo); La vida de Carrillo Puerto y su memoria en Muxupip y Ciclo de vida en Muxupip. En 1999 el Gobierno del Estado le otorgó la Medalla al Mérito Artístico; en el 2000 el Ayuntamiento de su pueblo le concedió un diploma por su labor como escritor maya[1].

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SELECCIÓN DE LA HISTORIA DE LA SOCIEDAD EJIDAL DE MUXUPIP[2]

EL SURGIMIENTO DE LAS HACIENDAS HENEQUENERAS

A principios del siglo XIX el estado de Yucatán basaba su economía principalmente en la agricultura milpera y en la cría de ganado, y las haciendas milpero- ganaderas eran por tanto los grandes centros de producción. Según Robert Patch, las unidades agrícolas surgieron entre 1750 y 1800 en una etapa que él mismo denomina como “…un gran cambio agrario o surgimiento… de la hacienda clásica, es decir, de una finca que fue ganadera y agrícola a la vez; que tenía construcciones permanentes de bastante valor y que además representaba una unidad tanto social como económica, debido a la gran cantidad de trabajadores que en ella radicaban junto con sus familias (Patch, Robert, La formación de las Estancias…, en “Cuatro Ensayos Antropológicos, Boletín No. 19, UDY, Mérida. P. 17). Por como Patch describe a las haciendas milpero ganaderas, resulta fácil comprender que su funcionamiento requería de mucha más mano de obra fija que sus antecesoras, las estancias ganaderas.

Pues bien, por aquel entonces el henequén se sembraba escasamente, sólo para satisfacer las necesidades de fibra de las haciendas mismas, aunque después se convirtió en fuente de incalculable riqueza para un reducido grupo de personas que controló la producción y comercialización de este agave, la “casta divina”, como las llamó Salvador Alvarado. Es decir, sólo producían la fibra requerida para la fabricación de sogas de amarre, aparejos para el ganado caballar, cordeles para las norias, hilos de amarre para los huaraches (xanab k’éewelo ‘ob) y las casas de paja y embarro, casa tradicional maya de los peones de esas haciendas.

Narcisa Trujillo nos dice que la buena aceptación y demanda de sogas y jarcias de henequén para embarcaciones en el año de 1811 de parte de La Habana, Cuba, y del puerto de Veracruz, hizo que surgiera la idea de inventar una máquina desfibradora y de instalar una corchadería en Yucatán para sustituir el tonkos y el pakche’, instrumentos manuales de desfibración de hojas de henequén, y el corchado a mano, y asegurar la cantidad de producción requerida por la demanda (Trujillo, Narcisa, Las Primeras Máquinas, en “Enciclopedia Yucatanense”, Tomo III. P. 627).

Durante muchos años, norteamericanos, franceses y aun yucatecos como Basilio Ramírez y Cecilio Villamor, intentaron construir una máquina desfibradora. Finalmente, en el año de 1852 Esteban Solís logró montar la desfibradora más funcional y efectiva que todas las que se habían creado anteriormente. Su modelo fue llevado a los Estados Unidos de Norteamérica para su perfeccionamiento y le sustituyeron sus piezas originales de madera por otras de acero, con el fin de hacerla más resistente y durable.

El avance tecnológico alcanzado en las desfibradoras provocó que comenzara a sembrarse henequén en forma intensiva y extensiva en las haciendas milpero-ganaderas de la parte noroeste y suroeste del estado de Yucatán, dada la gran demanda nacional e internacional de productos elaborados con fibra de henequén.

El cultivo de henequén con fines comerciales lo inició, según Cámara Zavala, un grupo de personas acaudaladas de Mérida que compraron la Sociedad Chaksikín, una hacienda cercana a la ciudad, para cultivar 32 hectáreas del agave, alentados por el invento de una desfibradora de hojas de henequén del señor Basilio Ramírez de Conkal, Yucatán. El fomento de grandes extensiones de plantíos de henequén fue desplazando poco a poco a la actividad milpero-ganadera de las antiguas haciendas y se dio paso a una etapa de auge conocido como el de la gran industria henequenera (Cámara Zavala, Gonzalo, Historia de la Industria, en “Enciclopedia Yucatanense”, Tomo III, P. 675).

Este auge trajo consigo riqueza y poder para unos cuantos hacendados, y explotación y vejaciones para la gran mayoría de campesinos, en quienes recayó todo el peso del trabajo para generar tanta riqueza.

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LAS HACIENDAS HENEQUENERAS Y EL ANTIGUO EJIDO DE MUXUPIP

Algunos historiadores dan como etapa de desarrollo y florecimiento de las haciendas henequeneras el período comprendido entre el último cuarto del siglo pasado y la segunda década del presente. Entre los factores que influyeron para que se diera el auge henequenero podemos citar como algunos de los más importantes la gran demanda de los productos derivados de la fibra de henequén, la sobrexplotación de la mano de obra de los peones de las haciendas, el financiamiento norteamericano a la actividad henequenera y el acaparamiento de las tierras comunales de los pueblos.

La prosperidad en la actividad henequenera trajo consigo un cambio en la estructura económica y social en el estado de Yucatán. Las haciendas milpero ganaderas, generadoras de productos básicos de consumo, se transformaron en grandes centros productores de henequén con fines comerciales a expensas de las tierras de los pueblos, alrededor de los cuales se ubicaron estratégicamente. Al respecto, Sierra Villareal nos dice: “El vuelco en la actividad productiva de bienes de consumo a una economía comercial monocultora, productora de materias primas, se fundó en la integración masiva de la mano de obra proveniente de la desintegración del sistema campesino” (Sierra Villarreal, José Luis, et al, Yucatán, Peonaje. P. 12). Tal parece que Sierra Villarreal se está refiriendo al acaparamiento de tierras por parte de los hacendados, lo que obligó a los campesinos de los pueblos a establecerse en las haciendas como peones acasillados por no tener dónde cultivar su milpa.

Los habitantes de Muxupip se quedaron sin ninguna superficie donde fomentar su milpa, pues el pueblo llegó a perder totalmente las 1137.50.00 has. de tierras que comprenderían los 182 lotes de su antiguo ejido (Secretaría de la Reforma Agraria, Expediente de dotación de Tierras al Ejido de Muxupip) debido a la política expansionista que aplicaron los dueños de las haciendas aledañas de Sacolá, San Juan Hau, San Juan Koop, Catzimín, Tehás, Dziná y San José Grande.

Entre las medidas que adoptaron los dueños de las haciendas circunvecinas a Muxupip para apoderarse de las tierras de este pueblo está el haber denunciado esos terrenos como baldíos. Argumentaron que si los campesinos de Muxupip no los trabajaban en su totalidad, ellos podrían aprovecharlos para sembrar más henequén y para proveerse de suficiente leña, necesaria como combustible para las máquinas desfibradoras de vapor. De esa manera afirmaban que podrían contribuir al desarrollo económico que en la entidad estaba gestando la explotación del henequén.

No es de creerse que lo que impulsó a los hacendados a apropiarse de los terrenos de Muxupip en verdad fuera la intención de hacerlas producir en su totalidad. Más bien lo hicieron con el fin de dejar a sus habitantes sin tierras donde pudieran producir sus propios alimentos y obligarlos a trabajar como peones acasillados en sus haciendas henequeneras, donde hacía mucha falta mano de obra para la siembra y explotación del henequén; además, todas las haciendas contaban en aquel entonces con máquinas desfibradoras que funcionaban a base de vapor y necesitaban de una buena superficie de montes para poder abastecerlas de leña.

Don Diego Domínguez Tacú, campesino de 86 años de edad, nos dijo:

-La idea de apropiarse de mano de obra dejando sin tierras a los habitantes de Muxupip no resultó tal como esperaban los hacendados. La mayoría de los campesinos de este pueblo no quisieron abandonar sus casas, mucho menos sus tierras. Así me lo platicó mi papá, quien tuvo la desgracia de ser peón acasillado de la hacienda Dziná, lugar donde yo nací. Salimos de ahí cuando yo tenía 11 años y nos establecimos aquí en Muxupip en el año de 1915, a raíz de la liberación de los peones acasillados de las haciendas henequeneras decretada por el general Salvador Alvarado en ese mismo año.

Los campesinos que se aferraron a quedarse en el pueblo de Muxupip siguieron fomentado sus milpas en los montes de su ejido y provocaron con ello que los hacendados se quejaran ante las autoridades por “invasión de tierras”. Algo que resulta sumamente paradójico, pues los legítimos dueños de esas tierras eran estos campesinos y los hacendados los usurpadores. Ante la firme decisión de los campesinos de Muxupip de seguir cultivando su milpa, aun bajo la amenaza de ser castigados, los hacendados tuvieron que buscar un acuerdo, que fue ventajoso para ellos por la ayuda de las autoridades.

El acuerdo al que llegaron fue que los campesinos podrían elegir libremente el terreno que desearan para fomentar su milpa siempre y cuando pagaran una renta que podría ser a base de trabajo –realizar en la hacienda a la cual “pertenecía” el terreno, igual cantidad de chapeo en los henequenales o igual cantidad de mecates (un mecate equivale a 20 mts2) de la milpa que fomentara-, o en especie –entregar una tercera parte de lo que se produjera en la milpa-, de tal modo que nadie quedaba sin pagar. Los campesinos de Muxupip aceptaron rentar sus propias tierras pensando quizás que sólo así los dejarían trabajar libremente sus sementeras. Pero qué equivocados estaban al pensar que con ello los hacendados iban a cejar en su intento de proveerse de mano de obra fija para sus haciendas, tal como veremos más adelante, cuando hablemos de los campesinos libres o no acasillados de Muxupip.

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LOS PEONES ACASILLADOS

La mayoría de los campesinos de Muxupip que de una manera u otra se vieron obligados a convertirse en peones acasillados se establecieron en las haciendas San Juan Koop, San José Grande, Cholul y Catzimín, las más cercanas a esta comunidad. Sólo algunos fueron a Sacolá, Dziná, San Juan Haú y Tehás, haciendas un poco más distantes.

Todos los campesinos que cayeron en la desgracia de ser peones acasillados comenzaban a trabajar a partir de las tres de la madrugada en las faenas obligatorias y gratuitas conocidos como fajinas. Estas consistían en deshierbar y regar el huerto de la casa principal o casa grande de la hacienda; construir caminos de terracería para las líneas de cauville que servían para transportar en plataformas tiradas por mulas las hojas de henequén que se cortaban en los planteles hasta la planta desfibradora y transportar las pacas de fibra de henequén hasta la estación del ferrocarril de Muxupip a Motul; cortar leña verde para que sirviera de combustible a la máquina desfibradora de vapor, etc.

Las fajinas comenzaban a las tres de la mañana, pero una hora antes el capataz de la hacienda hacía sonar una campana llamando a los peones que se presentaran en los patios de la casa principal para darles las instrucciones sobre las tareas que debían realizar. Después de haber sido comisionados para determinados trabajos, se les repartía una jícara de café caliente con unos biscochos, y luego se encaminaban a su labor. Según los propios informantes, en todas las haciendas circunvecinas se daba el “desayuno”.

Luego de la fajina, que generalmente terminaba entre las siete u ocho de la mañana, cada uno de los peones tenía que acudir al despacho de la hacienda a recoger sogas para atar tres millares de hojas de henequén como tarea diaria. Como el peón no podía regresar a su hogar sin haber terminado su tarea, muchas veces era ayudado por los hijos o por su esposa.

Si por alguna razón el peón no había terminado su tarea cuando el capataz llegaba a su aldana, es decir, a los surcos o caminos de corte de pencas que le correspondía a cada peón, no solamente era reprendido con palabras obscenas, sino que además ordenaba que recibiera doce azotes con una hoja de henequén. Después de que el capataz terminaba de castigar al peón incumplido se dirigía así en alta voz a los demás peones:

-Acaban de presenciar lo que le sucedió a uno de sus compañeros por flojo. Así que más vale que cumplan con su trabajo, si no quieren correr la misma suerte de este pendejo.

Cabe señalar que solamente en las haciendas San Juan Koop, San José Grande, Dziná, Sacolá y Cholul, se obligaba a los peones a cortar tres millares de hojas de henequén como tarea diaria. En San Juan Haú, Catzimín y Tehás, la tarea diaria era de dos millares de hojas, y en caso de que un peón pudiese cortar uno o dos millares más, se le pagaba la demasía al doble. El bajo salario por el corte de pencas, chapeo y fomento de henequenales permitió a los hacendados amasar inmensas fortunas por la venta de la fibra de henequén.

En cada una de las haciendas existió un reglamento interno de trabajo. En San Juan Koop y San José Grande se encarcelaba al peón que no se hubiera presentado a trabajar por haberse emborrachado y al liberarlo al día siguiente, a la hora de la fajina, recibía doce azotes con soga vaquera remojada, cargado por uno de sus compañeros. No conforme con todo esto, el capataz le asignaba además doble fajina durante una semana. En la hacienda Dziná el castigo al faltista fue mucho más severo, ya que además de la cárcel y los doce azotes se le obligaba a trabajar lo doble sin recibir pago alguno durante una semana. En caso de que el peón faltista no lograra terminar con la labor que se le había asignado, empleaba el domingo para ello, que era el día de descanso que generalmente los peones empleaban para emborracharse o, si se los permitía el “amo”, para fomentar sus milpas.

Se puede decir que en todas las haciendas henequeneras fueron vejados y explotados los peones acasillados y que los excesos que se cometieron en contra de ellos dependió mucho del grado de ambición y despotismo de los hacendados.

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COMO COMENZÓ A FUNCIONAR LA SOCIEDAD EJIDAL DE MUXUPIP

Cuando en el año de 1935 comenzó a funcionar la Sociedad Ejidal de Muxupip tuvo como primer presidente del Comisariado Ejidal al señor Pascual Cruz. Este señor solamente estuvo dos meses como representante ejidal, ya que al gestionar un crédito en la ciudad de Mérida ante el Banco de Crédito Agrícola para que la naciente Sociedad pudiera pagar el corte de pencas y el chapeo de los henequenales, llegó a aceptarle al señor Pascual Gamboa, dueño de la hacienda Sacolá, la cantidad de $8.00 como ayuda para los gastos que implicaba su gestión, y es posible que así el hacendado buscara que posteriormente le otorgara ciertas concesiones de desfibrado de hojas.

Se dice que el señor Santos Anacleto Chalé, “el gallo” convenció al señor Cruz de que aceptara el dinero, y que fue el mismo señor Chalé quien dio a conocer esto a los ejidatarios de Muxupip durante una asamblea en que se informaba sobre los avances obtenidos en la gestión de crédito y demás asuntos inherentes al funcionamiento de la Sociedad Ejidal.

Al escuchar al señor Chalé, los ejidatarios pidieron a su autoridad ejidal que explicara el motivo de haber aceptado dicha cantidad. Cuando el señor Cruz dijo haber aceptado los $8.00 por carecer de recursos para sufragar los gastos de su gestión, la gente lo interpretó como una traición a su causa, ya que ellos, con bastantes sacrificios, cotizaban cierta cantidad de dinero para tales gastos, con el fin de librarse de la tiranía y el despotismo de los hacendados con su nueva organización ejidal. Es decir, no querían tener trato alguno con ningún hacendado.

Fue por eso que los ejidatarios pidieron a gritos la renuncia del señor Pascual Cruz Domínguez como Presidente del Comisariado Ejidal, y no le quedó más remedio que aceptar la dimisión de su cargo esa misma noche. Se levantó un Acta para darle carácter legal a dicha renuncia y al día siguiente se envió ésta al DAAC con la propuesta del señor Diego Domínguez Tacú para ocupar el cargo, pidiendo que se agilizaran los trámites pertinentes para que se le constituyera a don Diego como Presidente del Comisariado Ejidal, ya que resultó unánimemente electo por medio de la asamblea de ejidatarios. Cabe señalar que el señor Cruz aún no tenía nombramiento oficial cuando fue removido de su cargo; por lo tanto, el señor Domínguez Tacú resultó ser el primer Presidente del Comisariado Ejidal reconocido oficialmente.

El período del señor Domínguez Tacú fue bastante difícil al principio, según lo comentó él mismo, por los intereses encontrados entre los “gallistas” y los “agraristas”. Los primeros querían que fracasara la constitución de la Sociedad Ejidal y los segundos luchaban por la consolidación definitiva. Otro factor que contribuyó para que la Sociedad tuviera un mal comienzo fue el carecer de una institución que otorgara oportunamente el crédito. En un principio, el dinero con que se pagaba el corte de hojas de henequén y el chapeo que se realizaba en la Sociedad provenía de la venta directa de las hojas de henequén que se hacía a través de la Jefatura de Zona del Banco de Crédito Agrícola, a cargo del ingeniero Vicente Guanche.

Al principio el crédito llegó muchas veces con bastante retraso y esto lo aprovecharon los “gallistas” para meter más cizaña entre los “agraristas”, diciéndoles que la Sociedad no les solucionaba sus problemas, sino que se los complicaba más, pues aparte de hacerles perder sus trabajos en las haciendas, se quedaban una o dos semanas sin cobrar por sus trabajos con ella.

Pero la inquebrantable fe de los campesinos de Muxupip hizo que se mantuvieran firmemente organizados en su Sociedad Ejidal y esta firmeza se vio compensada cuando el ingeniero Reyes logró que se crearan los mecanismos para que el Banco de Crédito Agrícola otorgara semanal y oportunamente el crédito para la administración de la Sociedad Ejidal.

No obstante que los trabajos en la Sociedad Ejidal se efectuaban de una manera más o menos normal, los problemas seguían suscitándose a causa de la negativa de los hacendados a raspar las hojas de henequén que les llevaban y por oponerse a que los ejidatarios explotaran tal o cual plantel, argumentando que no correspondía a la superficie afectada. Esto provocaba un gran descontento entre los campesinos de la Sociedad Ejidal, pues se iban secando las hojas de henequén cortadas y no podían explotar los mejores planteles de henequén que correspondían a su dotación ejidal. Según las personas entrevistadas, esto se vivió en todas las Sociedades Ejidales en formación.

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SELECCIÓN DE CUENTOS MAYAS TRADICIONALES[3]

LA MUJER FLOJA

Esta anécdota sucedió en un pequeño poblado cercano a la ciudad de Valladolid, Yucatán, hace muchísimos años.

En una casa situada en las afueras del pueblo vivía una mala mujer que se X-lool (Flor), con su marido, su pequeño hijo y un perro negro. Una vez que su marido se fue a la milpa, ella con cierto desgano acarreaba agua para lavar la ropa, y aunque escuchó llorar al niño no fue a abrazarlo. Sin ánimo de realizar sus quehaceres domésticos y por el tanto llorar del pequeño, se enfadó mucho. En su cólera, al ver al pobre perro echado a la orilla del camino, le dijo así:

-¡Perro, hijo de estiércol, hijo del diablo! ¿Qué haces aquí? En verdad me da tanta rabia que ya para nada demonios sirves. Lo único que haces es comer. En lugar de estar así, echado tan tranquilo, ya hubieras ido a cuidar al niño que está llorando.

No conforme con haber insultado al perro, le propinó una patada en el costado.

Cuando la mujer regresó de traer agua y vio acostado el perro, tomó un leño y lo golpeó. Aunque se quejaba mucho el animal, la mujer no se detuvo y decía que estaba de más, pues ninguna ayuda le proporcionaba, que la preocupación era de ella y que recibiría el regaño de su marido cuando viera que no había terminado con sus labores y que tampoco estaba cuidando a su pequeño hijo.

Iba por el último viaje de agua cuando escuchó que el niño dejaba de llorar. Al regresar con los cubos de agua escuchó que le cantaban al niño así:

-Chiichis Naazario, hijo de floja, chiichis Naazario, hijo de floja, chiichis Naazario, hijo…

Al escuchar el canto la mujer asentó sus cubos y fue a ver quién entretenía a su hijo. Al entrar en la casa se sorprendió de ver al perro sentado al borde de la hamaca del pequeño y meciéndolo.

Por lo que vio la mujer, le atacó una fiebre muy alta con vómitos, y cuando regresó su marido de la milpa apenas tuvo fuerzas para explicarle lo que sucedió y luego expiró. Así pagó su culpa la mujer floja. Por eso, aunque no tengas ganas de realizar tus labores, nunca maltrates a un animal con el fin de que éste haga tu trabajo, porque te puede pasar lo mismo que a esta mujer floja.

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Crítica Literaria

Es autor, hasta ahora, de cuatro excelentes libros: La vida de Felipe Carrillo Puerto y su memoria en Muxupip (traducción del maya al español, INI, 1994), La historia de la sociedad ejidal de Muxupip (traducción del maya al español, INI, 1994), La milpa en Muxupip (traducción del maya al español, Dirección General de Culturas Populares, 1998) y Ciclo de vida en Muxupip (traducción del maya al español, INI, 1998). El primero parte de la imagen que de Felipe Carrillo Puerto tuvieron y tienen aun ahora los campesinos de Muxupip, lo que confiere a Carrillo Puerto una condición de mayor humanidad, no visible en la historia “mestiza”; el segundo ofrece una visión también “interior” de las etapas del ejido maya de Yucatán. Ambos libros sorprenden por la perspectiva inusual del relato testimonial y por la “actualidad” del pasado, pues hablan de Carrillo Puerto como si aún estuviera con ellos (…) “La milpa en Muxupip” (traducción del maya al español) es su obra más importante hasta ahora. Se trata de un excelente trabajo de descripción e integración de un complejo universo técnico, histórico y sagrado que tiene como eje el cultivo de maíz. Parte de dos premisas fundamentales: primero, que los campesinos mayas poseen un conocimiento que es esencial para sus pueblos; aunque esos campesinos no sepan leer ni escribir, son enciclopedias vivas de tradiciones milenarias. Segundo, que el conocimiento del cultivo del maíz se liga con la identidad de los mayas: el maíz es el centro luminoso de la comprensión del mundo. A lo largo del ciclo agrícola, de la preparación del terreno, siembra del maíz, cuidado y conservación de la milpa, cosecha y almacenamiento del grano, Domínguez Aké va revelando la estructuración de la vida de los mayas. Cada fase del ciclo exige dominar una técnica y descifrar las señales de la naturaleza, vientos, sequías, lluvias o depredadores. Cada señal de la naturaleza es un corredor sagrado que se conecta con el universo invisible. Todas las dimensiones visibles e invisibles participan en la vida del maíz. Se trata de uno de los libros en lenguas indígenas más importante.

En su libro “Ciclo de vida en Muxupip” (traducción del maya al español) también se propuso un vasto proyecto. Desde una perspectiva histórica y antropológica, Domínguez Aké muestra la riqueza religiosa, social, laboral, familiar y política, con que se desenvolvía la vida de los mayas en Yucatán desde el momento de su concepción hasta sus ceremonias fúnebres[4].



[1] Diccionario de escritores de Yucatán. Peniche Barrera, Roldán y Gaspar Gómez Chacón. Compañía Editorial de la Península, S.A de C.V. México, 2003. P. 56.

[2] La Historia de la Sociedad Ejidal de Muxupip. Domínguez Aké, Santiago. Colección Letras Mayas Contemporáneas. Instituto Nacional Indigenista/ SEDESOL. México, 1994. Pp. 7-50.

[3] Cuentos Mayas Tradicionales. Dzul Chablé, Irene et al. Colección Letras Mayas Contemporáneas. Instituto Nacional Indigenista/ SEDESOL. México, 1994. Pp.71-72.

[4] La literatura actual en las lenguas indígenas de México, Montemayor, Carlos, Universidad Iberoamericana, México, 2001. Pp. 113-116.