Lopez Trujillo Clemente

LÓPEZ TRUJILLO, CLEMENTE
(1905-1981)

Poeta, periodista y bibliófilo. Nació y falleció en Mérida. Su creación poética introdujo un lenguaje inédito, una novísima y del todo audaz manera de decir las cosas. Es un poeta inaugural, como lo denominó Juan Duch Colell, “porque halló y puso en circulación literaria un idioma diferente para cantar cosas ya cantadas por otros, o para darle emoción, mirada y canto, por primera vez en Yucatán a mucho de lo que los poetas anteriores habían visto y guardado silencio”.
Escribió los poemarios Feria de frutas (1932), Te amo en tres palabras (1940), El venado (1941) y Mediz Bolio en Ochil (1965). Ediciones Komesa le publicó el volumen Poesía, antología de sus versos y Rubén Reyes Ramírez dedicó un volumen al estudio de su obra poética, editado por la UADY en 1998. Después de realizar estudios en su ciudad natal, se trasladó a la Ciudad de México donde permaneció largos años. Ahí conoció y entabló amistad con León Felipe, Francisco Monterde y José Vasconcelos, el cual lo nombró bibliotecario asistente de la Biblioteca Iberoamericana. De regreso en Mérida se integró al cuerpo de fundadores del Diario del Sureste del que fue director de 1935 a 1937. Fue colaborador de planta de El Nacional (1937-1953) donde escribió una sección denominada La Nota Cultural.
Desempeñó diversos cargos de bibliotecario y fue nombrado vicepresidente de la Asamblea de Bibliotecarios de las Américas (1947). Retornó a Yucatán y dirigió de nuevo el Diario del Sureste (1953-1964). Fundó y dirigió la Hemeroteca José María Pino Suárez en la capital yucateca (1989-1981). Desempeñó también el cargo de director general de Archivos y Bibliotecas del Gobierno de Yucatán hasta su muerte.
Junto con Ermilo Abreu Gómez, Jesús Zavala y Andrés Henestrosa, es autor de la antología Cuatro siglos de literatura mexicana (1940). En 1971 le fue otorgada la Medalla Eligio Ancona. Un círculo literario lleva su nombre, al igual que el Premio Estatal de Poesía de Yucatán. 1]

FERIA DE FRUTAS Y OTROS POEMAS 2]

Sentido Frutal
este color, estos matices, estos
alborozos de luz en la bandeja pronta;
estas frutas danzando
en mis ojos y en mi boca.

Conocimiento del sentido frutal
arraigado en mi alma rumorosa…
penden de mis caricias los racimos
de las uvas utópicas.

Nervios dorados de la vida,
cuerdas aladas, fértiles, gozosas
de las frutas danzando
en la feria cordial y honda.

Alegría en lo alto de la feria,
en lo más alto de la feria toda:
las estrellas, las estrellas
en el pulso invisible de la sombra.

Luz en la luz, más luz,
en esta soledad mía, tan lógica
en esta soledad en que no hay nada
de nadie, sí de mí… Y esta congoja
de la luz en la punta de mis dedos
que humedecen al tacto de las frutas redondas.

Oh, mis frutas, las frutas
mías, en mi canción. Mis locas
frutas, este sentido de los colores
de su carne en la carne de mis prosas.

Piña

Así, con tu epidermis trascendental,
y tus crestas de esmeralda,
y los pezones de tu superficie,
juegan mis manos enguantadas
al ajedrez del gozo en tu tablero
donde se me desnudan, sin sentirlo, las damas.

Mamey

Llameante es su carne maciza
-raza roja en las manos del héroe-.

Su pulpa casi revolucionaria
eclosiona en la boca del poeta.

En el crucero fértil de todos los caminos
donde se dan la mano las ideas
-la Poesía y la Revolución-.

Extracto del poema “El Venado”
12

Amanece en la tierra y amanece
en mí y en esta noche de mi alma.
(Después de tantos siglos estoy solo
y nada me acompaña sino el viento.)

Amanece en la tierra…
la vida es como un júbilo redondo
que hiende carnes con gozosos clavos.

Esto está bien arriba, pero abajo,
en este debajo de la sed que llueve
menuda y pertinaz, trágicamente,
el indio su fuego alimenta
y bebe su maíz en anchas jícaras,
y vive y muere y muere y se levanta.

Y yo estoy escuchándome en el viento
que me regala su amistad de piedra
grande en la que el venado se hace inmenso
de soledad con sol y con estrellas,
de soledad de hombre que aparece de pronto
deportistas de sangre en la selva.

Te amo en tres palabras.

Te amo en la plenitud de mi tristeza,
en la boca esperada y en espera,
en las manos que tiemblan y se rompen
de eternidad en el contacto,
y en los huesos del alma de Dios estremecido.

Terriblemente, irremediablemente
te amo hasta quemarme y consumirme,
hasta caer en gotas y relámpagos,
hasta decir: “Dios mío, todavía
me queda un corazón y un dulce aliento
para vivir en ti dándote muerte”.

Te amo en esta hora
de tu boca diciéndome: “no quiero”,
y tus ojos: “el tiempo es de nosotros”,
y tus manos: “qué bien, eres ya mío”.

Te amo con dolor y hambre del mundo
y con estas palabras de mi júbilo.

He dicho ya cómo te amo, ¡oh mía!
pero no he dicho nada todavía.

Te amo en el invierno de mi otoño
y en las seis estaciones de mi sangre.

Te amo en maya de mi tierra
pero con la gramática paloma
-nervios del corazón en el espíritu-
y grácil madurez de la amapola.

Te amo yo, te amo yo… Te amo
en el avión correo trasatlántico,
en las máscaras indias y los peces sombríos,
en el verde remoto de las jades
y en el azul de la obsidiana mística.

Te amo con mi vida en una fuga
de venados que danzan y cristales,
y con jugo de fruta en vasos bíblicos
de melón y con su sangre de la tierra.

Te amo con un verde y con un rojo
que se quiebran en ti por los perfectos;
con el verde Fray Luis que le nacía
del alma y en el campo lo ponía;
y con el otro verde García Lorca
que lo decía verde y lo quería.

Con un rojo tan rojo envejecido
de verse rojo hasta la nieve Góngora,
que amanece la noche en las alondras.

Te amo en estos pájaros sin alas
que dicen rosas los que entienden olas,
o pájaros con alas que no vuelan
o alas nada más que no se mueven,
y si movidas por el aire, quedan
volando aprisa en la ilusión del tallo,
tallo motor en el florero, y cantan
todos los pulmones de las hojas.

Qué bien estoy cuando te amo en estas
frutas amigas de tu gozo lento;
guanábanas fáciles al gusto
muy señoras cuando están de fiesta.

Pero tú no conoces la guanábana
sino por fotográfica dialéctica,
con un trópico casi conmovido
por árboles extraños y paisajes con prisa.

Dicen que los paisajes son estados
del alma, pero un árbol tiene siempre
su alma gravitando en el paisaje,
y así, las almas, árbol y paisaje
se entrelazan y gritan con mi sangre
-esta manera de gritar tan mía-
que yo te amo en un estado de almas
que viven con su muerte mi amor desesperado…

Oh, pero yo te amo, yo te amo
en su sorbo de música surtida
de guanábana cósmica, quemada
por la nieve de sed de los poemas.

No la conoces, pero yo te digo:
¿para qué, si en un diálogo de fresas
entran a compartirlo las granadas,
y en una fresca atmósfera de jícamas
llueven –solaz pletórico- las uvas?

Te amo en la montaña y en el bosque…
árboles retorcidos por el canto
de las aves, y erguidos en el tiempo,
y relojes del tiempo… Yo he soñado
árboles que caminan en la noche
de mi amor hacia ti –sonámbulas raíces-,
llorando con un llanto seco y acompasado.
árboles como dioses, como niños,
como niños y pájaros y árboles,
como hombres que rezan implorando
paz al viento que pasa huracanado.

Pero hay árboles, árboles y hombres…
hombres tan primitivos que olvidaron
fácilmente el sombrero por ganarle
espacio a la cabeza y a la lluvia.

Oh, pero ellos no saben, no lo saben,
que los árboles mismos inventaron
su sombrero muy alto, y yo lo digo,
lo digo por mi amor derramado en los mares.

Te amo en la montaña y en el bosque
-decía- y sí te amo por tus hombros,
y por mi hambre de hombre destruido
por un amor flexible, y deshojado
or dentro, como un árbol,
-un flamboyán-… Las hojas las recojo
y el alma luce con su carga, estrellas.

Te amo por tu voz y por tu nombre,
y tú lo sabes por mi nombre. Amo
tu voz de lluvia fina, de esmeralda,
tu voz diciendo de tus ojos
palabras de cristal y cristalinas,
tu voz, suave presencia de tus ojos
en forma que se oyen, aunque digan
tus ojos sus palabras sin sonido,
a veces, si es la hora del silencio,
de mi cordial silencio muchas veces
tan sonoro de ti si estoy contigo.

Te amo por tu voz de madreselva,
de trigo y de cantárida, te amo
por tu voz en mi voz y por las voces
eternas del espasmo, cuando sufres.

Te amo en tres palabras: YO TE AMO,
y te amo también porque lo sabes,
oh mía, oculta en mis sedientos dardos
por decir que te amo, que te amo.

Te amo por tu boca que se besa
a sí misma al hablar, y por tus ojos
resbalando en mi lengua hasta gustarlos,
y cayendo en mis manos confundidos
con la sensual tristeza de mi tacto.

Te amo cuando pisas la hierba y no lo sabe
a hierba pero el cielo se estremece,
y cuando dices: “Bien, esto es muy lindo
y su frescura se me sube al rostro”.

Te amo por tus pies y por tus brazos,
dulces raíces como dulces flechas;
raíces, unos, si caminan, y otros
y otros en actitud de orar gime tu cuerpo.

Raíces de tus pies, sobre la tierra,
en el agua y la tierra, sobre el sueño;
raíces de tus brazos
aéreas sosteniendo tu belleza.

Te amo en una isla abandonada
por el hombre, una isla de papel,
con pedazos de nube en el silencio,
en la que sólo pájaros alientan
con un estar de fiesta por nosotros.

Te amo en una casa destruida
en el mar; las gaviotas en el cielo
subrayan mis lecturas preferidas:
Nietzche y Pascal y los poetas místicos.

Y te amo y te amo y no es posible
romper el grito de mi amor… te amo
por tu cuerpo, raíz felinamente
ondulante. Te amo por tu cuerpo,
raíz de carne y hueso, raíz grande;
por la raíz del cuerpo de mi alma,
y por el alma de tu cuerpo. Grito
en voz baja mi amor por alcanzarte
y flechar en tu espíritu la flecha
de la esperanza conmovida en gritos.

Y te amo en la paz y por los nervios,
estos nervios, la guerra del espíritu,
y este espíritu mío de los nervios.

Sí, te amo en el cuerpo y por el alma;
de ahí que yo te ame con el largo
deseo de un amor crucificado,
con muy honda y atlántica zozobra
clavada con puñales y con clavos
apuñalada por la vieja sombra.

Esta ni vieja sombra de los días
parados en el ángulo del sueño,
donde se han dado cita tus pestañas,
las aguas gemebundas de tus ojos
y el río inexpresado de mi fiebre…

Te amo, yo te amo, y no es posible
decir ya más si sabes que te amo.

Libélulas (fragmento)

II

Hipnotizados por una
lasitud en la alameda,
miramos que era la luna
un grave incendio de seda.

Y sintiendo inoportuna
tristeza que desenreda
bajo la noche moruna,
lloraste, lloraste queda.

Tus ojos tuvieron luego
un surgimiento florido
con radiaciones de fuego.

Latieron los corazones,
y en cada intenso latido
florecían sensaciones.
******

Fragmentos de “Contrapuntos de la mirada y el sueño” de Rubén Reyes Ramírez

Para acercarnos al perfil íntimo de la persona y la palabra de Clemente López Trujillo, poniendo de relieve su sitio propio en las letras de Yucatán y de México, es imprescindible acudir a la sensibilidad personal, y en todo caso, a la reinvención de su palabra, a través de la lectura de sus poemas. La voz o el aliento del poeta se transfiguran en tantas representaciones y voces múltiples, como lectores o receptores la hallen.
López Trujillo es un caso aparte, un caso excepcional: habitó las dos orillas del torrente creativo; el sueño que dijo en su voz iluminada, alternó con la pupila nítida de su palabra; el contrapunto de su sueño y su mirada, que velaban sus armas por la poesía, se resolvió en su voz frutal y cósmica.
Entre los poetas Yucatecos, López Trujillo constituye un rarísimo ejemplo de poder biunívoco en que se conjugan poesía y conciencia de la poesía de uno mismo o de la circundante que es, de algún modo, también la propia.
Juan Duch Colell expresó: <>.
En lo que concierne a su creación de poesía lírica, esa voz en la que expresó su sueño individual y múltiple, hay que reconocer que la obra que nos ha dejado es breve: apenas unos 4 títulos, publicados entre 1932 y 1965, de los que la trilogía esencial –constituida por Feria de frutas, Te amo en tres palabras y El venado- fue publicada en la década de 1932 y 1941. Por último, en la recopilación Poesía (1932-1978) en Mérida, aparecen algunos poemas desconocidos hasta entonces que vienen a enriquecer el registro de su palabra.
Pero esta creación ha contribuido decisivamente en la trayectoria de la poesía en Yucatán, como un aporte que abre paso a la expresión contemporánea no solamente ensanchando la temática frecuentada sino sobre todo creando un nuevo lenguaje: formas y tratamientos distintos y originales para abordar y decir los asuntos del poeta. Y es por esto que el sueño de su voz, y su voz misma hecha realidad, adquieren el carácter de “palabra inaugural” de nuestras letras.
Clemente nos despide en la puerta. Pero hoy, en silencio, llama aparte, y bajo la luz tenue del farol de patio, nos lee, con voz clara, sencilla, uno de sus últimos poemas. Lo encontramos extraordinario, de una profundidad no sospechada en la lectura de sus anteriores versos. Le decimos que los publique, pero nos dice que no; que espera hacerlo cuando el libro quede completo. Y nos vamos seguros de que estamos frente a uno de los hombres más buenos, más ingenuos, más distraídos del mundo, pero también delante de uno de los pocos, de los poquísimos poetas verdaderos que ha dado la tierra de José Peón y Contreras.
Rubén Reyes Ramírez.
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1] Diccionario de Escritores Yucatecos. Peniche Barrera Roldán y Gómez Chacón Gaspar. Segunda Edición CEPSA, 2003.
2] “Clemente López Trujillo” Obra Poética, Colección la Huella del Viento. Presentación y selección de Rubén Reyes Ramírez. Edición de la Universidad Autónoma de Yucatán, Mérida, Yucatán, México, 1997.