Espinosa Riestra, Josefina

Espinosa Riestra, Josefina
(1890-1978)

Novelista y poetisa, Nació y falleció en Mérida. Cursó estudios en los Estados Unidos en la St. Joseph Academy de Pennsilvania. Realizó viajes por el extranjero incluyendo Europa, donde entró en contacto con personajes de la literatura de esos tiempos. Al regresar a Mérida organizó la Sociedad Literaria Femenina “Juana de Asbaje” y se dedicó de lleno a la creación en prosa y verso. Su primer libro fue la novela “Lajas en el sendero” publicada en 1937. Es un relato ambientado en las circunstancias que vivía la tierra yucateca en los años veinte con elementos de crítica social a las injusticias de la época.
En esta obra el lector encuentra, según el prólogo de Mimenza Castillo, creación del ambiente, interés en la trama y caracteres definidos. En 1941 dio a conocer “Hada Madrina” y en 1950 publicó “Renunciar es poseer”, bajo el sello de Editorial Cultura. Este último libro lo escribió en estilo costumbrista y representa la etapa de madurez de la autora. Empleó para sus trabajos el seudónimo “Xtacumbilxunaan”. También escribió los versos “La musa mía y Barco pirata”. 1]

Extracto de la Parte Uno
Infancia 2]

Gloriosa mañana primaveral inundaba la ciudad de Mérida. En la moderna avenida del barrio aristocrático de Itzimná, entre las frondas del huerto y la alegría florida del jardín, álzase airosa, cual nívea paloma, una casita de estilo “chalet” francés.
Irisábase la luz entre el verdor de las plantas, en el agua del estanque, en los dorados pedruscos de callecitas serpeantes, bordeadas de arriates cuajados de rosales en flor.
Blanda soplaba la brisa acariciando rumorosa las palmas de esbeltos cocoteros; trinaban gozosos los pájaros “piches” y “kahues” entre las ramas floridas del naranjal, y las palomas zureaban en los aleros del tejado evocando paganas fiestas de amor. Acodada en un balcón de la casa, María Cristina Suárez de Beltrán, feliz moradora de tan ameno sitio, contemplaba embelesada el risueño paisaje.
Momentos antes, despedía a sus hijas, dos preciosas niñas quienes partían para el colegio del Sagrado Corazón, en la ciudad, donde educábanse en calidad de medio internas. Su marido, Guillermo Beltrán, ausente en jira comercial por los puertos del Golfo, acaso recibiera en aquel momento, a través de la distancia, la caricia sutil de un recuerdo del hogar lejano…
A pesar de la ausencia de los seres queridos, no experimentaba María Cristina sentimiento alguno de soledad. Era como si la vibración perenne de la naturaleza esplendiendo en derredor, trajera a su espíritu mensajes de paz y armonía. Sentía su propio ser vibrante, como alada nota en el concierto matinal del Cosmos…
Los rayos del sol fulgiendo en la rubia cabellera de la joven, ¿actuaron acaso sobre su mente con irradiaciones de lírica inspiración?...
Súbitamente embargáronla reminiscencias de su vida. Miróse a sí misma cuando era niña y luego, recorriendo entre risas y juegos aquellos sitios que sus ojos contemplaban. Sitios que antes fueran los de “La Quinta”; granja perdida de los barrios de la ciudad, a donde iba a pasar sus vacaciones de verano, acompañando a su abuela materna, Doña Clemencia Sandoval de Rivas, la gran señora dotada de singular encanto y belleza; la que con su amor por ella, la nieta predilecta, exaltáronle fantasía y corazón, haciendo llamarla: Hada Madrina.
Subyugada por aquel recuerdo, entróse María Cristina en la sala. Posaba sobre estilizado caballete, en un ángulo de la habitación el retrato de la abuela… La bella imagen de noble continente, vestida a la usanza de la corte de la Emperatriz Carlota de México, desde el lienzo parecía sonreírle… ¡Oh, la divina sonrisa, desprendíase del cuadro, prodigio de arte, con efluvios de vida…!
Cual áureo nimbo, ondulados cabellos de color castaño dorado, orlaban el rostro oval de sonrosada “blancura europea”, los rasgos finos y aristocráticos, los ojos color café oscuro, de manso mirar; ojos que la miraban “aún”, tiernos, dulce, comprensivos…
Presa María Cristina de la evocación del pasado, recostóse en inmediato diván de mimbre, tapizado con cretona clara de dibujo multicolor. Por la abierta celosía del balcón penetraba el intenso aroma de las flores tropicales. El ambiente de la sala en penumbra, era propicio al ensueño.
Revivió la joven aquel rayar de su existencia transcurrida en la casa solariega de la abuela. Casona situada en la calle principal y reconstruida en buen espacio del lugar que antes ocupara el antiguo Convento de Monjas Concepcionistas. Mansión ésta del más puro estilo colonial, con grandes patios sembrados de ciruelos y mameyes, de aguacates y tamarindos; habitaciones pequeñas como celdas unas y espaciosas otras como refectorios; de embaldosados corredores con amplias arcadas complementarias del estilo típico. Palacio encantado a su viva imaginación de soñadora precoz, en el que, habitantes y huéspedes, revestíanse del ropaje quimérico de personajes de leyenda, de héroes de fábulas y consejas: personajes desprendidos de los relatos de la abuela durante los largos atardeceres veraniegos, sentadas ambas cabe el verde toldo de algún jazminero en el jardín.
Eran otras veces, la nana X´mal, joven y graciosa mestiza, o doña Paquita, la vieja ama de llaves, quienes referían a la niña hasta dormirse, historias de amores o lances de la guerra de castas… Narraciones de hechos heroicos, reales o fantásticos, que alimentaban sus sueños y al través de los cuales contemplaba la realidad…

Extracto, Parte Uno,
Infancia VI

María Mercedes continuaba delicada de salud. El doctor Williams que la atendía, prescribióle para su restablecimiento una temporada a orillas del mar. Acercábase agosto, mes de vacaciones veraniegas, el mejor tiempo para disfrutar del encanto de una playa marina. Batieron palmas de júbilo los niños al saber la noticia. ¡Qué delicia volver a ver el mar, jugar con la arena húmeda, y recoger conchas y caracoles!
Con tal aliciente, María Cristina y Ermilo mejoraron notas semanales calificativas de sus estudios principiantes. Y llegó el ansiado día de la partida a Progreso, lugar preferido de los veraneantes meridanos.
-Sólo siento que no vengas con nosotros- dícele María Cristina al Hada, despidiéndose de ella.
-Allá iré algunos días, linda mía; cuando tu abuelo se vaya a la hacienda- respóndele mimosa.
-En progreso estarás muy bien, ya verás; ¡cómo te esperaré!- insiste la niña ansiosa por el cumplimiento de la dulce promesa. Sonríe satisfecha el Hada y acaricia la rizada cabecita apoyada por un momento en su regazo.
Otras playas en Yucatán, como las risueñas de Telchac, Dzilán, Sisal o Celestún, brindan al visitante mayores atractivos de belleza natural, que la amplia y arenosa de Progreso, semejante a yermo africano salpicado de oasis…
Verde rincón rumoroso, humilde asilo de pescadores, fue tan sólo, por mucho tiempo, aquel cercano sitio abierto a la inmensidad del mar. Al conjuro milagroso de la exportación henequenera, venero de riqueza recién hallado en nuestro pedregoso y árido suelo, fundó Progreso en 1857, don Juan Miguel Castro, Benemérito del Estado. Convirtiéndose bien pronto por su proximidad a Mérida en el puerto más importante de la Península, usurpándole tal supremacía al antiguo Sisal, situado en costa distante, el cual cuenta con el pasado histórico, la gloria de haber sido la primera población de la comarca que rindiera pleito homenaje a la Emperatriz Carlota, cuando arribó en fecha memorable a Yucatán…
…El tipo de belleza femenina más generalizado en Yucatán –observaba Alfredo- como resultado de la fusión de razas, paréceme el de mediana estatura, formas mórbidas, color blanco perla, ojos y cabellos castaños.
Esta tarde en la playa, tendrá usted de nuevo ocasión de admirar a nuestras hermosas –dice Rolando, mereciendo por esta observación, airado saetazo de los ojos de su novia-.
-Nuestras jóvenes se extranjerizan mucho ahora –arguye Rogelio- sólo piensan en viajes a New York o a París, realizados a veces con prejuicio de su primitivo encanto.
-Consecuencias es de la civilización actual; de la prosperidad material que goza ahora nuestra nación. A buen seguro que las abuelitas no alimentaban tales sueños. Cruzar entonces los mares era osada aventura, hazaña de piratas y conquistadores.
-Bendigo el régimen Porfirista que crea un México culto –exclama don Pedro.
-Desgraciados de nosotros si faltara en la presidencia de la república don Porfirio Díaz –responde don César, como eco.
-¿Por qué no ha de surgir en lo futuro el digno sucesor a la Presidencia? –advierte Alfredo, como un canto de juventud…
-Dios lo haga, muchacho, de ustedes los jóvenes en el porvenir…
-Brindemos por la paz y la gloria de México –replica don Pedro, sirviendo a sus invitados frígidos vasos de cerveza…
… Declina el sol vertiendo sus rayos postreros sobre un ocaso de tonalidades ámbar y violeta. El ritmo acompasado de la nave surcando las aguas parece fundirse a la sinfonía misteriosa que entona la orquesta invisible de las brisas y las olas. En lo alto, Júpiter, el astro azul, comienza a titilar. María Cristina rompe el ensueño lírico que la embarga al mirar hacia la prosa, y allí “ve” de pronto, sobrecogiéndola al mismo tiempo escalofrío intenso, esbozarse en el aire la blanca silueta del Hada, como deidad tutelar, guiadora del navío.
¿Alucinación? ¿Espejismo?... ¿Quimera de un celaje?... María Cristina no sabría explicar la causa de aquella fugitiva y dulce “visión”… Más segura estaba de sentirse nuevamente “envuelta” en aquel hálito vigoroso de paz y de consuelo que la cobijara recién muerta “ella”,… ¡El Hada!... ¡El Hada Madrina!
¿No era acaso a “ella” a quien debía el realizar un ferviente ideal, un noble anhelo de superación?
Evocación honda y conmovedora, a cuyo influjo abre los ojos y torna a la realidad María Cristina Suárez de Beltrán…, la joven señora que, recostada en amplio diván de mimbre, buen rato hacía soñaba, mirando a través del mágico cristal de los recuerdos, en una época de su pasado…
Incorpórase; mas subyugada aún por la emoción evocadora, mira de nuevo en un ángulo de la habitación, posado sobre estilizado caballete, el retrato de la abuela… La bella imagen de noble continente desde el lienzo parece sonreírle… ¡Oh la divina sonrisa, despendíase del cuadro, prodigio de arte, con efluvios de vida!..

Reseña de Ricardo Molina

“Hada Madrina” es un tesoro de sentimiento. Un breviario de emoción… Es una obra verdaderamente femenina, y, como tal, llena de gracia y de sutil encanto.
“Hada Madrina” es un fragmento, quizás un conjunto de fragmentos, de la vida real, aureolados por la fantasía. Por una fantasía cariñosa que se acerca con fervor a los recuerdos dorados de la infancia y la juventud y, sin desnaturalizarlos, sabe prestarles colores y perfumes, alas y melodías… Josefina Espinosa tiende sobre sus personajes un ambiente de poesía, de idealismo y de dulzura: les ha ceñido un halo de simpatía y de gracia.
Junto a este tema fundamental de “Hada Madrina” lucen preciosas descripciones de escenas típicas de nuestra región, que el lector yucateco saboreará, sin duda, con fruición y que el lector ajeno habrá de recorrer con interés y curiosidad.

1] Diccionario de Escritores Yucatecos. Peniche Barrera Roldán y Gómez Chacón Gaspar. Segunda Edición CEPSA, 2003.
2] “Hada Madrina”, Josefina Espinosa Riestra. Compañía Tipográfica Yucateca, S.A., Mérida, Yucatán, México. 1941.